Repito una pregunta que me ronda
desde hace años: ¿Cuál es el objeto del psicoanálisis? Muchos afirman con Freud
que su objeto de estudio es lo inconsciente o, más exactamente, los procesos
inconscientes, para no cosificar o sustancializar una realidad que no es un objeto,
como tal, sino un proceso. Son los procesos inconscientes o fenómenos del
inconsciente. El psicoanálisis se ocuparía, pues, de determinados objetos
mentales (imágenes, intenciones, predisposiciones, deseos, etc.) que forman un
flujo continuo, una especie de “monólogo interno”. El riego, no obstante, de
una perspectiva centrada en el inconsciente se nos revela su esencia latente
individualista, de mente aislada. Algunos autores relacionales han superado, a
mi entender, al proclamar la naturaleza interactiva del inconsciente,
inconsciente bipersonal y, por qué no, inconsciente colectivo, siempre que no
lo hundamos en el magma biológico y genético sino en el caldo social que nos
rodea y del que somos testigos. Hasta la biología nos permite metáforas
colectivistas, como el termitero o la colmena, que en el psicoanálisis clásico
no han gozado de mucha fortuna.
Estos objetos mentales, se
advierte, no poseen una existencia independiente y sensible, pero pueden
deducirse del contexto analítico. Las formaciones del inconsciente aparecen en
la transferencia, en la relación que surge entre paciente y analista, del
paciente hacia el analista, donde se reactualizan relaciones del pasado; también
en otros fenómenos: los lapsus, los actos fallidos, los sueños o los síntomas. El
psicoanálisis freudiano es relacional a medias, pues el paciente sí establece
relación con el analista, lastrada por su conflictos infantiles, pero no al
revés. Haber superado esos conflictos es lo que parecía autorizar al analista,
en cambio, a no relacionarse con el paciente sino a tomarlo como objeto de estudio
científico, con ojo de entomólogo. Y si el
analista no consigue ser un buen entomólogo es porque su análisis personal no
ha alcanzado sus últimas posiciones, es incompleto.
Sin embargo, para la ontología
externalista, relacional, como pretendo afirmar, el objeto del psicoanálisis es
el comportamiento, en el sentido de la interacción entre paciente y terapeuta, terapeuta
y paciente, que nos afanamos por discernir e interpretar en sus dimensiones universales,
fuera del estrecho control consciente. Es tan grande lo real y tan pequeño
nuestro conocimiento. Lo que nos ocupa y preocupa, sobre todo, es el plano
inconsciente de todo comportamiento. Bien mirado, si el inconsciente se muestra
en la transferencia quiere decirse que aparece en modos de comportamiento, los
colorea y conforma según patrones relacionales antiguos y anquilosados. El
inconsciente que se postula más allá de lo que se muestra es una inferencia
arriesgada y poco productiva. Decimos “transferencia” cuando las personas
intentan relacionarse con los otros en el momento actual de la misma forma que
aprendieron con los otros antiguos. Pero, la hipótesis que se ha introducido
para explicar un fenómeno no se debe confundir con dicho fenómeno, que es el
que nos interesa explicar. Es verosímil juzgar que Freud propuso el
funcionamiento inconsciente para explicar una serie de fenómenos psicológicos, en
principio los síntomas de la histeria, como la conversión, antes de explicar
otros síntomas, alejándose del esquema de Janet: las disociaciones hipnoides,
“ideas fijas” subconscientes. El “inconsciente” freudiano tomó una dimensión
más amplia, abarcando a todos los individuos, y suministró hipótesis a menudo
plausibles para explicar amplios sectores del comportamiento humano.
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