martes, 20 de diciembre de 2011

SOBRE EL CONDUCTISMO



Skinner escribió su texto filosófico, Sobre el Conductismo, avisando desde el primer momento que lo que ahí exponía no era un resultado empírico, contrastable y refutable, sino una filosofía y, por tanto, irrefutable. Skinner propone un sistema de representación - que pertenece a la "gramática", en el sentido wittgensteiniano - para explicar la realidad, sistema que tiene ventajas e inconvenientes pero que no es, en sí mismo, falso. La verdad o falsedad es algo que sólo puede atribuirse de forma estricta a las proposiciones empíricas. En un segundo momento, las evidencias empíricas nos aconsejan un sistema de representación u otro. Tomar las teorías como simples formas de representación, no como verdades en sí, es una práctica propia del pragmatismo. Para James las teorías no son respuestas a enigmas sino instrumentos con que nos enfrentamos al mundo. Si no puede trazarse cualquier dife­rencia práctica, entonces las alternativas significan prácticamente lo mismo y toda disputa es vana. Voy a criticar con todo respeto el conductismo skinneriano pero no para defender, en abstracto, el cognitivismo, la entronización de lo "cognitivo", hasta casi identificarlo con lo psicológico, puede conducir a numerosas confusiones por ignorar la parte no cognitiva, empírica, del comportamiento humano. La crítica al dualismo sólo puede ser realizada desde una concepción de las cosas, una representación del mundo, que tenga en cuenta las motivaciones del conductismo. Skinner (1977), de hecho, realiza un análisis de los conceptos disposicionales correcto en esencia, pero fracasa al no comprender la función distintiva del lenguaje, pierde el sentido de la conducta. Por eso el "conductismo" que propongo está emparentado con el de Georg Mead.
Como decía Aristóteles, sólo pueden existir fuera de la sociedad las fieras y los dioses, y lo más caracte­rístico del ser humano es la palabra, lo que diferencia su sociedad de las abejas y otros animales gregarios. Poner al individuo delante de la sociedad es lo que ha "logrado", al cabo de los siglos, nuestra cultura occidental, con un sistema de representación que, para abreviar, atribuimos a Descartes porque, en su genialidad, acaso fue quien con mayor nitidez lo expuso. El alma, o la mente, es la existencia más inmediatamente cognoscible para cada persona. La mente del otro, en cambio, no se conoce directamente, aunque se puede inferir, de alguna manera es fosforescente. La sede de esta vida interior, del pensa­miento, es la cabeza o, más en concreto, el cerebro. Esta doctrina oficial (G. Ryle) forma parte de la psicología popular occidental, está integrada en la gramática de nuestro lenguaje y nuestra forma de vida. Como cuando Bertrand Russell afirmaba:
Pienso que el orden de espacio-tiempo del mundo físico lleva implícita esta causalidad dirigida. Y es sobre esta idea donde apoyo una opinión que todos los demás filósofos encuentran chocante: que los pensamientos de las personas están en sus cabezas. La luz de una estrella viaja por el espacio intermedio y causa una perturbación en el nervio óptico que termina en un suceso en el cerebro.

Basta con hojear algún texto de psicología cognitiva, para encontrar expresiones del tipo 'Lo que ocurre en la cabeza de Fulano', 'Lo que ocurre en la cabeza de Mengano', es la misma cosa. Pero esta separación metafísi­ca fracasa, en los intersticios de la razón, aparece la irracionalidad. Desde que se supone que el espacio interior es de más fácil acceso y de más seguro conocimiento que el mundo circundante, se da por supuesto que el bebé llega al mundo con un lenguaje innato -puesto que conoce los conceptos de las cosas- y lo único que tiene que hacer es "traducir" dichos conceptos al lenguaje materno. El gran filósofo pragmatista Hilary Putnam argumentó que dicha concepción nos obligaría a disponer en ese "almacén" de nociones como “carburador”, “burócrata”, “potencial cuántico”, etc. No obstante, esa versión del aprendizaje del lenguaje está presente en una inmensa cantidad de publicaciones actuales en lingüística y en psicología cognitiva. Según Fodor los lenguajes natura­les no pueden ser el medio del pensamiento, pues, afirma, existen organismos no verbales que piensan, ya que no se puede negar que los animales son capaces de resolver problemas, por ejemplo, hallar la salida de un laberinto. Pero, podríamos aducir que el verbo "pensar" puede tener, por lo menos, dos sentidos. El primero es externo: tomo un lápiz y resuelvo un problema de aritmética. El segundo interno: me quedo en un rincón reflexionando (hablando conmigo mismo). Los defensores del innatismo toman la segunda acepción como la primitiva y causante de la primera. Puesto que los animales resuelven problemas, su mente es representacional, como la nuestra. Se postula, por tanto, como algo dado, primitivo, la existencia de mecanismos representacionales internos. Según la concepción ordinaria, compartida con ciertas modifica­ciones por la psicología cognitiva -y que Skinner también denuncia- la imagen se lleva encima, igual que podemos utilizar un retal de tela para confrontar. Si el proceso fuera así de simple sería, en realidad, algo muy complicado. Para comprobar que la imagen que nuestra memoria nos propor­ciona de 'rojo' es la correc­ta deberíamos disponer de un tercer término de comparación, y así indefi­ni­damente. Lo esencial no son los sistemas repre­sentacionales, sino la comunicación interpersonal. La imagen interna es subsidiaria de la imagen externa, la auténtica, y, en último extremo, del lenguaje.
Ahora bien, considero verosímil que tanto el ser humano como el animal piensan, pero, desde luego, sus sistema de pensamiento tiene muchos factores de diferenciación, implicados en el uso del lenguaje, y, por otra parte, ese pensamiento no precisa necesariamente estar apoyado en representaciones internas, que sólo “conocemos” por inferencia. El mono en los experimentos clásicos de Köhler se para y parece reflexionar sobre algo. Primero salta e intenta alcanzar la banana en vano. Pero, ¿por qué el hecho de que coja un bastón para alcanzar el fruto tiene que ser algo que alcance interiormente? Pensar quiere decir habitualmente "hablar consigo mismo", algo que no se aprende rápido y sin esfuerzo. Sea lo que sea la base innata de nuestro comportamiento nunca la podremos considerar "pensamiento" en ese sentido, y sospecho que ese es el error en el que incurre el inna­tismo mentalis­ta (aun cuando ese hablar consigo mismo sea incons­cien­te).
Mi existencia actual "incluye" el teclado del ordenador, la pantalla, la música de Dire Straits, el sol que entra por mi ventana, la gente que veo pasar por la calle. Todo esto me incluye y se me va desvelando. Lo verdadero es el descubrimiento de la realidad. Según Wittgenstein, el lenguaje es una actividad gobernada por reglas públicas. Verdadero y falso es lo que los hombres dicen pero los hombres están de acuerdo en el lenguaje que utili­zan, concordancia que no es de opiniones sino de forma de vida, cualquier confirmación y refutación de una hipóte­sis, ya tiene lugar en el seno de un sistema, y hay proposiciones del sistema que no admiten prueba, es un trasfon­do que nos viene dado y sirve para que las demás proposiciones se articu­len. Están fuera de duda, son como los goznes que tienen que estar bien sujetos para que la puerta gire, es decir, son gramatica­les. Para eliminarlas habría que cambiar todo el sistema, el modo de represen­tación y hay por lo menos tantos modos de representación como formas de vida. De la misma forma que sólo es posible la duda cuando ya existe la certeza podemos decir que sólo es posible la mentira cuando ya existe la verdad. Si los seres humanos no manifestaran su dolor no se le podría enseñar a un niño la expresión 'dolor de muelas', pero cuando damos un nombre al dolor presupo­nemos la gramática - entendida como sistema de representación- de la palabra "dolor". Para dudar de si alguien tiene dolor lo que necesi­tamos no es dolor, sino el concepto de "dolor". Pero afirmar que un lenguaje sobre las sensaciones es imposible a menos que sea compartido por una comunidad no difiere de afirmar que un lenguaje sobre los objetos físicos es imposible salvo que sea compartido por una comuni­dad. Yo no puedo denominar a este animal 'perro' si no recibo esa palabra dentro del lenguaje de la comunidad, en contextos concretos. La confusión de ambos juegos es la que conduce a numero­sos errores conceptuales en Filosofía y en Psicología. ¿Qué es entonces lo que comunicamos al decir que tenemos tal o cual sensación? En nuestra opinión lo que hacemos es manifestar una parte de un proceso más complejo, en el que no sólo está implicado nuestra idea, sino nuestra persona como totalidad.
Los términos de un juego de lenguaje no se aprenden aislados sino en redes, en el seno de una gramática. Desde la psicología evolutiva se ha afirmado que los conceptos se aprenden en redes, no indivi­dualmente, y que el niño debe 'saltar' dentro de una red caracterizada por cierto tamaño y cierta estructura lógica, sin atravesar estados intermedios en los que la red fuera menor. Se trata de una explicación contraria al asociacionismo conductista y cognitivo. Son los "juegos de lenguaje", como los que se usan para enseñar a los niños la lengua mater­na, que son completos, ya desde el principio, y se aprenden dentro de un contexto pragmático interpersonal.
El entorno se compone de objetos cuyo significado procede de su significado social. Ese significado se transmite a través del lenguaje, en la interacción con los otros, en un contexto pragmático, lo que supone también ser capaz de ver los objetos desde la perspectiva del otro, no como simple etiquetado. El individuo no se encuentra aislado sino que toma conciencia de sí mismo en la interacción social, esto es, es la sociedad la que le permite constituirse como individuo, es decir, con autoconciencia. Un bebé abandonado en una zona no habitada por seres humanos, si lograra la proeza de sobrevivir, no desarrollaría una conciencia de sí mismo, pero nunca se ha encontrado un niño criado en aislamiento que hablara con corrección de sí mismo y de su entorno -al estilo de Mowgly- ni que haya sido capaz de aprenderlo. Los defensores del desarrollo innato del lenguaje siempre pueden argumentar que han carecido del efecto desencadenante del entorno humano.
Escuchamos el razonamiento: Alguien que posee la capacidad de conocer el alfabeto debe tener un aparato mental, algunos de cuyos estados son el fundamento causal de la capacidad, y explican de esa forma sus manifes­taciones. Esta, desde luego, es una manera de pensar que se halla muy arraigada en nuestras costumbres.

Skinner:
La práctica habitual de buscar dentro del organismo una explicación de la conducta ha tendido a oscurecer las variables de que disponemos para un análisis científico. Estas variables están fuera del organismo, en su ambiente inmediato y en su historia ambiental. Tienen un estatus físico para el que están adaptadas las técnicas usuales de la ciencia, y hacen posible explicar la conducta al igual que, en ciencia, se explican otras materias. Estas variables independientes son de muchas clases y sus relaciones con la conducta son a menudo sutiles y complejas pero no podemos pretender dar una adecuada explicación de la conducta sin analizarlas.

Si los rasgos y otras características de la personalidad son sólo inferencias del observador, todo son inferencias del observador (el psicólogo) y nos veríamos obligados -tal vez afortunadamente- a no hacer teoría, pero de ese "delito" no se ha visto libre, a nuestro entender, ni tan siquiera Skinner. Los comportamientos y la categorización de los mismos son indistinguibles. La crítica conductual se dirige a la cualidad internalista de los conceptos disposicionales. Pero ¿es que la forma de responder a un cuestionario no es también conducta? Podría afirmarse, en consecuencia, que las teorías disposicionales de los rasgos no son rechazables, por cuanto recogen un aspecto de la conducta de las personas, como es su conducta verbal en el proceso de responder a los cuestionarios. La oferta de Skinner, en el párrafo citado, resulta chocante, las variables ambientales tienen un "estatus físico", para el que son aplicables los métodos científicos. Es como si para jugar al ajedrez lo importante fuera la materia de la que están hechas las piezas.
Tomar los rasgos como términos que resumen las regularidades del comportamiento parece una solución adecuada desde nuestra posición externalista, y desde el interaccionismo simbólico. Lo único que habría que evitar es la imagen de interioridad que normalmente se les asocia. De forma paralela habría que relativizar el poder explicativo que se les atribuye. Para entender a esta persona concreta, a la que examina el clínico su comportamiento en el aquí y ahora y el tipo de vínculo que ofrece y lo que en nosotros provoca, es una “muestra” de su comportamiento en otros contextos, que juzgamos a partir de lo que nos cuenta en su coherencia. Sólo nuestra tendencia esencialista nos lleva a creer que debe haber un único constructo subyacente que dé cuenta de todos ellos, e interior, desde luego. El niño aprende la expresión "estás ansioso" en situaciones en las que, por ejemplo, no se concentra, dice que quiere salir al patio, se mueve agitadamente,etc., y aprende que el término "ansioso" se puede utilizar en contextos similares. Pero el sistema del lenguaje también le permite decir que alguien está ansioso, cuando reclama con enfado el pago de una deuda, o en muchos sentidos metafóricos: por ejemplo, "ansiedad de justicia". El término "ansiedad" es polisémico y, entendido como concepto, no se corresponde regularmente con una única manifestación fisiológica. La información que el sujeto suministra verbalmente, de forma directa o indirecta, será una parte del cuadro pero no el conjunto.
Entre 1931 y 1932, Alexander Luria llevó a cabo un estudio de campo entre poblaciones de Uzbekistán, república caucásica entonces anexionada a la URSS, antes preliterarias y en proceso de aculturación. En líneas generales encontró, en tareas cognitivas, la existencia de un pensamiento concretista en los casos en que el sujeto carecía de formación escolar. Los sujetos no escolarizados rechazaban responder a preguntas abstractas, alejadas de su experiencia directa y local o, simplemente, no sabían qué decir. Esa tendencia se mostraba también cuando se planteaban cuestiones sobre aspectos relacionados habitualmente con la Personalidad, como "¿qué defectos cree que tiene usted ", provocando respuestas del estilo de : "Sólo tengo un vestido y dos batas, estos son todos mis defectos", o "Pregúnteselo a los demás, yo no puedo decir nada de mí mismo". Cuando nombraban alguna cualidad siempre iba acompañada de algún ejemplo concreto. Este tipo de investigaciones, de corte antropológico, debía estar más presente, en nuestra opinión, en las obras actuales sobre personalidad.
Wittgenstein presenta las nociones de “criterio” y de “síntoma”: los "procesos privados" requieren "criterios externos". El descenso del barómetro es un "síntoma" de lluvia, el asomarnos por la ventana y ver caer gotas es un "criterio". El significado del término "lluvia" no se enseña señalando un barómetro. Los síntomas, en cambio, son acontecimientos que ocurren en relación temporal con cierto fenómeno, pero que no sirven de criterio. Pues el que algo sea criterio de X no es cuestión de experiencia sino de definición. Un proceso en el cerebro de un hombre o en su laringe puede ser un síntoma de que está viendo algo rojo, pero el criterio es lo que dice y hace. El criterio de que yo recuerdo el ejemplar correcto de la sensación de 'dolor' sólo puede ser externo, y está integrado en el aprendi­zaje social que me ha permitido identificar mi comportamiento (primi­tivo) con una palabra y, en algún caso, susti­tuirlo, no sólo gritar y removerme con gesto de incomodidad, sino decir 'me duele'. Yo no me quejo porque tenga una sensa­ción de dolor, ni siquiera porque siento dolor, sino porque me duele. La sensación no es más que un término de un juego de lengua­je, el de las sensaciones; una forma de representación que podría ser sustitui­da por otra.
Supongamos que alguien se encuentra en el estado mental de "estar deprimi­do", este estado abarca una serie de aspectos, unos "externos": enlenteci­miento de movimientos, expresiones de tristeza, llantos, incapacitación laboral, etc., y otros "internos": pensamientos de autodevalua­ción, culpa, ideas de suicidio, etc. Cuando hablamos de "estado mental de depresión" deberíamos referirnos a las dos catego­rías de entidades, frente a la tendencia a identificar el estado con los aspectos internos. Supongamos ahora que esa persona no quiere que el psiquiatra que la atiende recomiende un ingreso. En conse­cuencia, cumple con los mínimos laborales, habla del tiempo y se cuida de llorar delante de nadie, aunque sigue manteniendo, exclusivamente para sí misma, pensamientos de autodeva­luación e ideas suicidas. El clínico dudaría de que aquí se tratara de una "auténtica" depresión, pues no cumple los criterios. De tratarse de una depresión que se muestra en síntomas ligeros, diremos que es una depresión "leve", y si no se muestra de ninguna manera, no hay depresión. Por otra parte, si tenemos alguna noción de los pensamien­tos autodevaluatorios y de las ideas de suicidio es, evidentemente, porque muchos enfermos depresivos los relatan. Si se consigue que un enfermo depresivo vaya a trabajar, al cine, se mueva más y no hable de cosas tristes, las sensaciones subjetivas de tristeza desaparecen. De hecho, normalmente, en eso consiste la curación. El que algo sea criterio de X no es cuestión de experiencia, sino de definición. Yo no induzco la existencia de lluvia a partir de mi observación de que caen gotas del cielo nublado, sino que es a eso mismo a lo que llamo "lluvia".
No es que los términos mentales sean traduci­bles a términos conductuales, sino que o son términos conduc­tuales o no son nada. Es cierto que el psicólogo observa los fenómenos de la vida mental y "fenómeno" es algo que puede ser observado, luego el psicó­logo sólo observa la conducta. Pero una conducta definida en términos muy diferentes a los del conductismo, pues sólo acepta definicio­nes de los términos psicológicos que sean articuladas, frente a las definiciones operativas de los reduccionis­mos conductista y fisiológico.
El defensor más conspicuo del operacionalismo en psicología fue, sin duda, Skinner, quien lo considera bueno en todas las ciencias y especialmente en psicología: "debido a la presencia en éste campo de un amplio vocabu­lario de origen antiguo y no científico". Dicho vocabu­lario abarcaría a los términos mentalistas, privados. Rechaza cual­quier postulado o variable que se encuentre más allá de los datos observables del ambiente y de la conducta de los organismos. El rechazo de las variables internas se justifica por razones operativas. La deprivación de alimento, por ejemplo, puede ser medida y es, por tanto, un término operativo; cosa que no ocurre con la pulsión de anteriores teorías del aprendizaje. El conductismo radical, que niega la existencia de entidades subjetivas, es considerado por Skinner como la postura más adecuada. Sin embargo, el rechazo del dualismo casi indefectiblemente lleva al reduccionismo: idealista o fisicista (biológico, conductual, computacional, etc.). La gran paradoja del conductismo skinneriano, que descubre su aceptación indeseada del dualismo, consiste en que al negar la mente, identi­ficándola exclusivamente con las entidades internas, niega un aspecto fundamental de la realidad que, como no podía ser menos, expulsado por la puerta retorna por la ventana. Al responder Skinner a la pregunta de cómo aprendemos los términos verbales sobre nuestras intencio­nes dice que, primero, se enseña a la persona a utilizar estas palabras cuando exhibe la conducta pública adecuada, comienzo que no puedo por menos que aprobar. Pero a partir de entonces, sigue diciendo, los estímulos privados son asocia­dos con las manifestaciones públicas (de los demás) y, desde entonces, la persona responde a los estímulos privados cuando ocurren sin manifestaciones públicas. 'Estaba a punto de irme a casa' (I was on the point of going home) debe ser conside­rado, según Skinner, como el equivalente de 'Observé acontecimientos en mí mismo que preceden, o acompañan, de forma característica mi marchar a casa'. Pero, se le puede objetar, nadie toma una decisión porque observe que se produ­cen en sí mismo cambios corporales. El método para encontrar el significado de las expresio­nes psicológicas no es mirar dentro del yo, sino examinar la función que juegan esas palabras y conceptos en nuestro lenguaje.
Los conductistas rechazan la introspección como método porque sus resultados no son públicamente verificables. Wittgenstein, en cambio, rechaza la introspección porque no es ningún método privile­giado de acceso a nuestros procesos subjetivos: "Puedo saber lo que el otro piensa, no lo que yo pienso”. Lo que yo pienso ni lo sé ni lo dejo de saber, y si hablamos de pensamiento inconsciente en realidad estamos realizando un cambio conceptual, en el modo de representación, como hizo el psicoanálisis. Introspeccionismo y conductismo parten del supuesto cartesiano de que los procesos mentales sólo son directamente accesibles al sujeto que los experimenta. Pero en la medida en que las experien­cias subjeti­vas pueden ser expresa­das de forma inteligible, existen criterios convencionales para identifi­carlas. Si existen criterios convencionales esas experiencias son tan accesibles al psicólogo como al propio sujeto. Si no son expresables son, por definición, inefables y caen en el ámbito de lo místico, aquello de lo que no podemos hablar.
Los reduccionismos, al negar el dualismo y la interioridad rechazan una parte fundamental de la Psicología que es el significado interpersonal. Pero caen en la propia trampa de lo que supuestamente han superado, convir­tién­dose, según la expresión de Vygotsky, en un "idealismo vuelto del revés".
Entre nosotros hace ya bastantes años que Castilla del Pino defendió concepciones dialécticas del comportamiento, superadoras del dualismo:



El hombre está en la realidad porque es de la realidad. El hombre no es un objeto aparte que está aquí, frente a la restante realidad que está allí. El hombre no es un compartimento estanco dentro de la realidad. Al ser constitutivo de la realidad, toda consideración aislada, solipsista, de él, es parcial y, por tanto, falsa.

Fenómeno y sentido no son dos realidades que se muestren por separado, sino que son abstraccio­nes a partir de una misma presencia, dentro de un contexto social, es decir, lingüístico. Podría pensarse que, de alguna manera, la conciencia se convierte en un subproducto, como han planteado los conductistas, y podría pensarse que el estudio del individuo se torna una pérdida de tiempo. Sin embargo, hay que considerar que el individuo es un registro vivo de su mundo. Al igual que nos representamos mejor las formas de vida de sociedades antiguas cuando se conserva registro escrito (el paso de la prehistoria a la historia), conocemos el sistema humano estudiando a las personas una por una en la díada analítica.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Libro de Abello y Liberman sobre WInnicott

El pasado día 11 de ete mes de noviembre tuve el placer de asistir a la presentación del magnífico libro que han dedicado Augusto Abello y Ariel Liberman al estudio de Donald Winnicott (Madrid, Ágora Editorial), sin duda uno de los nombres mayores en la historia del psicoanálisis y del psicoanálisis relacional. De la reseña de Roberto Longhi [Clínica e Investigación Relacional, 5 (3): 561-574. [ISSN 1988-2939] ] a esta obre me gustaría extraer el siguiente pensamiento:
Creo que lo más importante que hace a lo liberador de la obra de Winnicott, y que tan bien nos transmite este libro, que nos tranquiliza, es que nos estimula al ejercicio de un arte más que de una técnica y que nos aclara que abordar un proceso psicoterapéuticopsicoanalítico no implica una concepción hermenéutica sino que se entiende como un proceso en que cada paciente tiene sus propios ritmos y necesidades yoicas y elloicas.
















lunes, 31 de octubre de 2011

LOS SISTEMAS MOTIVACIONALES





Rodríguez Sutil, C. (2011). Reseña de la obra de J.L. Lichtenberg, F.M. Lachmann y J.L. Fosshage: “Psychoanalysis and Motivational Systems: A new look. Clínica e Investigación Relacional, 5 (3): 575-580. [ISSN 1988-2939]




Lichtenberg y colaboradores presentan una nueva versión de su teoría general de la motivación humana, cosa que no se ha llegado a completar nunca desde el psicoanálisis ortodoxo, y se ven quizá obligados a utilizar la “lengua franca” de la psicología actual, es decir, el lenguaje cognitivista. Algo que me viene ocurriendo desde hace un tiempo a esta parte es que cuando me encuentro con una obra psicoanalítica de alto rango teórico, como es la aquí citada, me resulta casi imposible comentarla sin más evitando entrar en debate con ella. La siguientes páginas, en consecuencia, no deben ser tomadas como un resumen o exposición sin más de las ideas expresadas por Lichtenberg en esta obra sino como una argumentación provocada por su lectura. Espero no obstante haber resumido en esencia las ideas centrales del libro de forma que el lector pueda hacerse una idea de cuáles son sus contenidos.


Como se advierte desde el prólogo, a los sistemas motivacionales previamente descritos (regulación fisiológica, apego, exploración/afirmación, respuestas aversivas, y goce sensual y excitación sexual) se añaden ahora afiliación y crianza (caregiving). En trabajos anteriores la “afiliación” se incluía con el “apego”. La teoría de los sistemas motivacionales intenta descubrir los componentes de los estados mentales y de los procesos de los que se derivan afectos, intenciones y objetivos. La motivación implica un proceso intersubjetivo complejo. Los motivos surgen en el individuo pero son construidos y cocreados en la red de relaciones con otros individuos. Al final de la introducción se afirma que desde hace 20 años – cuando Lichtenberg publicó su primer libro sobre el tema - los numerosos debates les han desplazado desde un enfoque más intrapsíquico a uno más bien intersubjetivo, basado en los sistemas dinámicos no lineales o en la teoría de la complejidad.


La teoría matemática de los fractales sirve para explicar, entre otras cosas, el mantenimiento del sentido de identidad a través de la continua fluctuación de los estados mentales y de las épocas de la vida. Como se sabe, un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas, se compone de copias más pequeñas de la misma figura. Las copias son similares al todo: misma forma pero diferente tamaño.


Los sistemas dinámicos, una vez establecidos, se mantienen en tensión dialéctica interna y con el conjunto de sistemas, incluyendo los ámbitos ineraccionales o intersubjetivos. La tensión dialéctica se caracteriza por la complejidad y supone la sucesión de estados de desestabilización y reestabilización, con crisis, puntos de inflexión y saltos evolutivos. Los cambios oscilan entre dos polos nunca totalmente alcanzados, como son el caos total y la estabilidad plena. Para que el individuo se adapte a las condiciones cambiantes del entorno, los sistemas deben estar dotados de la capacidad para reconocer, almacenar, acceder y transmitir la información.


La razón para diferenciar un sistema de afiliación independiente, antes incluido sin más en el de apego, se deriva de las investigaciones recientes que han mostrado cómo el bebé intenta incluir al progenitor que no se halla en su interacción inmediata de apego. Por otra parte, la diferenciación entre el grupo familiar como seguro frente a la no seguridad del grupo racial o étnico depende de las bases de afiliación del grupo parental, no sólo del apego (p. 19). También existen presiones evolutivas para la cooperación intragrupo y la competición no intragrupo. La crianza (caregiving) como sistema independiente también recibe apoyo desde la teoría evolutiva y del apego. Los niños con riesgo genético reciben respuestas de crianza más negativas de sus madres adoptivas de lo que ocurre con otros niños, debido a que su conducta evoca reacciones diferentes. El sistema de crianza, por tanto, es cocreado en su modo de expresión (p. 20).


Los autores recurren a cinco áreas para organizar una descripción adecuada de los acontecimientos psíquicos (p. 4):




  • Qué influencias tienen relación con el surgimiento de este evento.


  • Cuáles son los motivos e intenciones dominantes o ausentes.


  • Qué inferencias extrae el individuo de similares acontecimientos, actuales o pasados, y qué sistemas de creencias, conscientes o inconscientes, se han derivado de dichas inferencias y qué expectativas guían percepciones y suposiciones futuras.


  • Cuáles son los modos de comunicación – gestuales, faciales, verbales, relacionales y conductuales, ya sean implícitos o explícitos – que dan información a los individuos sobre sí mismos y los demás.


  • Cuáles son los medios y los efectos de la regulación de los afectos, percepciones, cogniciones y conductas.



Verónica, una paciente de Lichtenberg, que padecía ansiedad e insomnio y consumía alcohol y tabaco, se presentó muy enfadada ante el terapeuta desde el primer momento (Cf. cap. 1). Una sesión, después de una serie de observaciones sarcásticas sobre la ineficacia del terapeuta, éste le respondió bastante irritado: ¡De acuerdo, si lo que quieres es pelear, yo también puedo pelear! Este enactment – palabra que los autores no utilizan aquí y a la que se refieren más adelante – dio paso a una fase de trabajo muy productiva en la que se pudieron investigar las influencias: del pasado en el presente, en relación con las figuras parentales en este caso, las influencias generales y las creadas por ambos participantes en el pasado inmediato. Entre las influencias generales hay que considerar la cultura y el origen socioeconómico junto con aspectos tales como las diferencias de género, la religión, etc. que desempeñan un papel importante en muchas díadas terapéuticas. La actitud anterior del terapeuta de aceptación paciente de las descalificaciones, en el pasado inmediato co-creado era una invitación ante el abuso de la paciente. Su cambio de actitud era una respuesta evolutivamente necesaria que permitió el progreso terapéutico. El desafío para el cuidador (y para el terapeuta) está en reconocer las necesidades del otro en sus continuas variaciones. Inicialmente, el sistema motivacional predominante de este terapeuta era el exploratorio, mientras que el de la paciente era el aversivo-antagonista. El sistema aversivo pasó a dominar el campo, ocupando el terapeuta el papel de víctima, y abandonando ambos cualquier motivación exploratoria y reflexiva. El terapeuta abandonó de manera abrupta el papel de víctima y pasó al de antagonista. Deseaba pelear, pero la paciente también deseaba que él adoptara tal actitud.


Las inferencias no solo se extraen siguiendo la lógica simbólica, sino que inicialmente se forman a partir de claves afectivas gestuales que guían la lógica observacional procedural propia de la época preverbal, lógica que nunca se abandona y convive con la adulta. La inferencia inicial del terapeuta de Verónica procede de ese nivel. Esta información que promueve el cambio también es trasmitida de forma simultánea e imbricada, mediante la comunicación verbal y no verbal:


Así, desde el principio la comunicación es inherentemente relacional. Dicha interconexión entre comunicación y relación es confirmada a través de los hallazgos de las investigaciones sobre el apego de que las estrategias de apego en el período preverbal (seguro, ambivalente y evitativo) son una parte integral de las formas del lenguaje (coherente y cooperativo, preocupado o desdeñoso) que utilizan los niños mayores y los adultos usan al responder cuestiones sobre sus vínculos afectivos. (p. 9)



Todo lo referente al caso de Verónica se podría explicar de forma quizá más rápida recurriendo a los conceptos clásicos de transferencia, contratransferencia, enactment, u otros, pero los autores consideran que su enfoque es más amplio y flexible, y más propicio para la innovación. Yo considero que utilizar el término enactment u otros semejantes no tienen por qué limitar el campo.


Emmanuel Ghent utiliza el término “necesidad” (need) como sinónimo de los “sistemas motivacionales” y argumenta que los sistemas motivacionales se desarrollan en respuesta a las necesidades básicas, análogas a las pulsiones del psicoanálisis freudiano. Pero en opinión de Lichtenberg y colaboradores (pp. 16-18), los sistemas motivacionales no se derivan de las necesidades ni de las pulsiones sino que son sistemas auto-organizados y auto-estabilizados. Existen en tensión dialéctica con otros sistemas y cuando se acercan al caos, los puntos de inflexión permiten que se reorganicen los sistemas. Me imagino un psicoanalista ortodoxo mostrando su insatisfacción ante este planteamiento y preguntando con insistencia cuál es el origen de los sistemas motivacionales. El psicoanálisis se caracteriza por preguntar por el origen. Sin embargo, como he argumentado en algún lugar, la teoría pulsional es una teoría explicativa que no explica nada, aunque alivie la inquietud de algunos decir cosas del estilo de: este individuo es agresivo porque su pulsión destructiva es muy potente.


Ante el riesgo de que se tome su planteamiento como otra forma de psicología individual, la de los sistemas motivacionales auto-organizados, argumentan que según su teoría la persona expresa su agencia activa y sentido de autonomía al desarrollar sistemas motivacionales en interacción constante entre ellos y con los sistemas motivacionales de otras personas. Están plenamente de acuerdo con Stern y el Grupo de Boston cuando proponen las intenciones como la unidad básica, dentro de los sistemas motivacionales, del significado psicológico. Aunque su duración abarque entre 1 y 10 segundos, las intenciones se hallan insertas en una narrativa emocional que se puede captar de forma intuitiva mientras se produce. Describen una experiencia en dos fases para la formación de intenciones, una primera inferencia afectiva, rápida y no consciente seguida por otra, simbólica y conscientemente organizada. La activación o desactivación de los sistemas motivacionales procede de la valoración cognitiva y afectiva. Defienden, por tanto, la hipótesis de la inferencia o valoración (appraisal) propia de las teorías cognitivas de las emociones, aún las primitivas, aunque estén también manejando los nuevos descubrimientos sobre las neuronas espejo, que suponen un mecanismo de reacción emocional automático no inferencial o , si se quiere, no cognitivo. Considero, no obstante, que esta es una confusión menor que no anula la propuesta de Lichtenberg y colaboradores sobre los sistemas motivacionales pero les lleva a conceder un lugar explicativo preponderante a las diferenciaciones de la neurociencia, por ejemplo, de Damasio, entre conciencia central y conciencia extendida o ampliada (p. 24 y ss.). Me explico, de la misma forma que no podemos hablar de conciencia mientras no hay procesos inconscientes reprimidos, no podemos hablar de conciencia primitiva frente a conciencia adulta. De hecho, el concepto de “conciencia” es uno de los que reclaman con mayor urgencia una revisión profunda en el psicoanálisis y la psicología actual pues su uso es engañoso. Atribuimos al bebé y al niño pequeño la existencia de conciencia o falta de la misma desde nuestra habilidad adulta para utilizar un lenguaje interior, curiosamente no nos solemos plantear si posee conciencia (o inconsciente) el individuo autista o el deficiente intelectual. El inconsciente que juega con los significantes es fruto de un lenguaje sofisticado.


Los afectos y emociones ocupan un lugar esencial en la teoría de los sistemas motivacionales, son la “piedra de Rosetta” para identificar el sistema motivacional dominante a través de los rápidos cambios de estado, son su lenguaje no simbólico (p. 22). Citan a Bucci con aprobación cuando afirma que las emociones son las principales estructuras organizativas del sistema no verbal y, con ello, recurren a otro de los conceptos engañosos de la psicología cognitiva moderna, que es el de “representación interna”(p. 26). Los esquemas emocionales incluyen imágenes del objeto de la emoción, esquemas que constituyen expectativas o creencias sobre las formas en que la persona actuará con nosotros o de cómo debemos actuar hacia ella. Ahora bien, si estamos hablando de esquemas de acción no es imprescindible que exista una imagen interna almacenada de ninguna manera, sino que podríamos estar hablando de aprendizaje, adquirido en la acción y que en la acción se muestra. Esto es algo que se interpreta al paciente, en el sentido de que se le narra o refleja, pero que no está reprimido ni de lo que posiblemente él o ella ha sido nunca consciente aunque le sea de gran ayuda, cuando la interpretación es acertada, para reconocer automatismos que han estado ahí desde el origen. Dicho esto, es evidente que emociones y afectos ocupan un lugar central en el funcionamiento del ser humano y el uso de un lenguaje metafórico, como el de la imagen del objeto, es una aproximación útil en el trabajo clínico.


Hay autores que sugieren que conceptos como el de unidad del self o igualdad del self son ilusiones necesarias para contrarrestar la conciencia de discontinuidad, potencialmente turbadora. Lichtenberg y colaboradores, en cambio, consideran que ese sentido de continuidad se deriva del habitualmente suave cambio de un sistema motivacional a otro, y recurren al concepto de “fractal”, antes aludido. Los principios de la auto-semejanza repetida y la invarianza, a pesar de la escala y el tiempo, pueden ser aplicados a muchos objetos multidimensionales. Se puede ver en cada momento actual como el mundo en un grano de arena, según la bella imagen propuesta por Stern. La autosemejanza de cualidades esenciales, como pueden ser grupos concretos de afectos u objetivos y su repetición frecuente identifican la naturaleza fractal de cada sistema motivacional y del sistema en su conjunto. El hecho de que varios sistemas motivacionales compartan ciertos rasgos contribuye al sentido de continuidad durante los cambios de estado mental. Por ejemplo, la frustración que es la muestra de la activación en el sistema aversivo, puede surgir en cualquiera de los otros sistemas y ser resuelta en ellos sin necesidad de un deslizamiento hacia el sistema aversivo. También el placer sensual, central en el sistema sensual/sexual, es esencial en los sistemas de apego y de crianza y un rasgo habitual en las actividades de afiliación y en las fisiológicas (comer, dormir, orinar, etc.).


Las inferencias se realizan en dos niveles, uno intuitivo, rápido y no consciente y otro deliberado y reflexivo. En la clínica (analítica) realizamos nuestras inferencias en un clima de empatía, colocándonos en el contexto del otro, buscando en nuestro interior experiencias análogas, siguiendo el ejemplo de Kohut. Las teorías y las expectativas derivadas de nuestra experiencia, no obstante, son mediadoras en ese proceso inferencial, a veces de forma inconsciente. Las nuevas experiencias relacionales cocreadas, como la que se produce dentro de la relación analítica, crean nuevas estructuras de expectativas e inferencias que pueden desplazar, lentamente, las imágenes negativas de sí mismo y de los otros. Entre las expectativas e inferencias hay que contar, de manera relevante, y posiblemente innata, con la tendencia a comprender los motivos del otro. Según la explicación que se deriva de los recientes descubrimientos sobre las neuronas espejo – a las que estos autores también aluden – estas complejas inferencias en parte se realizan de manera automática, mediante una “simulación incorporada” imitando los movimientos observados en la otra persona y no recolectando y comparando los datos observados con un patrón interno, basado en teorías implícitas o explícitas (p. 65).


El libro dedica un capítulo, el sexto, a analizar el amor desde a perspectiva de los sistemas motivacionales, comenzando por la interacción entre el sistema de crianza parental y los sistemas de apego y sensualidad, del bebé. En las diferentes fases de la vida infancia, adolescencia y etapa adulta - se distinguen cuatro tipos de amor: apego amoroso, amor romántico, amor erótico y erotismo sin amor. Sin embargo, mientras que las conductas de apego en la infancia se han estudiado con bastante frecuencia, normalmente a partir de la situación extraña tal como la plantearon Ainsworth y colaboradores, no parece fácil estudiar el amor como tal, aunque en esos mismos experimentos se mostraría en las conductas de jugueteo entre la madre y el bebé. Una experiencia básica de seguridad facilita el amor, aunque no puede identificarse con él, pero es evidente que se dificulta con una experiencia de apego inseguro. Los niños de apego ambivalente pueden ser implicados en un intercambio amoroso, pero coloreado por la ansiedad y el enfado. Aunque parece inevitable que toda cultura imponga algún tipo de restricciones y tensiones al amor romántico y al erotismo, un apego seguro con ambos padres durante la infancia no tiene por qué desarrollar una rivalidad posesiva hacia ninguno de sus progenitores. Los niños con apego ambivalente, por su parte, suelen ser tímidos y desarrollar una dependencia adhesiva. Se ha demostrado que la interpretación que hacen los niños del acto sexual entre los padres no es indefectiblemente sádica, frente a la doctrina clásica, aunque sí se producen conflictos en el intento por comprender los misterios del acto sexual, el embarazo y el parto. La envidia y los celos también surgen de forma inevitable, pero en un ambiente propicio, donde el sistema aversivo haya sido regulado adecuadamente, se mantendrán en unos niveles aceptables e incluso ser un aderezo para la relación triangular, sin llegar a los extremos de un Othello. Un sistema aversivo moderado, de prohibiciones y limitaciones, puede añadir un acicate en el sentido de transgresión para el amor romántico y erótico, mientras que un sistema excesivo provocará la división entre apego y sexualidad, con el surgimiento de tendencias adictivas o explotadoras.


El libro incluye unas adecuadas ilustraciones de ejemplos tomados de la clínica - de hecho, el capítulo 3 está dedicado exclusivamente a este objeto – de utilidad para comprobar la aplicabilidad del modelo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

MOTIVACIÓN Y CONCEPTOS

El apego, la sexualidad, el reconocimiento, la agresividad, son conceptos, conceptos con los que intentamos comprender al ser humano. Pero conviene no olvidar que ni el animal ni el ser humano recién nacido se mueve por conceptos sino por reflejos y tendencias espontáneas. Por eso los conceptos son engañosos aunque imprescindibles (como la empatía y la intuición), pues los tomamos por objetos reales. Aún así, parece que hay tendencias más básicas e innegables, como aquellas a las que se alude con el concepto de "apego", y otras, posiblemente emparentadas con él, derivadas y tamizadas por el lenguaje, como es el reconocimiento, el deseo de dominio, etc. Me parece que la destructividad no es una motivación básica aunque pueda ser una consecuencia de la conducta espontánea, en cambio está claro que es una respuesta más o menos voluntaria a la frustración o una defensa ante el ataque.

miércoles, 19 de octubre de 2011

CLASIFICACIÓN Y EMPATÍA




La clasificación supone un riesgo de cosificación, de tratar al otro como un objeto, que siempre debemos tener presente. Por eso yo prefiero pensar en prototipos, es decir, pautas generales de comportamiento que habitualmente se asocian, prototipos a los que el individuo particular - al que hay que comprender en su persona y su contexto - se puede asemejar más o menos. Cuando se trabaja en atención pública, con la posibilidad de encontrar personas que padecen trastornos graves y requieren decisiones urgentes, la adopción de una actitud diagnóstica se vuelve perentoria. Pero eso no quiere decir que en la práctica privada no sea importante conocer las categorías diagnósticas y aprender a identificar con cierta facilidad los trastornos graves pues el bienestar de nuestros pacientes/clientes también lo puede requerir. La clasificación del trastorno o estilo que padece o caracteriza al paciente no debe estar reñida con la empatía, ni viceversa.
Brandchaft y Stolorow, en los años ochenta, sugerían que un paciente que presenta una organización primitiva – y hablar de “organización primitiva” ya es una forma de diagnóstico - tratado según las recomendaciones de Kernberg, desplegará con rapidez todas las características que este autor adscribe a las personalidades de organización límite. Mientras que si se le trata siguiendo los consejos de Kohut, pronto manifestará las características que éste atribuye al trastorno narcisista de la personalidad. Ante la confusión diagnóstica que reina a menudo en la práctica clínica, no debe sorprender que las recomendaciones técnicas para situarse frente al paciente narcisista, varíen de forma amplia. Kohut propone una buena sintonización empática, y Kernberg sugiere que hay que confrontar al paciente con sus defensas y reacciones emocionales de envidia y odio.
Cada vez me parece más evidente, dándole la razón a Kohut, que el mejor modo de aproximarse al encuentro terapéutico es en cualquier caso la sintonización empática, y no exclusivamente con pacientes narcisistas y límites. Mi experiencia igualmente me sugiere que, una vez logrado un clima favorable, la confrontación con las defensas, con la consiguiente "desestructuración" que provoca, así como el uso de la interpretación, estará más presente en el trabajo con las personalidades de tipo neurótico. Los pacientes que funcionan desde una organización límite, se presentan ya de por sí más o menos desestructurados y con intensa ansiedad, requiriendo un uso más constante de la empatía, junto con clarificación y confrontación. En conclusión, los estados límite se construyen en un contexto intersubjetivo, como intersubjetiva es la misma relación terapeuta-paciente. No me parece que el trabajo con pacientes de corte más neurótico se presente más sencillo. Por ejemplo, cuando sentimos urgencia por dar una solución rápida al problema planteado por el paciente o la paciente, puede que hayamos caído de forma desapercibida en las redes seductoras de la personalidad histriónica. La actitud terapéutica ante el histérico es especialmente complicada, pues se requiere una acogida afable pero un mantenimiento firme de la distancia, es decir, de la neutralidad. A menudo el enfado (rencor) hacia terceras personas que se han comportado de manera incorrecta o injusta con el sujeto puede indicar la presencia de una personalidad obsesiva.

viernes, 7 de octubre de 2011

Los problemas del diagnóstico

Dicen Stolorow y Atwood que, con pacientes que sufrieron abusos infantiles, atribuir el caos afectivo o el retraimiento esquizoide a “fantasías” o a “organización de personalidad borderline” equivale a culpar a la víctima y, por ello, a reproducir en parte el proceso del trauma original. Sin embargo, bueno será que aprendamos a identificar esos estados que se atribuye a los pacientes, a veces como etiquetas diagnósticas cosificadoras, para intentar evitar la retrumatización en el caso concreto del paciente que tenemos en ese momento delante, dado que, por otra parte, la tendencia a clasificar es una tendencia inevitable en el ser humanos y, sigo pensando, de cierta utilidad en el clínico. El argumento para examinar los fundamentos metafísicos de nuestra práctica sería el mismo. Puesto que no hay observación de la realidad sin marco teórico (en definitiva, metafísico), intentemos hacerlo lo más explícito posible y meditar sus pros y contras.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Pequeño pensamiento del día (2)

La única “pulsión” es la tendencia al apego, cuya expresión más elemental son los reflejos (como el de prensión y el de succión). Destructividad y sexualidad (agresividad y erotismo) son tendencias de comportamiento biológicas (de la especie) cuyas formas concretas de expresión se hallan en el contexto social, no es preciso buscarlas en un supuesto reservorio individual e interno de pulsiones. Somos biológicamente sociales, como las termitas, aunque nuestras sociedades presenten diferencias evidentes.

Si la primera necesidad es el contacto humano, el concepto “biológico” al que deberemos recurrir es “la forma de vida” como totalidad narrativa del ser humano en su contexto. Este método psicoanalítico-hermenéutico tendrá por principio la integración de las vivencias en su conjunto.

DE NUEVO CON LA PERSONALIDAD HISTÉRICA

Los últimos sistemas clasificatorios de los tipos de personalidad han estado a punto de eliminar la personalidad histérica o histriónica por...