martes, 16 de marzo de 2010

TRANSFERENCIA Y RESISTENCIA

“La posibilidad de que el otro tenga razón es el alma de la hermenéutica” (Hans Georg Gadamer).
En 1914 (Historia del Movimiento Psicoanalítico) Freud planteó ciertos criterios de delimitación entre lo que es y lo que no es psicoanálisis. Dijo que el psicoanálisis es una tentativa por hacer comprensibles dos hechos: la transferencia y la resistencia. Toda investigación que reconozca estos dos hechos, añade, será psicoanálisis aunque alcance resultados diferentes a los del fundador. Es de suponer que igualmente habría que incluir el postulado del psiquismo inconsciente y la teoría sexual de las neurosis.
Desde la perspectiva clásica, la “transferencia” es el fenómeno consistente en trasladar las imágenes o representaciones del pasado, y las emociones asociadas, a la relación actual. Dicho fenómeno ha sido tomado en la práctica, de forma más o menos explícita, como la producción por parte del paciente de una representación errónea de la realidad, más aún (véase el “Caso Dora”), como una equivocación de ‘la’ paciente en contraste con la representación correcta del analista varón. Analista y paciente, “entes flotantes” que se influyen sin entrar en relación (Ávila). Cuando se sustituye el modelo cartesiano subyacente por la idea de que lo que la persona actúa en la práctica son esquemas de funcionamiento (externos) y no imágenes (internas), hay que proclamar que los esquemas se activan y no se trasfieren.
¿Qué hacemos entonces? ¿Eliminamos el concepto, simple y llanamente? Opino que no vamos a cambiar de forma radical
e inmediata los hábitos de expresión que nos llevan a hablar frecuentemente de “transferencia”, al igual que de “contratransferencia” y de “resistencia”; bastante tenemos si logramos ver algo claro a través de la maraña. Quizá sea más sugerente afirmar que la transferencia es una forma de organizar el presente según la experiencia del pasado (Velasco, Coderch), en el campo de interacción entre, básicamente, terapeuta y paciente, sin olvidar las relaciones externas a la sesión analítica. Igualmente creo que seguiremos empleando el término “transferencia” cuando más rígido sea el estilo relacional del paciente: el objeto externo es tratado como un objeto interno o, mejor dicho, la persona con la que nos relacionamos ahora es tratada siguiendo los patrones que utilizábamos en el pasado con otras, sin atender a las variaciones ostensibles.Por tanto, la interpretación de la transferencia, en la situación analítica, no es suficiente para producir un cambio, es necesario que la relación con el terapeuta se desarrolle hasta convertirse en una relación real entre dos personas (Fairbairn). La tarea del analista es paradójica, no consiste en aceptar o en rechazar el ser un objeto, sino en aprender del paciente cómo convertirse en un objeto utilizable por él (Winnicott).¿Quiere esto decir que no hay que interpretar la transferencia? Seguramente lo que significa es que hay diferentes formas de transferencia. A parte de advertir que puede ser más rígida o más flexible, resultará útil la distinción de Killingmo entre transferencia de conflicto y transferencia de déficit. La primera sería aproximadamente equivalente a la transferencia freudiana – inconsciente, reprimida e interpretable -, mientras que la transferencia por déficit no está cargada con un contenido representacional específico, hace referencia a la repetición de necesidades dirigidas hacia objetos cuyas representaciones no han sido internalizadas. Posiblemente la transferencia a la que se refieren preferentemente Fairbairn y Winnicott, de especial relevancia para el paradigma relacional, es la que se sustenta en el déficit.Por otra parte, para interpretar correctamente un texto es preciso hacer transparente la propia situación hermenéutica, para que nuestros “prejuicios ilustrados” no actúen de forma imperceptible y oculten el texto. La interpretación se integra en un círculo, el círculo hermenéutico, dirá Gadamer, pues todo entender está condicionado por una historia previa del diálogo, por una motivación o un “prejuicio”, que debemos entender como un juicio previo, inevitable, no obligatoriamente en un sentido peyorativo. No existe una comprensión pura y objetiva del sentido. En todo intento de entender nos incluimos ya a nosotros mismos, pero el entender es siempre la continuación de un diálogo que ya había comenzado antes de que llegáramos nosotros.La transferencia, como ya se puede suponer, debe dejar de considerarse un fenómeno exclusivo del paciente, que se proyecta, por decirlo así, entero sobre el terapeuta. Estamos hablando más bien del espacio analítico, un área intermedia entre la realidad de quien es el terapeuta y las proyecciones y fantasías del paciente, pero que también es un campo co-creado por ambos. Este campo puede ser usado como espacio de juego y creación de una nueva relación. Seguramente un paso decisivo para llegar a esta concepción relacional fue la recuperación del concepto de “contratransferencia”, a partir de los años cincuenta, gracias a un importante artículo de Paula Heimann, reconociendo que la contratransferencia del analista es parte esencial de la relación analítica.Pasemos ahora a la resistencia. El término “resistencia”, si se piensa sólo en la resistencia del paciente, es una justificación del punto de vista del analista. La resistencia es una evitación o la interferencia en el aquí y ahora del allí y entonces. Este punto de vista, incorporando la necesidad de comprender tanto el pasado como el presente, ha llevado a algunos pensadores contemporáneos a proponer que es la resistencia, y no la transferencia, la que es co-construida. La mejor forma de evitar una influencia coercitiva no es eliminar los propios valores y visión de la realidad, sino hacerlos lo más explícitos posible. El objetivo del tratamiento analítico es, dice Renik, proporcionar un beneficio terapéutico aumentando la autoconciencia del paciente. Por lo tanto, resistencia será todo aquello que interfiera con este incremento de la autoconciencia. Sugiere también Renik que para que la interpretación de la resistencia sea una auténtica técnica de comprobación de hipótesis, se debe dirigir a hechos observacionales, que estén igualmente disponibles para paciente y terapeuta y en los que ambos estén de acuerdo. Es una tarea científica común a ambos. Pero, mucha atención, una de las resistencias más formidables es la de un análisis sin dirección: el paciente dice lo que le viene a la mente y el analista le ofrece sus reflexiones, pero sin que ninguno de los dos se plantee hacia donde va el proceso. El análisis es una tarea dirigida a fines (el aumento de la autoconciencia).Cuando la resistencia está asentada de forma predominante en el paciente conviene, no obstante, valorarla desde una respectiva relacional. Bromberg, traduce la resistencia del paciente de esta manera:“Estoy aquí porque tengo problemas, pero no necesito que se me salves de estos problemas, aunque lo parezca. Sin embargo, tengo toda la esperanza de que intentes “curarme” y haré todo lo posible por que fracases. No tengo una enfermedad, soy mi enfermedad y no te permitiré que me cures de ser quien soy”.Al analizar la resistencia, añade Bromberg, no nos dirigimos a “contenidos” de la mente sino de la estructura disociativa de la mente como tal (“yo” y “no yo”), a esto es a lo que se dirige fundamentalmente la resistencia la mayor parte del tiempo de tratamiento. Esta idea me hace pensar que la resistencia tiene más que ver con la patología del carácter, y así entendemos el consejo de Wilhelm Reich de que el análisis de las resistencias debe preceder al de los “significados”. La resistencia de carácter es indirecta: cortesía, sumisión, etc.; no se expresa en el contenido del material sino formalmente, en la afectación general típica, en la forma de hablar, de andar, en la mímica y en las maneras y hábitos peculiares.Conservemos o desechemos los términos tradicionales del psicoanálisis, como transferencia y contratransferencia, desde el psicoanálisis relacional se están acuñando conceptos nuevos que, como herramientas teóricas, permitirán acceder y desarrollar la relación terapeuta-paciente. Conceptos como “enactment”, “momentos ahora”, “responsividad”, “mutualidad”, “terceridad” forman parte de esta nueva panoplia técnica que ahora me limito a nombrar.

miércoles, 3 de marzo de 2010

POSICIÓN ESQUIZOIDE, POSICIÓN CONFUSIONAL

Me voy a ocupar ahora de las posiciones de la teoría kleiniana junto con los aportes relevantes de Fairbairn. Introducimos la posición “confusional” que junto con la esquizoide, más clásica, cubre el espectro de las personalidades narcisistas y límites, con una denominación un tanto difusa, o de las estructuras límite de la personalidad, en el sentido de Kernberg (límite alto y límite bajo).

Se trata de asuntos que guardan cierta relación con las clasificaciones diagnósticas y requieren cierto preámbulo. Considero que las categorías construidas para clasificar las manifestaciones psicopatológicas no deben entenderse como listas cerradas de elementos, sino como ejemplares prototípicos de casos, no han de aplicarse como la asignación de un compartimiento estanco. Y, aunque defiendo su utilidad, tendría que evitarse con cuidado la tendencia clásica que asigna la enfermedad al individuo como entidad aislada. El trastorno se produce en un contexto familiar y, como se dice desde la teoría sistémica, es ese contexto en su totalidad el que se ve implicado, y no solo uno de sus elementos. Por otra parte, el aspecto que más me interesa del posible trastorno es la estructura de la personalidad, entendida como conjunto de patrones de comportamiento cuyo nivel de lectura privilegiado es la relación interpersonal. La personalidad es lo que hacemos en compañía de los otros, estén o no estén físicamente presentes, es nuestro estilo, nuestra forma de estar en el mundo. Hace años propuse, desde una perspectiva clínica, definir la personalidad como aquello que queda cuando eliminamos los síntomas, ahora añadiré que la personalidad también consiste en el significado particular de esos síntomas en el contexto social.

Klein toma el término “esquizoide” de Fairbairn para hablar de posición “esquizo-paranoide”. Antes había utilizado la denominación “posición paranoide”, identificado “paranoide” con “persecutorio”, pero sin elaborar mucho el concepto. Para Fairbairn, la patología esquizoide proviene de una fijación a la etapa oral primaria (incorporativa y pre-ambivalente) y los estados maníaco-depresivos a la etapa oral secundaria (ambivalente), con la aparición de los dientes y la posibilidad de morder. El niño pre-ambivalente cree que su amor es rechazado cuando su madre lo frustra, dando lugar al sentimiento de futilidad, más profundo y absoluto que la desesperación melancólica. Ahora bien, la posición esquizoide que define Fairbairn es realmente esquizoide (no paranoide) y muestra la alienación. La posición esquizo-paranoide de Klein (que excluye la ambivalencia) es primariamente paranoide y secundariamente esquizoide, debido al odio. Según Grotstein – psicoanalista de Los Ángeles - mientras que la posición esquizoide de Fairbairn se encuadra en una teoría sobre el déficit primario, afirmación con la que estoy de acuerdo, su posición depresiva se basa en una teoría de la melancolía, como la de Freud y Klein, una teoría del conflicto que recoge los resultados en la fantasía del niño por los supuestos ataques al pecho.

Fairbairn afirma que cierto grado de disociación está siempre presente en el fondo del psiquismo, y enumera una multitud de fenómenos esquizoides que se manifiestan en la clínica, entre ellos la despersonalización y la sensación de irrealidad. Estas actitudes y fenómenos están presentes, según él, con mayor o menor intensidad en una gran variedad de sujetos, desde los esquizofrénicos puros, la personalidad psicopática de tipo esquizoide, el carácter esquizoide – rasgos esquizoides marcados pero no psicopáticos – y los estadios esquizoides pasajeros o “islas esquizoides”. La necesidad de amor, en todos estos estados queda oculta bajo una máscara de distanciamiento y apatía emocional. La futilidad es el afecto característico de muchos trastornos esquizoides y puede provocar el diagnóstico de alguna forma de depresión.

Melanie Klein consideró en alguno de sus trabajos iniciales la posibilidad de la posición maníaca relacionada con la omnipotencia y con la renegación (no ver cierta parte de la realidad externa). Pero eliminó esta posición por carecer, en su opinión, de una angustia específica, pues o bien el yo busca refugio contra la melancolía (posición depresiva) o contra un estado paranoico que no es capaz de dominar. Atribuye a la posición esquizo-paranoide la mayoría de los mecanismos maníacos: el control omnipotente de los objetos malos, la idealización, la negación de la realidad psíquica. La idealización del objeto es más bien una reacción de protección ante los temores persecutorios que una relación propiamente amorosa.


La perspectiva vincular introduce la necesidad de una posición intermedia entre la esquizo-paranoide y la depresiva, que es la que denominamos “posición confusional”, que comparte elementos con una y otra, y se caracteriza por la oscilación: entre un self megalomaníaco (cercano a lo esquizoide) y un self disminuido (cercano a lo depresivo). Utiliza los mecanismos maníacos (base de la contrafobia), la renegación, el desplazamiento fóbico y una idealización menos extrema que en la posición esquizo-paranoide. Resumimos las tres posiciones, cuatro si incluimos la “aglutinada” (la del período simbiótico) recogiendo las aportaciones kleinianas y de la psicopatología vincular (Kesselman, Caparrós, Rodríguez Sutil).


POSICIÓN AGLUTINADA: Fusión biológico-social, Protosujeto.


P. ESQUIZOIDE: Escisión, proyección, introyección, identificación proyectiva, repudio, idealización primitiva. Sujeto premoralmente bueno (narcisismo). Objeto parcial (bueno-malo).


P. CONFUSIONAL: Los mecanismos anteriores más renegación, reparación (fallida), defensas maníacas (contrafobia), idealización y desplazamiento de las pulsiones. Sujeto confuso y alternante (dilatado-disminuido). Objeto ideal (bueno-malo-confuso).


P. DEPRESIVA: Los mecanismos anteriores más denegación, reparación, inhibición de la agresividad y desplazamiento de las pulsiones. Sujeto (moderadamente) disminuido. Objeto total (respetado pero reconociendo sus defectos).



Se puede atribuir a la posición esquizoide los elementos persecutorios del superyo (proyectados al exterior), a la confusional el ideal del yo (inalcanzable, interno y externo) y a la depresiva el superyo moral (introyectado, pero también los mecanismos de defensa ante el mismo). Pero cuando Klein y su discípulo Rosenfeld aluden a los “estados confusionales” piensan estar ocupándose de fenómenos esquizoides. También registra Klein un fenómeno corriente en nuestra observación de pacientes de la posición confusional: la evitación del éxito para no arruinar con la competencia y la envidia al objeto bueno pobremente integrado. La separación entre el individuo y el objeto puede ser borrosa y crear confusión.


El mecanismo psicopatológico que predomina en estos sujetos es el de fobia-contrafobia. La angustia de fondo es confusional, es decir, caracterizada por no distinguir si el peligro procede del interior o del entorno y por una no nítida discriminación entre el yo y el no-yo en el plano emocional. En las personalidades de la posición confusional la ansiedad es un síntoma sobresaliente y una experiencia intensa, siendo la crisis de angustia más frecuente que en otras estructuras, también como "miedo al miedo": temor a sonrojarse, llorar o ponerse nervioso y que los demás descu­bran su estado. Predomina el sentimiento de vergüenza, más que la culpa, y el temor al ridículo, por los actos realizados, por no haber sido capaz de cumplir el papel grandioso que le viene asignado (el del ideal del yo). La huida o el ataque, ya sea libidinal o agresivo, se produce como una explosión de los impulsos bloqueados. Con frecuencia es una huida guiada por una autoimagen hipertrofiada (yo megalomaníaco), para a continuación pasar a una fase casi depresiva, con intentos reparatorios fallidos. Se trata del mecanismo fobia-contrafobia que, a mi entender, supone la identificación más o menos breve del yo con el ideal del yo o, dicho de otra forma, una regresión efímera a la posición de omnipotencia propia de lo esquizoide.


Como ejemplos clínicos pondremos el joven tímido que un día “no puede más” y confiesa su amor, con gran emocionalidad, provocando la alarma en la otra parte. Otro es el de la persona con gran angustia para hablar en público pero que un día reniega su incapacidad y se mete de lleno en la situación; o el soldado que no soporta la angustia de permanecer en la trinchera, esperando tal vez la muerte, y se lanza al enemigo con el riesgo de convertirse en héroe o, más probable, de morir acribillado sin más. Frases típicas: “fue la gota que colmó el vaso”, “reconozco que estuvo mal, pero no lo pude soportar más”. Estas situaciones, y similares, se resuelven, en el mejor de los casos, con una
crisis aguda posterior con intensa sensación de ridículo. Suelen vincularse de manera estrecha con personalidades fuertes que les “doten” de estructura, en especial obsesivos, mientras que con el histérico mantienen idilios breves o relaciones de media distancia.

viernes, 26 de febrero de 2010

SARAMAGO


Recientemente he leído una novela de José Saramago, Todos los Nombres, y me he encontrado con este bonito texto que ilustra mejor la idea de lo relacional - en especial el concepto de "terceridad" - que muchas sesudas exposiciones:
Comenzaré preguntándole si sabe cuántas personas forman un matrimonio, Dos, el hombre y la mujer, No señor, en el matrimonio existen tres personas, está la mujer, está el hombre y está lo que llamo tercera persona, la más importante, la persona que está constituida por el hombre y la mujer juntos,(...)

lunes, 22 de febrero de 2010

FERENCZI Y FAIRBAIRN EN LOS ORÍGENES DE LA TÉCNICA RELACIONAL

La psicoterapia siempre será un proceso de influencia mutua e, inevitablemente, asimétrica, por la especial responsabilidad y autoridad del terapeuta. El concepto de mutualidad, según Lewis Aron, no incluye simetría o igualdad. Esto libra, en mi opinión, a los seguidores del enfoque relacional de las tentaciones de análisis mutuo que durante cierto tiempo confundieron a Ferenczi, con resultados poco favorables. Precisamente Sándor Ferenczi, en tiempos supuesto delfín de Freud pero luego durante tantos años ignorado, debe identificarse como el antecedente directo de la técnica relacional. Fue él quien se atrevió a plantear cuestiones incómodas como la del traumatismo intra-analítico, y la relación de esclavitud analítica en la que la terapia analítica se puede convertir. Para estos y otros asuntos relacionados con el psicoanalista húngaro recomiendo los trabajos publicados en castellano por José Jiménez Avello, aunque siempre es más recomendable asistir también a sus exposiciones orales.

En la época de la “terapia activa”, a comienzos de los años veinte, Ferenczi había reconocido que, a veces, es preciso ayudar al paciente a tomar una decisión cuando es urgente y todavía no se halla preparado. Pero el terapeuta debe percatarse de que no está actuando como psicoanalista en un sentido estricto y que se pueden derivar modificaciones de la transferencia, a veces un reforzamiento de la misma. Habrá que incitar a un paciente a superar su incapacidad casi fóbica a tomar una decisión, lo que puede ayudar a resolver los bloqueos afectivos y facilitar el acceso a un material inconsciente, inaccesible hasta entonces. Es muy prudente en sus consejos técnicos, por ejemplo, no se le debe decir al paciente que esta experiencia le curará de inmediato. Cuanto se supera el estancamiento, el terapeuta debe volver rápidamente a la receptividad pasiva, pero, opina, es exagerado decir que nunca se deben dar consejos. Y sugiere que la técnica activa ha sido utilizada siempre de facto, aunque sin nombrarla. Una forma de intervención activa habitual es fijar un término al análisis. Hace no mucho se ha comentado (Summers) que la acción es un elemento crucial en la terapia, no una desviación, pues formular proposiciones ya es una manera de “hacer” – parece que estuviera citando los “enunciados realizativos”.

Años después, Ferenczi introducirá conceptos que anticipan aspectos técnicos del enfoque relacional, como son “elasticidad”, “tacto” y “empatía”.

Quizá fue Ronald Fairbairn, en los años cincuenta, el primero en manifestar su descontento con el distanciamiento (detachment) como actitud técnica, principio aceptado y preconizado entonces y después por los institutos psicoanalíticos. Hay que tener cuidado de no confundir el distanciamiento con la objetividad de las interpretaciones, pues el distanciamiento sólo tiene un alto valor defensivo para el analista. Igualmente desconfía de que se instituya una duración fija de las sesiones, pero entiendo que debe ser un consejo de flexibilidad y no de arbitrariedad, en otras palabras, la sesión debe tener una duración más o menos fija, pero no interrumpiendo al paciente a mitad de una frase, o del desarrollo de un contenido emocionalmente relevante. Asunto diferente es que esa flexibilidad en algún momento lleve al abuso o favorezca las resistencias, lo que deberá ser evitado y/o interpretado. El uso del diván tiene que ver también con una concepción teórica del tratamiento que impone en el paciente, de forma totalmente arbitraria, una situación traumática. Dicha situación reproduce el trauma infantil en el que el bebé es abandonado sólo y aislado. El requisito de la asociación libre, combinado con la postura recostada, parece un tabú contra cualquier forma de actividad, excepto la expresión verbal. Puesto que las inhibiciones de la actividad constituyen un factor tan importante en la génesis de los síntomas y de las dificultades internas, se plantea la cuestión de si el reforzamiento artificial de dichas inhibiciones, por las condiciones de la sesión analítica, no constituye en muchos casos un serio trauma emocional para el paciente, aumenta su resistencia e, incluso, favorece las reacciones terapéuticas negativas.

Estoy de acuerdo con Fairbairn en que, desde luego, hay pacientes pasivos a los que la posición recostada les proporciona un adecuado escape de la ansiedad que implica para ellos la actividad, y que están dispuestos a explotar la situación analítica en una manera masoquista. Sin embargo, no creo que el rechazo del diván deba tomarse como un requisito del psicoanálisis relacional. Según mi propia experiencia, dependiendo como se use, el diván puede ser un recurso que facilite el proceso de indagación y permita una mayor comodidad a terapeuta y paciente. Pero en mi práctica de psicoterapia psicoanalítica, de una o dos sesiones semanales, cada vez lo utilizo menos. Por el relato de Guntrip sabemos que Fairbairn disponía de un diván en su consulta y que era a veces el paciente el que decidía recostarse en él o sentarse en una silla.

Finalmente, Fairbairn comenta algo en lo que es difícil no coincidir, y es que el paciente, en tanto paciente, debe haber sufrido deprivaciones importantes en su infancia. Es lógico que acuda a la terapia necesitado de aquellas relaciones personales de las que careció. El distanciamiento y neutralidad suponen el sometimiento a una nueva e importante deprivación, que reactualiza la anterior. En muchos momentos, por tanto, la terapia analítica produce una retraumatización.

Frente a los psicoanalistas estrictos que desaconsejan toda actitud interventora ante el paciente, fuera de la interpretación y operaciones semejantes, yo pienso en el caso de un paciente que está a punto de invertir dinero en una operación que tiene todo el aspecto de ser una estafa piramidal, u otros similares. Se necesita adoptar una actitud fría, ya sea por propia convicción o por recomendaciones técnicas, para permanecer callado como terapeuta en esas situaciones.

domingo, 7 de febrero de 2010

SUPERVISIÓN KLEINIANA - SUPERVISIÓN RELACIONAL

Para captar la diferencia entre el enfoque relacional y otros, a parte de las cuestiones filosóficas en las que más he insistido hasta ahora, lo más adecuado es referirse a situaciones tomadas de la práctica. Con ese fin voy a hablar de cierta experiencia que he tenido en la supervisión de terapeutas jóvenes dentro de un servicio de atención subvencionada por nuestro instituto, en el que los pacientes abonan una cantidad reducida y, en algunos casos, el coste es cero. Cuando el o la terapeuta es joven y la diferencia de edad con el paciente es escasa, se junta la dificultad del primero en sumir su rol, en creerse realmente en la posición terapéutica, con la resistencia del paciente a realizar una búsqueda seria en sus vivencias, que a menudo se concreta en una actitud de ‘colegas’. Un ejemplo es el del paciente que pregunta, cuando su terapeuta intenta terminar una sesión que ya se alarga demasiado: “¿no te dejan estar más tiempo en sesión?”.
La supervisión en psicoanálisis relacional se centra tanto en los sentimientos del paciente como en los del terapeuta, así como en los que se producen en el propio supervisor.
Tomemos un interesante ejemplo de interpretación kleiniana tomado de una obra reciente de Jean-Michel Quinodoz, À l’écoute d’Hanna Segal. Sa contribution à la psychanalyse (París, Presses Universitaires de France, 2008).

(p. 107) (Un analista presentaba en supervisión el caso de una paciente)... se obstinaba en interpretar que unas veces estaba en contacto con ella y otras veces no – dicho de otra manera, sólo interpretaba las interacciones paciente/analista. De pronto tuve la muy viva imagen de un niño muy pequeño confrontado con una madre embarazada y que no era capaz de acceder a ella. El supervisado no me había proporcionado ningún elemento de su historia [de la paciente]. Ahora bien, yo pienso que eso siempre es muy importante. Por ello, durante la pausa, le pregunté qué edad tenía cuando nació su siguiente hermano. Respondió: “Oh, no me acuerdo, pero creo que la paciente tenía alrededor de un año.” Entonces dije: “La paciente entra en tu interior como un niño pequeño cuando el vientre de su madre contiene otro niño, entonces sufre una confusión y no sabe si ella es el bebé o la madre... Está llena de angustia y de odio por penetrar ahí dentro. Pienso que, incluso si no lo interpretas en relación con esta experiencia de bebé, debes tener en mente que no se trata simplemente de que ella busque penetrar en tu psiquismo o que no quiera que tu penetres en el suyo”. Por tanto, he propuesto que se hiciera una interpretación ligando la interacción actual con el fantasma infantil de la paciente, esto recoloca las cosas en el psiquismo...” (He realizado algunas correcciones consultando la versión inglesa).

Evidentemente no voy a discutir la interpretación sugerida, pues, fuera de diferencias de vocabulario a la hora de expresar las ideas, seguramente se acompañó de la adecuada empatía y emoción. Pero sí habría que indagar qué sentía el terapeuta al verse invadido en su interior por el paciente y cómo trasladaba su desasosiego al interior de Hanna Segal. En los casos de supervisión a los que yo me refiero, esa invasión viene provocada por la cercanía de edad entre paciente y terapeuta, la escasa asunción del rol por parte del segundo y, respecto al supervisor, la situación de proximidad por ser supervisados conocidos en los cursos de formación. Si se tiene en cuenta la vivencia intersubjetiva de todos los participantes y su contribución respectiva a la escena no hay inconveniente en utilizar el concepto kleiniano de identificación proyectiva (ya volveré alguna vez a este concepto). Mis supervisados jóvenes seguramente son invadidos por la posición de fragilidad y dependencia que sus pacientes intentan superar resistencialmente y me trasladan esa invasión. El supervisado de Segal posiblemente resistía a la invasión, con lo que había períodos en que su paciente desconectaba, y a su vez depositaba esa angustia en la supervisora quien daba la interpretación correcta pero, a mi entender, no completa.

martes, 26 de enero de 2010

DE LAS REPRESENTACIONES


En psicoanálisis (y en psicología) es habitual que confundamos el modelo con el que pretendemos explicar un comportamiento, con un modelo que supuestamente el sujeto posee en su interior. Hemos llegado a aceptar que no tenemos un conocimiento directo de la realidad "en sí", sino que nos manejamos con representaciones de ella. Lo acertado o equivocado de las representaciones se deduce por sus consecuencias, algunas nos llevan al éxito y otras no, y concluimos que ese resultado no es azaroso. Sin embargo, todavía no hemos caído en la cuenta de que formamos parte de la realidad y las teorías que construimos sobre nuestra naturaleza no son más que eso, representaciones. El que utilicemos socialmente representaciones para describir y entender nuestro comportamiento no quiere decir que la "representación", en cuanto tal, sea el componente esencial del psiquismo. Con esto nos apartamos de Herbart, Brentano, Husserl y de la mayor parte de la psicología posterior que se apoya en el concepto filosófico de “intencionalidad”. Cada fenómeno psicológico o contenido mental está dirigido hacia un objeto, que sería el objeto intencional. Un pensamiento, deseo o creencia están relacionados con un objeto. Los fenomenólogos no son tan simplistas como para decir que estos objetos son “externos” pues de hecho se puede entender que toda la realidad humana es mental y, por tanto, intencional. Pero desde este sistema es fácil concebir la distinción del sujeto representante frente al objeto representado. Frente a ello, propongo que en el origen no existe un sujeto representante, ni diferenciación de sujeto y objeto, sino mera acción. El mundo no es el conjunto de las cosas sino de los hechos, es decir, de las relaciones.
Según la concepción ordinaria la imagen se lleva encima, igual que podemos utilizar un retal de tela para confrontar. Como ya he dicho, si el proceso fuera así de simple sería, en realidad, algo muy complicado. Para comprobar que la imagen que nuestra memoria nos propor­ciona de 'rojo' es la correc­ta deberíamos disponer de un tercer término de comparación, y así indefi­ni­damente. Antes o después llegamos al momento en que hacemos las cosas y las hacemos bien. Bien entendido, este debate entronca en la discusión medieval sobre los universales y más atrás, con la doctrina platónica de las ideas. Recordemos el argumento clásico del tercer hombre contra la doctrina de las ideas, o de las “formas” platónicas. La cuestión tiene que ver con la manera en que una idea se relaciona con los particulares que participan de ella. El hombre particular es, en consecuencia, humano, porque participa de la forma “hombre”, pero esta comparación requeriría del recurso a un “tercer hombre” – y no es Orson Welles - que asegurara lo que los dos primeros poseen en común, y así en una regresión al infinito. Por muchas investigaciones que se están realizando, ningún científico sabe cómo representa la representación. A pesar de ello se sigue identificando el concepto de “mente” con la mente individual, aislada como aparato representacional.
No es que yo niegue la existencia de representaciones internas, ni afirmo que las investigaciones de la ciencia cognitiva carezcan de interés. De hecho, considero relevantes los trabajos en los que se descubre que una imagen se mantiene en la memoria merced a su estructura significativa y no tanto como representación pictórica. Pero la representación interna es algo tan evidente que, a menudo, nos lleva a confusión, ya que la tomamos como el hecho psicológico fundamental. Esas imágenes son dependientes de lo que ocurre en el exterior. Los errores se originan en nuestra tendencia a darles un valor per se a estas imágenes internas, cuando en realidad la imagen interna sólo posee estabilidad si se la contrasta con el uso. Deberíamos sustituir el concepto de representación interna por un concepto pragmático que describiera cómo se utilizan las representaciones en las situaciones concretas.
El auténtico psicoanálisis relacional será aquel que logre desechar el concepto de “representación interna”, y sus derivados, “como objeto interno”. También habrá de abandonar el concepto de “internalización” y sustituirlo, tal vez, por el de “aprendizaje”. Este camino, desde luego, encierra gran dificultad, pues va a contrapelo de algunas de nuestras tendencias culturales más arraigadas. Las entidades intrapsíquicas deberían pasar a un segundo plano, pues la psicología, en su sentido más humano y no biológico, es desde el principio sociología. Según nuestra concepción del psicoanálisis el grupo es la realidad primaria.

jueves, 7 de enero de 2010

MITO, REALIDAD, HERMENÉUTICA Y EURÍSTICA (BREVE ACLARACIÓN)


No son muchos los comentarios que se incluyen en este blog (desde aquí animo a los lectores a que se atrevan a dejar su opinión o cuestionamiento) pero sí me llegan de viva voz por parte de algunos conocidos o amigos. Uno me pregunta si estoy a favor de la versión hermenéutica del psicoanálisis o bien si considero que es la más propicia para el psicoanálisis relacional. Ciertamente durante mucho tiempo jugué con la idea de que el psicoanálisis era esencialmente una hermenéutica y veo con agrado los desarrollos psicoanalíticos hechos bajo la inspiración de Heidegger y Gadamer. Sin embargo, el rechazo de la postura energetista clásica no me lleva a situarme en una alternativa puramente socio-lingüística. Desde Ferenczi, y sin ocupar nunca el centro de la ortodoxia psicoanalítica, se ha visto la necesidad de recuperar de alguna manera la teoría traumática que Freud desestimó cuando dejó de “creer” en su histérica, al filo del siglo XX. No es que pensemos que todos los niños hayan sido víctimas de abusos sexuales, pero la misma diferenciación entre patologías por déficit y patologías por conflicto (Killingmo) sugiere que parte de nuestra constitución psíquica – la más básica - se produce antes de la codificación lingüística o simbólica de la realidad. El psicoanálisis relacional se pre(ocupa) de emociones, afectos, sentimientos y estilos de relación mutua terapeuta-paciente no enunciados, pero tampoco reprimidos, a los que no se accede predominantemente por la interpretación aunque, si las cosas van bien, se puede llegar a hablar de ellos, a intentar traducirlos o narrativizarlos. Es “lo sabido no pensado” (Bollas) el “algo más que la interpretación” (Grupo de Boston), la “memoria procedimental”, entre muchas denominaciones más o menos sinónimas. Cuando nos referimos a esta realidad utilizando nuestro lenguaje, el único que conocemos, y nos vemos llevados a expresiones paradójicas – y más si es por escrito – que ojalá fueran poéticas, del estilo de “hay una realidad más allá del lenguaje”, pero no podemos hablar de ella. El Wittgenstein del Tractatus lo ‘resolvía’ con su tan citado aforismo “De lo que no se puede hablar, hay que callar”. Dicho sea de paso, eso de lo que no se puede hablar no tiene por qué ser algo interno.
Por tanto, no me parece deseable abrazar sin reparos la versión hermenéutica del psicoanálisis, excluyendo todo influjo directo de la realidad extranarrativa, por una doble razón. En primer lugar, la interpretación en un sentido estricto ha perdido presencia frente a conceptos como “empatía” u otros que intentan reflejar la esencia de la relación terapéutica (enactment, mutualidad, auto-desvelamiento, etc.). En segundo, ya incluso desde los años cuarenta con la teoría de las relaciones objetales, el relieve otorgado a las experiencias negativas tempranas, procedentes del ambiente, que han producido la patología, ha propiciado un interés creciente en la investigación sobre el desarrollo infantil temprano, puesta de gran actualidad desde Daniel Stern y el Grupo de Boston.
La narración a la que aspira el psicoanálisis relacional no es una mera creación intrasubjetiva del paciente sino que habrá de integrar significativamente la realidad histórica esas situaciones traumáticas y esos influjos iniciales del desarrollo, que intervienen no sólo como contenidos reprimidos sino también en la propia constitución de nuestro ser corporal y nuestros hábitos. El mito no surge de la nada.
En conclusión, el ser humano es una realidad con un doble nivel de acceso, si no múltiple (volvemos al tópico “dualismo-monismo”). La relación terapéutica es una experiencia humana, existencial, pero el paciente también debe ser observado desde la perspectiva de la ciencia natural; con las matizaciones que se requieran, debe ser clasificado y explicado. El paciente debe ser entendido como sujeto y explicado como objeto y nuestra obligación es que una visión no anule la otra. El hecho de que la escisión alma-cuerpo sea una falsa dicotomía no significa que el ser humano sea monolíticamente algo espiritual o, bien al contrario, algo natural. Es un ser social con un organismo.Supongo que algunos no considerarán satisfactoria esta explicación pero, en el estado actual de (mi) conocimiento solo podría ofrecer un razonamiento más largo y, quizá, más enrevesado, pero no más eficaz.

DE NUEVO CON LA PERSONALIDAD HISTÉRICA

Los últimos sistemas clasificatorios de los tipos de personalidad han estado a punto de eliminar la personalidad histérica o histriónica por...