domingo, 5 de diciembre de 2010

ALGUNAS CONSIDERACIONES RELACIONALES SOBRE TRANSFERENCIA Y CONTRATRANSFERENCIA

Una de las ocasiones privilegiadas en las que el grupo interno se pone de manifiesto es en el vínculo transferencial, no como algo que antes estuviera oculto – ya decía Freud que en la vida cotidiana se producen “transferencias”- sino como muestra del estilo relacional de la persona. El genio de Freud se mostraba en la forma de enfrentarse a los obstáculos y convertirlos finalmente en ventajas. Así cuando se topó con dificultades insalvables en el uso de la hipnosis cambió de técnica, gracias a la famosa intervención de Breuer con su paciente Ida Bauer (Anna O), empleando la cura por la palabra sin ningún instrumento intermedio, lo que dio origen al diálogo psicoanalítico tal como lo conocemos. De manera análoga, la transferencia, que en un principio se presentaba como un obstáculo en el proceso de la cura, terminó convirtiéndose en el objeto de la misma: “La transferencia, destinada a ser el mayor obstáculo del psicoanálisis, se convierte en su más poderoso auxiliar cuando el médico consigue adivinarla y traducírsela al enfermo”. Teniendo en cuenta los afectos de amor y odio, puestos en evidencia por Ferenczi, diferenciará después entre transferencia positiva (erótica) y transferencia negativa (hostil), aunque ambas pueden ser igual de perjudiciales para la buena marcha de la cura analítica. Opina que para hacerlas evidentes y facilitar su interpretación el analista debe mantenerse neutro ante los fenómenos de odio y amor, como un espejo o, como muchos han afirmado después, como una pantalla blanca o pantalla proyectiva. La transferencia está ligada a prototipos o imagos – concepto cercano al de “cliché” – como son el padre, la madre, el hermano o hermana, etc. Al principio se había considerado la transferencia como una resistencia más, después, sin negarle esa naturaleza, con la introducción del concepto de “neurosis de transferencia”, pasa a considerarse aquello de lo que hay que “curar” al enfermo. A fin de cuentas no es posible dar muerte a algo “in absentia o in efigie”. Por otra parte, sin que se interprete y elimine la transferencia, los resultados del tratamiento solo serán incompletos y provisionales. Por consiguiente, el psicoanálisis pasó de ser un método dirigido a reconstruir el pasado del paciente, y a perseguir el síntoma en ese pasado, a ser más bien un método para investigar las situaciones y relaciones internas, y su influencia en la experiencia y la conducta actuales.

A diferencia de los psicólogos del yo, lacanianos y kleinianos insistieron en la importancia de analizar la transferencia negativa u hostil desde el primer momento. Sin embargo, en lo que las tres principales escuelas mostraron un acuerdo general fue en la observación de la transferencia como un fenómeno exclusivo del paciente, ante el que el analista debe oponer la razón, afinando su instrumento principal, la interpretación. En la práctica esto lleva al analista a desempeñar un papel extremadamente asimétrico respecto al del paciente. Prueba de ello es la dificultad o poco interés por elaborar el concepto de contratransferencia. Lacan, como ocurría con Freud, prácticamente nunca alude a él. La tradición psicoanalítica presentaba la regla de neutralidad como principio inamovible, con un terapeuta, previamente analizado, conocedor y controlador de su inconsciente, y un(a) paciente desconocedor absoluto de sus motivaciones profundas, que debe rendirse al criterio del terapeuta.

Lacan critica a los psicólogos del yo por definir la transferencia en términos de afectos. La transferencia, afirma, no tienen nada que ver con una propiedad de los afectos, aunque se produzcan afectos y emociones, solo adquieren significado en el momento dialéctico en que se produce la transferencia, consiste en la estructura de la relación intersubjetiva, y tiene que ver sobre todo con lo simbólico, no con lo imaginario. La transferencia eficaz se identifica con el acto de palabra (speech act); cada vez que hablamos a otra persona de una manera auténtica se produce transferencia simbólica; algo ocurre que cambia la naturaleza de los dos seres presentes. En su aspecto simbólico (la repetición) la transferencia permite el progreso de la terapia, al permitir la revelación de los significantes en la historia del sujeto, mientras que los aspectos imaginarios, como son el amor y el odio, en realidad actúan como resistencia. El psiquiatra francés parece desconfiar de afectos o emociones. Lo que nos debe guiar es el símbolo, celosamente guardado por el analista ante un paciente-discípulo que quiere saber.

En el análisis de orientación kleiniana se tiende a tomar todo el material producido por el paciente en su asociación libre como objeto de una interpretación transferencial inmediata, aunque en apariencia no se refiera al analista. Si bien Klein no se refirió en ningún lugar a la contratransferencia, que yo sepa, el concepto de identificación proyectiva dio lugar a numerosas aplicaciones y desarrollos teóricos sobre las reacciones del terapeuta ante la transferencia del paciente (véase el concepto de “contraidentificación proyectiva”).

Para descubrir una línea de evolución histórica menos marcada por la asimetría interpretativa, debemos recurrir a Sándor Ferenczi, quien amplió la extensión del concepto de “transferencia”, sobre todo al final, en su Diario Clínico de 1932, llegando a considerarla presente en todo momento en la terapia, pero también introdujo el concepto de “relación real”, que tiene en cuenta el influjo del terapeuta, su hostilidad y amor, en la relación terapéutica, es decir, aspectos relacionados también con la contratransferencia. No obstante, como es sabido, Ferenczi cayó en desgracia – calumniado y desprestigiado por su enemigo Ernest Jones - y su gran aportación al psicoanálisis clínico fue desatendida durante largos decenios.

Para Fairbairn la mayor fuente de resistencia es el mantenimiento del mundo interno como un sistema cerrado. Por tanto, una forma de entender el tratamiento psicoanalítico es como un intento por abrir brechas en ese sistema, haciéndolo accesible a las influencias de la realidad exterior. Si el sistema está cerrado, la relación con un objeto externo sólo puede tomar la forma de la transferencia: el objeto externo es tratado como un objeto interno. Con lo cual la interpretación de la transferencia no es suficiente para producir un cambio, es necesario que la relación con el terapeuta se desarrolle hasta convertirse en una relación real entre dos personas, lo suficientemente buena como para que el paciente se permita abrirse. Esta sugerencia no parece incompatible con Winnicott cuando afirma que la transferencia convierte a la otra persona en un objeto. La tarea del analista es paradójica, dice Winnicott, no consiste en aceptar o en rechazar el ser un objeto, sino en aprender del paciente cómo convertirse en un objeto utilizable por él.

La transferencia como producto exclusivo del paciente ante la presencia de un analista neutral, que actúa como espejo o pantalla, fue la versión aceptada sin fisuras quizá hasta los trabajos de Merton Gill, de finales de los setenta, en los que subrayó la imposibilidad de un terapeuta totalmente neutral y situó la transferencia y la resistencia en el contexto de la relación interpersonal. A partir de entonces, el significado del término pasó de ser considerado una mera proyección a la idea de que las reacciones del paciente pueden estar originadas en deducciones acertadas a partir de indicios que el analista no puede evitar producir. La transferencia incluye las reacciones espontáneas y naturales del paciente a la situación actual, en la que el terapeuta es un objeto real. Ninguna persona puede ser una pantalla totalmente en blanco, si bien esta creencia reporte cierta tranquilidad. Hay que entender que en la práctica clínica, la neutralidad y la asimetría extrema son las que hacen surgir fenómenos notables de transferencia que desgraciadamente dejan fuera de nuestro campo de observación lo que es la auténtica relación terapéutica (Ávila).

La transferencia, en el sentido freudiano, como traslación de imágenes o representaciones del pasado, y las ansiedades asociadas, a la relación actual, se convierte de forma más o menos explícita en la concepción de que el paciente siempre produce una representación errónea de la realidad o, para ser más precisos desde la crítica de género, como una equivocación de ‘la’ paciente en contraste con la representación correcta del analista varón (Orange). Analista y paciente, gracias al concepto de transferencia, aparecen como “entes flotantes” que se influyen sin entrar en relación. Cuando se asume la idea de que lo que la persona actúa en el contexto real son esquemas de funcionamiento (externos) y no imágenes (internas), de inmediato hay que proclamar que los esquemas se activan y no se trasfieren. Hay que entender la transferencia, sin más, como la forma de organizar el presente según la experiencia del pasado (Coderch).

La transferencia del “objeto-self” de Kohut puede ser tomada en el sentido de que el paciente anhela el vínculo con el analista para compensar carencias evolutivas, o bien, en otro sentido, el paciente busca compensar principios organizativos invariantes (un mundo cerrado), una dimensión repetitiva de la transferencia. En la primera forma, el paciente busca algo que ha perdido, en la segunda se busca un antídoto contra algo abrumadoramente presente. La primera forma para Lacan posiblemente sería la transferencia desde lo imaginario, que solo sirve como resistencia por parte del paciente o del terapeuta, sin embargo para Kohut y los psicoanalistas relacionales su consideración ha supuesto un gran avance respecto a lo que tradicionalmente no ha sido tenido en cuenta y que, por añadidura, comporta la parte efectiva del cambio en el tratamiento. La psicoterapia siempre será un proceso de influencia mutua pero, inevitablemente, también asimétrica, por la diferenciación de roles derivada de la especial responsabilidad y autoridad del terapeuta.

Entiendo que la elaboración y propuesta de una técnica analítica relacional se enfrenta a dos obstáculos. El primero tiene que ver, en consonancia con lo dicho hasta ahora, con que cada situación analítica es personal, de dos personas y, por tanto, no totalmente generalizable. Pero algún conocimiento general acumulado hay en nuestro haber es decir, esa sabiduría de la phrónesis de algún modo nos debe permitir la elaboración de reglas que, sin tomarlas como normas de obligado cumplimiento, sirvan para orientar la práctica futura. Recomendaciones laxas. En otro caso, me pregunto, qué sentido tendría mantener la supervisión terapéutica. Admitiendo, lo que no es poco, que los compañeros veteranos fuéramos más “sabios”, qué apoyo tendría la inferencia de que esa sabiduría sirva para juzgar y orientar, de manera no dogmática, una interacción terapéutica en la que no nos hallamos presentes. Aunque me siento inclinado a aceptar que la psicoterapia psicoanalítica debe asentarse en una analítica existencial, opino que el hombre no es solo persona sino que el enfoque de ciencia natural, de técnica, nunca puede estar ausente de nuestra labor. Nuestra ciencia, en cuanto práctica, nunca será nomotética en exclusividad, pero un enfoque idiográfico puro corre también el riesgo de perderse en el detalle efímero. Sólo somos capaces de comprender mediante categorías, aunque nuestra ciencia sea comprensiva y no deba confundirse con una técnica cuantitativa posiblemente siempre estará a caballo entre lo humano y lo natural.

El segundo obstáculo es más de corte moral. Si intento ofrecer un inventario, aunque sea somero, de los diferentes contextos que se crean con diferentes tipos de pacientes, desde una perspectiva relacional, dejaría mis rasgos personales totalmente expuestos, mitad ejercicio de exhibición narcisista, mitad confesión culposa. Este autodescubrimiento público es probablemente el motivo de que no se haya avanzado mucho en la elaboración de la constratransferencia hasta la llegada del enfoque relacional. Por “contratransferencia” se entiende la experiencia subjetiva y las reacciones, principalmente inconscientes, que surgen en el analista a partir de su implicación en la terapia con un paciente concreto. En la actualidad se destacan en especial los aspectos no verbales en el manejo de la interacción, reduciendo así el rol de la interpretación como instrumento casi exclusivo de la psicoterapia psicoanalítica.

La historia seguramente habría sido otra sin el importante artículo que – a pesar de fuertes presiones - publicó Paula Heimann en 1950. En él muestra su sorpresa al descubrir que muchos candidatos se sentían culpables cuando tomaban conciencia de que experimentaban algún tipo de sentimiento hacia sus pacientes. Lo habitual era pretender que se controlaba toda respuesta emocional y mostrarse “despegados” (detached). Heimann recuerda que Sándor Ferenczi – autor que por entonces no se solía citar - recomendaba que a veces el terapeuta debía expresar sus sentimientos de manera abierta. Esta discípula de M. Klein – por entonces – fiel a la ortodoxia - resaltó la importancia de la contratransferencia como instrumento para comprender al paciente, pero consideraba que es una creación exclusiva del paciente, es una parte de su personalidad.

Si desde los orígenes del psicoanálisis se identificó la contratransferencia como un impedimento del proceso, Freud también señaló en el analista un mecanismo positivo y facilitador, el instrumento analítico, como modelo para la sintonización empática. El analista debe orientar hacia lo inconsciente emisor del sujeto su propio inconsciente mediante la atención flotante, como órgano receptor, sirviéndose así de su inconsciente como de un instrumento. Por otra parte, no ha de tolerar en sí resistencia ninguna, puntos ciegos que aparten de su conciencia lo que haya descubierto, para lo cual Freud recomienda que el analista debe someterse a un análisis previo.

El psicoanálisis relacional actual pone el acento la matriz interaccional que se construye, tanto con la transferencia como con la contratransferencia, y en la capacidad mutativa de la interacción analítica, y no sólo de la interpretación. Esto se enmarca en la superación de la dualidad clásica sujeto-objeto (interior-exterior), también de la descripción del comportamiento como una secuencia de acción y reacción o de agente y paciente. En el campo común co-construido por paciente y terapeuta, se pueden mostrar los estilos básicos adquiridos históricamente por cada uno de ellos, pero dentro de una realidad nueva que es la interacción terapéutica en el aquí y ahora. La transferencia no tiene que ver tanto con la regresión, el desplazamiento o cualquier forma de distorsión, sino con la asimilación de la relación analítica a las estructuras del mundo subjetivo del paciente. Una forma más de organizar la experiencia y crear significado.

La práctica relacional está indagando sobre los aspectos curativos del propio desvelamiento del terapeuta, no solo de lo que se consideraría sentimientos contratransferenciales, sino también de su naturaleza y raíz en la historia personal y la personalidad del terapeuta. Desde la actual psicología del self, en lugar del principio de abstinencia – una de las normas regias del psicoanálisis freudiano - se prefiere hablar de responsividad óptima (Bacal y Herzog). El terapeuta que funciona en el registro de la responsividad óptima tiene en cuenta tanto los marcadores o señales que el paciente da de lo que espera de las respuestas del terapeuta, así como de las reacciones del paciente a las respuestas percibidas. Estas señales, presentes desde los primeros contactos, dan información muy valiosa sobre las necesidades de objeto sí-mismo que no han sido satisfechas por los cuidadores anteriores. La oportunidad que ofrece la relación terapéutica se constituye como una segunda oportunidad para el desarrollo emocional, dentro del proceso analítico, que se ofrece, según comenta Ávila, como una relación desconfirmadora de lo patógeno, con las características de un vinculo fundante complementario. En este registro encontramos asimismo el concepto del enactment, esto es, una conjunción intersubjetiva en forma de puesta en escena entre los dos partícipes del vínculo, basada frecuentemente en la sintonía comunicacional a nivel local, que puede incluir patrones de experiencia derivados de procesos antes categorizados de transferencia-contratransferencia. Pero del enactment ya he tratado con anterioridad en estas páginas.

viernes, 3 de diciembre de 2010

PETICIÓN DE TERAPIA POR PARTE DE CONOCIDOS Y AMIGOS

Recientemente me ha tocado responder por escrito a una pregunta que me vienen planteando desde hace años compañeros que comienzan, y aprovecho la ocasión para publicar mi respuesta aquí. No pretendo en absoluto sentar cátedra sino comunicar mi opinión sobre el tema y, si acaso, iniciar una amistosa polémica con quien disienta sobre ella. El enunciado de la cuestión es: ¿Qué hacer cuando un conocido, amigo o familiar nos pide que le atendamos en consulta? A menudo esta petición se acompaña, ante nuestra reticencia, del argumento de que con nosotros tiene confianza y le resultaría más fácil hablar. No recuerdo de momento ninguna publicación que trate el asunto de manera estricta, quedando, por tanto, al sentido común práctico de los profesionales. Está claro que si tienes que señalar al paciente cosas dolorosas o molestas - ¿y en qué psicoterapia que se precie no ocurre esto? - siempre se aceptarán mejor si vienen de un profesional "neutral" y en ese sentido será mejor que no haya ninguna relación previa que se pueda resentir. En los tiempos gloriosos quizá no era así; Freud, por ejemplo, analizó a su hija Anna, posiblemente porque ninguno de sus discípulos se habría atrevido a tanto, y hubo otros casos parecidos. Como consejo general diría que conviene que no haya ningún conocimiento previo entre terapeuta y paciente y, en cualquier caso, es recomendable que no sean familiares o amigos o haya posibilidades claras de relación estrecha en el futuro, al menos mientras la terapia dure. Tampoco es conveniente atender a dos personas de la misma familia o pareja de manera simultánea, pero es desaconsejable también aunque haya pasado el tiempo, pues el primer paciente tiene derecho a conservar la posibilidad de retomar la terapia cuando lo desee o necesite y las circunstancias lo permitan. Fuera de eso, no me parece incompatible, por ejemplo, que un paciente que atiendo durante un tiempo asista a un curso que imparto.
Cuando alguien conocido te solicita atención bajo esos condicionantes, como es que contigo tiene más confianza, normalmente abriga la esperanza de que tú le ofrezcas un trato de favor y no le digas cosas que no quiere oír, cuando no una solución mágica e inmediata a sus problemas. Ya se sabe que el público lego se mueve en una dicotomía marcada respecto a los profesionales de la psicoterapia: o bien somos inútiles y no sabemos nada, o bien somos hechiceros con poderes ocultos. Como detalle adicional, el solicitante puede estar aprovechando, de manera premeditada o no, tu situación de terapeuta en formación, es decir, aprendiz de brujo todavía tiernito/a. Si te niegas de manera amable pero firme, das una imagen de profesionalidad. No obstante, recomiendo un manejo flexible de esta demanda. Si el conocido está expresando de forma razonable una necesidad que parece real, suelo proponer una entrevista, que no cobro, preferentemente en mi despacho, en la que puedo ofrecer mi opinión personal-profesional sobre el motivo de consulta,
si es necesario – cosa que no ocurre siempre - recomiendo de nuevo que se consulte a otro colega y sugiero algún nombre en caso de que se me pida. Esto suele ser suficiente. Cuando no es así, me cierro ante cualquier prolongación.

La vivencia del esquizoide según Pietro Citati

 No he encontrado tan bien descrita la vivencia esquizoide en los libros de psicopatología. Leemos en el libro de Pietro Citati. La Luz de l...