martes, 16 de septiembre de 2014

EL OBJETO DEL PSICOANÁLISIS

Repito una pregunta que me ronda desde hace años: ¿Cuál es el objeto del psicoanálisis? Muchos afirman con Freud que su objeto de estudio es lo inconsciente o, más exactamente, los procesos inconscientes, para no cosificar o sustancializar una realidad que no es un objeto, como tal, sino un proceso. Son los procesos inconscientes o fenómenos del inconsciente. El psicoanálisis se ocuparía, pues, de determinados objetos mentales (imágenes, intenciones, predisposiciones, deseos, etc.) que forman un flujo continuo, una especie de “monólogo interno”. El riego, no obstante, de una perspectiva centrada en el inconsciente se nos revela su esencia latente individualista, de mente aislada. Algunos autores relacionales han superado, a mi entender, al proclamar la naturaleza interactiva del inconsciente, inconsciente bipersonal y, por qué no, inconsciente colectivo, siempre que no lo hundamos en el magma biológico y genético sino en el caldo social que nos rodea y del que somos testigos. Hasta la biología nos permite metáforas colectivistas, como el termitero o la colmena, que en el psicoanálisis clásico no han gozado de mucha fortuna.
Estos objetos mentales, se advierte, no poseen una existencia independiente y sensible, pero pueden deducirse del contexto analítico. Las formaciones del inconsciente aparecen en la transferencia, en la relación que surge entre paciente y analista, del paciente hacia el analista, donde se reactualizan relaciones del pasado; también en otros fenómenos: los lapsus, los actos fallidos, los sueños o los síntomas. El psicoanálisis freudiano es relacional a medias, pues el paciente sí establece relación con el analista, lastrada por su conflictos infantiles, pero no al revés. Haber superado esos conflictos es lo que parecía autorizar al analista, en cambio, a no relacionarse con el paciente sino a tomarlo como objeto de estudio científico, con  ojo de entomólogo. Y si el analista no consigue ser un buen entomólogo es porque su análisis personal no ha alcanzado sus últimas posiciones, es incompleto.
Sin embargo, para la ontología externalista, relacional, como pretendo afirmar, el objeto del psicoanálisis es el comportamiento, en el sentido de la interacción entre paciente y terapeuta, terapeuta y paciente, que nos afanamos por discernir e interpretar en sus dimensiones universales, fuera del estrecho control consciente. Es tan grande lo real y tan pequeño nuestro conocimiento. Lo que nos ocupa y preocupa, sobre todo, es el plano inconsciente de todo comportamiento. Bien mirado, si el inconsciente se muestra en la transferencia quiere decirse que aparece en modos de comportamiento, los colorea y conforma según patrones relacionales antiguos y anquilosados. El inconsciente que se postula más allá de lo que se muestra es una inferencia arriesgada y poco productiva. Decimos “transferencia” cuando las personas intentan relacionarse con los otros en el momento actual de la misma forma que aprendieron con los otros antiguos. Pero, la hipótesis que se ha introducido para explicar un fenómeno no se debe confundir con dicho fenómeno, que es el que nos interesa explicar. Es verosímil juzgar que Freud propuso el funcionamiento inconsciente para explicar una serie de fenómenos psicológicos, en principio los síntomas de la histeria, como la conversión, antes de explicar otros síntomas, alejándose del esquema de Janet: las disociaciones hipnoides, “ideas fijas” subconscientes. El “inconsciente” freudiano tomó una dimensión más amplia, abarcando a todos los individuos, y suministró hipótesis a menudo plausibles para explicar amplios sectores del comportamiento humano.
Ahora bien, si como psicoanalistas relacionales nos ocupamos de la conducta no es, desde luego, al modo fisicalista (conductista) sino en la medida en que la conducta, aunque inconsciente, está dotada de significado. Tampoco nos interesamos principalmente por la conciencia, aunque atendemos la voz sincera del otro. Ese significado inconsciente es indagado mediante una actitud hermenéutica que desde el inicio lo fragmenta en numerosos planos, el sentido es múltiple. Según afortunada expresión, el comportamiento está sobredeterminado. Freud sugería que la tarea consistía en lograr un registro consciente de lo inconsciente. Si nos movemos en el plano múltiple del sentido, habrá que afirmar que no basta un registro  único sino que la acción interpretativa nos lleva, salvo que estemos atrapados en un fuerte prejuicio, a múltiples posibilidades interpretativas. Nada más absurdo que sugerir que todas las interpretaciones valen lo mismo. En absoluto. Habrá que dirimir aquellas interpretaciones más acordes con las evidencias y, sobre todo, con la evolución posterior de la relación terapeuta-paciente después de enunciadas e indagadas, en asociación con los muchos mitos que en el aquí y ahora nos estructuran como seres humanos. Por otra parte, el enfoque relacional no puede agotarse en la hermenéutica. Sabemos que también existe un inconsciente no semántico, opaco, es el inconsciente de procedimiento, responsable de nuestras carencias o déficit para jugar las relaciones. Ese inconsciente procede de las fallas básicas en la crianza, a veces tan extremas que dejan poco lugar a la interpretación, que ha de ser sustituida casi por completo por la compañía empática y el alivio de la acogida. Todos necesitamos ser salvados, sobre todo aquellos que piensan lo contrario.


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