jueves, 26 de enero de 2012

DE LA ANGUSTIA COTIDIANA


Decía Epicuro que no debíamos temer a la muerte porque cuando nosotros estamos, ella no está, y cuando ella está nosotros ya no estamos. Pero el mero hecho de que le dedicara un pensamiento tan agudo es la demostración palpable de que no miraba a la muerte con indiferencia. De los treinta años que llevo dedicado a la psicoterapia, una de las cosas que me ha mostrado la práctica es que nadie está libre de experimentar angustia y que lo que diferencia a unas personas de otras, más que la naturaleza o intensidad de la misma, es la manera en que se gestiona. Quiero decir, para la persona angustiada su sentimiento de malestar ocupa todo el espacio, todo su cuerpo y su mente, no es capaz de relativizarla ni de ponerla en el contexto humano; lo que supone tener la suficiente distancia como para percibir, entre otras cosas, la angustia de los otros, pues el sentimiento no se puede ocultar sino, como mucho, disimular parcialmente. Este aislamiento lleva a la persona angustiada a sumirse en su propia espiral de angustia y vivirla con una intensidad creciente. Ser capaz de colocar la angustia entre paréntesis, no la elimina – es algo inherente a nuestra existencia humana – pero sí la mitiga, la relativiza y permite, por muy efímero que sea todo, colmar nuestra vida de objetivos beneficiosos y creativos si nos dedicamos a ellos con pasión. Cultivar hijos y obras. La angustia es, por lo menos en parte, consecuencia de nuestra cultura centrada en una interioridad imaginaria y negadora del mundo “externo”. Esa interioridad se apoya en la promesa de la inmortalidad y, al mismo tiempo, se siente amenazada por la realidad innegable de la muerte, o se ha creado como refugio endeble ante ella. Pienso, desde luego, que la angustia ante la muerte es la fuente principal de toda angustia aunque en el pánico psicótico adopte la forma del horror ante la fragmentación y el desmoronamiento. Si descubrimos que nuestra interioridad no es una sustancia sino que se trata de un reflejo engañoso de la exterioridad, una exterioridad en continuo cambio, podremos superar en parte el temor a la muerte. Digo en parte por la misma razón que antes afirmaba que la angustia es inherente a nuestra existencia. Pero, fuera del dolor y del sufrimiento, el temor a la muerte no es en el fondo más que la pena ante la soledad absoluta e irreversible. Otra forma de superar parcialmente el justificado temor a la muerte es mediante cierta estrategia de psicopatización, de volverse animal que busca la satisfacción – inmediata y demorada, material y espiritual, moderada y a veces también dionisíaca – como si no hubiera un mañana, acompañada del humor y la alegría de vivir y disfrutar hasta el momento del “colorín, colorado”. Esta satisfacción, incluso animal pero admisible, se ve mermada, no obstante, por el sufrimiento que vemos a nuestro alrededor en el mundo, el dolor, la enfermedad y el hambre, más que el temor ante la muerte. Desde la perspectiva de la pobreza, el miedo neurótico ante la muerte es un lujo burgués.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA INTERIORIDAD



Al leer, pasaba su vista por las páginas, mientras su mente penetraba en el sentido de las palabras, sin pronunciarlas ni mover la lengua.(...) De este hecho soy testigo presencial, pues a nadie le estaba prohibida la entrada, ni tenía la costumbre de que le anunciaran las visitas. Muchas veces le vi leer en silencio. Nunca le vi hacerlo de otro modo.
San Agustín (Confesiones, Libro VI)

domingo, 15 de enero de 2012

FAIRBAIRN (BIOGRAFIA INTELECTUAL)



Presento a continuación una versión algo ampliada de la biografía intelectual que ofrecí hace un par de años y cuya exposición completa puede encontrarse en mi libro publicado por Ágora Relacional. Insisto en este autor, no porque considere que su obra es la única relevante en la formación del paradigma relacional en psicoanálisis, sino porque estoy convencido de que todavía no se le ha situado en el lugar destacado que en justicia le corresponde. Esto es cierto en la literatura anglosajona, pero llega a ser acuciante en castellano.



VIDA

La obra de Fairbairn es de una gran originalidad dentro del movimiento psicoanalítico, sobre todo si tenemos en cuenta la época en que fue realizada, años cuarenta y cincuenta principalmente. Parte de esta originalidad es atribuida por Ernest Jones a que Ronald Fairbairn desarrolló toda su carrera en Edimburgo, aislado de la comunidad psicoanalítica.

William Ronald Dodds Fairbairn (1889-1964) fue hijo único de una estricta familia calvinista, en la que dominaba un ambiente bastante restrictivo sobre la expresión de la sexualidad. Se destaca la figura de la madre, más preocupada por la disciplina y la vigilancia que por transmitir ternura, en una cultura que exigía un alto grado de conformidad hacia sus normas morales y formales. Durante los primeros años, su exigente madre llevaba una supervisión intensiva de todas sus actividades.

El rigor en las costumbres provocó en el hijo, según cuenta Sutherland discípulo y biógrafo de Fairbairn, una marcada timidez y escasa asertividad, además de una adherencia a la figura materna de por vida. El tabú victoriano sobre la sexualidad era tan fuerte que la curiosidad sexual del chico se convirtió para él en un asunto de angustiosa preocupación. Poco se sabe del padre, pero sí que padecía un síntoma neurótico recalcitrante: era incapaz de orinar en presencia de otros, incluso en casa, y no soportaba siquiera que hubiera alguien cerca de la puerta del lavabo. El hijo reprodujo la sintomatología en su etapa adulta.

Su Edimburgo natal poseía una gran tradición cultural con la presencia del famoso novelista Sir Walter Scott (1771-1832) y la influencia de la "ilustración escocesa", con autores de la talla de los filósofos David Hume y Adam Smith. No obstante, se trataba de una cultura en la que los principios religiosos y morales eran llevados a su máxima expresión, especialmente en lo referente al comportamiento sexual y en el respeto a los mayores.

En su juventud consideró seriamente la posibilidad de convertirse en pastor de la Iglesia Presbiteriana. Durante la Primera Guerra participó en la campaña contra los turcos, en Palestina, en 1917. Y fue durante esta época militar cuando se consolidó su interés por la psicología médica y la psicoterapia. Había visitado hospitales para oficiales con “trastornos nerviosos” y la observación de las neurosis de guerra le causó gran impresión.

Para entender la orientación de su pensamiento teórico conviene saber que antes de formarse como médico obtuvo un grado en la Universidad de Edimburgo, entre 1911 y 1914, sobre “Filosofía Mental” (Psicología) que incluía: lógica y metafísica, ética, teorías sobre la educación y filosofía del derecho y de la economía. Después estudió teología, griego y otras materias compatibles con sus aspiraciones religiosas. Pasó períodos como estudiante postgraduado en Alemania e Inglaterra, en Kiel, Estrasburgo (entonces perteneciente a Alemania) y Manchester.

Por aquellos tiempos la universidad escocesa era más afín a la filosofía continental que a la inglesa (Kant, Hegel, etc.). Entre las influencias de Hegel se señala: la relación peculiar del sujeto con el objeto, superadora de la escisión clásica, y el origen del deseo en una dicotomía amor-odio asociada con un objeto.

Se graduó como médico en 1923. Trabajó con niños y adolescentes en la Edinburgh University Psychological Clinic entre 1927 y 1933, cuando se abrió la Child and Juvenile Clinic, donde continuó colaborando hasta 1935, también prestó servicios en el Royal Edinburgh Psychiatric Hospital. Su interés particular iba dirigido al trabajo con niños y adolescentes, aunque luego como analista se dedicó exclusivamente a adultos. De esa primera experiencia proceden trabajos escritos en los años treinta sobre la infancia y la adolescencia, los niños maltratados y los abusos sexuales. Llega a ser profesor de la Facultad de Psicología, entre 1927 y 1935, pero abandona el puesto quizá por el rechazo de que era objeto el psicoanálisis por parte de los estamentos académicos. A partir de entonces se ocupó por completo en la práctica privada hasta su muerte en 1964. Durante la Segunda Guerra colaboró con el ejército como psiquiatra.

En 1921 comienza su análisis personal con el Dr. E. H. Connell, quien se había analizado con Ernest Jones. Connell, próspero hombre de negocios en Melbourne hasta que, interesado por el psicoanálisis, vendió sus empresas y se marchó a Edimburgo, al otro extremo del globo, para formarse en medicina y psiquiatría.

En 1929, cuando asiste al Congreso de la IPA, en Oxford, acababa de presentar su tesis doctoral sobre la disociación y la represión, donde citaba con abundancia a Janet y a Freud, inclinándose por las tesis del segundo. Además, mantenía contactos frecuentes con Ernest Jones y con Edgard Glover, que podían ser considerados sus mentores. Después de presentar un caso clínico importante – Aspectos en el análisis de una paciente con una anormalidad física genital (1931) - fue nombrado miembro asociado de la British Psycho-Analytical Society (BPS), y miembro de pleno derecho en 1939. Este reconocimiento es inusual pues no había realizado análisis didáctico ni su analista personal (Connell) era didacta, y solo puede ser atribuido a la calidad de los trabajos realizados.

Tuvo una hija y dos hijos varones de su primer matrimonio, que duró 26 años, hasta el fallecimiento de su esposa. Su primera esposa murió en 1952, después de años de alcoholismo. Fairbairn se volvió a casar en 1959. Por aquel entonces empezó a tener problemas de salud. En 1950 sufrió su primer ataque de influenza viral, y los ataques se fueron haciendo cada vez más graves.

EVOLUCIÓN DE SU PENSAMIENTO

Aunque extremadamente respetuoso con las tradiciones, Fairbairn aporta una obra muy novedosa, que no se justifica únicamente por el aislamiento geográfico, sino también por la aplicación de un criterio crítico independiente, reforzado por la profunda formación filosófica de sus años jóvenes. Nunca rompió oficialmente con el pensamiento freudiano, pero propuso una teoría alternativa de la motivación humana: la libido busca al objeto más que el placer, el contacto por encima de la descarga. El niño, por tanto, está orientado hacia los otros desde el inicio de la vida.

El comienzo de su etapa creativa más personal, alrededor de los años 40, está recogida en Estudio Psicoanalítico de la Personalidad (1952), el único libro que publicó en vida y el único traducido al castellano hasta la fecha. Aunque no debemos desatender sus trabajos tempranos, preparatorios en muchos casos a las innovaciones posteriores, que han sido agrupados sobre todo en el tomo II de sus obras selectas (1994). Ese volumen atestigua una amplísima cultura psicológica y un no menos profundo conocimiento de las obras de Freud. Fairbairn no era de la opinión de que psicoanálisis y psicología fueran dos campos de conocimiento distanciados. Asimismo hay artículos esenciales publicados en los años cincuenta, recogidos en el tomo I. Entre otros, citaremos el titulado Observaciones sobre la naturaleza de los estados histéricos (1954), donde además de exponer su teoría sobre la histeria, completa su descripción de la estructura intrapsíquica (endopsíquica), y, por otro lado, el magnífico repaso a sus recomendaciones técnicas que lleva por título Sobre la Naturaleza y los Objetivos del Tratamiento Psicoanalítico (1958).

Un punto de inflexión en su desarrollo intelectual se sitúa en 1934, cuando escuchó a Melanie Klein presentar la comunicación Psicogénesis de los Estados Maníaco-Depresivos, en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica Británica. Después dijo sentirse decepcionado por la falta de aprecio de los analistas a la obra de Klein, que reaccionaron como si se tratara de herejías ante una creencia religiosa. Lo que más influyó en Fairbairn fue la concepción kleiniana de posición, estructuración peculiar de las relaciones con el entorno que se organiza de forma temprana, en la fase oral, previa a las otras fases del desarrollo psicosexual y al Edipo.

Melanie Klein en sus escritos parece aludir a procesos puramente intrapsíquicos que evolucionan con el estímulo, sólo parcial, de los acontecimientos externos. Para Fairbairn la maldad percibida en el objeto (la madre) procede de que éste no ha prestado la atención debida, mientras que para Melanie Klein esa maldad es exclusivamente interna, una consecuencia del sadismo intenso, innato provocado por la pulsión de muerte. La teoría de las relaciones objetales que propone Fairbairn anuncia una epistemología intersubjetiva, externalista. Un hecho le afectó profundamente fue la manifestación de una de sus primeras pacientes, tras varios años de terapia, que le dijo:

“Usted está siempre hablando de que yo quiero tener satisfecho tal o cual deseo, pero lo que yo realmente quiero es un padre”.

Desde el comienzo estuvo en contra de las concepciones energetistas en psicoanálisis y en su madurez afirmó que lo que busca la libido desde el inicio no es la descarga sino al objeto; el placer libidinoso, dirá, no es más que un medio para obtener al objeto. Además, si concebimos la libido en relación con el objeto, siempre estará de acuerdo con el principio de la realidad, sólo si se concibe sin relación con el objeto es cuando parecería seguir solo el principio del placer. Se trata, por tanto, de una falsa dicotomía. Si el niño pequeño solo buscara el placer no habría forma de explicar el paso al proceso secundario. Freud recurrió a partir de 1920 al mecanismo de la compulsión a la repetición para comprender el fenómeno de la adherencia neurótica a una experiencia dolorosa pero, comenta Fairbairn, si consideramos que la libido busca primariamente al objeto no es necesario recurrir a ese mecanismo. Rechaza el concepto de pulsión de muerte y entiende que la agresión es una reacción a la frustración de las necesidades libidinales. El principio del placer no es la forma primaria de la actividad humana sino, más bien un deterioro de la actividad basada en el principio de realidad, más naturalmente primario.

El entorno materno adquiere el rol agente en la aparición o no del trauma. Los trastornos del desarrollo se producen cuando la madre no hace sentir al niño que lo ama por sí mismo, como persona. A parte de la semejanza con el concepto de madre suficientemente buena, estas madres pueden ser tanto posesivas como indiferentes de una manera parecida a las madres erráticas de las que hablará Winnicott para referirse a las psicosis provocadas por el ambiente.

Entre las aportaciones teóricas fundamentales se cuenta también la introducción de la posición esquizo-paranoide en la base de la estructuración psíquica, por lo que la escisión psicótica es el fondo de toda personalidad, y su caracterización de las neurosis como formas de defensa ante las ansiedades básicas (psicóticas). Fairbairn elaboró igualmente una metapsicología propia y describió una estructura del psiquismo en términos de relaciones objetales, alejada de la freudiana.

ESTRUCTURA Y DEFENSAS

Ronald Fairbairn postula, en un artículo publicado en 1944, Las Estructuras Endopsíquicas Consideradas en Términos de Relaciones de Objeto, que el aparato psíquico debe estar constituido por los objetos introyectados o interiorizados. Si las pulsiones no pueden existir en ausencia de una estructura del yo - digamos, de un psiquismo - no es posible establecer una delimitación práctica entre el yo y el ello. Si los impulsos no pueden ser considerados a parte de los objetos – externos o internos – no son, en definitiva, más que los aspectos dinámicos de las estructuras endopsíquicas. La represión, según Fairbairn, se establece sobre los objetos malos internalizados, pero no sólo sobre ellos, también sobre las partes del yo que buscan establecer relaciones con estos objetos. El yo, por consiguiente, se fragmenta, y unas partes se oponen a otras, proceso no muy diferente del que sugiriera Freud en Duelo y Melancolía, de 1915. El yo y el superyó reprimidos son estructuras, pues lo que se reprime son estructuras, no impulsos.

La tópica que propone Fairbairn consta de cinco instancias: Yo Central (YC), Yo Libidinoso (YL), Saboteador Interno (SI), Objeto Rechazante (OR) y Objeto Necesitado (ON).

Yo Central (YC): no tiene su origen en otra estructura (el ello como postulaba Freud) ni es una estructura pasiva que dependa de las pulsiones. Es una estructura primaria y dinámica, de la que se derivan las otras estructuras mentales.

Yo Libidinoso (YL): se deriva del yo central y no es un mero depósito de impulsos instintivos, sino una estructura dinámica pero más infantil, menos organizada, menos adaptada a la realidad y más cercana a los objetos internalizados.

Saboteador Interno (SI): no es un objeto interno, sino una estructura del yo y está relacionado con un objeto interno, el Objeto Rechazante.

Para explicar los otros dos elementos (OR, ON) debemos advertir que para Fairbairn el niño se vuelve ambivalente hacia su madre porque ésta se convierte en un objeto ambivalente, a la vez bueno y malo. Entonces divide a la madre en dos objetos e internaliza el malo, porque siente que en su interior las situaciones están bajo su control. El objeto malo internalizado, a su vez, tiene dos facetas, una que frustra – el objeto rechazante (OR) - y otra que tienta y atrae – el objeto necesitado(ON)-.

El mecanismo responsable del proceso es la represión. La constitución de la estructura endopsíquica básica tiene lugar antes del Edipo. Lo que aporta el Edipo, en realidad, es la última capa en la estructuración del psiquismo. En el primer nivel el cuadro se encuentra dominado por la situación edípica misma. En el nivel siguiente está dominado por la ambivalencia hacia el padre del sexo opuesto y en el nivel más profundo está dominado por la ambivalencia hacia la madre. El Edipo es un fenómeno más sociológico que psicológico, cuya mayor importancia reside en que divide el objeto ambivalente en dos, siendo uno el objeto aceptado, identificado con uno de los padres, y el otro el objeto rechazado, identificado con el otro padre.

Pero, de manera más genérica, sugiere una crítica de las fases del desarrollo psicosexual de Freud-Abraham. Lo importante no es el canal sino la naturaleza de la actitud emocional personal, ya sea libidinal, sádica, destructiva o inhibida. Y en consecuencia se puede afirmar que el adulto no es maduro porque sea genital, sino que es capaz de relaciones genitales adecuadas porque es maduro. Ronald Fairbairn diferencia tres fases principales en el desarrollo:

· Dependencia Infantil

o Oral primaria

o Oral secundaria

· Transición

· Dependencia madura

La fase oral, por tanto, como ya ocurría con Melanie Klein pasa a ser el fundamento de la organización del psiquismo y la época en que se forman las dos posiciones: esquizo-paranoide y depresiva. La caracterización de la posición esquizoide es una aportación original de Fairbairn, que introduce a partir de un artículo publicado en 1940, Factores Esquizoides de la Personalidad, aceptada con reparos por M. Klein. Esta es la posición básica de la psique y cierto grado de disociación está presente de forma invariable en el nivel mental más profundo. En el esquizoide la intensa necesidad de un buen objeto de amor coincide con un temor igualmente grande a las relaciones objetales. Sin embargo, lo que aparece ante el exterior es una máscara de distanciamiento y apatía emocional.

Las psicosis son una manifestación de la dependencia infantil y de angustias primitivas, esquizoides y depresivas, mientras que las psiconeurosis son una defensa contra dichas angustias o, dicho en otras palabras, los estados esquizoides y depresivos no pueden ser considerados defensas, sino que son algo de lo que el yo se defiende.

Se identifican cuatro técnicas para defenderse de las angustias primitivas:

TÉCNICA

OBJETO ACEPTADO

OBJETO RECHAZADO

OBSESIVA

Internalizado

Internalizado

PARANOIDE

Internalizado

Externalizado

HISTÉRICA

Externalizado

Internalizado

FÓBICA

Externalizado

Externalizado

La técnica paranoide consiste en expulsar fuera o proyectar el objeto rechazado. La técnica obsesiva es más desarrollada porque trata la excreción no sólo como la expulsión de un objeto malo (perseguidor), sino también como la separación de un objeto (en parte bueno) que puede ser perdido, con lo que se pone en funcionamiento la necesidad de controlarlo, es decir, retenerlo. El fóbico, como el paranoide, coloca el objeto rechazado en el exterior, pero no para reaccionar ante él con hostilidad sino para huir del mismo. El histérico, como el obsesivo, internaliza el objeto malo pero no intenta dominarlo sino que, como el paranoide, lo rechaza, usando en cambio la represión y la disociación. En definitiva, el obsesivo retiene e intenta dominar ambos objetos, el fóbico los trata ambos como externos, busca huir del malo y refugiarse en el bueno. El paranoide externaliza el objeto malo y lo ataca, y acepta el objeto bueno en su interior, identificándose con él, mientras que el histérico hace lo contrario, externaliza el objeto bueno y se adhiere a él e internaliza el objeto malo y lo rechaza en su interior.

RECOMENDACIONES TÉCNICAS

Como sugiere Fairbairn en un artículo escrito en 1958 debemos suponer que el paciente ha sufrido importantes deprivaciones en la infancia y acude a nosotros con un intenso anhelo por lograr relaciones objetales. Puesto que la situación analítica ortodoxa impone la deprivación de las relaciones objetales con el analista (principio de abstinencia), su efecto es la reproducción de la deprivación originalmente sufrida. Esta situación propicia una regresión en el paciente que se adhiere al principio del placer y al proceso primario, como técnicas defensivas, es decir, no como fenómenos auténticamente primarios sino como reacciones a las carencias iniciales. La utilidad de la regresión terapéutica fue subrayada por Winnicott -y por Ronald Laing y el movimiento antipsiquiátrico por él fundado en los años setenta-. Sin embargo, Fairbairn se situaba en contra de la regresión como procedimiento terapéutico. Sin pretender dar una explicación completa a esta diferencia de postura, tal vez esto se deba al hecho de que él trabajaba con pacientes esquizoides, narcisistas y límites, ya de por sí regresivos.

En cuanto a dos conceptos centrales de la terapia psicoanalítica, transferencia y resistencia, Fairbairn era de la siguiente opinión. La resistencia proviene del mantenimiento del mundo interno del individuo como un sistema cerrado. La transferencia puede entenderse como una forma de resistencia pues deriva de la fijación a los objetos internos y consiste en convertir al analista en uno de esos objetos internos.

La tarea terapéutica debe entenderse como el intento por reducir la escisión original del yo, recuperando las partes escindidas y colocadas en las instancias auxiliares, pulsiones y objetos parciales. Este intento produce resistencia en el paciente, resistencia que sólo puede ser superada cuando la transferencia ha llegado a un punto en que el analista se vuelve un objeto bueno, tan bueno que el paciente se atreve a exteriorizar sus objetos malos inconscientes. El psicoterapeuta, por consiguiente, se presenta como un “sucesor del exorcista” cuya misión no es tanto perdonar los pecados como desalojar los demonios. En psicoterapia la culpa actúa como una resistencia, como una defensa adicional a la represión, por lo que no es adecuado centrarse en la culpa edípica. El objetivo de la psicoterapia no es tanto analizar la culpa o los conflictos inconscientes sino hacer salir los objetos malos interiorizados.

INFLUENCIAS POSTERIORES

Fairbairn debe ser considerado un antecedente directo de la teoría de las relaciones objetales actual (Kernberg), del psicoanálisis vincular en Argentina (Pichon-Riviere, Bleger, Kesselman y otros) y de formas más sofisticadas de psicoanálisis interpersonal o intersubjetivo en boga (Mitchell, Stolorow, Benjamin). Igualmente anticipa muchos aspectos de la psicología psicoanalítica evolutiva del niño (Bowlby, Stern, Beebe). La afinidad con posturas mantenidas por Winnicott poco después es evidente, aunque personalmente se mantuvieron alejados. Salvo sus dos discípulos directos – Guntrip y Sutherland - ningún autor se declara fairbairniano puro. En consecuencia, no creó escuela y su obra no ha disfrutado de gran difusión durante los últimos cuarenta años. La razón de esto, como recientemente se ha sugerido, reside probablemente en que su apartamiento de los fundamentos epistemológicos del psicoanálisis freudiano fue de tal magnitud que no resultó fácil para los contemporáneos asimilar su obra, menos aún en una época de gran debate sobre lo que era y lo que no era psicoanálisis. Esta situación se ha modificado en gran medida desde la aparición de la biografía escrita por John Sutherland (1989) y publicación de sus obras inéditas, en los años noventa del pasado siglo (Fairbairn, 1994). Muchas de sus sugerencias necesitan ser aplicadas o desarrolladas en un esquema general del psicoanálisis que todavía no se ha alcanzado. Uno de los aspectos nucleares de su epistemología es la crítica a la escisión freudiana entre energía y estructura.

REFERENCIAS

Fairbairn, W.R.D. (1931). Aspectos en el análisis de una paciente con una anormalidad física genital. En Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978 (parte segunda, cap. II). (Features in the analysis of a patient with a physical genital abnormality).

Fairbairn, W.R.D. (1940). Factores esquizoides de la personalidad. En Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978.

Fairbairn, W.R.D. (1944). Las estructuras endopsíquicas considerdas en términos de relaciones de objeto. En Fairbairn, W.R.D. (1952a). Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978. (Endopsychic structure considered in terms- object-relationships.., International Journal of Psychoanalysis, 25:70-93).

Fairbairn, W.R.D. (1952). Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Buenos Aires: Hormé, 1978. (Psychoanalytical Studies of the Personality. London: Tavistock Press, de 1952, reimpresión en 1994).

Fairbairn, W.R.D. (1954). The Nature of Hysterical States. En ‘From Instinct to Self’. Selected Papers of W.R.D. Fairbairn. David E. Scharff & Ellinor Fairbairn Birtles (1994) (eds.) N.J.: Jason Aronson (vol. I, Cap. 1). (Observations on the nature of hysterical states. British Journal of Medical Psychology, 27, 3, 106-125). Versión castellana en Saurí, J.J. (comp.)(1984). Las Histerias. Buenos Aires: Nueva Visión.

Fairbairn, W.R.D. (1958). On the Nature and Aims of Psychoanalytical Treatment. En Selected Papers of W.R.D. Fairbairn. David E. Scharff & Ellinor Fairbairn Birtles (1994) (eds.) N.J.: Jason Aronson (vol. I, Cap. 4). (On the nature and aims of psychoanalytical treatment, International Journal of Psychoanalysis, 39: 374-385).

Fairbairn W.R.D. (1994). From Instinct to Self. Selected Papers of W.R.D. Fairbairn. David E. Scharf & Ellinor Fairbairn Birtles (eds.) N.J.: Jason Aronson (2 vol.).

Grotstein, J. & Rinsley, D. (comps.) (1994). Fairbairn and the Origins of Object Relations, New York: Guilford

Pereira, F. y Scharff, D.E. (comps.) (2002). Fairbairn and Relational Theory. London: Karnac Books.

Rodríguez Sutil, C. (2003). Contribución de W.R.D. Fairbairn al estudio de la patología de la personalidad. Intersubjetivo, 5, 2, 155-162.

Scharff, J.S. y Scharff, D.E. (comps.) (2005) The Legacy of Fairbairn and Sutherland. Psychotherapeutic Applications. Londres: Routledge.

Sutherland, J.D. (1989). Fairbairn’s Journey into the Interior. Londres: Free Association Books.

miércoles, 4 de enero de 2012

comienzo de año

PARA COMENZAR EL AÑO, Y COMO REGALO, NO SE ME OCURRE NADA MEJOR QUE ESTA IMAGEN DEL ARTISTA FRANCÉS BENJAMIN LACOMBE. APARECE ALICIA - CON UN PARECIDO QUIZÁ INTENCIONADO A UMA THURMAN - DOMINADA POR UN INQUIETANTE GATO DE CHESHIRE. ¿SERÁ UN OBJETO INTERNO-EXTERNO?

martes, 20 de diciembre de 2011

SOBRE EL CONDUCTISMO



Skinner escribió su texto filosófico, Sobre el Conductismo, avisando desde el primer momento que lo que ahí exponía no era un resultado empírico, contrastable y refutable, sino una filosofía y, por tanto, irrefutable. Skinner propone un sistema de representación - que pertenece a la "gramática", en el sentido wittgensteiniano - para explicar la realidad, sistema que tiene ventajas e inconvenientes pero que no es, en sí mismo, falso. La verdad o falsedad es algo que sólo puede atribuirse de forma estricta a las proposiciones empíricas. En un segundo momento, las evidencias empíricas nos aconsejan un sistema de representación u otro. Tomar las teorías como simples formas de representación, no como verdades en sí, es una práctica propia del pragmatismo. Para James las teorías no son respuestas a enigmas sino instrumentos con que nos enfrentamos al mundo. Si no puede trazarse cualquier dife­rencia práctica, entonces las alternativas significan prácticamente lo mismo y toda disputa es vana. Voy a criticar con todo respeto el conductismo skinneriano pero no para defender, en abstracto, el cognitivismo, la entronización de lo "cognitivo", hasta casi identificarlo con lo psicológico, puede conducir a numerosas confusiones por ignorar la parte no cognitiva, empírica, del comportamiento humano. La crítica al dualismo sólo puede ser realizada desde una concepción de las cosas, una representación del mundo, que tenga en cuenta las motivaciones del conductismo. Skinner (1977), de hecho, realiza un análisis de los conceptos disposicionales correcto en esencia, pero fracasa al no comprender la función distintiva del lenguaje, pierde el sentido de la conducta. Por eso el "conductismo" que propongo está emparentado con el de Georg Mead.
Como decía Aristóteles, sólo pueden existir fuera de la sociedad las fieras y los dioses, y lo más caracte­rístico del ser humano es la palabra, lo que diferencia su sociedad de las abejas y otros animales gregarios. Poner al individuo delante de la sociedad es lo que ha "logrado", al cabo de los siglos, nuestra cultura occidental, con un sistema de representación que, para abreviar, atribuimos a Descartes porque, en su genialidad, acaso fue quien con mayor nitidez lo expuso. El alma, o la mente, es la existencia más inmediatamente cognoscible para cada persona. La mente del otro, en cambio, no se conoce directamente, aunque se puede inferir, de alguna manera es fosforescente. La sede de esta vida interior, del pensa­miento, es la cabeza o, más en concreto, el cerebro. Esta doctrina oficial (G. Ryle) forma parte de la psicología popular occidental, está integrada en la gramática de nuestro lenguaje y nuestra forma de vida. Como cuando Bertrand Russell afirmaba:
Pienso que el orden de espacio-tiempo del mundo físico lleva implícita esta causalidad dirigida. Y es sobre esta idea donde apoyo una opinión que todos los demás filósofos encuentran chocante: que los pensamientos de las personas están en sus cabezas. La luz de una estrella viaja por el espacio intermedio y causa una perturbación en el nervio óptico que termina en un suceso en el cerebro.

Basta con hojear algún texto de psicología cognitiva, para encontrar expresiones del tipo 'Lo que ocurre en la cabeza de Fulano', 'Lo que ocurre en la cabeza de Mengano', es la misma cosa. Pero esta separación metafísi­ca fracasa, en los intersticios de la razón, aparece la irracionalidad. Desde que se supone que el espacio interior es de más fácil acceso y de más seguro conocimiento que el mundo circundante, se da por supuesto que el bebé llega al mundo con un lenguaje innato -puesto que conoce los conceptos de las cosas- y lo único que tiene que hacer es "traducir" dichos conceptos al lenguaje materno. El gran filósofo pragmatista Hilary Putnam argumentó que dicha concepción nos obligaría a disponer en ese "almacén" de nociones como “carburador”, “burócrata”, “potencial cuántico”, etc. No obstante, esa versión del aprendizaje del lenguaje está presente en una inmensa cantidad de publicaciones actuales en lingüística y en psicología cognitiva. Según Fodor los lenguajes natura­les no pueden ser el medio del pensamiento, pues, afirma, existen organismos no verbales que piensan, ya que no se puede negar que los animales son capaces de resolver problemas, por ejemplo, hallar la salida de un laberinto. Pero, podríamos aducir que el verbo "pensar" puede tener, por lo menos, dos sentidos. El primero es externo: tomo un lápiz y resuelvo un problema de aritmética. El segundo interno: me quedo en un rincón reflexionando (hablando conmigo mismo). Los defensores del innatismo toman la segunda acepción como la primitiva y causante de la primera. Puesto que los animales resuelven problemas, su mente es representacional, como la nuestra. Se postula, por tanto, como algo dado, primitivo, la existencia de mecanismos representacionales internos. Según la concepción ordinaria, compartida con ciertas modifica­ciones por la psicología cognitiva -y que Skinner también denuncia- la imagen se lleva encima, igual que podemos utilizar un retal de tela para confrontar. Si el proceso fuera así de simple sería, en realidad, algo muy complicado. Para comprobar que la imagen que nuestra memoria nos propor­ciona de 'rojo' es la correc­ta deberíamos disponer de un tercer término de comparación, y así indefi­ni­damente. Lo esencial no son los sistemas repre­sentacionales, sino la comunicación interpersonal. La imagen interna es subsidiaria de la imagen externa, la auténtica, y, en último extremo, del lenguaje.
Ahora bien, considero verosímil que tanto el ser humano como el animal piensan, pero, desde luego, sus sistema de pensamiento tiene muchos factores de diferenciación, implicados en el uso del lenguaje, y, por otra parte, ese pensamiento no precisa necesariamente estar apoyado en representaciones internas, que sólo “conocemos” por inferencia. El mono en los experimentos clásicos de Köhler se para y parece reflexionar sobre algo. Primero salta e intenta alcanzar la banana en vano. Pero, ¿por qué el hecho de que coja un bastón para alcanzar el fruto tiene que ser algo que alcance interiormente? Pensar quiere decir habitualmente "hablar consigo mismo", algo que no se aprende rápido y sin esfuerzo. Sea lo que sea la base innata de nuestro comportamiento nunca la podremos considerar "pensamiento" en ese sentido, y sospecho que ese es el error en el que incurre el inna­tismo mentalis­ta (aun cuando ese hablar consigo mismo sea incons­cien­te).
Mi existencia actual "incluye" el teclado del ordenador, la pantalla, la música de Dire Straits, el sol que entra por mi ventana, la gente que veo pasar por la calle. Todo esto me incluye y se me va desvelando. Lo verdadero es el descubrimiento de la realidad. Según Wittgenstein, el lenguaje es una actividad gobernada por reglas públicas. Verdadero y falso es lo que los hombres dicen pero los hombres están de acuerdo en el lenguaje que utili­zan, concordancia que no es de opiniones sino de forma de vida, cualquier confirmación y refutación de una hipóte­sis, ya tiene lugar en el seno de un sistema, y hay proposiciones del sistema que no admiten prueba, es un trasfon­do que nos viene dado y sirve para que las demás proposiciones se articu­len. Están fuera de duda, son como los goznes que tienen que estar bien sujetos para que la puerta gire, es decir, son gramatica­les. Para eliminarlas habría que cambiar todo el sistema, el modo de represen­tación y hay por lo menos tantos modos de representación como formas de vida. De la misma forma que sólo es posible la duda cuando ya existe la certeza podemos decir que sólo es posible la mentira cuando ya existe la verdad. Si los seres humanos no manifestaran su dolor no se le podría enseñar a un niño la expresión 'dolor de muelas', pero cuando damos un nombre al dolor presupo­nemos la gramática - entendida como sistema de representación- de la palabra "dolor". Para dudar de si alguien tiene dolor lo que necesi­tamos no es dolor, sino el concepto de "dolor". Pero afirmar que un lenguaje sobre las sensaciones es imposible a menos que sea compartido por una comunidad no difiere de afirmar que un lenguaje sobre los objetos físicos es imposible salvo que sea compartido por una comuni­dad. Yo no puedo denominar a este animal 'perro' si no recibo esa palabra dentro del lenguaje de la comunidad, en contextos concretos. La confusión de ambos juegos es la que conduce a numero­sos errores conceptuales en Filosofía y en Psicología. ¿Qué es entonces lo que comunicamos al decir que tenemos tal o cual sensación? En nuestra opinión lo que hacemos es manifestar una parte de un proceso más complejo, en el que no sólo está implicado nuestra idea, sino nuestra persona como totalidad.
Los términos de un juego de lenguaje no se aprenden aislados sino en redes, en el seno de una gramática. Desde la psicología evolutiva se ha afirmado que los conceptos se aprenden en redes, no indivi­dualmente, y que el niño debe 'saltar' dentro de una red caracterizada por cierto tamaño y cierta estructura lógica, sin atravesar estados intermedios en los que la red fuera menor. Se trata de una explicación contraria al asociacionismo conductista y cognitivo. Son los "juegos de lenguaje", como los que se usan para enseñar a los niños la lengua mater­na, que son completos, ya desde el principio, y se aprenden dentro de un contexto pragmático interpersonal.
El entorno se compone de objetos cuyo significado procede de su significado social. Ese significado se transmite a través del lenguaje, en la interacción con los otros, en un contexto pragmático, lo que supone también ser capaz de ver los objetos desde la perspectiva del otro, no como simple etiquetado. El individuo no se encuentra aislado sino que toma conciencia de sí mismo en la interacción social, esto es, es la sociedad la que le permite constituirse como individuo, es decir, con autoconciencia. Un bebé abandonado en una zona no habitada por seres humanos, si lograra la proeza de sobrevivir, no desarrollaría una conciencia de sí mismo, pero nunca se ha encontrado un niño criado en aislamiento que hablara con corrección de sí mismo y de su entorno -al estilo de Mowgly- ni que haya sido capaz de aprenderlo. Los defensores del desarrollo innato del lenguaje siempre pueden argumentar que han carecido del efecto desencadenante del entorno humano.
Escuchamos el razonamiento: Alguien que posee la capacidad de conocer el alfabeto debe tener un aparato mental, algunos de cuyos estados son el fundamento causal de la capacidad, y explican de esa forma sus manifes­taciones. Esta, desde luego, es una manera de pensar que se halla muy arraigada en nuestras costumbres.

Skinner:
La práctica habitual de buscar dentro del organismo una explicación de la conducta ha tendido a oscurecer las variables de que disponemos para un análisis científico. Estas variables están fuera del organismo, en su ambiente inmediato y en su historia ambiental. Tienen un estatus físico para el que están adaptadas las técnicas usuales de la ciencia, y hacen posible explicar la conducta al igual que, en ciencia, se explican otras materias. Estas variables independientes son de muchas clases y sus relaciones con la conducta son a menudo sutiles y complejas pero no podemos pretender dar una adecuada explicación de la conducta sin analizarlas.

Si los rasgos y otras características de la personalidad son sólo inferencias del observador, todo son inferencias del observador (el psicólogo) y nos veríamos obligados -tal vez afortunadamente- a no hacer teoría, pero de ese "delito" no se ha visto libre, a nuestro entender, ni tan siquiera Skinner. Los comportamientos y la categorización de los mismos son indistinguibles. La crítica conductual se dirige a la cualidad internalista de los conceptos disposicionales. Pero ¿es que la forma de responder a un cuestionario no es también conducta? Podría afirmarse, en consecuencia, que las teorías disposicionales de los rasgos no son rechazables, por cuanto recogen un aspecto de la conducta de las personas, como es su conducta verbal en el proceso de responder a los cuestionarios. La oferta de Skinner, en el párrafo citado, resulta chocante, las variables ambientales tienen un "estatus físico", para el que son aplicables los métodos científicos. Es como si para jugar al ajedrez lo importante fuera la materia de la que están hechas las piezas.
Tomar los rasgos como términos que resumen las regularidades del comportamiento parece una solución adecuada desde nuestra posición externalista, y desde el interaccionismo simbólico. Lo único que habría que evitar es la imagen de interioridad que normalmente se les asocia. De forma paralela habría que relativizar el poder explicativo que se les atribuye. Para entender a esta persona concreta, a la que examina el clínico su comportamiento en el aquí y ahora y el tipo de vínculo que ofrece y lo que en nosotros provoca, es una “muestra” de su comportamiento en otros contextos, que juzgamos a partir de lo que nos cuenta en su coherencia. Sólo nuestra tendencia esencialista nos lleva a creer que debe haber un único constructo subyacente que dé cuenta de todos ellos, e interior, desde luego. El niño aprende la expresión "estás ansioso" en situaciones en las que, por ejemplo, no se concentra, dice que quiere salir al patio, se mueve agitadamente,etc., y aprende que el término "ansioso" se puede utilizar en contextos similares. Pero el sistema del lenguaje también le permite decir que alguien está ansioso, cuando reclama con enfado el pago de una deuda, o en muchos sentidos metafóricos: por ejemplo, "ansiedad de justicia". El término "ansiedad" es polisémico y, entendido como concepto, no se corresponde regularmente con una única manifestación fisiológica. La información que el sujeto suministra verbalmente, de forma directa o indirecta, será una parte del cuadro pero no el conjunto.
Entre 1931 y 1932, Alexander Luria llevó a cabo un estudio de campo entre poblaciones de Uzbekistán, república caucásica entonces anexionada a la URSS, antes preliterarias y en proceso de aculturación. En líneas generales encontró, en tareas cognitivas, la existencia de un pensamiento concretista en los casos en que el sujeto carecía de formación escolar. Los sujetos no escolarizados rechazaban responder a preguntas abstractas, alejadas de su experiencia directa y local o, simplemente, no sabían qué decir. Esa tendencia se mostraba también cuando se planteaban cuestiones sobre aspectos relacionados habitualmente con la Personalidad, como "¿qué defectos cree que tiene usted ", provocando respuestas del estilo de : "Sólo tengo un vestido y dos batas, estos son todos mis defectos", o "Pregúnteselo a los demás, yo no puedo decir nada de mí mismo". Cuando nombraban alguna cualidad siempre iba acompañada de algún ejemplo concreto. Este tipo de investigaciones, de corte antropológico, debía estar más presente, en nuestra opinión, en las obras actuales sobre personalidad.
Wittgenstein presenta las nociones de “criterio” y de “síntoma”: los "procesos privados" requieren "criterios externos". El descenso del barómetro es un "síntoma" de lluvia, el asomarnos por la ventana y ver caer gotas es un "criterio". El significado del término "lluvia" no se enseña señalando un barómetro. Los síntomas, en cambio, son acontecimientos que ocurren en relación temporal con cierto fenómeno, pero que no sirven de criterio. Pues el que algo sea criterio de X no es cuestión de experiencia sino de definición. Un proceso en el cerebro de un hombre o en su laringe puede ser un síntoma de que está viendo algo rojo, pero el criterio es lo que dice y hace. El criterio de que yo recuerdo el ejemplar correcto de la sensación de 'dolor' sólo puede ser externo, y está integrado en el aprendi­zaje social que me ha permitido identificar mi comportamiento (primi­tivo) con una palabra y, en algún caso, susti­tuirlo, no sólo gritar y removerme con gesto de incomodidad, sino decir 'me duele'. Yo no me quejo porque tenga una sensa­ción de dolor, ni siquiera porque siento dolor, sino porque me duele. La sensación no es más que un término de un juego de lengua­je, el de las sensaciones; una forma de representación que podría ser sustitui­da por otra.
Supongamos que alguien se encuentra en el estado mental de "estar deprimi­do", este estado abarca una serie de aspectos, unos "externos": enlenteci­miento de movimientos, expresiones de tristeza, llantos, incapacitación laboral, etc., y otros "internos": pensamientos de autodevalua­ción, culpa, ideas de suicidio, etc. Cuando hablamos de "estado mental de depresión" deberíamos referirnos a las dos catego­rías de entidades, frente a la tendencia a identificar el estado con los aspectos internos. Supongamos ahora que esa persona no quiere que el psiquiatra que la atiende recomiende un ingreso. En conse­cuencia, cumple con los mínimos laborales, habla del tiempo y se cuida de llorar delante de nadie, aunque sigue manteniendo, exclusivamente para sí misma, pensamientos de autodeva­luación e ideas suicidas. El clínico dudaría de que aquí se tratara de una "auténtica" depresión, pues no cumple los criterios. De tratarse de una depresión que se muestra en síntomas ligeros, diremos que es una depresión "leve", y si no se muestra de ninguna manera, no hay depresión. Por otra parte, si tenemos alguna noción de los pensamien­tos autodevaluatorios y de las ideas de suicidio es, evidentemente, porque muchos enfermos depresivos los relatan. Si se consigue que un enfermo depresivo vaya a trabajar, al cine, se mueva más y no hable de cosas tristes, las sensaciones subjetivas de tristeza desaparecen. De hecho, normalmente, en eso consiste la curación. El que algo sea criterio de X no es cuestión de experiencia, sino de definición. Yo no induzco la existencia de lluvia a partir de mi observación de que caen gotas del cielo nublado, sino que es a eso mismo a lo que llamo "lluvia".
No es que los términos mentales sean traduci­bles a términos conductuales, sino que o son términos conduc­tuales o no son nada. Es cierto que el psicólogo observa los fenómenos de la vida mental y "fenómeno" es algo que puede ser observado, luego el psicó­logo sólo observa la conducta. Pero una conducta definida en términos muy diferentes a los del conductismo, pues sólo acepta definicio­nes de los términos psicológicos que sean articuladas, frente a las definiciones operativas de los reduccionis­mos conductista y fisiológico.
El defensor más conspicuo del operacionalismo en psicología fue, sin duda, Skinner, quien lo considera bueno en todas las ciencias y especialmente en psicología: "debido a la presencia en éste campo de un amplio vocabu­lario de origen antiguo y no científico". Dicho vocabu­lario abarcaría a los términos mentalistas, privados. Rechaza cual­quier postulado o variable que se encuentre más allá de los datos observables del ambiente y de la conducta de los organismos. El rechazo de las variables internas se justifica por razones operativas. La deprivación de alimento, por ejemplo, puede ser medida y es, por tanto, un término operativo; cosa que no ocurre con la pulsión de anteriores teorías del aprendizaje. El conductismo radical, que niega la existencia de entidades subjetivas, es considerado por Skinner como la postura más adecuada. Sin embargo, el rechazo del dualismo casi indefectiblemente lleva al reduccionismo: idealista o fisicista (biológico, conductual, computacional, etc.). La gran paradoja del conductismo skinneriano, que descubre su aceptación indeseada del dualismo, consiste en que al negar la mente, identi­ficándola exclusivamente con las entidades internas, niega un aspecto fundamental de la realidad que, como no podía ser menos, expulsado por la puerta retorna por la ventana. Al responder Skinner a la pregunta de cómo aprendemos los términos verbales sobre nuestras intencio­nes dice que, primero, se enseña a la persona a utilizar estas palabras cuando exhibe la conducta pública adecuada, comienzo que no puedo por menos que aprobar. Pero a partir de entonces, sigue diciendo, los estímulos privados son asocia­dos con las manifestaciones públicas (de los demás) y, desde entonces, la persona responde a los estímulos privados cuando ocurren sin manifestaciones públicas. 'Estaba a punto de irme a casa' (I was on the point of going home) debe ser conside­rado, según Skinner, como el equivalente de 'Observé acontecimientos en mí mismo que preceden, o acompañan, de forma característica mi marchar a casa'. Pero, se le puede objetar, nadie toma una decisión porque observe que se produ­cen en sí mismo cambios corporales. El método para encontrar el significado de las expresio­nes psicológicas no es mirar dentro del yo, sino examinar la función que juegan esas palabras y conceptos en nuestro lenguaje.
Los conductistas rechazan la introspección como método porque sus resultados no son públicamente verificables. Wittgenstein, en cambio, rechaza la introspección porque no es ningún método privile­giado de acceso a nuestros procesos subjetivos: "Puedo saber lo que el otro piensa, no lo que yo pienso”. Lo que yo pienso ni lo sé ni lo dejo de saber, y si hablamos de pensamiento inconsciente en realidad estamos realizando un cambio conceptual, en el modo de representación, como hizo el psicoanálisis. Introspeccionismo y conductismo parten del supuesto cartesiano de que los procesos mentales sólo son directamente accesibles al sujeto que los experimenta. Pero en la medida en que las experien­cias subjeti­vas pueden ser expresa­das de forma inteligible, existen criterios convencionales para identifi­carlas. Si existen criterios convencionales esas experiencias son tan accesibles al psicólogo como al propio sujeto. Si no son expresables son, por definición, inefables y caen en el ámbito de lo místico, aquello de lo que no podemos hablar.
Los reduccionismos, al negar el dualismo y la interioridad rechazan una parte fundamental de la Psicología que es el significado interpersonal. Pero caen en la propia trampa de lo que supuestamente han superado, convir­tién­dose, según la expresión de Vygotsky, en un "idealismo vuelto del revés".
Entre nosotros hace ya bastantes años que Castilla del Pino defendió concepciones dialécticas del comportamiento, superadoras del dualismo:



El hombre está en la realidad porque es de la realidad. El hombre no es un objeto aparte que está aquí, frente a la restante realidad que está allí. El hombre no es un compartimento estanco dentro de la realidad. Al ser constitutivo de la realidad, toda consideración aislada, solipsista, de él, es parcial y, por tanto, falsa.

Fenómeno y sentido no son dos realidades que se muestren por separado, sino que son abstraccio­nes a partir de una misma presencia, dentro de un contexto social, es decir, lingüístico. Podría pensarse que, de alguna manera, la conciencia se convierte en un subproducto, como han planteado los conductistas, y podría pensarse que el estudio del individuo se torna una pérdida de tiempo. Sin embargo, hay que considerar que el individuo es un registro vivo de su mundo. Al igual que nos representamos mejor las formas de vida de sociedades antiguas cuando se conserva registro escrito (el paso de la prehistoria a la historia), conocemos el sistema humano estudiando a las personas una por una en la díada analítica.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Libro de Abello y Liberman sobre WInnicott

El pasado día 11 de ete mes de noviembre tuve el placer de asistir a la presentación del magnífico libro que han dedicado Augusto Abello y Ariel Liberman al estudio de Donald Winnicott (Madrid, Ágora Editorial), sin duda uno de los nombres mayores en la historia del psicoanálisis y del psicoanálisis relacional. De la reseña de Roberto Longhi [Clínica e Investigación Relacional, 5 (3): 561-574. [ISSN 1988-2939] ] a esta obre me gustaría extraer el siguiente pensamiento:
Creo que lo más importante que hace a lo liberador de la obra de Winnicott, y que tan bien nos transmite este libro, que nos tranquiliza, es que nos estimula al ejercicio de un arte más que de una técnica y que nos aclara que abordar un proceso psicoterapéuticopsicoanalítico no implica una concepción hermenéutica sino que se entiende como un proceso en que cada paciente tiene sus propios ritmos y necesidades yoicas y elloicas.
















DE NUEVO CON LA PERSONALIDAD HISTÉRICA

Los últimos sistemas clasificatorios de los tipos de personalidad han estado a punto de eliminar la personalidad histérica o histriónica por...