jueves, 27 de septiembre de 2012

LA MATERNIDAD



P- Bueno, pues aquí estamos.


T- ¿Y por dónde piensas que irá la cosa en este nuevo curso?

P- ¿La cosa?

T- Sí, que qué aspectos te apetece trabajar en la psicoterapia a partir de ahora, qué crees que te falta por elaborar, cuál es el deseo que le pedirías al genio de la lámpara.

P- Para plantearte el tema de hoy, aunque espero que básicamente respondas a mis preguntas – como en ocasiones anteriores – voy a hacerme pasar por una paciente del todo. O, como dice el tópico “voy a hablar de una amiga mía”. Dos puntos. Sabes que yo vine aquí porque tenía problemas con mi familia y durante los últimos meses me he dado cuenta de que mi auténtico problema, actual y real, es la relación con mi marido. Este verano hemos discutido sobre la cuestión de tener hijos o no.

T- Tú quieres tener y el no.

P- Exacto.

T- A veces el auténtico motivo de consulta no sale hasta pasado un tiempo, cuando la persona ha tomado confianza o cuando se han resuelto otros problemas menores. Tú eres joven pero ya hace tiempo que pasaste de los treinta. Voy a intentar explicar algo que a menudo ha provocado muchos malentendidos y discusiones interminables. En estos tiempos en que la mujer no está limitada al papel de ama de casa – aunque a menudo le toque realizar una doble tarea – hay mujeres que deciden no tener hijos. Aquí hago un paréntesis. Me parece de un “feminismo”, o “buenismo”, trasnochado, la idea de que los hijos los da a luz la pareja, y me repatea la expresión “estamos embarazados”. La que carga con el feto y a la que realmente le duele parirlo es a la mujer – y si ya no duele, eso no quiere decir que se vaya de rositas – y el marido responsable está al lado dando su apoyo, pero no le duele. Por mucho que es importante el apoyo de la pareja, la vivencia de la maternidad y la de la paternidad son, a mi entender, incomparables. Me encanta una frase que le oí una vez a una catedrática de psicología: “la maternidad es un hecho mientras que la paternidad es una inferencia”. Una vez dicho esto, que puede ser motivo de debate en otro momento, afirmo, con precaución, que no es obligatorio que una mujer tanga hijos para desarrollar una vida plena y equilibrada. Además los hijos entorpecen sin duda la carrera profesional. Pero, desde luego, no se trata de un tema baladí que se pueda solventar de paso, sino que requiere meditación para aclarar los propios sentimientos. Frente a “la envidia del pene” de la que hablaba Freud, yo creo que existe en el hombre – y aún en la mujer - una “envidia de la maternidad” no menos potente.

P- ¿Y tanta importancia tiene?

T- Según mi experiencia, en la mayoría de las mujeres sin hijos de entre treinta y cuarenta años que he atendido hasta la fecha, este era un asunto de fondo principal, ya fuera explícito al principio o no.

P- ¿Y tú que recomiendas?

T- Por mucho que la orientación psicoanalítica en la que me encuadro no rechaza por prejuicios ortodoxos la manifestación de opiniones, cuando ello es necesario, en este caso concreto, como en muchos otros, no podemos correr el riesgo de suplantar la decisión propia de la persona. Por ello, el único consejo que puedo dar es el de que la mujer – en consenso con su pareja o sola - debe tomar sus decisiones de forma consciente y meditada. Pero, si estamos de acuerdo en el hecho que en la maternidad está implicado el cuerpo de la mujer, la decisión debe ser principalmente suya, aunque se consulte - ¿cómo no? – con la pareja y se tenga en cuenta la opinión de la otra persona y se busque su colaboración para una paternidad responsable… Sin embargo, el vínculo conyugal en nuestra sociedad, afortunadamente, puede disolverse, pero la relación materno-filial no – la paterno-filial tampoco pero no tiene la misma esencia.

P- No me convencerás del todo con tus argumentos mientras no me expliques esto cómo se come con las parejas que adoptan y, sobre todo, cuando ambos son del mismo sexo.

T- Pues mi experiencia en adopción es bastante limitada, así que con lo que voy a decir a continuación no me siento tan comprometido. Creo que es una situación diferente y más compleja en algunos sentidos que la parentalidad derivada del hecho biológico. Supongo que todo el mundo está de acuerdo en que la adopción busca, sobre todo, solventar las carencias de atención, cuidados y, más en general, de reconocimiento e identidad por parte del niño o niña que en la práctica carece de padres, y que por muy bien que vaya es una solución a un grave problema de partida. En cualquier caso, pienso que la relación que se produce con la pareja de adopción puede ser fantástica, necesaria, y plena, pero siempre con el condicionante de los orígenes biológicos del hijo o hija, y las vivencias tempranas de abandono o desatención, que habrá que intentar resolver de la mejor manera posible. Dicho de otra manera, la adopción realizada desde la plenitud personal – y no para compensar carencias propias – es admirable pero es otra cosa. Los roles materno y paterno son flexibles y en gran medida difusos e intercambiables, pero mientras el primero tiene una raíz biológica innegable, el segundo es puramente cultural…

P- Pero existe la prueba de ADN.

T- Fruto de la cultura científico-técnica, pero en los siglos pasados ya se había definido el rol paterno por la cultura tradicional. Se han descrito pueblos y culturas aisladas, en las que se desconocía el mecanismo de la fecundación, o causalidad genética. Por otra parte, sospechamos que el concepto de paternidad no se establece hasta la fundación de las sociedades sedentarias, agrícolas y ganaderas.

P- Esto ya se parece demasiado a una clase magistral.

T- Sí, perdona. Básicamente creo que ya he dicho lo que quería decir. Resumiendo, que la maternidad es una capacidad que tiene la mujer y que puede hacer efectiva o no pero esa decisión, como toda otra en esta vida, tiene sus costes. A veces decidir que no es una expresión de libertad y equilibrio, otras, en cambio, tiene que ver con el temor a las propias carencias físicas o mentales o con falta de apoyo por parte del grupo. La gran dispersión individual que vivimos en Occidente, los requisitos de crianza y educación – desde el gasto en pañales, a los gastos escolares y la adquisición de material informático y ropa de marca – han llevado a que las parejas mayoritariamente tengan dos hijos, uno o ninguno. Pero ese es tema para otra conversación.

P- No estoy de acuerdo con todas tus opiniones pero creo que me pueden servir para orientar mi propia decisión… o, mejor dicho, para ayudar a mi amiga.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Publicaciones Recientes


Acaba de aparecer en la Editorial Cuatro Vientos, de Chile, la traducción al castellano de uno de los últimos libros de Donna Orange, Pensar la Práctica Clínica (Thinking for Clinicians), cuya edición en inglés ya comenté en su momento en este mismo espacio. Junto con la publicación en Madrid, en Ágora Relacional, de la obra Trabajando Intersubjetivamente, de Orange, Atwood y Stolorow, podemos afirmar que la bibliografía en castellano del enfoque intersubjetivo del psicoanálisis ha experiementado un apreciable y muy deseable avance. También hay que hacer referencia a la producción propiamente en castellano a la que próximamente dedicaré un espacio.

viernes, 7 de septiembre de 2012

martes, 12 de junio de 2012

HERENCIA Y AMBIENTE

Estoy medio hipnotizado observando un brillo de la butaca en frente de mi. Al cabo de unos segundos el aire parece ir condensándose en una nube hasta solidificarse con la forma de mi paciente imaginaria, que ya parece haber tomado confianza y no necesita llamar a la puerta. “Buenas tardes”, dice, y yo asiento con el gruñido famoso.



P- Supongo que puedo preguntar cualquier cosa que esté en relación con la psicoterapia.


T- Evidentemente.


P- Yo personalmente me siento inquieta cuando leo o escucho razonamientos que vienen a decir que la psicoterapia es el tratamiento de elección para todos los trastornos, psíquicos u orgánicos. Eso me hace pensar en los charlatanes que pregonan su ungüento amarillo, sanador de todos los males. ¿Qué es lo que piensas al respecto?


T- Opino que la psicoterapia es aplicable en muchos casos, en aquellos que son predominantemente psíquicos, en los que la relación desempeña un papel fundamental, pero también en muchos trastornos claramente somáticos la psicoterapia puede ser de ayuda al paciente en el malestar mental provocado por la enfermedad. La teoría de los humores de Hipócrates y Galeno ya era un intento justificado por demostrar que relaciones había entre los hábitos, los estilos de comportamiento y la manera de enfermar. Lo que nunca se me ocurrirá es decirle a una persona que ha recibido el diagnóstico de cáncer que abandone todo tratamiento médico y acuda solo a psicoterapia.


P- Pero, y dicho un poco como abogado del diablo, yo he leído en un blog tuyo que estás en contra de la separación de alma y cuerpo, según dices, omnipresente desde Descartes. Eso no nos llevaría a pensar que desde el espíritu se puede influir ilimitadamente en la materia y que, por tanto, una psicoterapia puede curar, sino todas las enfermedades físicas, sí la mayoría.


T- Pues no. Cuando el gran filósofo Baruch de Spinoza, a quien supongo no hará falta presentar, dio una versión monista de la sustancia, dijo, en su lenguaje, que espíritu y materia eran dos modos de una única sustancia: Dios, es decir, la naturaleza; pero no que uno de los modos prevaleciera sobre el otro. No me pongas ese gesto burlón, aunque pueda parecer pedante, estoy convencido de que la mayoría de nuestros problemas teóricos en psicología son conceptuales, es decir, filosóficos, y que las mayores barrabasadas se hacen invocando filosofías “erróneas” – no me gusta esa expresión pero ahora no me meteré en ese jardín –. En este caso concreto, aunque confío en que ese tipo de consejos no se hayan dado muchas veces (“deja el tratamiento y haz psicoterapia”, cuando no “si sigues la auténtica fe, nada debes temer”, o “un buen tratamiento vegetariano cura todos los males”) cuando ha sido así, el daño provocado puede haber sido terrible. Podemos llegar al extremo patético de responsabilizar a la persona de haber contraído una enfermedad física o de dejar la explicación tan ambigua que sea la propia persona la que llegue a esa conclusión.


P- Pero el estado de ánimo influye, ¿no?


T- Sí, se sabe que cuando sufrimos un grave estrés o un traumatismo somos más frágiles y vulnerables a muchas enfermedades, por ejemplo, infecciones. Hay de hecho una rama de la neurología en fecundo desarrollo que se llama “psiconeuroinmunología”. Pero no veo contradicción entre esto último y mi idea de que el ser humano es una unidad – dentro de las redes interpersonales – en la que se pueden distinguir aspectos más bien comportamentales y otros más físicos, sin que haya una frontera nítida entre uno y otro lado. Mi mente domina, hasta cierto punto, mi organismo; puedo decidir ir aquí o allá, si bien a menudo desconozco las motivaciones últimas de mis actos. Lo que no puedo hacer es decidir ir hacia allá volando, pues no cuento con esa capacidad física, salvo que vaya en avión, claro.


P- Pues no sé si habrás oído que en Francia están enfrascados en un terrible debate sobre el tratamiento de los enfermos autistas. Parece ser que las asociaciones de padres y otros profesionales están acusando formalmente a los psicoanalistas, escuela mayoritaria en la salud mental francesa, de aplicar tratamientos inútiles y de culpabilizar a los padres, en especial a las madres de estos pacientes, de no haber recibido al hijo con el afecto adecuado.


T- Bueno, me cuesta trabajo creer que los colegas franceses mayoritariamente hayan pretendido “culpabilizar” a las madres de provocar este grave trastorno en sus hijos. Sin embargo, si la teoría clínica incide en que el factor principal es la actitud afectiva de la madre en el momento del nacimiento, o incluso antes, es comprensible que muchas se hayan sentido injustamente acusadas. Esto me recuerda el término que hace años se acuñó para explicar la esquizofrenia, que es el de “madre esquizofrenogénica”. A parte de sonar muy mal, considero que incurre en un grave error conceptual.


P- ¿Es que un mal ambiente familiar no provoca graves trastornos en el niño o niña?


T- Pues sí, un ambiente de carencia emocional y material provoca graves trastornos en el desarrollo, y es “fácil” producir un depresión anaclítica y otros trastornos. Sin embargo, puedo decir que he visto varias familias de pacientes esquizofrénicos – con el autismo no tengo experiencia - y en muchas de ellas no he podido detectar ninguna grave alteración de las que supuestamente deberían producir ese trastorno. Siempre se puede argumentar la existencia de factores más sutiles y de difícil captación, pero entonces, ¿qué familia se vería libre de esos factores?


P- ¿Eso te lleva a una postura geneticista?


T- Este tipo de dicotomías son falsas y traen consigo la aparición de posturas extremas y dogmáticas. Lo mismo que desde la psiquiatría biologicista – y digo “biologicista” y no “biológica” - se ha afirmado y se sigue manteniendo que toda enfermedad mental es una enfermedad del cerebro, e imagino al colega acompañando su frase de una mirada de conmiseración, cuando no de desprecio, hacia los “psicólogos” que nos dedicamos a la psicoterapia; desde el lado contrario también se mantiene con cierta frecuencia que todo trastorno procede de una mala vivencia, problema relacional o ambiente alterado. En este caso me parece que ni una postura ni otra es la correcta.


P- La virtud está en el centro.


T- No siempre, a veces conviene ser radicalmente extremista, por ejemplo en la crítica del psicoanálisis cartesiano y la separación de las dos sustancias. Y en el debate herencia-ambiente no creo que lo adecuado sea situarse en un punto intermedio, pues me parece una dicotomía mal planteada. Los dogmas nos dan seguridad pero al mismo tiempo tapan nuestro desconocimiento, o más bien es por eso por lo que nos dan seguridad. Fuera de prejuicios psicologicistas, estoy convencido de que en las psicosis actúa un factor heredado fundamental. A pesar de todo, la intervención psicológica con los pacientes y las familias debe considerarse en esos casos también imprescindible. Del autismo en concreto tengo la idea de que todavía es mucho lo que se desconoce.


P- Tengo la sensación de que este asunto todavía no está agotado.


T- Seguramente, cuando quieras puedes volver a plantearlo.


P- Hasta la próxima, entonces.


miércoles, 25 de abril de 2012

¿Cuándo hacer psicoterapia y por qué?


Levanto la vista del lomo de un libro sobre psicología evolutiva que observaba distraído y  me encuentro con la mirada de mi paciente imaginaria que se ha medio materializado frente a mi.
P- Buenas tardes, doctor.
T- Buenas tardes… sí soy doctor, porque hace más de veinte años defendí una tesis, pero quiero aclarar que no soy médico. Lo digo porque todavía hay mucha gente que se confunde y piensa que todos los psicoterapeutas hemos estudiado medicina, cuando no es así en la mayoría de los casos. Pero no sé si esto es ahora mismo de tu interés.
P- Agradezco la explicación y en algún momento será necesario ampliarla. Sin embargo lo que hoy me trae es la duda sobre cuándo es necesario hacer psicoterapia y qué es lo lleva a las personas a consultar con un psicoterapeuta.
T- Como todas las cuestiones que me estás planteando en estas entrevistas, la respuesta que debo dar no es simple, ni mucho menos y para acotarla un poco me referiré sobre todo al campo de los adultos en el que tengo algo más de experiencia y es más fácil de explicar. Para empezar, diré que considero que no todas las personas necesitan realizar una psicoterapia y que es posible el crecimiento y la evolución en el día a día, gracias al contacto con familiares y amigos. Cuando esto no es suficiente es cuando conviene acudir a nosotros, sobre todo cundo los problemas irresolubles no son de tipo material sino más bien de estilo de vida, de forma de enfrentarse a las situaciones y relaciones. Desde luego, esto también puede luego tener consecuencias materiales. Veamos unos ejemplos para aclarar las ideas. La persona es tan tímida que no es capaz de entablar relaciones de amistad o de pareja, y cuando las consigue se siente dominado o perjudicado. En este y en otros casos se cumple que la persona dispone de recursos materiales y de la suficiente salud física para tener una vida satisfactoria, y no lo consigue. También se puede requerir una psicoterapia cuando las dificultades materiales provocan un malestar agudo, por ejemplo, alguien que ha sufrido varias pérdidas reales muy de seguido o que se ha visto sometido a una situación estresante de gran envergadura, como una catástrofe o similares. Pero este segundo grupo de “pacientes”, que son personas que en otras circunstancias no se habrían planteado acudir a consulta, no forman el grueso de la demanda y además existen colegas especializados en su atención y tratamiento. Digamos que la mayoría de las personas que acuden a mi consulta podrían organizárselo bien y no lo consiguen. Indudablemente la indagación posterior nos permite descubrir, al menos en parte, los motivos de su malestar, motivos que, a mí entender, tienen que ver con vivencias n la infancia relacionadas con carencias emocionales. Se da la paradoja de que el mero hecho de solicitar atención es un signo de equilibrio y que, en cambio, sujetos con una gran problemática psicológica nunca se plantearán ponerse en manos de un profesional.
P- Quieres decir que vosotros no sois ‘loqueros’.
T- Pues no negaré que algunas personas que yo atiendo o he atendido padecían trastornos graves del comportamiento, pero la gran mayoría son sujetos ‘normales’ – dicho con todo el cuidado con el que hay que emplear esa palabra pues a menudo ella, o su contraria, han servido para estigmatizar. Repito que son sujetos normales que sufren de algún tipo de dificultad y consideran que la psicoterapia puede ser un camino para resolverla. Si me preguntas cuándo esas dificultades justifican acudir a consulta, mis recomendaciones sólo pueden ser de tipo genérico. Veamos, cuando tienes una fobia es aconsejable que pidas ayuda si esa angustia te impide el normal desenvolvimiento en las diferentes esferas de tu vida: familiar, laboral y de relaciones amistosas. Una cosa es que los locales pequeños, oscuros y superpoblados te desagraden y otra cosa es que no tengas amigos porque no te puedes ir a tomar una copa con ellos. Una cosa es que te gusten poco los perros y otra es que no puedas salir a la calle por el temor que te provoca ver cualquier animal. Una cosa es que estés triste y otra que no te permitas disfrutar de las diversiones que hasta ese momento te agradaban – charlas, cine, paseos, viajes – y te encierres en casa todo el tiempo libre, por no hablar del que se queda llorando en la cama y abandona también el trabajo.
P- ¿Es la fobia, o las fobias, entonces, uno de los motivos principales para pedir psicoterapia?
T- Pues si nos referimos de manera estricta a la psicopatología, entre los problemas más habituales están las fobias y ansiedades en general, diversas formas de depresión y también problemas en el control de la agresividad. Pero e mi opinión la mayoría de las consultas tienen que ver con dificultades a la hora de establecer relaciones de pareja, mantenerlas o terminarlas – y no primordialmente por problemas sexuales que también pueden darse y también se dan. Un asunto relacionado es el de las necesidades de independización de la familia de origen, pues en cierta medida también pueden explicar las dificultades con la pareja. Pero subiendo un poquito de nivel, el mayor problema de la humanidad es el de no sentirse suficientemente querida, o no de la manera adecuada, y siempre con razón, aunque no sea de la manera que la persona cree.
P- Sospecho que no es así, pero con esto que acabas de decir se podría pensar que la solución a los problemas psicológicos es el afecto y el cariño, por lo que el terapeuta lo que debe hacer es querer y acoger a sus pacientes con su gran corazón.
T- Es posible que alguien piense que esa es la ‘técnica’ de los terapeutas relacionales, pero debo deshacer ese error. Desde luego que intentamos acoger al paciente con afecto sincero y empatía, a diferencia de la extremada neutralidad de la que en ocasiones han hecho gala los analistas clásicos, supongo que más en las comunicaciones externas y no en el seno de la sesión, afortunadamente. Ahora bien, ese ambiente de acogida y comprensión tiene que servir para que paciente y terapeuta colaboren en la búsqueda de una mayor comprensión y superación de las dificultades de la vida cotidiana, empezando por la propia relación entre ambos en el contexto terapéutico. Por tanto, el paciente en terapia tiene una tarea por delante, a veces difícil o incluso angustiosa, y no una solución mágica a sus problemas.
P- En resumidas cuentas, opinas que lo que más queremos es que nos quieran.
T- Bueno, sí, querer y que nos quieran. Pero el bebé y el niño pequeño tienen que aprender a querer en un ambiente familiar que le ofrezca cariño y que asimile de forma positiva sus expresiones de agresividad y enfado sin que se conviertan en catastróficas. Winnicott ha sido posiblemente uno de nuestros antecesores que mejor captó esta dinámica. Luego nos encontramos con personas cuya carencia inicial de afecto fue de tal naturaleza que sólo saben expresarse desde la destructividad, que todos usamos pero que se espera no abusemos de ella. Estos sujetos a los que me refiero – agresivos, destructivos – son inaccesibles a toda forma de tratamiento. También es muy difícil tratar a aquellos que convivieron en su infancia con personas así e interiorizaron una imagen extremadamente deteriorada de sí mismos. Tanto un extremo como el otro, no obstante, no son representativos del paciente promedio.
T- Y todas las personas que acuden se benefician de la psicoterapia.
P- Me parece que ya tratamos algo este asunto pero quizá convenga volver de nuevo a él. La inmensa mayoría de las personas que siguen una psicoterapia durante un tiempo suficiente se benefician de ella, aunque no todos y no siempre, y esos casos de impás necesitan se considerados en detalle, pero no ahora. Luego están muchas personas que abandonan a las pocas sesiones, con todo el derecho del mundo, algunas porque no hemos sabido entender adecuadamente su problemática, otras porque implemente no les hemos gustado o inspirado confianza y, finalmente – y para que la responsabilidad no sea siempre nuestra – algunas porque descubren que la psicoterapia no es una solución inmediata o sin esfuerzo.
P- Pues muchas gracias de nuevo por tus respuestas.
T- Como siempre, quedo a tu disposición.

martes, 3 de abril de 2012

EL FINAL DE LA TERAPIA



Después de las presentaciones y de tomar cómodo asiento, empiezo con mi ritual “¿Qué tal?” y, tras responder que bien, respuesta que no siempre se produce en este escenario, mi paciente imaginaria entra en materia.
P- La semana que viene no nos vemos.
T- ¡Claro! Es Semana Santa.
P- Pero al principio dijiste que era importante que nos viéramos todas las semanas.
T- Sí, es importante. Según mi experiencia, cuando el ritmo es menor a una sesión semanal, el funcionamiento de la psicoterapia se desdibuja y pierde efectividad. No niego la posibilidad de que sea yo el que necesita esa frecuencia para no perder el hilo. No obstante, creo que ya dije que lo ideal son dos sesiones semanales y si, además, se puede completar el trabajo con un grupo mensual de tres horas, la cosa va de maravilla. Mi insistencia en una sesión mínimo estriba en que luego se presentan fiestas, como la semana próxima, o imponderables: gripes, fallecimientos (con perdón), y otros condicionantes.
P- ¿Entonces nunca aceptas un “encuadre” – como vosotros lo llamáis – de una sesión quincenal?
T- No salvo que sea un acuerdo de finalización de terapia, es decir, se ha llegado a la conclusión de que la terapia, se acaba, pero ni el paciente, ni el terapeuta, o ninguno de los dos consideran adecuado terminar de golpe.
P- ¡Ya hemos llegado al tema que quería plantearte hoy¡ ¿Cuándo termina una psicoterapia? Si es que termina.
T- Ya veo. Pues emulando al creador del psicoanálisis, podría decir que la terapia es un proceso interminable… pero, añado por mi parte, normalmente llega un momento en que hay que terminarlo.¿Cuando? Pues cuando se han alcanzado los objetivos, no digo “los últimos objetivos” porque eso no se consigue nunca, salvo después de la muerte que es cuando –según Heidegger – el ser humano está completo.
P- Un tanto patético te encuentro hoy, será quizá por la Cuaresma.
T- Dejemos como tema central de otra entrevista la importancia de asumir la propia muerte para alcanzar una vida moderadamente feliz, sobre todo en esta época que nos ha tocado en suerte, negadora del dolor, la vejez, la enfermedad y la muerte… Desde luego, la muerte supone a veces un final abrupto del proceso. De hecho yo atendí a un paciente cuyos dos terapeutas anteriores se le habían muerto.
P- Parece que contigo no lo consiguió.
T- No de momento, es lo más que se puede decir. Pero el fallecimiento no es la peor forma de terminar, en cualquier caso es una eventualidad a la que todos estamos expuestos, lo peor es cuando las resistencias de uno o de otro y, sobre todo, combinadas, llevan a un estancamiento o a una ruptura que no permita el crecimiento, como cuando la agresividad no puede ser elaborada y se convierte en destructiva. El terapeuta debe tener controles adquiridos ante esa destructividad, sobre todo a través de la propia terapia y supervisión. El paciente, por su parte, puede abandonar la terapia por no querer entrar de lleno en los aspectos delicados de su economía mental cotidiana, quizá porque el terapeuta no ha sabido entrar adecuadamente en ellos, por propia resistencia o incapacidad, pero no siempre. En muchas ocasiones el paciente no se ha sentido adecuadamente atendido o acogido y en otras esperaba una “solución” más rápida o menos dolorosa a sus problemas.
P- Pero volvamos a los finales felices, cuando la terapia se acaba tras alcanzar las últimas posiciones. ¿No te parece bien algo de psicología positiva?
T- Estoy a favor de la psicología positiva, siempre que no sea una negación tontorrona de la realidad. El optimismo frívolo que llena de almíbar algunas comedias americanas nos priva de una virtud muy española y que nos ha permitido sobrevivir ante innumerables situaciones adversas, me refiero al humor negro. Pero vayamos al asunto. Con más frecuencia de lo que algunos sugieren, las terapias de tipo psicodinámico, y la relacional entre ellas, consiguen – esto es, lo consiguen paciente y terapeuta en íntima colaboración – que se alcancen los objetivos. La evaluación de resultados de estilo positivista en estas terapias no suele ser inadecuada, pues no se trata de variables fáciles de pesar, contar o medir, pero eso disminuye la conveniencia de referirnos a cuestiones claramente objetivables. Se me pueden ocurrir muchos ejemplos, entre ellos: lograr terminar unos estudios que llevaban años estancados, lograr encontrar pareja, separarse de la pareja o seguir con ella en mejores términos, ser capaz de encontrar amigos, ser capaz de salir a la calle aunque la angustia no haya desaparecido del todo, soportar con paciencia y poniendo ciertos límites la intromisión de un padre dominador, decidirse a tener hijos (o a no tenerlos), encontrar trabajo cuando antes la ansiedad por el éxito lo impedía… Tampoco menosprecio la posibilidad de que la persona diga, simplemente, que se encuentra bien. Cuando ocurren cosas de este estilo es fácil que paciente y terapeuta estén de acuerdo y se despidan de forma amistosa, dejando la puerta abierta a una colaboración futura. Desde luego, de la consulta no sale nadie volando, convertido en superman o superwoman, pero sí, emulando a D. Sigmund Freud en una de sus primeras publicaciones, la persona ha cambiado sus miserias neuróticas por miserias normales. También me apetece recordar ahora su definición de la salud como la capacidad para trabajar y amar.
P- ¿No te parece que citas mucho a Freud para ser relacional y heterodoxo?
T- Se es psicoanalista con Freud y contra Freud, pero nunca sin Freud, al menos por ahora. De todas formas, dejemos de hablar de lo que yo pienso, ya ha llegado el momento de que me hables de tus cosas, de lo que te trae por aquí.
P- Quizá olvidas que esta no es una terapia normal ni yo una paciente real, sino que encarno las dudas, previas y posteriores, que experimentan muchos pacientes. De momento tus respuestas me han resultado satisfactorias o, incluso, iluminadoras. Pero me reservo la opción de volver a la carga con nuevas dudas.
T- A tu disposición, pues.

martes, 13 de marzo de 2012

LA MELANCOLÍA SEGÚN FÖLDÉNYI



Rodríguez Sutil, C. (2012). Reseña de la obra de László F. Földényi “Melancolía”. Clínica e Investigación Relacional, 6 (1): 129‐132. [Recuperado de www.ceir.org.es ]


Es de alabar la labor editorial que viene realizando Galaxia Gutenberg con una serie de ensayos de gran nivel intelectual, como éste que ahora nos ocupa o, por recordar solo alguno, la obra del mismo autor, titulada Goya o el abismo del alma, que no he leído, o el muy agradable y documentado Elogio del Individuo de Tzvetan Todorov, aparecido hace pocos años. El lector en castellano puede disfrutar de la lectura de este gran libro – en su estupenda traducción ‐ de una riqueza y minuciosidad tal que difícilmente se deja resumir, por lo que se refuerza mi tendencia a no ofrecer propiamente un resumen o recensión, sino una serie de comentarios mejor o peor hilvanados sobre las ideas que me han parecido más importantes y aquello que las mismas me han sugerido.
La melancolía posee una dilatada tradición en la teología cristiana, cuya distancia con la política siempre ha sido escasa. Según la concepción médica de la Edad Media, el enfermo mental –es decir, también el melancólico- se curaba mirando largo rato mirando una imagen de Jesucristo o de María. El melancólico es considerado un hereje, un compañero del diablo, aunque también puede ser melancólico quien piensa demasiado en Dios. El melancólico, caviloso, buscando sus causas llega a poner en duda el mismo universo. Se le acusa de un doble pecado: además del pecado original y colectivo, lo oprime un pecado individual, pues rechaza el Bien en un acto de libre albedrío. Es un pecado mortal. El monje melancólico se queda solo no únicamente en lo físico, sino también en su alma, se aparta de la casa de Dios y se convierte en presa del Diablo.
En la Antigüedad griega y romana, la melancolía no era considerada propiamente una enfermedad sino un modo de funcionamiento, con grandes dones y algún que otro inconveniente. Sin embargo, el melancólico prototípico medieval, contrariamente al griego, no emprende nada, sino que se queda inmóvil. El frío seco es una de las características de Saturno, es decir, del planeta de la melancolía. San Pablo distinguía dos tipos de tristeza: la tristeza según Dios, que lleva a la bienaventuranza, y la tristeza según el mundo, que lleva a la muerte (Corintios). La tristeza según el mundo hace que el ser humano se congele en su naturaleza de Reseña de la obra de L. Földényi, Melancolía criatura. El hastío y el aburrimiento, la acedía, son consecuencia de una curiosidad imposible de satisfacer. Según san Buenaventura (siglo XIII), la acedía tiene dos raíces: la curiosidad (curiositas) y el hastío (fastidium), el hastío sigue a la curiosidad imposible de satisfacer, y la pregunta inicial “¿Vale la pena vivir para Dios?”, se convierte sin solución de continuidad en “¿Vale la pena vivir?”. El concepto de aburrimiento pertenece, como demuestra Földényi, a la Edad Moderna y en mi experiencia no lo veo lejano de la “futilidad” característica del esquizoide, según Fairbairn. No habría aburrimiento, dice, si el ser humano fuera inmortal; pero en el aburrimiento, precisamente, se demuestra que el ser humano está condenado a morir. Quien se aburre siente que desaprovecha innumerables posibilidades, y al mismo tiempo ve al mundo de un modo negativo, que desaprovecha sus posibilidades ante el deterioro causado por el paso del tiempo. En el aburrimiento, precisamente, se demuestra que el ser humano está condenado a morir y que acabará como cualquier objeto inanimado, es decir, pierde la fe en la vida eterna.
Si el melancólico es culpable, por tanto, no es por accidente sino por propia decisión. El ser humano eligió el pecado por propia voluntad, dice santa HIldegarda en el siglo XII, anticipándose a Kierkegaard. Ambos relacionan los conceptos de temor y temblor con el pecado: Adán arranca el fruto del árbol para asegurarse la libertad, pero con la libertad elige también el pecado. Esto se acompaña de una nueva teoría, la teoría dual del “trastorno exclusivamente psíquico” o del “simple cambio físico”, que rompe con la unidad originaria e indiferenciable de cuerpo y alma que caracterizaba la concepción griega clásica de la melancolía. Así, según Santo Tomás (siglo XIII): “El cuerpo no forma parte de la esencia del alma, pero el alma se relaciona, según su esencia más profunda, con el cuerpo”. La garantía de la existencia de las cosas individuales es la existencia de Dios, pero Dios no es sólo la garantía, sino también el fundamento. En la separación entre alma y cuerpo, desconocida por la Antigüedad, el cuerpo lleva la peor parte. San Buenaventura avisa de los peligros del cuerpo:
Así como los jugos corrompidos y melancólicos producen, al desbordarse, sarna, erupciones y lepra, los cuales perjudican la pureza del cuerpo, los pensamientos impuros, los impulsos desordenados y las fantasías vergonzosas de mujeres, al desbordarse en el corazón, provocan jugos corrompidos y el deseo desordenado de la carne (p. 256).

La Edad Media no conoce la neurosis: las ataduras culturales son tan fuertes que sólo se puede “elegir” entre unas facultades mentales intactas o la locura. El neurótico, en cambio, no está loco, pero tampoco está sano. Va y viene entre imperativos contrapuestos; de ahí que ni la desesperación ni la perspectiva irónica sean ajenas a su estado. El melancólico medieval podía “decidir” entre el mundo cerrado y la nada, lo cual explica su locura; el melancólico renacentista, por su parte, no puede “elegir”: el mundo es, de entrada, abierto y abismal.
El hombre es de entrada melancólico, dirá Robert Burton, a comienzos del siglo XVII. Las causas de la melancolía son innumerables y de ahí que la enfermedad resulte incurable. Ahora bien, si todo el mundo está enfermo, la salud es un concepto desconocido; la salud es un parámetro utópico que, como toda utopía, sólo conduce a más melancolía. La melancolía es interpretada como una enfermedad, cuando se la considera peligrosa desde el punto de vista del poder. Se la reviste de un matiz político, de lo cual existen numerosos ejemplos en la historia moderna. Földényi apunta a ello pero tal vez no ve necesario entrar en esa cantera. De ella podemos extraer el optimismo revolucionario como continuación del “soldado de Cristo” que nunca desfallecía en su santa labor, actitudes que vienen en cada momento histórico impuestas por el poder. La Edad Media redujo todas las almas a una sola sustancia y había que diferenciar, “diagnosticar”, al melancólico, porque confiaba única y exclusivamente en sí mismo, se coloca conscientemente fuera de la comunión y de la comunidad.
En la Edad Moderna, aunque se demostró que el yo no puede atribuirse a una sola sustancia, se Reseña de la obra de L. Földényi, Melancolía descubrió que a pesar de su independencia, no es omnipotente. Kant sugirió que la impotencia que acompaña a la soledad y al aislamiento como la condición normal del ser humano. El melancólico, según Kant:
…tiene, sobre todo, un sentido de lo sublime. Las exigencias de lo general ofenden al ser humano en su individualidad pero, por otra parte, el ser sensible y concreto no es capaz de alcanzar por sí solo un significado generalizado, lo cual, según Kant, sería el requisito indispensable para cualquier autonomía. El ser humano es humano precisamente por pertenecer a dos mundos sin ser ciudadano de pleno derecho de ninguno de ellos. No obstante, el precio, de la libertad es la “inexpresabilidad”, porque así como la infinitud no puede ser expresada ni imaginada sin volverse finita (quien habla con Dios, o bien acaba siendo Dios o muere), la libertad individual crece en proporción directa con el crecimiento invisible de las barreras externas (p. 211).

Como continuación del problema medieval de los universales, la cuestión se planteó de la siguiente manera: hasta qué punto es el hombre un ser independiente, singular y transitorio y hasta qué punto una parte, un “caso”, del infinito universo divino. Según san Agustín, definidor de la sustancialidad del alma individual, el “yo” no es la suma de nuestras acciones (es decir, no es un elemento que se pueda ensamblar en un momento dado a partir de los componentes eternos – y externos ‐ del universo), sino una realidad finita e independiente; también interna, me permito añadir. Con esta idea, sentó las bases del concepto europeo de libertad y de individualidad y planteó de una manera que sigue vigente el conflicto del alma entre su singularidad e independencia, por un lado, y su repetibilidad y dependencia, por otro.
Con Kant se inicia la distinción entre el mundo percibido, el fenómeno, y el mundo tal como es en sí. El mundo es como yo lo veo, pero ¿cómo será el mundo de verdad? Con el desarrollo de la perspectiva en la pintura, desaparecen los parámetros de la experiencia común, que era la verdad única y superior. Todo se torna dudoso, incluso la exclusividad del punto de vista perspectivo. El melancólico de la época topa con este hecho. Los cuadros de la época que más reflejan la melancolía son también los que tematizan las contradicciones inherentes al punto de vista perspectivo.
El melancólico de la era moderna ya no es culpable sino que se alza a la categoría de “enfermo”, y no hay otra enfermedad que la física. Con la psiquiatría se intenta recoger la realidad de la melancolía desde la perspectiva de la medicina positiva, por lo que el concepto de melancolía desborda los esquemas clasificatorios, es un estado existencial que no permite ser fijado en categorías, por lo que es sustituida por la depresión con sus síntomas. La ciencia desconoce al alma como objeto de estudio y se centra en el cuerpo. Kraepelin consideraba que el examen patológico‐anatómico de los cadáveres como un camino legítimo en la delimitación de las enfermedades mentales porque el ser humano, la persona viviente, queda excluida de esta investigación:
El médico trata la enfermedad tácitamente como un objeto que aguarda una explicación
y cuya “objetividad” es independiente tanto del médico como de la situación existencial
del enfermo. No obstante, la relación entre la comprensión y su objeto no es en absoluto
externa; el simple hecho de su interdependencia demuestra que existe la relación interna. De todos es sabido que el conocimiento requiere una profunda identificación
entre quien conoce y lo que se conoce (p. 309).

Földényi afirma en el último capítulo de esta bella obra que, para recuperar el concepto de melancolía, es necesario una revalorización radical de la relación entre cuerpo y alma, entre salud y enfermedad. Esta relación‐delimitación es algo que supera con creces los límites del conocimiento médico, implica a la sociedad. El internamiento en un pabellón psiquiátrico depende más de la tolerancia de la sociedad a determinados comportamientos que no al diagnóstico médico, a dónde se trace la frontera entre la cordura y la locura según el medio cultural y político. La explicación freudiana fue un intento serio por superar esas dicotomías, como muestra sin duda la adherencia pertinaz del creador del psicoanálisis a hablar del alma (die Seele) y de los múltiples y diversos fenómenos anímicos. Pero todo proceso anímico está motivado por las pulsiones que enfrentan al yo contra el mundo, la interioridad frente a la exterioridad. Según la brillante expresión de Erwin Straus, que recoge Földényi, el psicoanálisis es un “solipsismo antropológico”.
Como he dicho recientemente en otro lugar, esa interioridad se apoya en la promesa de la inmortalidad y, al mismo tiempo, se siente amenazada por la realidad innegable de la muerte, o se ha creado como refugio endeble ante ella. Pienso, desde luego, que la angustia ante la muerte es la fuente principal de toda angustia aunque en el pánico psicótico adopte la forma del horror ante la fragmentación y el desmoronamiento. Si descubrimos que nuestra interioridad no es una sustancia sino que se trata de un reflejo engañoso de la exterioridad, una exterioridad en continuo cambio, podremos superar en parte el temor a la muerte. Digo en parte por la misma razón que la angustia es inherente a nuestra existencia. Pero, fuera del dolor y del sufrimiento, el temor a la muerte no es en el fondo más que la pena ante la soledad absoluta e irreversible. Acaso esa angustia ante la soledad es el descubrimiento de lo desconocido, del saber absoluto.
Una de las historias que se recogen en este último capítulo procede de un poema de Schiller, La Imagen Velada de Sais. Un joven deseoso de llegar al saber absoluto levanta el velo de la imagen de Isis y un ojo terrible captó su mirada aterrorizada: el caos, el abismo insondable, la anarquía de la existencia. Pienso que también, y quizá Földényi estaría de acuerdo, experimentó el estado de soledad absoluta.

DE NUEVO CON LA PERSONALIDAD HISTÉRICA

Los últimos sistemas clasificatorios de los tipos de personalidad han estado a punto de eliminar la personalidad histérica o histriónica por...