Para captar la diferencia entre el enfoque relacional y otros, a parte de las cuestiones filosóficas en las que más he insistido hasta ahora, lo más adecuado es referirse a situaciones tomadas de la práctica. Con ese fin voy a hablar de cierta experiencia que he tenido en la supervisión de terapeutas jóvenes dentro de un servicio de atención subvencionada por nuestro instituto, en el que los pacientes abonan una cantidad reducida y, en algunos casos, el coste es cero. Cuando el o la terapeuta es joven y la diferencia de edad con el paciente es escasa, se junta la dificultad del primero en sumir su rol, en creerse realmente en la posición terapéutica, con la resistencia del paciente a realizar una búsqueda seria en sus vivencias, que a menudo se concreta en una actitud de ‘colegas’. Un ejemplo es el del paciente que pregunta, cuando su terapeuta intenta terminar una sesión que ya se alarga demasiado: “¿no te dejan estar más tiempo en sesión?”.
La supervisión en psicoanálisis relacional se centra tanto en los sentimientos del paciente como en los del terapeuta, así como en los que se producen en el propio supervisor.
Tomemos un interesante ejemplo de interpretación kleiniana tomado de una obra reciente de Jean-Michel Quinodoz, À l’écoute d’Hanna Segal. Sa contribution à la psychanalyse (París, Presses Universitaires de France, 2008).
(p. 107) (Un analista presentaba en supervisión el caso de una paciente)... se obstinaba en interpretar que unas veces estaba en contacto con ella y otras veces no – dicho de otra manera, sólo interpretaba las interacciones paciente/analista. De pronto tuve la muy viva imagen de un niño muy pequeño confrontado con una madre embarazada y que no era capaz de acceder a ella. El supervisado no me había proporcionado ningún elemento de su historia [de la paciente]. Ahora bien, yo pienso que eso siempre es muy importante. Por ello, durante la pausa, le pregunté qué edad tenía cuando nació su siguiente hermano. Respondió: “Oh, no me acuerdo, pero creo que la paciente tenía alrededor de un año.” Entonces dije: “La paciente entra en tu interior como un niño pequeño cuando el vientre de su madre contiene otro niño, entonces sufre una confusión y no sabe si ella es el bebé o la madre... Está llena de angustia y de odio por penetrar ahí dentro. Pienso que, incluso si no lo interpretas en relación con esta experiencia de bebé, debes tener en mente que no se trata simplemente de que ella busque penetrar en tu psiquismo o que no quiera que tu penetres en el suyo”. Por tanto, he propuesto que se hiciera una interpretación ligando la interacción actual con el fantasma infantil de la paciente, esto recoloca las cosas en el psiquismo...” (He realizado algunas correcciones consultando la versión inglesa).
Evidentemente no voy a discutir la interpretación sugerida, pues, fuera de diferencias de vocabulario a la hora de expresar las ideas, seguramente se acompañó de la adecuada empatía y emoción. Pero sí habría que indagar qué sentía el terapeuta al verse invadido en su interior por el paciente y cómo trasladaba su desasosiego al interior de Hanna Segal. En los casos de supervisión a los que yo me refiero, esa invasión viene provocada por la cercanía de edad entre paciente y terapeuta, la escasa asunción del rol por parte del segundo y, respecto al supervisor, la situación de proximidad por ser supervisados conocidos en los cursos de formación. Si se tiene en cuenta la vivencia intersubjetiva de todos los participantes y su contribución respectiva a la escena no hay inconveniente en utilizar el concepto kleiniano de identificación proyectiva (ya volveré alguna vez a este concepto). Mis supervisados jóvenes seguramente son invadidos por la posición de fragilidad y dependencia que sus pacientes intentan superar resistencialmente y me trasladan esa invasión. El supervisado de Segal posiblemente resistía a la invasión, con lo que había períodos en que su paciente desconectaba, y a su vez depositaba esa angustia en la supervisora quien daba la interpretación correcta pero, a mi entender, no completa.
La supervisión en psicoanálisis relacional se centra tanto en los sentimientos del paciente como en los del terapeuta, así como en los que se producen en el propio supervisor.
Tomemos un interesante ejemplo de interpretación kleiniana tomado de una obra reciente de Jean-Michel Quinodoz, À l’écoute d’Hanna Segal. Sa contribution à la psychanalyse (París, Presses Universitaires de France, 2008).
(p. 107) (Un analista presentaba en supervisión el caso de una paciente)... se obstinaba en interpretar que unas veces estaba en contacto con ella y otras veces no – dicho de otra manera, sólo interpretaba las interacciones paciente/analista. De pronto tuve la muy viva imagen de un niño muy pequeño confrontado con una madre embarazada y que no era capaz de acceder a ella. El supervisado no me había proporcionado ningún elemento de su historia [de la paciente]. Ahora bien, yo pienso que eso siempre es muy importante. Por ello, durante la pausa, le pregunté qué edad tenía cuando nació su siguiente hermano. Respondió: “Oh, no me acuerdo, pero creo que la paciente tenía alrededor de un año.” Entonces dije: “La paciente entra en tu interior como un niño pequeño cuando el vientre de su madre contiene otro niño, entonces sufre una confusión y no sabe si ella es el bebé o la madre... Está llena de angustia y de odio por penetrar ahí dentro. Pienso que, incluso si no lo interpretas en relación con esta experiencia de bebé, debes tener en mente que no se trata simplemente de que ella busque penetrar en tu psiquismo o que no quiera que tu penetres en el suyo”. Por tanto, he propuesto que se hiciera una interpretación ligando la interacción actual con el fantasma infantil de la paciente, esto recoloca las cosas en el psiquismo...” (He realizado algunas correcciones consultando la versión inglesa).
Evidentemente no voy a discutir la interpretación sugerida, pues, fuera de diferencias de vocabulario a la hora de expresar las ideas, seguramente se acompañó de la adecuada empatía y emoción. Pero sí habría que indagar qué sentía el terapeuta al verse invadido en su interior por el paciente y cómo trasladaba su desasosiego al interior de Hanna Segal. En los casos de supervisión a los que yo me refiero, esa invasión viene provocada por la cercanía de edad entre paciente y terapeuta, la escasa asunción del rol por parte del segundo y, respecto al supervisor, la situación de proximidad por ser supervisados conocidos en los cursos de formación. Si se tiene en cuenta la vivencia intersubjetiva de todos los participantes y su contribución respectiva a la escena no hay inconveniente en utilizar el concepto kleiniano de identificación proyectiva (ya volveré alguna vez a este concepto). Mis supervisados jóvenes seguramente son invadidos por la posición de fragilidad y dependencia que sus pacientes intentan superar resistencialmente y me trasladan esa invasión. El supervisado de Segal posiblemente resistía a la invasión, con lo que había períodos en que su paciente desconectaba, y a su vez depositaba esa angustia en la supervisora quien daba la interpretación correcta pero, a mi entender, no completa.
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