Rodríguez Sutil, C. (2011). Reseña de la obra de J.L. Lichtenberg, F.M. Lachmann y J.L. Fosshage: “Psychoanalysis and Motivational Systems: A new look. Clínica e Investigación Relacional, 5 (3): 575-580. [ISSN 1988-2939]
Lichtenberg y colaboradores presentan una nueva versión de su teoría general de la motivación humana, cosa que no se ha llegado a completar nunca desde el psicoanálisis ortodoxo, y se ven quizá obligados a utilizar la “lengua franca” de la psicología actual, es decir, el lenguaje cognitivista. Algo que me viene ocurriendo desde hace un tiempo a esta parte es que cuando me encuentro con una obra psicoanalítica de alto rango teórico, como es la aquí citada, me resulta casi imposible comentarla sin más evitando entrar en debate con ella. La siguientes páginas, en consecuencia, no deben ser tomadas como un resumen o exposición sin más de las ideas expresadas por Lichtenberg en esta obra sino como una argumentación provocada por su lectura. Espero no obstante haber resumido en esencia las ideas centrales del libro de forma que el lector pueda hacerse una idea de cuáles son sus contenidos.
Como se advierte desde el prólogo, a los sistemas motivacionales previamente descritos (regulación fisiológica, apego, exploración/afirmación, respuestas aversivas, y goce sensual y excitación sexual) se añaden ahora afiliación y crianza (caregiving). En trabajos anteriores la “afiliación” se incluía con el “apego”. La teoría de los sistemas motivacionales intenta descubrir los componentes de los estados mentales y de los procesos de los que se derivan afectos, intenciones y objetivos. La motivación implica un proceso intersubjetivo complejo. Los motivos surgen en el individuo pero son construidos y cocreados en la red de relaciones con otros individuos. Al final de la introducción se afirma que desde hace 20 años – cuando Lichtenberg publicó su primer libro sobre el tema - los numerosos debates les han desplazado desde un enfoque más intrapsíquico a uno más bien intersubjetivo, basado en los sistemas dinámicos no lineales o en la teoría de la complejidad.
La teoría matemática de los fractales sirve para explicar, entre otras cosas, el mantenimiento del sentido de identidad a través de la continua fluctuación de los estados mentales y de las épocas de la vida. Como se sabe, un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o irregular, se repite a diferentes escalas, se compone de copias más pequeñas de la misma figura. Las copias son similares al todo: misma forma pero diferente tamaño.
Los sistemas dinámicos, una vez establecidos, se mantienen en tensión dialéctica interna y con el conjunto de sistemas, incluyendo los ámbitos ineraccionales o intersubjetivos. La tensión dialéctica se caracteriza por la complejidad y supone la sucesión de estados de desestabilización y reestabilización, con crisis, puntos de inflexión y saltos evolutivos. Los cambios oscilan entre dos polos nunca totalmente alcanzados, como son el caos total y la estabilidad plena. Para que el individuo se adapte a las condiciones cambiantes del entorno, los sistemas deben estar dotados de la capacidad para reconocer, almacenar, acceder y transmitir la información.
La razón para diferenciar un sistema de afiliación independiente, antes incluido sin más en el de apego, se deriva de las investigaciones recientes que han mostrado cómo el bebé intenta incluir al progenitor que no se halla en su interacción inmediata de apego. Por otra parte, la diferenciación entre el grupo familiar como seguro frente a la no seguridad del grupo racial o étnico depende de las bases de afiliación del grupo parental, no sólo del apego (p. 19). También existen presiones evolutivas para la cooperación intragrupo y la competición no intragrupo. La crianza (caregiving) como sistema independiente también recibe apoyo desde la teoría evolutiva y del apego. Los niños con riesgo genético reciben respuestas de crianza más negativas de sus madres adoptivas de lo que ocurre con otros niños, debido a que su conducta evoca reacciones diferentes. El sistema de crianza, por tanto, es cocreado en su modo de expresión (p. 20).
Los autores recurren a cinco áreas para organizar una descripción adecuada de los acontecimientos psíquicos (p. 4):
- Qué influencias tienen relación con el surgimiento de este evento.
- Cuáles son los motivos e intenciones dominantes o ausentes.
- Qué inferencias extrae el individuo de similares acontecimientos, actuales o pasados, y qué sistemas de creencias, conscientes o inconscientes, se han derivado de dichas inferencias y qué expectativas guían percepciones y suposiciones futuras.
- Cuáles son los modos de comunicación – gestuales, faciales, verbales, relacionales y conductuales, ya sean implícitos o explícitos – que dan información a los individuos sobre sí mismos y los demás.
- Cuáles son los medios y los efectos de la regulación de los afectos, percepciones, cogniciones y conductas.
Verónica, una paciente de Lichtenberg, que padecía ansiedad e insomnio y consumía alcohol y tabaco, se presentó muy enfadada ante el terapeuta desde el primer momento (Cf. cap. 1). Una sesión, después de una serie de observaciones sarcásticas sobre la ineficacia del terapeuta, éste le respondió bastante irritado: ¡De acuerdo, si lo que quieres es pelear, yo también puedo pelear! Este enactment – palabra que los autores no utilizan aquí y a la que se refieren más adelante – dio paso a una fase de trabajo muy productiva en la que se pudieron investigar las influencias: del pasado en el presente, en relación con las figuras parentales en este caso, las influencias generales y las creadas por ambos participantes en el pasado inmediato. Entre las influencias generales hay que considerar la cultura y el origen socioeconómico junto con aspectos tales como las diferencias de género, la religión, etc. que desempeñan un papel importante en muchas díadas terapéuticas. La actitud anterior del terapeuta de aceptación paciente de las descalificaciones, en el pasado inmediato co-creado era una invitación ante el abuso de la paciente. Su cambio de actitud era una respuesta evolutivamente necesaria que permitió el progreso terapéutico. El desafío para el cuidador (y para el terapeuta) está en reconocer las necesidades del otro en sus continuas variaciones. Inicialmente, el sistema motivacional predominante de este terapeuta era el exploratorio, mientras que el de la paciente era el aversivo-antagonista. El sistema aversivo pasó a dominar el campo, ocupando el terapeuta el papel de víctima, y abandonando ambos cualquier motivación exploratoria y reflexiva. El terapeuta abandonó de manera abrupta el papel de víctima y pasó al de antagonista. Deseaba pelear, pero la paciente también deseaba que él adoptara tal actitud.
Las inferencias no solo se extraen siguiendo la lógica simbólica, sino que inicialmente se forman a partir de claves afectivas gestuales que guían la lógica observacional procedural propia de la época preverbal, lógica que nunca se abandona y convive con la adulta. La inferencia inicial del terapeuta de Verónica procede de ese nivel. Esta información que promueve el cambio también es trasmitida de forma simultánea e imbricada, mediante la comunicación verbal y no verbal:
Así, desde el principio la comunicación es inherentemente relacional. Dicha interconexión entre comunicación y relación es confirmada a través de los hallazgos de las investigaciones sobre el apego de que las estrategias de apego en el período preverbal (seguro, ambivalente y evitativo) son una parte integral de las formas del lenguaje (coherente y cooperativo, preocupado o desdeñoso) que utilizan los niños mayores y los adultos usan al responder cuestiones sobre sus vínculos afectivos. (p. 9)
Todo lo referente al caso de Verónica se podría explicar de forma quizá más rápida recurriendo a los conceptos clásicos de transferencia, contratransferencia, enactment, u otros, pero los autores consideran que su enfoque es más amplio y flexible, y más propicio para la innovación. Yo considero que utilizar el término enactment u otros semejantes no tienen por qué limitar el campo.
Emmanuel Ghent utiliza el término “necesidad” (need) como sinónimo de los “sistemas motivacionales” y argumenta que los sistemas motivacionales se desarrollan en respuesta a las necesidades básicas, análogas a las pulsiones del psicoanálisis freudiano. Pero en opinión de Lichtenberg y colaboradores (pp. 16-18), los sistemas motivacionales no se derivan de las necesidades ni de las pulsiones sino que son sistemas auto-organizados y auto-estabilizados. Existen en tensión dialéctica con otros sistemas y cuando se acercan al caos, los puntos de inflexión permiten que se reorganicen los sistemas. Me imagino un psicoanalista ortodoxo mostrando su insatisfacción ante este planteamiento y preguntando con insistencia cuál es el origen de los sistemas motivacionales. El psicoanálisis se caracteriza por preguntar por el origen. Sin embargo, como he argumentado en algún lugar, la teoría pulsional es una teoría explicativa que no explica nada, aunque alivie la inquietud de algunos decir cosas del estilo de: este individuo es agresivo porque su pulsión destructiva es muy potente.
Ante el riesgo de que se tome su planteamiento como otra forma de psicología individual, la de los sistemas motivacionales auto-organizados, argumentan que según su teoría la persona expresa su agencia activa y sentido de autonomía al desarrollar sistemas motivacionales en interacción constante entre ellos y con los sistemas motivacionales de otras personas. Están plenamente de acuerdo con Stern y el Grupo de Boston cuando proponen las intenciones como la unidad básica, dentro de los sistemas motivacionales, del significado psicológico. Aunque su duración abarque entre 1 y 10 segundos, las intenciones se hallan insertas en una narrativa emocional que se puede captar de forma intuitiva mientras se produce. Describen una experiencia en dos fases para la formación de intenciones, una primera inferencia afectiva, rápida y no consciente seguida por otra, simbólica y conscientemente organizada. La activación o desactivación de los sistemas motivacionales procede de la valoración cognitiva y afectiva. Defienden, por tanto, la hipótesis de la inferencia o valoración (appraisal) propia de las teorías cognitivas de las emociones, aún las primitivas, aunque estén también manejando los nuevos descubrimientos sobre las neuronas espejo, que suponen un mecanismo de reacción emocional automático no inferencial o , si se quiere, no cognitivo. Considero, no obstante, que esta es una confusión menor que no anula la propuesta de Lichtenberg y colaboradores sobre los sistemas motivacionales pero les lleva a conceder un lugar explicativo preponderante a las diferenciaciones de la neurociencia, por ejemplo, de Damasio, entre conciencia central y conciencia extendida o ampliada (p. 24 y ss.). Me explico, de la misma forma que no podemos hablar de conciencia mientras no hay procesos inconscientes reprimidos, no podemos hablar de conciencia primitiva frente a conciencia adulta. De hecho, el concepto de “conciencia” es uno de los que reclaman con mayor urgencia una revisión profunda en el psicoanálisis y la psicología actual pues su uso es engañoso. Atribuimos al bebé y al niño pequeño la existencia de conciencia o falta de la misma desde nuestra habilidad adulta para utilizar un lenguaje interior, curiosamente no nos solemos plantear si posee conciencia (o inconsciente) el individuo autista o el deficiente intelectual. El inconsciente que juega con los significantes es fruto de un lenguaje sofisticado.
Los afectos y emociones ocupan un lugar esencial en la teoría de los sistemas motivacionales, son la “piedra de Rosetta” para identificar el sistema motivacional dominante a través de los rápidos cambios de estado, son su lenguaje no simbólico (p. 22). Citan a Bucci con aprobación cuando afirma que las emociones son las principales estructuras organizativas del sistema no verbal y, con ello, recurren a otro de los conceptos engañosos de la psicología cognitiva moderna, que es el de “representación interna”(p. 26). Los esquemas emocionales incluyen imágenes del objeto de la emoción, esquemas que constituyen expectativas o creencias sobre las formas en que la persona actuará con nosotros o de cómo debemos actuar hacia ella. Ahora bien, si estamos hablando de esquemas de acción no es imprescindible que exista una imagen interna almacenada de ninguna manera, sino que podríamos estar hablando de aprendizaje, adquirido en la acción y que en la acción se muestra. Esto es algo que se interpreta al paciente, en el sentido de que se le narra o refleja, pero que no está reprimido ni de lo que posiblemente él o ella ha sido nunca consciente aunque le sea de gran ayuda, cuando la interpretación es acertada, para reconocer automatismos que han estado ahí desde el origen. Dicho esto, es evidente que emociones y afectos ocupan un lugar central en el funcionamiento del ser humano y el uso de un lenguaje metafórico, como el de la imagen del objeto, es una aproximación útil en el trabajo clínico.
Hay autores que sugieren que conceptos como el de unidad del self o igualdad del self son ilusiones necesarias para contrarrestar la conciencia de discontinuidad, potencialmente turbadora. Lichtenberg y colaboradores, en cambio, consideran que ese sentido de continuidad se deriva del habitualmente suave cambio de un sistema motivacional a otro, y recurren al concepto de “fractal”, antes aludido. Los principios de la auto-semejanza repetida y la invarianza, a pesar de la escala y el tiempo, pueden ser aplicados a muchos objetos multidimensionales. Se puede ver en cada momento actual como el mundo en un grano de arena, según la bella imagen propuesta por Stern. La autosemejanza de cualidades esenciales, como pueden ser grupos concretos de afectos u objetivos y su repetición frecuente identifican la naturaleza fractal de cada sistema motivacional y del sistema en su conjunto. El hecho de que varios sistemas motivacionales compartan ciertos rasgos contribuye al sentido de continuidad durante los cambios de estado mental. Por ejemplo, la frustración que es la muestra de la activación en el sistema aversivo, puede surgir en cualquiera de los otros sistemas y ser resuelta en ellos sin necesidad de un deslizamiento hacia el sistema aversivo. También el placer sensual, central en el sistema sensual/sexual, es esencial en los sistemas de apego y de crianza y un rasgo habitual en las actividades de afiliación y en las fisiológicas (comer, dormir, orinar, etc.).
Las inferencias se realizan en dos niveles, uno intuitivo, rápido y no consciente y otro deliberado y reflexivo. En la clínica (analítica) realizamos nuestras inferencias en un clima de empatía, colocándonos en el contexto del otro, buscando en nuestro interior experiencias análogas, siguiendo el ejemplo de Kohut. Las teorías y las expectativas derivadas de nuestra experiencia, no obstante, son mediadoras en ese proceso inferencial, a veces de forma inconsciente. Las nuevas experiencias relacionales cocreadas, como la que se produce dentro de la relación analítica, crean nuevas estructuras de expectativas e inferencias que pueden desplazar, lentamente, las imágenes negativas de sí mismo y de los otros. Entre las expectativas e inferencias hay que contar, de manera relevante, y posiblemente innata, con la tendencia a comprender los motivos del otro. Según la explicación que se deriva de los recientes descubrimientos sobre las neuronas espejo – a las que estos autores también aluden – estas complejas inferencias en parte se realizan de manera automática, mediante una “simulación incorporada” imitando los movimientos observados en la otra persona y no recolectando y comparando los datos observados con un patrón interno, basado en teorías implícitas o explícitas (p. 65).
El libro dedica un capítulo, el sexto, a analizar el amor desde a perspectiva de los sistemas motivacionales, comenzando por la interacción entre el sistema de crianza parental y los sistemas de apego y sensualidad, del bebé. En las diferentes fases de la vida infancia, adolescencia y etapa adulta - se distinguen cuatro tipos de amor: apego amoroso, amor romántico, amor erótico y erotismo sin amor. Sin embargo, mientras que las conductas de apego en la infancia se han estudiado con bastante frecuencia, normalmente a partir de la situación extraña tal como la plantearon Ainsworth y colaboradores, no parece fácil estudiar el amor como tal, aunque en esos mismos experimentos se mostraría en las conductas de jugueteo entre la madre y el bebé. Una experiencia básica de seguridad facilita el amor, aunque no puede identificarse con él, pero es evidente que se dificulta con una experiencia de apego inseguro. Los niños de apego ambivalente pueden ser implicados en un intercambio amoroso, pero coloreado por la ansiedad y el enfado. Aunque parece inevitable que toda cultura imponga algún tipo de restricciones y tensiones al amor romántico y al erotismo, un apego seguro con ambos padres durante la infancia no tiene por qué desarrollar una rivalidad posesiva hacia ninguno de sus progenitores. Los niños con apego ambivalente, por su parte, suelen ser tímidos y desarrollar una dependencia adhesiva. Se ha demostrado que la interpretación que hacen los niños del acto sexual entre los padres no es indefectiblemente sádica, frente a la doctrina clásica, aunque sí se producen conflictos en el intento por comprender los misterios del acto sexual, el embarazo y el parto. La envidia y los celos también surgen de forma inevitable, pero en un ambiente propicio, donde el sistema aversivo haya sido regulado adecuadamente, se mantendrán en unos niveles aceptables e incluso ser un aderezo para la relación triangular, sin llegar a los extremos de un Othello. Un sistema aversivo moderado, de prohibiciones y limitaciones, puede añadir un acicate en el sentido de transgresión para el amor romántico y erótico, mientras que un sistema excesivo provocará la división entre apego y sexualidad, con el surgimiento de tendencias adictivas o explotadoras.
El libro incluye unas adecuadas ilustraciones de ejemplos tomados de la clínica - de hecho, el capítulo 3 está dedicado exclusivamente a este objeto – de utilidad para comprobar la aplicabilidad del modelo.
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