miércoles, 29 de febrero de 2012

EL ORÁCULO PSICOANALÍTICO

El lenguaje psicoanalítico a menudo provoca rechazo en los estudiantes y en profesionales de otras orientaciones, a veces inquietud, como si de un oráculo se tratara. A mí ahora es habitual que me provoque fastidio, pues descubro que ese lenguaje incomprensible, plagado de términos ambiguos, sólo ha servido para crear enemigos innecesarios. Sin llegar a las definiciones operativas de las teorías cientifistas, lecho de Procustro en el que la persona real muere, pienso que una de nuestras tareas más importantes es definir los términos, y, cuando persiste cierta ambigüedad, al menos delimitar el alcance de la misma. Eso no nos libra del desafío de "nadar en el vacío", esto es, de la obligación de estar abiertos a la experiencia de lo que pasa en el “aquí y ahora”, fuera de todo protocolo. Otros enfoques pretenden definir con rapidez cuál es el problema y removerlo lo antes posible. Nosotros, en cambio, rechazamos la comida rápida, preferimos el "slow food" antes que el "fast food", porque pensamos que la angustia está ahí de fondo y no se elimina de manera mágica. Hay que permitir a la persona que se exprese también en su dimensión de ambigüedad.
Recuerdo ahora un precioso pasaje de un maravilloso cuento, “El Bosque Animado” de Wenceslao Fernández Flórez, en el que una bruja (la Moucha) utiliza para sus conjuros un libro en latín, que no es otro que los “Comentarios a la Guerra de las Galias”, de Julio César. La utilización de un lenguaje incomprensible también facilita en el creyente la formación de una confianza ciega. En nuestra opinión, es preferible una confianza moderada; confianza en la seriedad y buena intención de nuestro trabajo, pero manteniendo el suficiente espíritu crítico para percibir cuándo nos equivocamos, pues - a diferencia de otros - nosotros no somos terapeutas infalibles. No es que yo desprecie sin más la utilidad de la sugestión en la producción de cambios, pero en la mayoría de los casos esos cambios son efímeros.

lunes, 20 de febrero de 2012

LA DEPENDENCIA EN PSICOTERAPIA



Abro la puerta y entra de nuevo la paciente imaginaria. Después de los típicos saludos, nos sentamos en cómodos sillones, cara a cara pero un poco en ángulo – aunque algunos pacientes mueven el sillón a su antojo y a veces lo adelantan – y le hago mi pregunta habitual:

T: ¿Qué tal?.
C: Bien, gracias. El último día quedamos pendientes de que me contara cuáles son los motivos que traen a las personas a su consulta. Yo tengo claros mis motivos… sí, usted dirá que esos son los motivos conscientes, pero de momento me sirven… lo que le…
T: ¿Volvemos al “usted”? Si se siente más a gusto yo no tengo inconveniente.
C: No, prefiero el tuteo. Quería decir que una de las cosas que más me desagradan de la psicoterapia es la dependencia que el paciente normalmente siente, de ella o de su terapeuta. Tengo amigos que llevan muchos años en terapia, a los que no he visto mejorías apreciables y que se sorprenden cuando les pregunto por qué siguen todavía pero que, a mi entender, no me pueden dar una respuesta convincente. Esto me recuerda incluso a las sectas.
T: No tengo noticia de que los líderes de sectas hayan captado a sus seguidores a través de la psicoterapia; y utilizar este método no me parece imposible, pero sí improbable. La dependencia es un riesgo que yo también tengo presente y que de hecho me repele, pues creo que en ocasiones ocurre y, aunque a mi entender son pocas, eso no impide que sea causa de ofrecer una mala imagen de la psicoterapia, aumentando la resistencia por parte de algunas personas que se podrían beneficiar de un tratamiento. Pero conviene que empecemos desde el principio y hagamos precisiones muy relevantes. El que algunas terapias se alarguen en exceso no quiere decir que la psicoterapia, por principio, sea dañina en esos casos. Ciertamente hay personas que por sus trastornos, inmadurez o dificultades requieren una atención psicoterapéutica muy prolongada, incluso de por vida, lo mismo que, salvando las distancias, hay enfermedades crónicas que requieren un tratamiento permanente. Por otra parte, aunque no sea deseable alargarlo en exceso, tampoco hay que dramatizar el hecho de que alguien hable con una especialista en comportamiento humano una o dos sesiones a la semana. Como ya dije en la anterior entrevista, esto sólo es la excepción. Una terapia, siguiendo mis parámetros, no se prolonga más allá de cinco o seis años, normalmente menos, pero que cada profesional establezca sus límites. Ahora bien ¿se produce dependencia de la terapia o de la terapeuta durante ese tiempo? Entiendo que sí, pero que ese fenómeno es inevitable y tiene aspectos positivos.
C: Pero entonces la terapeuta tiene un poder tremendo que puede utilizar en perjuicio de su cliente. ¿Qué aspectos positivos le puedes ver?
T: Por una parte, creo que se exagera el poder de la terapeuta. Sería, pienso yo, semejante al poder que se atribuye a la sugestión o a la hipnosis. Habrás visto quizá una película muy divertida de Woody Allen, La Maldición del Escorpión de Jade, en la que un hipnotizador de feria sin escrúpulos se aprovecha de las personas que están en su poder para cometer todo tipo de atracos y fechorías. Esto puede ser una magnífica fuente de inspiración, como los fantasmas, por ejemplo, en la elaboración de argumentos literarios. Sin embargo, está demostrado que no se puede obligar a una persona en sueño hipnótico a que realice actos contrarios a sus principios morales. Ahora bien, la terapeuta se convierte con el paso del tiempo en una persona de gran importancia para la paciente, alguien que puede influir en sus decisiones en uno u otro sentido. Se trata de una cuestión paradójica pues, fíjate, que precisamente de lo que se nos acusa a los terapeutas es de no expresar nunca nuestra opinión o, incluso, de limitarnos a escuchar a la persona sin decir nada. Yo sí expreso algunas veces mi opinión, pero siempre subrayando que esto no puede sustituir las decisiones autónomas de la persona.
C: ¿Y tus pacientes llegan a depender de ti?
T: Prefiero pensar que no dependen tanto de mi como de la psicoterapia, que es una tarea común. En ese sentido, cierto nivel de dependencia me parece algo positivo para la evolución del tratamiento. Cuando alguien manifiesta su reticencia le comento que mi profesionalidad me obliga a no obtener ningún beneficio adicional de esa dependencia y que intentaré que dure sólo lo imprescindible. Estoy convencido de que la mayoría de colegas actúan según el mismo criterio. Y la inmensa mayoría de los pacientes, con el coste económico y de tiempo que supone, si continúan una psicoterapia es porque están obteniendo resultados positivos, como supongo que les ocurrirá a esos amigos tuyos. Me permito enunciar ahora una interpretación, rogando encarecidamente que no se pretenda generalizar la misma a todos los casos y momentos, pues debemos ser cautos en la utilización de interpretaciones fuera del contexto clínico. Quiero decir que a veces el rechazo de la posible dependencia en realidad lo que oculta es un temor a sacar a la luz aspectos, deseos o comportamientos que la persona rechaza y quiere, consciente o inconscientemente, mantener ocultos.
C: ¿Piensas que ese puede ser mi caso?
T: Si no fuera porque me estás entrevistando para aclarar algunas ideas respecto a la psicoterapia, en especial la psicoterapia de tipo relacional, esa sería una hipótesis de trabajo que estaría manejando, y subrayo la palabra hipótesis. Con esto quiero decir que a una paciente real, ya en la segunda entrevista, le habría rogado que me contara cosas de sí misma, empezando por el motivo que la trae a consulta. Y si insiste en su temor a la dependencia, entenderé que ese es uno de los problemas centrales de su dinámica personal y me ofrecería íntegramente como persona para ayudarla en su búsqueda. Me ofrezco íntegro con el compromiso de no dominar más allá de lo imprescindible, pero también para no ser dominado más allá del mismo margen. Quiero decir, por ejemplo, que hay muchas cosas que se pueden negociar pero también hay límites insuperables. No sólo económicos o temporales, sino también de rol. Explicar esto me llevaría mucho tiempo y tal vez ahora no es el momento. Si te parece nos veremos próximamente para hablar de los motivos de consulta.
C: La verdad es que preferiría que me hablaras de cuándo se considera que una terapia está acabada o completa.
T: Tengo la sensación de que te estás “resistiendo” a hablar de los motivos, pero dado el encuadre tan especial que preside nuestra relación estás perfectamente autorizada, al menos de momento.

viernes, 3 de febrero de 2012

CUESTIONARIO IMAGINARIO (SOBRE LA DURACIÓN DE LA PSICOTERPIA)



Abrí la puerta y entró el (la) cliente-paciente imaginario(a) [NOTA: una vez demostrada mi buena voluntad para evitar un lenguaje discriminador de género me tomo licencia de seguir escribiendo con el género femenino.] Tras los saludos de rigor le pido (a ella) que se siente en el cómodo sillón dispuesto para las visitas. Y hago mi pregunta habitual:
T: Dígame qué es lo que la trae por aquí.
C: Sí, quería hacerle algunas preguntas sobre la duración de la psicoterapia.
T: A su disposición.
C: Tengo entendido que la psicoterapia psicoanalítica es muy larga y, claro, me quería informar sobre ello antes de tomar una decisión.
T: Es cierto que las diferentes variedades de la psicoterapia dinámica se presentan en principio como más prolongadas que otros tipos de terapia, en especial la terapia de orientación cognitivo-conductual, incluso existen compañías aseguradoras y servicios sanitarios que sólo proporcionan este tipo de tratamiento, cuando ofrecen algo.
C: En cambio usted…
T: Si no te molesta, podemos cambiar al tuteo.
C: Me suena que eso es poco ortodoxo.
T: Sí, los terapeutas relacionales no somos muy ortodoxos.
C: Pues repito, tú en cambio no te has decantado por la terapia cognitivo-conductual, aunque consigue sus resultados en menos tiempo.¿Por qué?
T: Si bien conozco esa orientación de primera mano, no me decidí por ella, no tanto pensando en mi beneficio personal, pues en ciertos ámbitos de poder eso me habría reportado, estoy convencido, importantes ventajas, sino porque no creo que esas formas de terapia breve sean realmente la solución del motivo que trae al paciente a consulta. De entrada ese es un asunto que necesita atención profunda, me refiero al motivo de consulta, normalmente desconocido del todo o en parte por la propia persona. Con esto no insinúo que los resultados de las terapias cognitivo-conductuales (TCC) sean pobres. Precisamente estoy seguro de que lo que pretenden, que es resolver problemas bien delimitados en poco tiempo, salvo las excepciones de rigor no achacables al método, lo consiguen con regularidad, incluso a menudo con mejores resultados que nosotros. Por eso, cuando alguna persona me consulta por un problema concreto, solicita resultados comprobables y rápidos, y no está dispuesta a indagar en aspectos amplios de su situación vital, le recomiendo que acuda a alguna colega que siga ese enfoque, pues existen profesionales muy buenas.
C: ¿
T: Sí, a pesar de todo yo me “resisto”. Porque opino que los síntomas psicológicos cumplen una función y si se les hace desaparecer – si se consigue, lo que tampoco es tan fácil – no es que se vuelvan a reproducir – esa no es mi crítica frente a la TCC- sino que algo importante queda enterrado. Desde un punto de vista estrictamente funcionalista, hay sólidas razones para suponer que de esa forma se evita hacer frente a los problemas principales que limitan a la persona, aunque sea con la connivencia de ella misma. En lenguaje analítico, “alimentamos las resistencias”. No obstante, el derecho a resistirse puede reclamar la misma dignidad que el resto de los derechos humanos. Por eso yo siempre busco la aceptación de la persona, desde el conocimiento del método y su duración, dicho de otra forma, la “aceptación informada”. Si me meto en su vida es porque me da permiso.
C: Pero nada impide que una terapeuta de orientación cognitivo-conductual, una vez resueltos los síntomas, total o parcialmente, continúe indagando con la persona para intentar descubrir la función que cumplían dichos síntomas en su contexto vital del aquí y ahora.
T: Desde luego, y eso es lo que hacen las colegas a las que más respeto. Pero, a parte de que ya supone alargar la duración de la terapia, al final el enfoque que se sigue será muy semejante al de una terapia de tipo psicodinámico. Y para esto creo que la mejor base – me sale decir “background”- es la que se deriva de la tradición psicoanalítica, con un estilo peculiar en el análisis de los problemas, en el trato con la persona, y con la ayuda de lo que se ha dado en llamar “oído analítico”. Llegados a este nivel, ya ha habido unos cuantos autores que han señalado la existencia de numerosos factores comunes a las diferentes psicoterapias. Pero opino que esos “factores comunes” han sido mejor atendidos por la terapia analítica, siempre que esté guiada por la empatía y se aleje de una supuesta frialdad y neutralidad ortodoxa, y posiblemente también por la terapia sistémicas y los enfoques humanistas y existenciales, pero mis conocimientos de ellos son muy superficiales.
C: Bueno, supongamos que me has convencido de que la terapia psicoanalítica relacional es el tratamiento de elección en mi caso. Sigo sin saber cuánto dura y si la inversión de tiempo y dinero que supone será compensada por los resultados.
T: Para contestar a tu pregunta voy a empezar por el final. Los únicos que aseguran el resultado de su tratamiento son los curanderos y los charlatanes, y supongo que no todos. Pero además yo tampoco puedo asegurar el resultado porque no depende sólo de mi, sino de la actitud de la persona de cara a la tarea, a su tarea, y de la buena adaptación que tengamos los dos de cara a la misma, es decir, que logremos formar un buen equipo de trabajo. Mi tarea supone también, aunque esto no lo suelo aclarar y menos al principio, indagar en mis propias vivencias y reacciones ante lo que la persona me ofrece, y yo le ofrezco, en la relación y en los asuntos tratados. El concepto del tiempo es uno de los más inasibles y de ambigua definición, no tanto desde el punto de vista de la física moderna como de la vivencia individual. Como observación general, mantengo que lo más importante no es el tiempo transcurrido entre una y otra fecha sino lo que se hace en ese intervalo, cómo se llena el tiempo. Hagamos lo que hagamos el tiempo siempre pasará y nos podemos ver más viejos y sin haber resuelto en absoluto cuestiones vitales. Por otra parte, la terapia no sólo se realiza en el cara a cara de las sesiones programadas, sino que cuando el proceso es fecundo la persona sigue elaborando con mente analítica en muchos momentos de su vida cotidiana y seguirá con esa actitud incluso después de terminado el tratamiento. Yo todavía recuerdo cuestiones relevantes que surgieron en mi propia terapia y me sirven para entender situaciones actuales.
C: ¿Entonces, me estás hablando de años?
T: En principio sí. Dependiendo de la frecuencia de sesiones semanales – yo trabajo con una, dos y, más raramente, tres sesiones a la semana – y del buen funcionamiento del equipo terapéutico (terapeuta-paciente), según mi experiencia el proceso no suele durar menos de tres años, o incluso cuatro, a veces más, a veces menos. Los problemas que se tratan en consulta no surgieron de la nada sino que habitualmente proceden de las primeras etapas y es preciso remitirse a ellas para entenderlos y cambiarlos. Nos interesa el pasado, desde luego, pero sólo en la medida en que sigue actuando en el presente e impide el disfrute y el trabajo productivo y la planificación adecuada del futuro. Conviene advertir que las terapias que van bien – porque la persona va resolviendo conflictos y se va encontrando mejor o bien está peor pero porque se está logrando enfrentar a situaciones que antes eludía – son las que con mayor facilidad se prolongan en el tiempo, aunque la inversa no siempre se cumple. No es habitual, pero puede darse una terapia prolongada con escasos o nulos resultados.
C: Pero eso no está bien.
T: Bueno, salvo que se produzca un retroceso inesperado, a mi entender poco frecuente, yo soy el primero que no está dispuesto a continuar un tratamiento que no lleva a ningún sitio pues no me parece profesionalmente admisible. En ocasiones se lo he planteado a la persona y he señalado un plazo temporal – por ejemplo, hasta finales de año, o hasta el verano – para que cambiara la dinámica y en algunos casos ha sido efectivo y en otros no.
C: En cualquier caso, el coste es muy elevado.
T: Como ocurría con la cuestión del tiempo, el asunto del coste es también relativo, especialmente si lo comparamos, por ejemplo con otras inversiones que nos parecen ineludibles: coche, casa, vacaciones, etc. Es innegable que no se cobra más por una sesión de psicoterapia de lo que cuesta una consulta con otros profesionales, como abogados, dentistas… Cuestión diferente es si estos tratamientos deberían estar recogidos por el sistema público; yo creo que sí, pero no depende de nosotros. Igualmente, puedo proclamar que existen actividades mucho más lucrativas que la nuestra y que todas las colegas que conozco intentan, como yo, ajustarse a los recursos económicos de la persona, cosa que no es habitual en otros profesionales. Tenemos pacientes con coste reducido e, incluso alguna totalmente gratuita, aunque esto obviamente es la excepción y no la regla. Además, en mi instituto también hay, como en otros, un servicio subvencionado de atención psicoterapéutica. Pero no niego la premisa mayor, la psicoterapia supone un esfuerzo de tiempo y dinero, además del que reside en bucear dentro de cuestiones de la propia personalidad y entorno, no siempre agradables.
C: ¿Y qué opinas de las terapias dinámicas breves?
T: Creo que lo que ofrecemos ya es una forma de psicoterapia breve, focalizada en aspectos concretos, y que es difícil de comprimir. No obstante, cuando me he visto limitado en número de sesiones o por la duración prevista del tratamiento, me he ajustado con optimismo a la realidad, pensando que siempre se pueden hacer cosas útiles para paciente y terapeuta.
C: No se me ocurre nada más, supongo que de momento hemos terminado.
T: Si se te ocurre cualquier otra pregunta o quieres hacer alguna observación, estamos aquí para lo que necesites.
C: ¡Ah, sí! ¿Y con qué problemas viene la gente?
T: Esa pregunta es muy pertinente pero se aleja mucho del asunto que tratábamos hoy. Si te parece bien, lo dejaremos para otro momento…

jueves, 26 de enero de 2012

DE LA ANGUSTIA COTIDIANA


Decía Epicuro que no debíamos temer a la muerte porque cuando nosotros estamos, ella no está, y cuando ella está nosotros ya no estamos. Pero el mero hecho de que le dedicara un pensamiento tan agudo es la demostración palpable de que no miraba a la muerte con indiferencia. De los treinta años que llevo dedicado a la psicoterapia, una de las cosas que me ha mostrado la práctica es que nadie está libre de experimentar angustia y que lo que diferencia a unas personas de otras, más que la naturaleza o intensidad de la misma, es la manera en que se gestiona. Quiero decir, para la persona angustiada su sentimiento de malestar ocupa todo el espacio, todo su cuerpo y su mente, no es capaz de relativizarla ni de ponerla en el contexto humano; lo que supone tener la suficiente distancia como para percibir, entre otras cosas, la angustia de los otros, pues el sentimiento no se puede ocultar sino, como mucho, disimular parcialmente. Este aislamiento lleva a la persona angustiada a sumirse en su propia espiral de angustia y vivirla con una intensidad creciente. Ser capaz de colocar la angustia entre paréntesis, no la elimina – es algo inherente a nuestra existencia humana – pero sí la mitiga, la relativiza y permite, por muy efímero que sea todo, colmar nuestra vida de objetivos beneficiosos y creativos si nos dedicamos a ellos con pasión. Cultivar hijos y obras. La angustia es, por lo menos en parte, consecuencia de nuestra cultura centrada en una interioridad imaginaria y negadora del mundo “externo”. Esa interioridad se apoya en la promesa de la inmortalidad y, al mismo tiempo, se siente amenazada por la realidad innegable de la muerte, o se ha creado como refugio endeble ante ella. Pienso, desde luego, que la angustia ante la muerte es la fuente principal de toda angustia aunque en el pánico psicótico adopte la forma del horror ante la fragmentación y el desmoronamiento. Si descubrimos que nuestra interioridad no es una sustancia sino que se trata de un reflejo engañoso de la exterioridad, una exterioridad en continuo cambio, podremos superar en parte el temor a la muerte. Digo en parte por la misma razón que antes afirmaba que la angustia es inherente a nuestra existencia. Pero, fuera del dolor y del sufrimiento, el temor a la muerte no es en el fondo más que la pena ante la soledad absoluta e irreversible. Otra forma de superar parcialmente el justificado temor a la muerte es mediante cierta estrategia de psicopatización, de volverse animal que busca la satisfacción – inmediata y demorada, material y espiritual, moderada y a veces también dionisíaca – como si no hubiera un mañana, acompañada del humor y la alegría de vivir y disfrutar hasta el momento del “colorín, colorado”. Esta satisfacción, incluso animal pero admisible, se ve mermada, no obstante, por el sufrimiento que vemos a nuestro alrededor en el mundo, el dolor, la enfermedad y el hambre, más que el temor ante la muerte. Desde la perspectiva de la pobreza, el miedo neurótico ante la muerte es un lujo burgués.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA INTERIORIDAD



Al leer, pasaba su vista por las páginas, mientras su mente penetraba en el sentido de las palabras, sin pronunciarlas ni mover la lengua.(...) De este hecho soy testigo presencial, pues a nadie le estaba prohibida la entrada, ni tenía la costumbre de que le anunciaran las visitas. Muchas veces le vi leer en silencio. Nunca le vi hacerlo de otro modo.
San Agustín (Confesiones, Libro VI)

domingo, 15 de enero de 2012

FAIRBAIRN (BIOGRAFIA INTELECTUAL)



Presento a continuación una versión algo ampliada de la biografía intelectual que ofrecí hace un par de años y cuya exposición completa puede encontrarse en mi libro publicado por Ágora Relacional. Insisto en este autor, no porque considere que su obra es la única relevante en la formación del paradigma relacional en psicoanálisis, sino porque estoy convencido de que todavía no se le ha situado en el lugar destacado que en justicia le corresponde. Esto es cierto en la literatura anglosajona, pero llega a ser acuciante en castellano.



VIDA

La obra de Fairbairn es de una gran originalidad dentro del movimiento psicoanalítico, sobre todo si tenemos en cuenta la época en que fue realizada, años cuarenta y cincuenta principalmente. Parte de esta originalidad es atribuida por Ernest Jones a que Ronald Fairbairn desarrolló toda su carrera en Edimburgo, aislado de la comunidad psicoanalítica.

William Ronald Dodds Fairbairn (1889-1964) fue hijo único de una estricta familia calvinista, en la que dominaba un ambiente bastante restrictivo sobre la expresión de la sexualidad. Se destaca la figura de la madre, más preocupada por la disciplina y la vigilancia que por transmitir ternura, en una cultura que exigía un alto grado de conformidad hacia sus normas morales y formales. Durante los primeros años, su exigente madre llevaba una supervisión intensiva de todas sus actividades.

El rigor en las costumbres provocó en el hijo, según cuenta Sutherland discípulo y biógrafo de Fairbairn, una marcada timidez y escasa asertividad, además de una adherencia a la figura materna de por vida. El tabú victoriano sobre la sexualidad era tan fuerte que la curiosidad sexual del chico se convirtió para él en un asunto de angustiosa preocupación. Poco se sabe del padre, pero sí que padecía un síntoma neurótico recalcitrante: era incapaz de orinar en presencia de otros, incluso en casa, y no soportaba siquiera que hubiera alguien cerca de la puerta del lavabo. El hijo reprodujo la sintomatología en su etapa adulta.

Su Edimburgo natal poseía una gran tradición cultural con la presencia del famoso novelista Sir Walter Scott (1771-1832) y la influencia de la "ilustración escocesa", con autores de la talla de los filósofos David Hume y Adam Smith. No obstante, se trataba de una cultura en la que los principios religiosos y morales eran llevados a su máxima expresión, especialmente en lo referente al comportamiento sexual y en el respeto a los mayores.

En su juventud consideró seriamente la posibilidad de convertirse en pastor de la Iglesia Presbiteriana. Durante la Primera Guerra participó en la campaña contra los turcos, en Palestina, en 1917. Y fue durante esta época militar cuando se consolidó su interés por la psicología médica y la psicoterapia. Había visitado hospitales para oficiales con “trastornos nerviosos” y la observación de las neurosis de guerra le causó gran impresión.

Para entender la orientación de su pensamiento teórico conviene saber que antes de formarse como médico obtuvo un grado en la Universidad de Edimburgo, entre 1911 y 1914, sobre “Filosofía Mental” (Psicología) que incluía: lógica y metafísica, ética, teorías sobre la educación y filosofía del derecho y de la economía. Después estudió teología, griego y otras materias compatibles con sus aspiraciones religiosas. Pasó períodos como estudiante postgraduado en Alemania e Inglaterra, en Kiel, Estrasburgo (entonces perteneciente a Alemania) y Manchester.

Por aquellos tiempos la universidad escocesa era más afín a la filosofía continental que a la inglesa (Kant, Hegel, etc.). Entre las influencias de Hegel se señala: la relación peculiar del sujeto con el objeto, superadora de la escisión clásica, y el origen del deseo en una dicotomía amor-odio asociada con un objeto.

Se graduó como médico en 1923. Trabajó con niños y adolescentes en la Edinburgh University Psychological Clinic entre 1927 y 1933, cuando se abrió la Child and Juvenile Clinic, donde continuó colaborando hasta 1935, también prestó servicios en el Royal Edinburgh Psychiatric Hospital. Su interés particular iba dirigido al trabajo con niños y adolescentes, aunque luego como analista se dedicó exclusivamente a adultos. De esa primera experiencia proceden trabajos escritos en los años treinta sobre la infancia y la adolescencia, los niños maltratados y los abusos sexuales. Llega a ser profesor de la Facultad de Psicología, entre 1927 y 1935, pero abandona el puesto quizá por el rechazo de que era objeto el psicoanálisis por parte de los estamentos académicos. A partir de entonces se ocupó por completo en la práctica privada hasta su muerte en 1964. Durante la Segunda Guerra colaboró con el ejército como psiquiatra.

En 1921 comienza su análisis personal con el Dr. E. H. Connell, quien se había analizado con Ernest Jones. Connell, próspero hombre de negocios en Melbourne hasta que, interesado por el psicoanálisis, vendió sus empresas y se marchó a Edimburgo, al otro extremo del globo, para formarse en medicina y psiquiatría.

En 1929, cuando asiste al Congreso de la IPA, en Oxford, acababa de presentar su tesis doctoral sobre la disociación y la represión, donde citaba con abundancia a Janet y a Freud, inclinándose por las tesis del segundo. Además, mantenía contactos frecuentes con Ernest Jones y con Edgard Glover, que podían ser considerados sus mentores. Después de presentar un caso clínico importante – Aspectos en el análisis de una paciente con una anormalidad física genital (1931) - fue nombrado miembro asociado de la British Psycho-Analytical Society (BPS), y miembro de pleno derecho en 1939. Este reconocimiento es inusual pues no había realizado análisis didáctico ni su analista personal (Connell) era didacta, y solo puede ser atribuido a la calidad de los trabajos realizados.

Tuvo una hija y dos hijos varones de su primer matrimonio, que duró 26 años, hasta el fallecimiento de su esposa. Su primera esposa murió en 1952, después de años de alcoholismo. Fairbairn se volvió a casar en 1959. Por aquel entonces empezó a tener problemas de salud. En 1950 sufrió su primer ataque de influenza viral, y los ataques se fueron haciendo cada vez más graves.

EVOLUCIÓN DE SU PENSAMIENTO

Aunque extremadamente respetuoso con las tradiciones, Fairbairn aporta una obra muy novedosa, que no se justifica únicamente por el aislamiento geográfico, sino también por la aplicación de un criterio crítico independiente, reforzado por la profunda formación filosófica de sus años jóvenes. Nunca rompió oficialmente con el pensamiento freudiano, pero propuso una teoría alternativa de la motivación humana: la libido busca al objeto más que el placer, el contacto por encima de la descarga. El niño, por tanto, está orientado hacia los otros desde el inicio de la vida.

El comienzo de su etapa creativa más personal, alrededor de los años 40, está recogida en Estudio Psicoanalítico de la Personalidad (1952), el único libro que publicó en vida y el único traducido al castellano hasta la fecha. Aunque no debemos desatender sus trabajos tempranos, preparatorios en muchos casos a las innovaciones posteriores, que han sido agrupados sobre todo en el tomo II de sus obras selectas (1994). Ese volumen atestigua una amplísima cultura psicológica y un no menos profundo conocimiento de las obras de Freud. Fairbairn no era de la opinión de que psicoanálisis y psicología fueran dos campos de conocimiento distanciados. Asimismo hay artículos esenciales publicados en los años cincuenta, recogidos en el tomo I. Entre otros, citaremos el titulado Observaciones sobre la naturaleza de los estados histéricos (1954), donde además de exponer su teoría sobre la histeria, completa su descripción de la estructura intrapsíquica (endopsíquica), y, por otro lado, el magnífico repaso a sus recomendaciones técnicas que lleva por título Sobre la Naturaleza y los Objetivos del Tratamiento Psicoanalítico (1958).

Un punto de inflexión en su desarrollo intelectual se sitúa en 1934, cuando escuchó a Melanie Klein presentar la comunicación Psicogénesis de los Estados Maníaco-Depresivos, en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Después dijo sentirse decepcionado por la falta de aprecio de los analistas a la obra de Klein, que reaccionaron como si se tratara de herejías ante una creencia religiosa. Lo que más influyó en Fairbairn fue la concepción kleiniana de posición, estructuración peculiar de las relaciones con el entorno que se organiza de forma temprana, en la fase oral, previa a las otras fases del desarrollo psicosexual y al Edipo.

Melanie Klein en sus escritos parece aludir a procesos puramente intrapsíquicos que evolucionan con el estímulo, sólo parcial, de los acontecimientos externos. Para Fairbairn la maldad percibida en el objeto (la madre) procede de que éste no ha prestado la atención debida, mientras que para Melanie Klein esa maldad es exclusivamente interna, una consecuencia del sadismo intenso, innato provocado por la pulsión de muerte. La teoría de las relaciones objetales que propone Fairbairn anuncia una epistemología intersubjetiva, externalista. Un hecho le afectó profundamente fue la manifestación de una de sus primeras pacientes, tras varios años de terapia, que le dijo:

“Usted está siempre hablando de que yo quiero tener satisfecho tal o cual deseo, pero lo que yo realmente quiero es un padre”.

Desde el comienzo estuvo en contra de las concepciones energetistas en psicoanálisis y en su madurez afirmó que lo que busca la libido desde el inicio no es la descarga sino al objeto; el placer libidinoso, dirá, no es más que un medio para obtener al objeto. Además, si concebimos la libido en relación con el objeto, siempre estará de acuerdo con el principio de la realidad, sólo si se concibe sin relación con el objeto es cuando parecería seguir solo el principio del placer. Se trata, por tanto, de una falsa dicotomía. Si el niño pequeño solo buscara el placer no habría forma de explicar el paso al proceso secundario. Freud recurrió a partir de 1920 al mecanismo de la compulsión a la repetición para comprender el fenómeno de la adherencia neurótica a una experiencia dolorosa pero, comenta Fairbairn, si consideramos que la libido busca primariamente al objeto no es necesario recurrir a ese mecanismo. Rechaza el concepto de pulsión de muerte y entiende que la agresión es una reacción a la frustración de las necesidades libidinales. El principio del placer no es la forma primaria de la actividad humana sino, más bien un deterioro de la actividad basada en el principio de realidad, más naturalmente primario.

El entorno materno adquiere el rol agente en la aparición o no del trauma. Los trastornos del desarrollo se producen cuando la madre no hace sentir al niño que lo ama por sí mismo, como persona. A parte de la semejanza con el concepto de madre suficientemente buena, estas madres pueden ser tanto posesivas como indiferentes de una manera parecida a las madres erráticas de las que hablará Winnicott para referirse a las psicosis provocadas por el ambiente.

Entre las aportaciones teóricas fundamentales se cuenta también la introducción de la posición esquizo-paranoide en la base de la estructuración psíquica, por lo que la escisión psicótica es el fondo de toda personalidad, y su caracterización de las neurosis como formas de defensa ante las ansiedades básicas (psicóticas). Fairbairn elaboró igualmente una metapsicología propia y describió una estructura del psiquismo en términos de relaciones objetales, alejada de la freudiana.

ESTRUCTURA Y DEFENSAS

Ronald Fairbairn postula, en un artículo publicado en 1944, Las Estructuras Endopsíquicas Consideradas en Términos de Relaciones de Objeto, que el aparato psíquico debe estar constituido por los objetos introyectados o interiorizados. Si las pulsiones no pueden existir en ausencia de una estructura del yo - digamos, de un psiquismo - no es posible establecer una delimitación práctica entre el yo y el ello. Si los impulsos no pueden ser considerados a parte de los objetos – externos o internos – no son, en definitiva, más que los aspectos dinámicos de las estructuras endopsíquicas. La represión, según Fairbairn, se establece sobre los objetos malos internalizados, pero no sólo sobre ellos, también sobre las partes del yo que buscan establecer relaciones con estos objetos. El yo, por consiguiente, se fragmenta, y unas partes se oponen a otras, proceso no muy diferente del que sugiriera Freud en Duelo y Melancolía, de 1915. El yo y el superyó reprimidos son estructuras, pues lo que se reprime son estructuras, no impulsos.

La tópica que propone Fairbairn consta de cinco instancias: Yo Central (YC), Yo Libidinoso (YL), Saboteador Interno (SI), Objeto Rechazante (OR) y Objeto Necesitado (ON).

Yo Central (YC): no tiene su origen en otra estructura (el ello como postulaba Freud) ni es una estructura pasiva que dependa de las pulsiones. Es una estructura primaria y dinámica, de la que se derivan las otras estructuras mentales.

Yo Libidinoso (YL): se deriva del yo central y no es un mero depósito de impulsos instintivos, sino una estructura dinámica pero más infantil, menos organizada, menos adaptada a la realidad y más cercana a los objetos internalizados.

Saboteador Interno (SI): no es un objeto interno, sino una estructura del yo y está relacionado con un objeto interno, el Objeto Rechazante.

Para explicar los otros dos elementos (OR, ON) debemos advertir que para Fairbairn el niño se vuelve ambivalente hacia su madre porque ésta se convierte en un objeto ambivalente, a la vez bueno y malo. Entonces divide a la madre en dos objetos e internaliza el malo, porque siente que en su interior las situaciones están bajo su control. El objeto malo internalizado, a su vez, tiene dos facetas, una que frustra – el objeto rechazante (OR) - y otra que tienta y atrae – el objeto necesitado(ON)-.

El mecanismo responsable del proceso es la represión. La constitución de la estructura endopsíquica básica tiene lugar antes del Edipo. Lo que aporta el Edipo, en realidad, es la última capa en la estructuración del psiquismo. En el primer nivel el cuadro se encuentra dominado por la situación edípica misma. En el nivel siguiente está dominado por la ambivalencia hacia el padre del sexo opuesto y en el nivel más profundo está dominado por la ambivalencia hacia la madre. El Edipo es un fenómeno más sociológico que psicológico, cuya mayor importancia reside en que divide el objeto ambivalente en dos, siendo uno el objeto aceptado, identificado con uno de los padres, y el otro el objeto rechazado, identificado con el otro padre.

Pero, de manera más genérica, sugiere una crítica de las fases del desarrollo psicosexual de Freud-Abraham. Lo importante no es el canal sino la naturaleza de la actitud emocional personal, ya sea libidinal, sádica, destructiva o inhibida. Y en consecuencia se puede afirmar que el adulto no es maduro porque sea genital, sino que es capaz de relaciones genitales adecuadas porque es maduro. Ronald Fairbairn diferencia tres fases principales en el desarrollo:

· Dependencia Infantil

o Oral primaria

o Oral secundaria

· Transición

· Dependencia madura

La fase oral, por tanto, como ya ocurría con Melanie Klein pasa a ser el fundamento de la organización del psiquismo y la época en que se forman las dos posiciones: esquizo-paranoide y depresiva. La caracterización de la posición esquizoide es una aportación original de Fairbairn, que introduce a partir de un artículo publicado en 1940, Factores Esquizoides de la Personalidad, aceptada con reparos por M. Klein. Esta es la posición básica de la psique y cierto grado de disociación está presente de forma invariable en el nivel mental más profundo. En el esquizoide la intensa necesidad de un buen objeto de amor coincide con un temor igualmente grande a las relaciones objetales. Sin embargo, lo que aparece ante el exterior es una máscara de distanciamiento y apatía emocional.

Las psicosis son una manifestación de la dependencia infantil y de angustias primitivas, esquizoides y depresivas, mientras que las psiconeurosis son una defensa contra dichas angustias o, dicho en otras palabras, los estados esquizoides y depresivos no pueden ser considerados defensas, sino que son algo de lo que el yo se defiende.

Se identifican cuatro técnicas para defenderse de las angustias primitivas:

TÉCNICA

OBJETO ACEPTADO

OBJETO RECHAZADO

OBSESIVA

Internalizado

Internalizado

PARANOIDE

Internalizado

Externalizado

HISTÉRICA

Externalizado

Internalizado

FÓBICA

Externalizado

Externalizado

La técnica paranoide consiste en expulsar fuera o proyectar el objeto rechazado. La técnica obsesiva es más desarrollada porque trata la excreción no sólo como la expulsión de un objeto malo (perseguidor), sino también como la separación de un objeto (en parte bueno) que puede ser perdido, con lo que se pone en funcionamiento la necesidad de controlarlo, es decir, retenerlo. El fóbico, como el paranoide, coloca el objeto rechazado en el exterior, pero no para reaccionar ante él con hostilidad sino para huir del mismo. El histérico, como el obsesivo, internaliza el objeto malo pero no intenta dominarlo sino que, como el paranoide, lo rechaza, usando en cambio la represión y la disociación. En definitiva, el obsesivo retiene e intenta dominar ambos objetos, el fóbico los trata ambos como externos, busca huir del malo y refugiarse en el bueno. El paranoide externaliza el objeto malo y lo ataca, y acepta el objeto bueno en su interior, identificándose con él, mientras que el histérico hace lo contrario, externaliza el objeto bueno y se adhiere a él e internaliza el objeto malo y lo rechaza en su interior.

RECOMENDACIONES TÉCNICAS

Como sugiere Fairbairn en un artículo escrito en 1958 debemos suponer que el paciente ha sufrido importantes deprivaciones en la infancia y acude a nosotros con un intenso anhelo por lograr relaciones objetales. Puesto que la situación analítica ortodoxa impone la deprivación de las relaciones objetales con el analista (principio de abstinencia), su efecto es la reproducción de la deprivación originalmente sufrida. Esta situación propicia una regresión en el paciente que se adhiere al principio del placer y al proceso primario, como técnicas defensivas, es decir, no como fenómenos auténticamente primarios sino como reacciones a las carencias iniciales. La utilidad de la regresión terapéutica fue subrayada por Winnicott -y por Ronald Laing y el movimiento antipsiquiátrico por él fundado en los años setenta-. Sin embargo, Fairbairn se situaba en contra de la regresión como procedimiento terapéutico. Sin pretender dar una explicación completa a esta diferencia de postura, tal vez esto se deba al hecho de que él trabajaba con pacientes esquizoides, narcisistas y límites, ya de por sí regresivos.

En cuanto a dos conceptos centrales de la terapia psicoanalítica, transferencia y resistencia, Fairbairn era de la siguiente opinión. La resistencia proviene del mantenimiento del mundo interno del individuo como un sistema cerrado. La transferencia puede entenderse como una forma de resistencia pues deriva de la fijación a los objetos internos y consiste en convertir al analista en uno de esos objetos internos.

La tarea terapéutica debe entenderse como el intento por reducir la escisión original del yo, recuperando las partes escindidas y colocadas en las instancias auxiliares, pulsiones y objetos parciales. Este intento produce resistencia en el paciente, resistencia que sólo puede ser superada cuando la transferencia ha llegado a un punto en que el analista se vuelve un objeto bueno, tan bueno que el paciente se atreve a exteriorizar sus objetos malos inconscientes. El psicoterapeuta, por consiguiente, se presenta como un “sucesor del exorcista” cuya misión no es tanto perdonar los pecados como desalojar los demonios. En psicoterapia la culpa actúa como una resistencia, como una defensa adicional a la represión, por lo que no es adecuado centrarse en la culpa edípica. El objetivo de la psicoterapia no es tanto analizar la culpa o los conflictos inconscientes sino hacer salir los objetos malos interiorizados.

INFLUENCIAS POSTERIORES

Fairbairn debe ser considerado un antecedente directo de la teoría de las relaciones objetales actual (Kernberg), del psicoanálisis vincular en Argentina (Pichon-Riviere, Bleger, Kesselman y otros) y de formas más sofisticadas de psicoanálisis interpersonal o intersubjetivo en boga (Mitchell, Stolorow, Benjamin). Igualmente anticipa muchos aspectos de la psicología psicoanalítica evolutiva del niño (Bowlby, Stern, Beebe). La afinidad con posturas mantenidas por Winnicott poco después es evidente, aunque personalmente se mantuvieron alejados. Salvo sus dos discípulos directos – Guntrip y Sutherland - ningún autor se declara fairbairniano puro. En consecuencia, no creó escuela y su obra no ha disfrutado de gran difusión durante los últimos cuarenta años. La razón de esto, como recientemente se ha sugerido, reside probablemente en que su apartamiento de los fundamentos epistemológicos del psicoanálisis freudiano fue de tal magnitud que no resultó fácil para los contemporáneos asimilar su obra, menos aún en una época de gran debate sobre lo que era y lo que no era psicoanálisis. Esta situación se ha modificado en gran medida desde la aparición de la biografía escrita por John Sutherland (1989) y publicación de sus obras inéditas, en los años noventa del pasado siglo (Fairbairn, 1994). Muchas de sus sugerencias necesitan ser aplicadas o desarrolladas en un esquema general del psicoanálisis que todavía no se ha alcanzado. Uno de los aspectos nucleares de su epistemología es la crítica a la escisión freudiana entre energía y estructura.

REFERENCIAS

Fairbairn, W.R.D. (1931). Aspectos en el análisis de una paciente con una anormalidad física genital. En Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978 (parte segunda, cap. II). (Features in the analysis of a patient with a physical genital abnormality).

Fairbairn, W.R.D. (1940). Factores esquizoides de la personalidad. En Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978.

Fairbairn, W.R.D. (1944). Las estructuras endopsíquicas considerdas en términos de relaciones de objeto. En Fairbairn, W.R.D. (1952a). Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978. (Endopsychic structure considered in terms- object-relationships.., International Journal of Psychoanalysis, 25:70-93).

Fairbairn, W.R.D. (1952). Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978. (Psychoanalytical Studies of the Personality. London: Tavistock Press, de 1952, reimpresión en 1994).

Fairbairn, W.R.D. (1954). The Nature of Hysterical States. En ‘From Instinct to Self’. Selected Papers of W.R.D. Fairbairn. David E. Scharff & Ellinor Fairbairn Birtles (1994) (eds.) N.J.: Jason Aronson (vol. I, Cap. 1). (Observations on the nature of hysterical states. British Journal of Medical Psychology, 27, 3, 106-125). Versión castellana en Saurí, J.J. (comp.)(1984). Las Histerias. Buenos Aires: Nueva Visión.

Fairbairn, W.R.D. (1958). On the Nature and Aims of Psychoanalytical Treatment. En Selected Papers of W.R.D. Fairbairn. David E. Scharff & Ellinor Fairbairn Birtles (1994) (eds.) N.J.: Jason Aronson (vol. I, Cap. 4). (On the nature and aims of psychoanalytical treatment, International Journal of Psychoanalysis, 39: 374-385).

Fairbairn W.R.D. (1994). From Instinct to Self. Selected Papers of W.R.D. Fairbairn. David E. Scharf & Ellinor Fairbairn Birtles (eds.) N.J.: Jason Aronson (2 vol.).

Grotstein, J. & Rinsley, D. (comps.) (1994). Fairbairn and the Origins of Object Relations, New York: Guilford

Pereira, F. y Scharff, D.E. (comps.) (2002). Fairbairn and Relational Theory. London: Karnac Books.

Rodríguez Sutil, C. (2003). Contribución de W.R.D. Fairbairn al estudio de la patología de la personalidad. Intersubjetivo, 5, 2, 155-162.

Scharff, J.S. y Scharff, D.E. (comps.) (2005) The Legacy of Fairbairn and Sutherland. Psychotherapeutic Applications. Londres: Routledge.

Sutherland, J.D. (1989). Fairbairn’s Journey into the Interior. Londres: Free Association Books.

miércoles, 4 de enero de 2012

comienzo de año

PARA COMENZAR EL AÑO, Y COMO REGALO, NO SE ME OCURRE NADA MEJOR QUE ESTA IMAGEN DEL ARTISTA FRANCÉS BENJAMIN LACOMBE. APARECE ALICIA - CON UN PARECIDO QUIZÁ INTENCIONADO A UMA THURMAN - DOMINADA POR UN INQUIETANTE GATO DE CHESHIRE. ¿SERÁ UN OBJETO INTERNO-EXTERNO?

DE NUEVO CON LA PERSONALIDAD HISTÉRICA

Los últimos sistemas clasificatorios de los tipos de personalidad han estado a punto de eliminar la personalidad histérica o histriónica por...