miércoles, 17 de abril de 2013

QUÉ ES UNA EMOCIÓN (informe preliminar)

Ver las cosas claras sobre qué es una emoción y qué no es una asunto que me preocupa desde hace ya un par de décadas porque creo que eso reportaría grandes beneficios a la psicoterapia.


Aunque no debemos dejar de lado la investigación semántica, pienso que el principal problema no consiste en diferenciar los términos al uso: emoción, afecto, sentimiento, estado de ánimo, incluso pasión. Desde la ontología relacional (externalista, anticartesiana) se puede afirmar que la emoción - y sus conceptos asociados - nunca es un fenómeno puramente individual sino una comunicación entre dos o más personas y el lugar en el que hay que analizarla, por tanto es en el contexto de la conducta comunicativa y su significado.

Si partimos de una concepción individual, como fenómeno con una vertiente privada, eso siempre nos va a llevar al error. El que está triste ve el mundo entero bajo la óptica de la tristeza y se relaciona con los otros desde la tristeza, transmitiéndoles dicho sentimiento, o haciéndoles huir o haciéndoles responder con enfado, con compasión u otras posibilidades que nos proporciones nuestra memoria o nuestra imaginación. Y la razón de esa tristeza hay que buscarla en el mundo de relaciones de esa persona, desde el origen, pero nunca en una dinámica interna aislada. Los conflictos nunca son intrapsíquicos.

Desde luego, tampoco debemos olvidar que hay enfermedades orgánicas que producen tristeza (un tumor, un trastorno metabólico, etc.) y también produce tristeza el tener una enfermedad del tipo que sea (pensemos en el que se queda ciego), pero muchos casos de tristeza parten de una dinámica exclusivamente psicológica, es decir, de relación interpersonal. Se puede decir que el que está triste experimenta un sentimiento de tristeza, pero no debemos llegar a la conclusión de que de existir un sentimiento interno sin manifestaciones perceptibles – cosa que habría que discutir - ese sentimiento sea la "auténtica" tristeza o su parte esencial. El que está triste presenta un gesto de tristeza, movimientos lentos, falta de motivación, incapacidad para disfrutar de las cosas, y habla a menudo a los otros de su sentimiento o los otros lo perciben sin más. También, en el lado opuesto, alguien te puede decir que está triste pero lo dice con alegría, o lo que muestra en realidad es enfado, cosa bastante frecuente. No debemos fiarnos de las palabras sin más.

De momento lo dejo aquí, porque me surge una duda:



¿No es la emoción también una descarga de energía, una “catarsis”?



viernes, 12 de abril de 2013

TRAUMA, MALENTENDIDO Y RESISTENCIA

En una famosa obra de Albert Camus, El Malentendido, un hombre con éxito, rico y enamorado, decide retomar la relación con su familia de origen, en el lejano y pobre villorrio que abandonó hace muchos, muchos años. Regresa así, acompañado por su esposa, a la pensión que regentan su madre y su hermana. Pero cuando llega no es reconocido y se ve incapaz de decidir la mejor manera de mostrar quién es por lo que se aloja esperando que llegue el momento adecuado. Sin embargo, su madre y su hermana tienen la terrible costumbre de asesinar a los viajeros para robarles y poder escapar de ese entorno oscuro y maldito, por lo que el protagonista sufrirá el mismo destino. Las dos mujeres se suicidan horrorizadas al descubrir después la identidad de su víctima. La estructura de esta obra parece una de las escasas y difíciles recuperaciones contemporáneas – se estrenó en el año 44 del pasado siglo – de la tragedia griega.
 
Según Pichon-Rivière, para que se dé una buena comunicación entre dos sujetos, ambos deben asumir el rol que el otro le adjudica, si uno de ellos no asume el rol se produce, propiamente, un malentendido. Un malentendido dificulta la comunicación, pero además es un proceso inconsciente. El terapeuta, individual o de grupo, debe tener “oído” para captar que dos personas se refieren supuestamente a una misma realidad pero que los indicios muestra que son dos concepciones radicalmente diferentes. El malentendido se desmiente (o se reniega), ya que su reconocimiento implicaría nombrar diferencias perturbadores, que generan ansiedades catastróficas. Ahora bien, siempre quedará un resto no del todo entendido imprescindible, por decirlo así, en toda forma de convivencia. Me refiero a acuerdos y pactos inconscientes a partir de la renegación de las diferencias. Ese malentendido aceptado y compartido está en el origen de todo funcionamiento psíquico, es decir, humano y por tanto de todo trauma, pues somos hijos del azar y del dolor, a veces compensados por el reconocimiento y el cariño.
 
Ferenczi habló de la “confusión de lenguas entre los adultos y el niño”, que no es más que otra forma de reseñar el malentendido originario. Esa confusión procede de que uno de los miembros del diálogo interpreta el juego como ternura (el niño), el otro como pasión erótica (el adulto). Cuando esto ocurre en la terapia, más a menudo de lo que se pueda creer, el paciente se identifica con el analista, igual que el niño se identifica con su seductor: introyectando los sentimientos de culpa de éste. Casi siempre el niño sabe muy bien cómo interpretar al adulto, no así a la inversa. Como consecuencia el niño queda dividido, piensa que es inocente y culpable al mismo tiempo; se destruye su confianza en sus sentidos y en las personas.  Ahora se piensa que el trauma no consiste sólo en el abuso sexual sino en un fallo de las funciones parentales.
 
Ha sido Michael Balint, discípulo de Ferenczi, quien ha ofrecido una buena descripción del contexto relacional del trauma:
  • Un niño depende de un adulto de confianza 
  • Ese adulto demuestra ser indigno de confianza, mediante la sobreestimulación, la negligencia o el rechazo del niño
  • El niño trata de obtener alguna comprensión, reconocimiento y consuelo del mismo adulto. 
  • El adulto a menudo niega la perturbación, culpa al niño del trastorno y le niega la confianza
El niño descubre que no se le permite expresar su dolor porque molesta al adulto y es desautorizado como sujeto. Entrando en las implicaciones del trauma para el pensamiento metafísico, Stolorow y Atwood advierten que en ningún otro lugar la doctrina de la mente aislada, cartesiana, es más perjudicial que al tratar de definir lo que es el trauma, pues poner el acento en “fantasías” privadas o en la determinación biológica de una personalidad límite (borderline) supone culpar a la víctima, retraumatizar a alguien que ha sufrido abusos infantiles y se refugió en la disociación o el retraimiento esquizoide. Actuar así es repetir el trauma original. El paciente se ve obligado a desalojar los traumas que le produce el terapeuta de la misma forma que hizo con los traumas infantiles. Finalmente, el temor a la retraumatización es uno de los principales motivos de resistencia.

lunes, 4 de marzo de 2013

Libro de André Sassenfeld

Incluyo a continuación la crítica sobre el reciente libro de André Sassenfeld que acabamos de publicar Alejandro Ávila y yo en la revista on-line Clínica e Investigación Relacional.
www.ceir.org.es

André Sassenfeld. (2012):


Principios Clínicos de la Psicoterapia Relacional

Editorial: Sodepsi, Santiago de Chile


Alejandro Ávila Espada y Carlos Rodríguez Sutil


Este libro que publica el colega chileno, André Sassenfeld, es una obra importante como aportación al acervo en castellano de los textos generales introductorios al pensamiento relacional, en psicoanálisis y en psicoterapia, comparable en muchos aspectos a los trabajos recientes de Joan Coderch, ya comentados en estas páginas. Estamos de acuerdo, por tanto, con la afirmación de Juan Francisco Jordán, profesor de la Universidad Pontificia de Chile, contenida en el prólogo, de que esta obra será de gran ayuda a todos los que enseñamos y practicamos el psicoanálisis relacional, aunque en esta reseña matizaremos algún desacuerdo o disensión, lógicos en obras tan extensas. Uno de los valores que indudablemente debe reconocérsele, en cualquier caso, es el de haber sabido integrar en una exposición unitaria, comprensible y comprensiva, casi todas las aportaciones teóricas y prácticas significativas en nuestro campo.

Conviene señalar que el autor ha evolucionado hacia el psicoanálisis relacional desde perspectivas poco frecuentes, con una primera formación en enfoques humanistas y en la psicología analítica jungiana. Por otra parte, es de destacar su interés por la filosofía alemana que lee en los textos originales pues su lengua materna es el alemán, lo que supone una fundamentación conceptual sólida del pensamiento relacional, próximo a la postura que mantienen desde hace tiempo autores intersubjetivos como Donna Orange y Robert Stolorow. El filósofo cuya obra le sirve de apoyo principal es Hans Georg Gadamer y su teoría hermenéutica, que expuso de forma plena en su obra publicada en 1960, Verdad y Método. Sassenfeld incluye un apéndice (I) que el lector podrá examinar con gran provecho.

Acaso la idea central que defiende Sassenfeld se contiene en el siguiente párrafo:

“…lo que constituye la experiencia individual no es el conflicto entre impulsos endógenos y defensas como en el psicoanálisis clásico, sino la inserción del sujeto en la matriz relacional” (pág. 58).

El libro se articula en tres partes bien diferenciadas: la primera trata de conceptos epistemológicos y filosóficos que encuadran la perspectiva relacional en psicoanálisis; la segunda repasa los conceptos fundamentales relacionados con los procesos inconscientes y sobre la situación terapéutica; finalmente, la tercera supone una propuesta sobre los principios clínicos que se derivan de lo anterior y subyacen a la práctica de la psicoterapia relacional.

La hermenéutica, leemos en el citado apéndice I, es la ciencia de la interpretación, originalmente de interpretación de textos, aunque Gadamer amplia sus sentido hasta incluir el diálogo continuo entre dos interlocutores. Tiene su origen en la mitología griega. Dice Sassenfeld:

La figura mitológica de Hermes, cuyo nombre de acuerdo con algunos estudiosos guarda relación etimológica directa con la palabra hermenéutica, era el mensajero de los dioses que hacía llegar a los seres humanos las preferencias o indicaciones de éstos. En este sentido, Hermes simboliza una especie de proceso de comunicación, traducción y mediación de significados de modo que el ser humano pueda aprehenderlos. (p. 252)

Hans-Georg Gadamer recibió la influencia poderosa de su maestro, Martin Heidegger pero se constituyó él mismo en figura destacada del pensamiento alemán de posguerra. Aprovechamos la ocasión para recomendar de nuevo la biografía que le dedicó Jean Grondin y que está publicada en Herder (2000), como complemento a la sintética exposición de Sassenfeld. Aunque solemos decir que “llevamos” una conversación, la verdad es que, cuanto más auténtica es la conversación, menos posibilidades tienen los interlocutores de “llevarla” en la dirección que desearían. De hecho la verdadera conversación no es nunca la que uno habría querido llevar. Al contrario, en general sería más correcto decir que “entramos” en una conversación, cuando no que nos “enredamos” en ella.

La hermenéutica gadameriana es una puesta en cuestión radical de la ideología implícita en la teoría y la práctica del psicoanálisis tradicional y es, por tanto, anticartesiana. Rechaza toda forma de comunicación autoritaria, si bien reconoce la autoridad de la tradición; desenmascara toda pretensión de interpretación experta, así como la noción de empatía como la capacidad de leer la mente del autor o del paciente y es una teoría de la comprensión emergente y autocorrectiva. Debemos acercarnos a toda conversación esperando y deseando aprender algo de nuestro interlocutor. Es preciso aceptar el punto de vista del otro como válido. Pero:

… el encuadre analítico tradicional ni promueve ni visualiza como algo necesario un diálogo entre paciente y analista.

La idea de entender la psicoterapia como una conversación genuina y un encuentro humano auténtico emergió con posterioridad en algunas de las psicoterapias de orientación existencial y humanista así como en el desarrollo del psicoanálisis interpersonal (sobre todo en el a menudo olvidado trabajo de Erich Fromm). (p. 260)

Su lectura de Gadamer – seleccionada de entre la maraña del pensamiento posmoderno que conoce bien en sus formas fenomenológica y postestructural - puede haberle servido como camino de entrada ontológico al enfoque relacional en psicoanálisis junto con el “giro fenomenológico” de Martin Heidegger. El ser del hombre se percibe como ser-en-el-mundo, irreductiblemente arraigado en diferentes contextos (p. 37). Desde ahí comprende y explica posiciones defendidas desde este enfoque en su pequeña tradición reciente, en la que ocupa un lugar destacado la teoría de los sistemas dinámicos no-lineales de Stolorow y su grupo. Así prefiere hablar de “Transferencia y co-transferencia”, en vez de “contra-transferencia”, subrayando la acción y “los modos de estar con”, más que el pensamiento o mundo representacional de cada uno, como se suele proponer desde la psicología de la mente a solas o aislada.

Nada ocurre en la mente de uno de los participantes, sino que juntos - terapeuta y paciente - van dando un sentido, nombrando y encuadrando lo vivido. El sentido y el entendimiento se alcanzan a posteriori, como interpretaciones que podremos alcanzar una vez ocurrido el evento relacional. De esa manera propone entender el concepto de “Enacment”(Véase sobre todo el apéndice II), como una escenificación necesaria para comprender la escena terapéutica.

La revisión que se ofrece de los autores y corrientes más relevantes es casi exhaustiva. Recoge, por ejemplo, las trascendentales aportaciones a la comprensión de la clínica psicoanalítica desde la psicología evolutiva y la observación de bebés, a partir de autores como Beebe y Lachman, Lyons-Ruth, Stern y el Grupo de Boston, sin olvidar las recientes aportaciones de Fonagy y la teoría del apego. También se detiene en Hoffman y el constructivismo pues, dice:

… el significado de la experiencia, que ocupa un lugar central en la subjetividad en cuanto determina la vivencia que se tiene de uno mismo, de los demás y del mundo, es algo que se construye de modo interactivo en la relación terapéutica. (p. 49)

Para la crítica de la metapsicología freudiana recurre con frecuencia al pensamiento seminal de Heinz Kohut y la psicología del self, tan central para el grupo de Stolorow. No tiene sentido considerar al bebé como un atado de pulsiones caóticas, ese es un riesgo cuando el medio cuidador no es adecuadamente responsivo, pues el nace en una matriz relacional (Cf. p. 57). Más adelante (p. 100 y ss.) Aludirá a Lichtenberg y la teoría de los sistemas motivacionales como alternativa sólida frente a la teoría pulsional clásica.

Kohut y la investigación evolutiva han puesto de relieve la importancia de las fases tempranas del desarrollo y cómo la terapia analítica se apoya en mecanismos no verbales, no simbolizados ni reprimidos. El dictum psicoanalítico “hacer consciente lo inconsciente”, ya no quiere decir: “… poner al descubierto contenidos mentales que siempre han tenido contornos y significados claros, sino formular lo que no estaba formulado, articular lo que no estaba articulado y dar forma a aspectos indeterminados de la experiencia a través de palabras” (p. 71). En estos aspectos han insistido autores imprescindibles como Stephen Mitchell, Donnel Stern y Phillip Bromberg, que también son convocados en esta revisión coral de la clínica psicoanalítica contemporánea.

Aunque las viñetas e ilustraciones clínicas no deben tomarse como dotadas de poder probatorio y se puede pensar que sólo sirven para aligerar la exposición, lo cierto que su poder ilustrativo y eurístico es innegable y, además, tampoco debemos rechazar que nuestros textos puedan ser más amenos. Por eso nos sorprende que Sassenfeld no incluya ni una sola ilustración clínica.

Explicitando finalmente nuestras preferencias teóricas, echamos un poco en falta la inclusión de alguna referencia al pensamiento de Wittgenstein, en la parte más filosófica, y de Ronald Fairbairn – a quien cita sólo de pasada y llamándole curiosamente William – en los contenidos más clínicos. Pero esto sólo debe ser tomado como un pequeño reparo o matización ante obra de tamaña envergadura.

martes, 26 de febrero de 2013

¿LOS PADRES SON CULPABLES?

P- Hola, de nuevo. ¡Hola!


T- ¡Ah! Hola, ¿qué tal estás?

P- Bien… ¿estabas durmiendo?

T- Bueno… podría decir que estaba meditando con gran “profundidad”. La verdad es que me he convertido en mi mejor cliente de diván pues desde hace tiempo casi no lo uso en la psicoterapia, cada vez me parece más una posición artificial… Pero ¿qué se te ofrece?

P- Sí… te quería contar que una de las cosas que más me retienen ante la idea de hacer terapia psicoanalítica es eso de tener que remontarme por obligación a mi infancia y a la relación con mis padre. Francamente, me parece una pérdida de tiempo.

T- No te lo tomes como una obligación. Es algo que casi siempre sale de forma natural pues, como es obvio, nuestros orígenes tienen mucha importancia en lo que ahora somos, aunque no haya que tomarlo como un determinismo estricto, y en esos orígenes la figura de los padres – pero no sólo de ellos - desempeña un papel preeminente. Creo haber dicho ya aquí – y si no habrá sido en otro lugar, claro - que casi siempre una terapia exitosa - que ha funcionado bien y ha permitido que el paciente y yo experimentáramos nuevas vivencias - ha comprendido una fase más o menos larga en la que la persona se ha centrado principalmente en analizar actitudes y comportamientos de sus padres, muy a menudo de la madre, y que él (o ella) siente con dolor como injusticias que le han marcado.

P- Pero eso también me parece una postura cómoda, cuando no injusta. Ahora resulta que los padres tienen la culpa de todo.

T- Sí, algunas personas no dejan de responsabilizar a los padres de todos sus males. Es que me han hecho tanto daño que yo ya no puedo reaccionar. Eso es, como decimos nosotros, una resistencia y una clara adhesión a los beneficios secundarios. Pero si nosotros negamos la influencia de los padres también sería una resistencia… en fin, que nunca hay una salida de un dilema en abstracto. Quien acusa al entorno de todos sus males no suele acudir a terapia, o no dura mucho tiempo, puesto que la terapia no sirve para cambiar directamente al ambiente sino, cuando hay suerte, a la persona que acude a ella, y algo también al terapeuta. El medio puede ser el responsable del trastorno – malos tratos, catástrofes – y nuestro modo de intervención siempre tiene que basarse en la comprensión de esas circunstancias, o en la empatía hacia la persona. Pero muy a menudo estas personas que han sido menospreciadas o han recibido alguna forma de maltrato, no se les ocurre acusar a los padres de haber hecho nada malo o incorrecto, y cuando se les ocurre se lo callan para no sentirse injustos, desagradecidos, traidores.

P- ¿Entonces los padres son culpables?

T- ¿Hay realmente alguien culpable? Estamos en una sociedad de la culpa, al menos en una en la que se habla mucho de la culpa, sobre todo para atribuirla a otros: errar es humano pero más humano es echarle la culpa a otro. Y cuando me la apropio es desde una irrealidad tan manifiesta que públicamente estoy mostrando que eso, eso, no es mío, y así voy a “disfrutar” sufriendo cuando me digas que yo no soy culpable de “eso” y voy a gozar… negándome a aceptar lo que me dices. Pero esto es materia para otro articulillo sobre la depresión… Los padres no son, salvo raras excepciones, culpables – los hijos tampoco – puesto que hacen lo que creen justo y conveniente. Ya sabemos que de buenas intenciones está el infierno empedrado, el infierno son los otros y “me duele a mi más que a ti”, y “te castigo por tu bien”, o “tú disfruta ya que yo no puedo”, hay muchas frases dañinas, y otras actitudes que no se expresan verbalmente. La terapia en este sentido se realiza como una labor de vaivén, primero indagando las “culpas” paternas, después recuperando las cosas buenas.

P- Se puede ser un padre o una madre perfectos.

T- No tenemos que ser perfectos tenemos que ser… auténticos, si todavía se puede utilizar esa palabra un poco desgastada. Decía Freud que educar, gobernar, psicoanalizar son profesiones imposibles, y yo añado la “profesión” de padre, o madre, también. Las otras tres con toda seguridad son imposibles por lo que tienen en común con la de ser padre. Tradicionalmente se ha pensado que esas tareas consisten en alguien (padre, maestro, gobernante, analista) que hace algo a alguien, o con alguien (hijo, alumno, gobernado, paciente). Pero estas funciones en realidad sólo funcionan si se toman como una tarea común, es decir, si introducimos la interacción, el diálogo, que no debe identificarse con la confusión de roles, son dos o más los hacen algo para todos, aunque durante un tiempo parezca que una de las partes sale más beneficiada o está más necesitada. Cuando el hijo se trastorna, el alumno no aumenta sus conocimientos y destrezas, el ciudadano se altera y el paciente no mejora… debe considerarse el fracaso por ambas partes.

P- Parece que estás inspirado… aprovecho para pedirte la definición del buen padre-madre-maestro-maestra-gobernante-analista.

T- No te creas que es tan sencillo, pero bueno, las palabras a veces son útiles aunque con ellas se dibuje una paradoja. Mi consejo es: Un padre que sea ciego en el cariño pero no en la observación de los defectos y en la exigencia moderada de una adecuada actitud de superación en el hijo, y en sí mismo. No que no tenga errores, sino que sepa reconocerlos.





martes, 5 de febrero de 2013

El tercero. Reconocimiento


 
Rodríguez Sutil, C. (2012). Comentario a “El tercero. Reconocimiento” de J. Benjamin. Clínica e Investigación Relacional, 6 (2): 180-186. [ISSN 1988-2939]
Leído en la 3ª Reunión anual de IARPP España / II Jornadas de Psicoanálisis Relacional, Sevilla, 13 y 14 de Abril de 2012


We are such stuff
As dreams are made on, and our little life
Is rounded with a sleep.
Shakespeare, La Tempestad

The, uh, stuff that dreams are made of.
Sam Spade en el film El Halcón Maltés (1941)


 https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZEJyYttkqOT68ZI5iA1Uf8PnfSurEC6OQdjVFNVlxEqBlmn4rd-DbwxqomyJrqyLJszQmd9FMqLjjZgxlr8HtqjeawersXX8725aT-YlZfw6DUMDzxCIy4btFHNlX3fbgDcJgC6l1AYA/s320/Jessica+Benjamin.jpg

Mi aproximación a los textos elaborados desde la perspectiva del psicoanálisis relacional, como este que hoy comentamos, está guiada como muchos saben por el pensamiento del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, principalmente, y su crítica del lenguaje privado. Dicha crítica implica una radical revisión de la división metafísica occidental entre un interior y un exterior, separados e irreductibles, de la separación sujeto-objeto y del predominio de la conciencia representacional y pasiva frente a la acción. A partir de ahí pretendo realizar una aportación al desarrollo de la perspectiva relacional en sus aspectos más abstractos pero, a mi entender, ineludibles, porque sobreviven una serie de errores cotidianos en los que continuamente incurrimos. La historia de la metafísica se refleja en un giro de nuestro lenguaje: Toda una nube de filosofía se condensa en una gota de gramática (Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, 1953, II, 315). Jessica Benjamin, sin embargo, es alguien cuya dedicación profesional al psicoanálisis no le ha impedido atender a la faceta filosófica de nuestra práctica, como ha mostrado la conferencia que hemos escuchado, realmente una contribución de primera línea en el mejor sentido.
El psicoanálisis relacional no es comprensible sin el fundamento de una perspectiva externalista, contraria a la mente aislada. La concepción de la mente aislada, llevada a su extremo, origina situaciones ridículas, evidentes de por sí pero que se vuelven más ostensibles desde nuestro enfoque relacional. A otros les corresponderá poner ejemplos contrarios a nuestra práctica y apuntar quizá a los elementos ridículos de nuestra práctica. Mientras tanto, quería traer a colación tres anécdotas de Ralph Greenson, psiquiatra norteamericano de origen suizo que se hizo famoso como psicoanalista de Marilyn Monroe y de otras estrellas de Hollywood de la época. La primera tiene que ver con la propia Marilyn, se la debo a mi amigo Augusto Abello y ambos estamos de acuerdo en que probablemente es apócrifa pues procede, precisamente, de una Autobiografía Apócrifa, escrita por el asturiano Rafael Reig. No obstante, siguiendo el refrán italiano: se non è vero, è ben trovato. Se supone que la estrella está en una sesión con su analista y dice lo siguiente
¿Le molesta que hable de mis pechos?¿Le pone nervioso? Se lo digo porque no me los mira. Eso no es natural, ¿no le parece? Mire, si yo le dijera: “Lo que me pasa es que estoy preocupada porque tengo las orejas de soplillo”, usted me miraría las orejas, ¿no es verdad? En cambio, ¿por qué no me mira usted los pechos? (p. 183)

Greenson también aportó importantes textos sobre técnica analítica – desde la posición clásica de la psicología del yo – que en mi opinión todavía pueden leerse con gran provecho. La siguiente anécdota, esta vez “real”, se puede localizar en su libro sobre Técnica y Práctica del Psicoanálisis (1967), en el capítulo que dedica a la técnica del análisis de la transferencia. Nos cuenta el caso de un paciente que entró en lo que denominaríamos una fase de impasse, se volvió más callado y huraño y sólo colaboraba formalmente con la labor analítica. Finalmente un día confesó su frustración por haber querido adoptar posturas políticas liberales, más cercanas a las preferencias demócratas de Greenson, cuando él era un republicano convencido. Sorprendido por esta observación, Greenson le preguntó cómo es que había llegado a la conclusión de que él era de preferencias demócratas, a lo que el paciente respondió, más o menos, que cuando decía algo positivo de un político republicano, él siempre le pedía asociaciones, y que cuando decía algo negativo, callaba como asintiendo. Igualmente, cuando atacaba a Roosvelt le pedía asociaciones, para ver a quién le recordaba, mientras que los comentarios positivos eran aceptados sin réplica. Esta historia ilustra la idea de que el paciente es un intérprete, muy a menudo acertado, de la experiencia del analista.
De la tercera anécdota de Greenson a la que quiero aludir no me es posible citar la referencia pues fue comentada por el gran maestro Joan Coderch en una conferencia. La historia, tal como nos la contó, trata de una paciente permanentemente molesta y quejosa de la vida y de las personas de su entorno, que siempre se sentía dolida y perjudicada y se expresaba de forma monótona en su letanía ante el analista. Un día interroga a Greenson si no le parece que es muy pesada en su continuas quejas y ataques, a lo que éste respondió que sí, que realmente era pesada. La paciente, muy asombrada, le preguntó si le parecía correcto y educado responderle de esa manera. Greenson argumentó entonces que ella le había preguntado y él no había hecho más que responder con la mayor sinceridad. Este profesional no estaba en absoluto cercano a las corrientes relacionales, pero considero que su comportamiento era el requerido desde un punto de vista ético, un auténtico enactment
Estos ejemplos, y otros recogidos a lo largo de mi experiencia como terapeuta, me llevan a proponer el principio de veracidad, para categorizar la conducta de Greenson en el tercer caso. Este principio recomienda adoptar una actitud que considero siempre justificada, se trabaje desde el enfoque terapéutico que se quiera. Viene a decir que siempre hay que responder al paciente, de manera prudente pero lo más veraz posible, dentro de la razonable firmeza que podamos tener en nuestros conocimientos, cuando inquiera sobre aspectos de su propia personalidad. Y esta intervención deberá ser antes descriptiva que interpretativa. Y yendo a la temática de la conferencia de Benjamin, pienso que se trata de un servicio obligado desde la “terceridad”
Benjamin ha dedicado su conferencia a aclararnos lo que quiere decir con el “tercero”, un concepto que introdujo hace años y que en nuestro grupo venimos trabajando con más intensidad desde la aparición de una de sus anteriores publicaciones (Benjamin, 2004). En aquel momento definió la terceridad como una cualidad o experiencia de la relación intersubjetiva que tiene como correlato cierto tipo de espacio mental interno, relacionado con el espacio potencial de Winnicott. El tercero, dice ahora, permite que mantengamos una representación del mundo válida a pesar de los fracasos y decepciones que la pongan en cuestión, como cuando los otros confiables actúan fuera de toda lógica aparente y cuidado hacia nosotros. En esos casos necesitamos ceder o rendirnos ante el otro, en el amor, en la bondad o en la legitimidad.
La adaptación en la díada en el primer momento depende de la constitución de ritmos que sintoniza a ambos componentes, desde el nivel más físico, creando patrones relacionales de nivel procedimental. Es de tipo físico, como el yo corporal al que se refería el psicoanálisis clásico, pero desde el principio ese yo es relacional. Sobre esa base procedimental se construye y diferencia el tercero moral o simbólico, equivalente a nuestra habilidad:
“…para expresar nuestras propias intenciones y a reconocer al otro como un sujeto que merece respeto, de quien debemos depender sin recurrir a la coerción - con quien soportamos la vulnerabilidad de tal dependencia por darse cuenta de nuestras intenciones”.
Este tercero simbólico aparece ya con una constitución completa de la tríada y del lenguaje, consiste en la capacidad para reconocer la realidad separada del otro y su subjetividad. No habla aquí de los procesos de “mentalización”, pero parece coherente con lo que se ha afirmado desde dicha teoría. Si cita, en cambio, los estudios recientes de Tronick (Cf. Tronick y Beeghly, 2011) sobre el desarrollo infantil y del proceso de ruptura y reparación, que consiste en el reconocimiento de la violación de los patrones, procedimentales o simbólicos, reconociendo al tercero y la terceridad precisamente cuando se ven interrumpidos. En nuestro fracaso o frustración recurrimos al tercero. Este tercero de alguna forma es una abstracción, como vemos en el párrafo recogido de Hoffman
“El tercero, a quien los pensadores llamarían la idea, es lo verdadero, lo bueno, o más exactamente la relación Dios,” y el amante, “se hace humilde no ante su amante sino ante el bien.” (Hoffman 2010, p. 204)

El tercero es una abstracción, como “el amor en sí”, algo que protege al amante de perder su capacidad para amar. Es una – o muchas – ideas abstractas, pero propongo que no se confunda con ninguna forma de platonismo o mundo de las ideas trascendente y aislado, pues al mismo tiempo es concreta, se produce en el aquí y ahora y deriva de la relación continuada y de la terceridad que surge inevitablemente de toda relación. A veces, no obstante, la persona se queda atorada en uno de los dos polos “del que hace y al que se lo hacen”, del lado de la victimización o del victimario activo, incluso cambiando rápidamente de roles, en una dinámica de ping-pong. Esto se consigue evitar cuando se alcanza –no siempre- la habilidad para reconocer los sentimientos del otro y los propios así como la propia capacidad activa, o agencia.  Y a menudo esto ocurre a nivel pre-simbólico: “…al abrazar a o reír con el otro al tiempo que recordamos, a nivel simbólico, la bondad de esta otra persona y su significado en su propia vida”. Esta idea de Benjamin me parece especialmente relevante a la hora de fomentar en nuestros pacientes la búsqueda no tanto del razonamiento abstracto y del mundo de las ideas, sino del sentimiento, la sensación corporal y la ritmicidad.
Sin embargo, aunque la tarea del terapeuta es contrarrestar las rupturas, siguiendo a Ferenczi, Benjamin sugiere que a menudo somos tanto la solución como la causa de las mismas heridas que el paciente ha venido a curar. Dentro de la tarea de contribuir por nuestra parte a la creación de un tercero de la díada terapéutica también es el paciente quien tiene que sobrevivir a nuestras faltas y errores, a la inversa de lo que proponía Winnicott (1969), co-creando la dialéctica de reconocimiento y ruptura. Esta capacidad de supervivencia del paciente me recuerda algunas recomendaciones de Kohut (1984) sobre la superioridad de la atención empática frente a la exactitud de la interpretación.
Benjamin mantiene una postura crítica ante la separación ontológica “interior-exterior”. Una de las aportaciones más relevantes de este trabajo reside, sin duda, en la dimensión interpersonal que se descubre en el propio concepto de “insight”, como proceso para cambiar la relación intersubjetiva, no es un “mirar hacia dentro” sino un “mirar hacia nosotros”; algo que luego permite que el paciente se cambie a sí mismo, pero también el terapeuta lo debe lograr. La relación con el tercero tampoco está meramente dentro de la mente del terapeuta. Si, en respuesta a la sobreexcitación del paciente, el terapeuta se retrae del ritmo de la regulación mutua, y elabora desde una observación distanciada y aseguradora, el paciente puede sentirlo: Entonces el tercero observante del terapeuta, sus formulaciones o reflexiones, se convierten en “falsas” y se experimentan como persecutorias.
Para  cambiar al otro por dentro no hay mejor camino que cambiar al otro por fuera, es decir, en la relación. La reparación siempre es relacional y siempre pasa de forma inevitable por el enactment. El ideal de la neutralidad, en cambio, lleva al fenómeno de la escisión, como los tres ejemplos que veíamos al principio, y –añado por mi parte-  a la paranoia. Afirma Benjamin que el ideal del terapeuta como “contenedor completo,” tratando de evitar el enactment a toda costa, se convierte realmente en un vehículo de tal disociación o escisión:
…es precisamente a través del vehículo que trata de evitar la re-traumatización del paciente que se pueden intensificar las rupturas interactivas. Que lo que buscamos evitar (como ilustra el mito de Edipo, tal y como yo lo entiendo) nos encuentra como una venganza de camino a Tebas.

Parece que nuestro destino es el enactment, es nuestro destino, tanto para el crecimiento como para la retraumatización. A propósito del Edipo ante la Esfinge, figura mítica de la madre destructiva, quiero recordar otra figura mítica de madre destructiva, como es la propia Muerte, en el cuento de la Huida a Samarcanda:
Un siervo muy angustiado le pide a su amo un caballo veloz para huir hacia Samarcanda. Le dice que se ha topado con la Muerte en el mercado y ésta le ha hecho un horrible gesto de amenaza. El señor complace al criado, a quien tenía en gran estima, y se ve obligado a bajar él mismo al mercado, donde también se topa con la Muerte. “¿Por qué has asustado a mi siervo?”, le pregunta. “No pretendía, mi expresión era de sorpresa de encontrarlo aquí porque tenemos una cita esta noche en Samarcanda.”


Ferenczi (1932) señaló en su momento que el propio terapeuta se convierte en parte de quien abusa del paciente, y el paciente observa y reacciona ante ello. Repetición, enactment, que es inevitable y que parece que el propio paciente está esperando. Pero, como puso en evidencia el analista húngaro, el riesgo de retraumatización definitiva se supera con nuestra voluntad por reconocer los propios errores y evitarlos en el futuro, lo que permite que el paciente sienta confianza ante el terapeuta y -añadiré la brillante idea de Fairbairn (1958)- se permita descubrir sus objetos malos ocultos, como en un proceso de exorcismo. Lo moral no es hacerlo todo bien, o evitar todo tipo de sufrimiento, sino tener la valentía de reconocerlo. Convocamos a los fantasmas y, una vez aquí, descubrimos sus aspectos de ridícula repetición y el paciente logra superarlos o, en cierta medida, minimizar su efecto, volviéndolo algo cotidiano y molesto que se tiene en cuenta para evitar sus efectos. El reconocimiento del terapeuta al paciente –y a la inversa- es la base para esa superación:
…el terapeuta que no sea capaz de reconocer desconcierta al paciente precisamente de la misma forma en que fue desconcertado de niño, y por lo tanto engendra impotencia en la relación misma que debería promover agencia y responsabilidad.

Al describir el trabajo relacional, lo que destaca Benjamin es la falta de coerción y omnisciencia de parte del terapeuta. Gracias a ello el paciente tiene espacio para desarrollar su propia subjetividad. La actitud contraria  de separación y omnisciencia es la que, sin embargo, puede haber reinado en los institutos de formación, fomentando una actitud paranoide a la hora de presentar trabajos y casos clínicos. Un ejemplo de ello es el del terapeuta del que habla nuestra autora, que en una sesión clínica evitaba por todos los medios narrar la parte en que había llegado a un enactment, lo que le producía una intensa vergüenza, supongo porque en ese punto se sentía débil, humano y poco neutral. Para Benjamin, en cambio, como para todos nosotros, esa es la parte más importante del trabajo, cuando pasa lo que tenía que pasar, es decir, cuando pasa algo entre terapeuta y paciente diferente del examen minucioso y desapasionado, la disección de situaciones personales pasadas y presentes, por muy tranquilizador que esto sea. Esa actitud de neutralidad está alimentada, a mi entender, también por la concepción de la mente aislada, que concibe la terapia como algo que realiza una persona que sabe (el terapeuta), frente a otra que no sabe (el paciente). Cuando el terapeuta piensa así se ve en la obligación de negar de forma permanente una realidad que le abruma y le amenaza en su fortaleza vacía. Por eso digo que la paranoia es un sentimiento que la mente aislada facilita. Al menos a mí me parece que están muy cerca de ella los fenómenos que se describen en el texto:
Es ese sentimiento conocido de fracaso y vergüenza el que puede paralizar nuestro proceso de pensamiento cuando no damos la talla de tal ideal. En el pasado, ante el sufrimiento por el peso y vergüenza de ese ideal, el esfuerzo por evitar el confuso proceso intersubjetivo de interrupción y reconocimiento, de ruptura y reparación, a menudo llevaban a instancias repetidas de mistificación y de puntos muertos analíticos. Al analista se le ha prohibido alistar al paciente en el esfuerzo de reparación de tal ruptura.
Irónicamente, la consecuencia de este ideal personal es precisamente el fomento de la disociación del analista: se devalúa el conocimiento y el insight y se divorcian de nuestra acción, nos sentimos más impotentes conforme los insights sobre nosotros mismos y el proceso quedan suspendidos en nuestra mente, como la cometa lejana separada de su cuerda.



REFERENCIAS

Benjamin, L. (2004). Beyond doer and done to: an intersubjective view of thirdness, The Psychoanalytic Quarterly, 73 (1), 5-46. Traducción castellana en Intersubjetivo, 2004, 6 (1),  7-38.

Greenson, R.R. (1967). Técnica y Práctica del Psicoanálisis. México: Siglo XXI.
Fairbairn, W.R.D. (1958). On the Nature and Aims of Psychoanalytical Treatment. En Selected Papers of W.R.D. Fairbairn. David E. Scharff & Ellinor Fairbairn Birtles (1994) (eds.) N.J.: Jason Aronson (vol. I, Cap. 4). (On the nature and aims of psychoanalytical treatment, International Journal of Psychoanalysis, 39: 374-385).
Ferenczi, S. (1932). Diario Clínico. Buenos Aires: Amorrortu.
Hoffman, I.Z. (2010)
Kohut, H. (1984), How Does Analysis Cure? Ed. A. Goldberg & P. E. Stepansky. Chicago: University of Chicago Press.
Reig, R. (1992). Marilyn. Autobiografía Apócrifa. Madrid: Júcar.
Tronick, E. y Beeghly, M. (2011). Infants’ meaning-making and the development of mental health problems. American Psuchologist, 66, 2, 107-119.
Winnicott, D.W. (1969). El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones. Capítulo 6 de Realidad y Juego. Buenos Aires: Gedisa, 1972.
Wittgenstein, L. (1954). Philosophische Untersuchungen. Philosophical Investigations. Cuarta edición revisada. Oxford: Wiley-Blackwell.


martes, 22 de enero de 2013

LA SONRISA FORZADA



Después del parón navideño me visita la paciente imaginaria, esa con la que tengo los roles un tanto cambiados y es ella la que pregunta mientras que yo intento responder los mejor posible.



P- ¿Cómo se presenta el año?

T- Lo importante sería que me dijeras cómo se te presenta a ti. Sobre cómo estamos nosotros no me voy a extender y del país mejor no hablemos. Yo estoy bien y si estuviera muy mal se me notaría y no me sentiría con fuerzas para llevar adelante una terapia.

P- ¿Crees que hay que ser optimista?

T- Pues no lo tengo claro… desde luego es bueno tener ánimos, y sobre todo sentido del humor. Pero la idea reciente de que hay que ser optimista, por obligación, me parece especialmente dañina porque nos puede llevar a la disociación y a negar la realidad, a veces con fatales consecuencias. De entrada la consecuencia negativa de negar el propio malestar de manera forzada, lo que aumenta de hecho el malestar y fomenta la hipocresía.

P- Es posible que cuando uno esté mal no lo pueda disimular.

T- Es un fenómeno muy conocido el de la “sonrisa Duchènne”: se puede simular la sonrisa con la zona de la boca y la mandíbula, pero no con los ojos. Podemos disimular nuestro estado de ánimo o nuestras emociones durante un tiempo, pero a la larga eso no es posible o crea una impresión de falsedad.

P- Y qué me dices de los estudios sobre la mayor esperanza de vida en aquellos enfermos que enfrentan el futuro con optimismo.

T- No me cabe la menor duda de que son correctos. Pero también estoy seguro de que ser feliz por obligación es más destructivo que el pesimismo, sobre todo si es un pesimismo cimentado en las evidencias. Yo estoy convencido de que la humanidad camina hacia su autodestrucción, sin embargo creo que debemos intentar vivir lo mejor posible el día a día y aportar nuestro granito de arena para evitar ese posible final fatal. Esta actitud seguramente está reñida con la felicidad, pero eso no me importa. He leído recientemente que a Einstein le preguntaron si era feliz y el respondió: ¡No, ni falta que me hace!. No hay nada más patético que mirar las revistas corporativas y observar las sonrisas forzadas de todos los fotografiados. Y, citando a otro judío ilustre, Freud decía que el psicoanálisis no pretendía proporcionar la felicidad de sus pacientes, sino cambiar las miserias neuróticas por miserias normales.

P- ¿Entonces todo aquel que se te presenta como una persona feliz te parece sospechoso?

T- Como en todo hay grados. La felicidad – o el estado de ánimo alegre - me parece saludable en pequeñas dosis, si no es impostada y se modifica o incluso abandona en los momentos precisos. Los colegas que trabajan en situaciones catastróficas sabrán más de esto que yo. Quiero decir que a veces se recurre a nosotros, psicólogos y psicoterapeutas, como si tuviéramos una capacidad mágica para eliminar todo malestar psicológico de inmediato. Estamos en una sociedad y en un momento histórico muy negadores del dolor, de la vejez y de la muerte. La reacción más justa cuando alguien pierde, por ejemplo, a un familiar o persona querida es el duelo, el dolor, la tristeza, y no es bueno evitar eso.

P- ¿Y dónde está entonces la solución a nuestros problemas?

T- Pues yo creo que nuestro principal problemas es la soledad, por eso me llamos relacional, y que toda solución, aunque no sea definitiva, pasa por la compañía, aunque esa compañía haya que cambiarla, profundizarla o cambiarla.

P- ¿La psicoterapia ofrece compañía?

T- Sí, aunque no sólo y no de manera indefinida.



DE NUEVO CON LA PERSONALIDAD HISTÉRICA

Los últimos sistemas clasificatorios de los tipos de personalidad han estado a punto de eliminar la personalidad histérica o histriónica por...