Abrí la puerta y entró el (la) cliente-paciente imaginario(a) [NOTA: una vez demostrada mi buena voluntad para evitar un lenguaje discriminador de género me tomo licencia de seguir escribiendo con el género femenino.] Tras los saludos de rigor le pido (a ella) que se siente en el cómodo sillón dispuesto para las visitas. Y hago mi pregunta habitual:
T: Dígame qué es lo que la trae por aquí.
C: Sí, quería hacerle algunas preguntas sobre la duración de la psicoterapia.
T: A su disposición.
C: Tengo entendido que la psicoterapia psicoanalítica es muy larga y, claro, me quería informar sobre ello antes de tomar una decisión.
T: Es cierto que las diferentes variedades de la psicoterapia dinámica se presentan en principio como más prolongadas que otros tipos de terapia, en especial la terapia de orientación cognitivo-conductual, incluso existen compañías aseguradoras y servicios sanitarios que sólo proporcionan este tipo de tratamiento, cuando ofrecen algo.
C: En cambio usted…
T: Si no te molesta, podemos cambiar al tuteo.
C: Me suena que eso es poco ortodoxo.
T: Sí, los terapeutas relacionales no somos muy ortodoxos.
C: Pues repito, tú en cambio no te has decantado por la terapia cognitivo-conductual, aunque consigue sus resultados en menos tiempo.¿Por qué?
T: Si bien conozco esa orientación de primera mano, no me decidí por ella, no tanto pensando en mi beneficio personal, pues en ciertos ámbitos de poder eso me habría reportado, estoy convencido, importantes ventajas, sino porque no creo que esas formas de terapia breve sean realmente la solución del motivo que trae al paciente a consulta. De entrada ese es un asunto que necesita atención profunda, me refiero al motivo de consulta, normalmente desconocido del todo o en parte por la propia persona. Con esto no insinúo que los resultados de las terapias cognitivo-conductuales (TCC) sean pobres. Precisamente estoy seguro de que lo que pretenden, que es resolver problemas bien delimitados en poco tiempo, salvo las excepciones de rigor no achacables al método, lo consiguen con regularidad, incluso a menudo con mejores resultados que nosotros. Por eso, cuando alguna persona me consulta por un problema concreto, solicita resultados comprobables y rápidos, y no está dispuesta a indagar en aspectos amplios de su situación vital, le recomiendo que acuda a alguna colega que siga ese enfoque, pues existen profesionales muy buenas.
C: ¿
T: Sí, a pesar de todo yo me “resisto”. Porque opino que los síntomas psicológicos cumplen una función y si se les hace desaparecer – si se consigue, lo que tampoco es tan fácil – no es que se vuelvan a reproducir – esa no es mi crítica frente a la TCC- sino que algo importante queda enterrado. Desde un punto de vista estrictamente funcionalista, hay sólidas razones para suponer que de esa forma se evita hacer frente a los problemas principales que limitan a la persona, aunque sea con la connivencia de ella misma. En lenguaje analítico, “alimentamos las resistencias”. No obstante, el derecho a resistirse puede reclamar la misma dignidad que el resto de los derechos humanos. Por eso yo siempre busco la aceptación de la persona, desde el conocimiento del método y su duración, dicho de otra forma, la “aceptación informada”. Si me meto en su vida es porque me da permiso.
C: Pero nada impide que una terapeuta de orientación cognitivo-conductual, una vez resueltos los síntomas, total o parcialmente, continúe indagando con la persona para intentar descubrir la función que cumplían dichos síntomas en su contexto vital del aquí y ahora.
T: Desde luego, y eso es lo que hacen las colegas a las que más respeto. Pero, a parte de que ya supone alargar la duración de la terapia, al final el enfoque que se sigue será muy semejante al de una terapia de tipo psicodinámico. Y para esto creo que la mejor base – me sale decir “background”- es la que se deriva de la tradición psicoanalítica, con un estilo peculiar en el análisis de los problemas, en el trato con la persona, y con la ayuda de lo que se ha dado en llamar “oído analítico”. Llegados a este nivel, ya ha habido unos cuantos autores que han señalado la existencia de numerosos factores comunes a las diferentes psicoterapias. Pero opino que esos “factores comunes” han sido mejor atendidos por la terapia analítica, siempre que esté guiada por la empatía y se aleje de una supuesta frialdad y neutralidad ortodoxa, y posiblemente también por la terapia sistémicas y los enfoques humanistas y existenciales, pero mis conocimientos de ellos son muy superficiales.
C: Bueno, supongamos que me has convencido de que la terapia psicoanalítica relacional es el tratamiento de elección en mi caso. Sigo sin saber cuánto dura y si la inversión de tiempo y dinero que supone será compensada por los resultados.
T: Para contestar a tu pregunta voy a empezar por el final. Los únicos que aseguran el resultado de su tratamiento son los curanderos y los charlatanes, y supongo que no todos. Pero además yo tampoco puedo asegurar el resultado porque no depende sólo de mi, sino de la actitud de la persona de cara a la tarea, a su tarea, y de la buena adaptación que tengamos los dos de cara a la misma, es decir, que logremos formar un buen equipo de trabajo. Mi tarea supone también, aunque esto no lo suelo aclarar y menos al principio, indagar en mis propias vivencias y reacciones ante lo que la persona me ofrece, y yo le ofrezco, en la relación y en los asuntos tratados. El concepto del tiempo es uno de los más inasibles y de ambigua definición, no tanto desde el punto de vista de la física moderna como de la vivencia individual. Como observación general, mantengo que lo más importante no es el tiempo transcurrido entre una y otra fecha sino lo que se hace en ese intervalo, cómo se llena el tiempo. Hagamos lo que hagamos el tiempo siempre pasará y nos podemos ver más viejos y sin haber resuelto en absoluto cuestiones vitales. Por otra parte, la terapia no sólo se realiza en el cara a cara de las sesiones programadas, sino que cuando el proceso es fecundo la persona sigue elaborando con mente analítica en muchos momentos de su vida cotidiana y seguirá con esa actitud incluso después de terminado el tratamiento. Yo todavía recuerdo cuestiones relevantes que surgieron en mi propia terapia y me sirven para entender situaciones actuales.
C: ¿Entonces, me estás hablando de años?
T: En principio sí. Dependiendo de la frecuencia de sesiones semanales – yo trabajo con una, dos y, más raramente, tres sesiones a la semana – y del buen funcionamiento del equipo terapéutico (terapeuta-paciente), según mi experiencia el proceso no suele durar menos de tres años, o incluso cuatro, a veces más, a veces menos. Los problemas que se tratan en consulta no surgieron de la nada sino que habitualmente proceden de las primeras etapas y es preciso remitirse a ellas para entenderlos y cambiarlos. Nos interesa el pasado, desde luego, pero sólo en la medida en que sigue actuando en el presente e impide el disfrute y el trabajo productivo y la planificación adecuada del futuro. Conviene advertir que las terapias que van bien – porque la persona va resolviendo conflictos y se va encontrando mejor o bien está peor pero porque se está logrando enfrentar a situaciones que antes eludía – son las que con mayor facilidad se prolongan en el tiempo, aunque la inversa no siempre se cumple. No es habitual, pero puede darse una terapia prolongada con escasos o nulos resultados.
C: Pero eso no está bien.
T: Bueno, salvo que se produzca un retroceso inesperado, a mi entender poco frecuente, yo soy el primero que no está dispuesto a continuar un tratamiento que no lleva a ningún sitio pues no me parece profesionalmente admisible. En ocasiones se lo he planteado a la persona y he señalado un plazo temporal – por ejemplo, hasta finales de año, o hasta el verano – para que cambiara la dinámica y en algunos casos ha sido efectivo y en otros no.
C: En cualquier caso, el coste es muy elevado.
T: Como ocurría con la cuestión del tiempo, el asunto del coste es también relativo, especialmente si lo comparamos, por ejemplo con otras inversiones que nos parecen ineludibles: coche, casa, vacaciones, etc. Es innegable que no se cobra más por una sesión de psicoterapia de lo que cuesta una consulta con otros profesionales, como abogados, dentistas… Cuestión diferente es si estos tratamientos deberían estar recogidos por el sistema público; yo creo que sí, pero no depende de nosotros. Igualmente, puedo proclamar que existen actividades mucho más lucrativas que la nuestra y que todas las colegas que conozco intentan, como yo, ajustarse a los recursos económicos de la persona, cosa que no es habitual en otros profesionales. Tenemos pacientes con coste reducido e, incluso alguna totalmente gratuita, aunque esto obviamente es la excepción y no la regla. Además, en mi instituto también hay, como en otros, un servicio subvencionado de atención psicoterapéutica. Pero no niego la premisa mayor, la psicoterapia supone un esfuerzo de tiempo y dinero, además del que reside en bucear dentro de cuestiones de la propia personalidad y entorno, no siempre agradables.
C: ¿Y qué opinas de las terapias dinámicas breves?
T: Creo que lo que ofrecemos ya es una forma de psicoterapia breve, focalizada en aspectos concretos, y que es difícil de comprimir. No obstante, cuando me he visto limitado en número de sesiones o por la duración prevista del tratamiento, me he ajustado con optimismo a la realidad, pensando que siempre se pueden hacer cosas útiles para paciente y terapeuta.
C: No se me ocurre nada más, supongo que de momento hemos terminado.
T: Si se te ocurre cualquier otra pregunta o quieres hacer alguna observación, estamos aquí para lo que necesites.
C: ¡Ah, sí! ¿Y con qué problemas viene la gente?
T: Esa pregunta es muy pertinente pero se aleja mucho del asunto que tratábamos hoy. Si te parece bien, lo dejaremos para otro momento…
T: Dígame qué es lo que la trae por aquí.
C: Sí, quería hacerle algunas preguntas sobre la duración de la psicoterapia.
T: A su disposición.
C: Tengo entendido que la psicoterapia psicoanalítica es muy larga y, claro, me quería informar sobre ello antes de tomar una decisión.
T: Es cierto que las diferentes variedades de la psicoterapia dinámica se presentan en principio como más prolongadas que otros tipos de terapia, en especial la terapia de orientación cognitivo-conductual, incluso existen compañías aseguradoras y servicios sanitarios que sólo proporcionan este tipo de tratamiento, cuando ofrecen algo.
C: En cambio usted…
T: Si no te molesta, podemos cambiar al tuteo.
C: Me suena que eso es poco ortodoxo.
T: Sí, los terapeutas relacionales no somos muy ortodoxos.
C: Pues repito, tú en cambio no te has decantado por la terapia cognitivo-conductual, aunque consigue sus resultados en menos tiempo.¿Por qué?
T: Si bien conozco esa orientación de primera mano, no me decidí por ella, no tanto pensando en mi beneficio personal, pues en ciertos ámbitos de poder eso me habría reportado, estoy convencido, importantes ventajas, sino porque no creo que esas formas de terapia breve sean realmente la solución del motivo que trae al paciente a consulta. De entrada ese es un asunto que necesita atención profunda, me refiero al motivo de consulta, normalmente desconocido del todo o en parte por la propia persona. Con esto no insinúo que los resultados de las terapias cognitivo-conductuales (TCC) sean pobres. Precisamente estoy seguro de que lo que pretenden, que es resolver problemas bien delimitados en poco tiempo, salvo las excepciones de rigor no achacables al método, lo consiguen con regularidad, incluso a menudo con mejores resultados que nosotros. Por eso, cuando alguna persona me consulta por un problema concreto, solicita resultados comprobables y rápidos, y no está dispuesta a indagar en aspectos amplios de su situación vital, le recomiendo que acuda a alguna colega que siga ese enfoque, pues existen profesionales muy buenas.
C: ¿
T: Sí, a pesar de todo yo me “resisto”. Porque opino que los síntomas psicológicos cumplen una función y si se les hace desaparecer – si se consigue, lo que tampoco es tan fácil – no es que se vuelvan a reproducir – esa no es mi crítica frente a la TCC- sino que algo importante queda enterrado. Desde un punto de vista estrictamente funcionalista, hay sólidas razones para suponer que de esa forma se evita hacer frente a los problemas principales que limitan a la persona, aunque sea con la connivencia de ella misma. En lenguaje analítico, “alimentamos las resistencias”. No obstante, el derecho a resistirse puede reclamar la misma dignidad que el resto de los derechos humanos. Por eso yo siempre busco la aceptación de la persona, desde el conocimiento del método y su duración, dicho de otra forma, la “aceptación informada”. Si me meto en su vida es porque me da permiso.
C: Pero nada impide que una terapeuta de orientación cognitivo-conductual, una vez resueltos los síntomas, total o parcialmente, continúe indagando con la persona para intentar descubrir la función que cumplían dichos síntomas en su contexto vital del aquí y ahora.
T: Desde luego, y eso es lo que hacen las colegas a las que más respeto. Pero, a parte de que ya supone alargar la duración de la terapia, al final el enfoque que se sigue será muy semejante al de una terapia de tipo psicodinámico. Y para esto creo que la mejor base – me sale decir “background”- es la que se deriva de la tradición psicoanalítica, con un estilo peculiar en el análisis de los problemas, en el trato con la persona, y con la ayuda de lo que se ha dado en llamar “oído analítico”. Llegados a este nivel, ya ha habido unos cuantos autores que han señalado la existencia de numerosos factores comunes a las diferentes psicoterapias. Pero opino que esos “factores comunes” han sido mejor atendidos por la terapia analítica, siempre que esté guiada por la empatía y se aleje de una supuesta frialdad y neutralidad ortodoxa, y posiblemente también por la terapia sistémicas y los enfoques humanistas y existenciales, pero mis conocimientos de ellos son muy superficiales.
C: Bueno, supongamos que me has convencido de que la terapia psicoanalítica relacional es el tratamiento de elección en mi caso. Sigo sin saber cuánto dura y si la inversión de tiempo y dinero que supone será compensada por los resultados.
T: Para contestar a tu pregunta voy a empezar por el final. Los únicos que aseguran el resultado de su tratamiento son los curanderos y los charlatanes, y supongo que no todos. Pero además yo tampoco puedo asegurar el resultado porque no depende sólo de mi, sino de la actitud de la persona de cara a la tarea, a su tarea, y de la buena adaptación que tengamos los dos de cara a la misma, es decir, que logremos formar un buen equipo de trabajo. Mi tarea supone también, aunque esto no lo suelo aclarar y menos al principio, indagar en mis propias vivencias y reacciones ante lo que la persona me ofrece, y yo le ofrezco, en la relación y en los asuntos tratados. El concepto del tiempo es uno de los más inasibles y de ambigua definición, no tanto desde el punto de vista de la física moderna como de la vivencia individual. Como observación general, mantengo que lo más importante no es el tiempo transcurrido entre una y otra fecha sino lo que se hace en ese intervalo, cómo se llena el tiempo. Hagamos lo que hagamos el tiempo siempre pasará y nos podemos ver más viejos y sin haber resuelto en absoluto cuestiones vitales. Por otra parte, la terapia no sólo se realiza en el cara a cara de las sesiones programadas, sino que cuando el proceso es fecundo la persona sigue elaborando con mente analítica en muchos momentos de su vida cotidiana y seguirá con esa actitud incluso después de terminado el tratamiento. Yo todavía recuerdo cuestiones relevantes que surgieron en mi propia terapia y me sirven para entender situaciones actuales.
C: ¿Entonces, me estás hablando de años?
T: En principio sí. Dependiendo de la frecuencia de sesiones semanales – yo trabajo con una, dos y, más raramente, tres sesiones a la semana – y del buen funcionamiento del equipo terapéutico (terapeuta-paciente), según mi experiencia el proceso no suele durar menos de tres años, o incluso cuatro, a veces más, a veces menos. Los problemas que se tratan en consulta no surgieron de la nada sino que habitualmente proceden de las primeras etapas y es preciso remitirse a ellas para entenderlos y cambiarlos. Nos interesa el pasado, desde luego, pero sólo en la medida en que sigue actuando en el presente e impide el disfrute y el trabajo productivo y la planificación adecuada del futuro. Conviene advertir que las terapias que van bien – porque la persona va resolviendo conflictos y se va encontrando mejor o bien está peor pero porque se está logrando enfrentar a situaciones que antes eludía – son las que con mayor facilidad se prolongan en el tiempo, aunque la inversa no siempre se cumple. No es habitual, pero puede darse una terapia prolongada con escasos o nulos resultados.
C: Pero eso no está bien.
T: Bueno, salvo que se produzca un retroceso inesperado, a mi entender poco frecuente, yo soy el primero que no está dispuesto a continuar un tratamiento que no lleva a ningún sitio pues no me parece profesionalmente admisible. En ocasiones se lo he planteado a la persona y he señalado un plazo temporal – por ejemplo, hasta finales de año, o hasta el verano – para que cambiara la dinámica y en algunos casos ha sido efectivo y en otros no.
C: En cualquier caso, el coste es muy elevado.
T: Como ocurría con la cuestión del tiempo, el asunto del coste es también relativo, especialmente si lo comparamos, por ejemplo con otras inversiones que nos parecen ineludibles: coche, casa, vacaciones, etc. Es innegable que no se cobra más por una sesión de psicoterapia de lo que cuesta una consulta con otros profesionales, como abogados, dentistas… Cuestión diferente es si estos tratamientos deberían estar recogidos por el sistema público; yo creo que sí, pero no depende de nosotros. Igualmente, puedo proclamar que existen actividades mucho más lucrativas que la nuestra y que todas las colegas que conozco intentan, como yo, ajustarse a los recursos económicos de la persona, cosa que no es habitual en otros profesionales. Tenemos pacientes con coste reducido e, incluso alguna totalmente gratuita, aunque esto obviamente es la excepción y no la regla. Además, en mi instituto también hay, como en otros, un servicio subvencionado de atención psicoterapéutica. Pero no niego la premisa mayor, la psicoterapia supone un esfuerzo de tiempo y dinero, además del que reside en bucear dentro de cuestiones de la propia personalidad y entorno, no siempre agradables.
C: ¿Y qué opinas de las terapias dinámicas breves?
T: Creo que lo que ofrecemos ya es una forma de psicoterapia breve, focalizada en aspectos concretos, y que es difícil de comprimir. No obstante, cuando me he visto limitado en número de sesiones o por la duración prevista del tratamiento, me he ajustado con optimismo a la realidad, pensando que siempre se pueden hacer cosas útiles para paciente y terapeuta.
C: No se me ocurre nada más, supongo que de momento hemos terminado.
T: Si se te ocurre cualquier otra pregunta o quieres hacer alguna observación, estamos aquí para lo que necesites.
C: ¡Ah, sí! ¿Y con qué problemas viene la gente?
T: Esa pregunta es muy pertinente pero se aleja mucho del asunto que tratábamos hoy. Si te parece bien, lo dejaremos para otro momento…
2 comentarios:
Te felicito por la entrada. Es clara, sugerente, pedagógica y convincente. Quizás sería genial si pudieras complementarla con una caricatura, que ejemplifique el diálogo. También sería "chévere" continuar la conversación sobre las "nuevas terapias"alternativas", tales como PLN, curso de milagros, Reiki, etc. etc. que no llegan a ser "charlatanería" o "brujería", pero que enganchan mucho a las personas que sufren, y sobre todo porque ofrecen poco esfuerzo y tiempo al paciente. Saludos desde Maracaibo, Venezuela, Maria Campo
Mi conocimiento de las nuevas terapias alternativas es escaso, por no decir nulo. María, muchas gracias por tus comentarios. Saludos. Carlos
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