sábado, 24 de febrero de 2024

La vivencia del esquizoide según Pietro Citati

 No he encontrado tan bien descrita la vivencia esquizoide en los libros de psicopatología. Leemos en el libro de Pietro Citati. La Luz de la Noche (Acantilado, 2011):

Por alguna extraña razón, sólo se siente seguro cuando no es comprendido ni amado. Así, para rechazar a los otros, destierra de su corazón toda emotividad y sensibilidad. se hace frío como la piedra o como el hierro y, al mismo tiempo, su mirada trata de transformar a los demás en un siniestro cortejo de piedras. (p. 469).


 

lunes, 5 de febrero de 2024

FACTORES COMUNES, DE LA PSICOTERAPIA PSICOANALÍTICA CON OTRAS FORMAS DE PSICOTERAPIA. O CÓMO HA INFLUIDO EL PSICOANÁLISIS EN OTRAS PSICOTERAPIAS SUPUESTAMENTE INDEPENDIENTES

Comentario al trabajo de Jonathan Shedler (2022). Eso era entonces, esto es ahora: Psicoterapia psicoanalítica para el resto de nosotros. Contemporary Psychoanalysis, 58, 2-3: 405-437. En: Castaño, R; Abelló, A., Rodríguez Sutil, C. y Ávila, A. (2023). Comentario al trabajo de Jonathan Shedler “ESO ERA ENTONCES, ESTO ES AHORA: PSICOTERAPIA PSICOANALÍTICA PARA EL RESTO DE NOSOTROS”. Clínica e Investigación Relacional, 17 (2): 325-346. [ISSN 1988-2939] [Recuperado de www.ceir.info ] DOI: 10.21110/19882939.2023.170202 
Carlos Rodríguez Sutil

 Shedler revisa muchos supuestos de la teoría y la práctica psicoanalítica que parecen ser aceptados de forma tácita desde escuelas de pensamiento alejadas del psicoanálisis o están recibiendo en cierto modo una confirmación indirecta a través de los resultados de la investigación en ciencias cognitivas. Podría pensarse que los esquemas surgidos del pensamiento psicoanalítico han impregnado la mente de muchos teóricos e investigadores ajenos a él. Esto no impide en muchos casos menospreciar al psicoanálisis, incidiendo en los aspectos más llamativos o chocantes y no en aquellos otros que se han podido demostrar claramente como erróneos. Es evidente que la investigación en ciencia cognitiva ha demostrado que gran parte de pensamiento, emoción y motivación se produce fuera de la conciencia, aunque no se habla de “inconsciente” sino de “procesos mentales implícitos” y de “memoria procedimental”. Hay cosas que no queremos saber, que son disonantes o amenazantes, y miramos para otro lado. Shedler ilustra los conceptos con ejemplos clínicos bien escogidos. 
Una paciente dice espontáneamente que su hermana es “neurótica”. Este tipo de manifestaciones llaman nuestra atención como terapeutas de orientación analítica, podemos decir que “rechinan” en nuestro oído analítico y, supongo, también en el de clínicos de otras orientaciones, aunque no tengo noticia de que este tipo de fenómeno se haya elaborado con amplitud fuera de nuestro ámbito. Los procedimientos defensivos que subyacen en este caso suponen implican la renegación – la paciente no reconoce que su hermana de siete años estaba siendo sometida a un trato abusivo y cruel por parte del padre – junto con la racionalización – como es el uso de un término, “neurótica”, tomado de la psicopatología. Aún así, señala Shedler con todo acierto: El objetivo del tratamiento psicoanalítico no es descubrir recuerdos reprimidos, ni lo ha sido desde principios de 1900. Es expandir la libertad y la elección ayudando a las personas a ser más conscientes de su experiencia en el aquí y ahora. Yo solo matizaría que este es el objetivo principal, pero que tampoco descuidamos la búsqueda de recuerdos reprimidos, cuya aparición también puede contribuir a dicho objetivo. Ahora bien, como subraya el autor, el problema de la paciente no es que no recordara los hechos sino que los interpretaba de una manera errónea, aunque adaptativa en momentos pasados. La terapia analítica busca ayudar a la persona a mantener en su mente ideas en conflicto, algo que en mis recuerdos, más o menos nebulosos, de lo que es una terapia cognitiva se considera inaceptable y algo que hay que resolver. Pero, ciertamente, nuestros sentimientos hacia una persona pueden ser ambivalentes por topar tanto con aspectos aceptables junto a otros rechazables de todo punto. A veces intentamos negar una parte, no siempre la mala, pero la parte negada indefectiblemente vuelve; los sentimientos rechazados se “filtran” de manera a menudo inconsciente. 

Pone Shedler el ejemplo, habitual en la clínica, de aquellas personas que desean mantener una relación íntima y cercana con alguien de su agrado, pero habitualmente se sienten atraídas por personas no disponibles. Me viene en mente también el caso más extremo la persona que de forma continuada se empareja con otras abiertamente maltratadoras. A veces se produce el fenómeno, que describe Shedler, de que la relación alterna entre un acercarse de uno de los miembros y alejarse del otro, y viceversa, que encaja en el refrán tan nuestro de: Cuando yo quise, tú no quisiste, y ahora que quieres, yo ya no quiero. Tengo noticia de que el examen y tratamiento de este tipo de “juegos” es habitual desde la terapia familiar sistémica. También podemos querer rechazar nuestra ira, por temor a hacer daño a alguien querido o para no recibir represalias o simplemente ser rechazado. Reconocer nuestra ira nos puede causar culpa o vergüenza. Un paciente sentía enojo hacia sus padres pero estos, que habían padecido persecución cuando el Holocausto, se sacrificaban por él al máximo. Su salida era tratar mal a sus amigos y a sí mismo hasta que pudo aceptar, gracias a la terapia, que se puede uno enfadar con alguien a quien también ama. El comportamiento pasivo-agresivo es otra forma de lidiar con la ambivalencia. Por ejemplo, alguien que cocina siempre para la familia pero que casi siempre quema la comida, sin querer, es decir, sin tener ninguna conciencia del significado de su comportamiento. Otro es el paciente bulímico que se pega atracones pero que al rato usa purgantes. 
Daniel Kahneman, Premio Nobel de economía, leemos, diferenció dos sistemas en la toma de decisiones, sistema 1 y sistema 2. El primero es intuitivo, automático e insensible a las situaciones cambiantes o novedosas. El segundo, en cambio, toma decisiones de forma más lenta y esforzada, deliberadas y revisadas conscientemente. Estos sistemas funcionan de manera simultánea y llevan a contradicciones. Estos procesos recuerdan la división, ya antigua, que propuso Freud entre procesos conscientes e inconscientes y muchas investigaciones en ciencia cognitiva parecen darle apoyo. Una idea que parece haber calado en la cultura psicológica general es la de que el pasado vive en el presente, influye en el modo actual en que las personas se comportan. Así, nuestras primeras experiencias nos llevan a incorporar ciertas plantillas o guiones sobre cómo funciona el mundo. Un terapeuta cognitivo los llamaría esquemas, dice Shedler y, según recuerdo, así es como llamaba Aaron T. Beck (Beck y Freeman, 1995) a estos constructos. Se aprenden en la infancia pero se siguen aplicando en situaciones posteriores aunque el resultado que proporcionan sea negativo. Y se cita el aforismo de Wordsworth: el niño es el padre del hombre. 
Recreamos el pasado y nos resulta imposible interpretar los acontecimientos actuales fuera de esa perspectiva. Una mujer en terapia tuvo un padre emocionalmente distante. Cuando su terapeuta, hombre, parece distraído o aburrido a ella le parece poderoso e importante. En cambio cuando se muestra cariñoso lo ve soso, aburrido y poco útil. Esto es algo que puso en evidencia la terapia psicoanalítica pero que en la actualidad recogen prácticamente todas las escueles: Cada escuela de terapia aborda el impacto del pasado en el presente. Los terapeutas cognitivos pueden discutir la asimilación de nuevas experiencias en los esquemas existentes, los terapeutas de sistemas familiares pueden notar la repetición de la dinámica familiar a través de las generaciones, y los conductistas pueden hablar de la historia del aprendizaje y la generalización del estímulo. 
El objetivo de la psicoterapia psicoanalítica es aflojar los lazos de la experiencia pasada para crear nuevas posibilidades de vida. (pp. 13-14) Considero, no obstante, que habría que clarificar en qué se diferencia la consideración actual de esa influencia del pasado en la psicoterapia psicoanalítica, cuáles serían sus rasgos distintivos en la teoría y en la práctica. Tal vez por eso un apartado del artículo se ocupa de la transferencia, concepto que no ha pasado a las otras escuelas, al menos con ese nombre. Shedler advierte que no es algo incidental las percepciones (¿reacciones, sentimientos?) que nuestros pacientes experimentan hacia nosotros. No se trata de interferencias o distracciones, sin más, sino que están en el núcleo de nuestra forma de entender la terapia. 
Cito otro párrafo que puede sintetizar esa idea en términos muy cercanos a nuestra práctica diaria: Yo decía: “Cuando acudiste a tu padre en busca de ayuda, él te humilló. Dada tu experiencia es comprensible que esperes el mismo trato de mí”. O: “Me estás haciendo saber que nuestro trabajo no significa nada para ti y no te importaría menos si nunca nos volviéramos a ver. Tal vez estás convencido de que te decepcionaré y lastimaré y estás tratando de protegerte rechazándome primero”. (p. 16) Me viene la idea de que en un enfoque más relacional le podríamos comunicar al paciente la sensación o emoción que esta actitud suya nos provoca, desde la tranquilidad, sobre todo si nuestra experiencia se acerca al enfado, pues le puede servir de clave para entender otras situaciones que haya vivido o pueda vivir en el futuro. Shedler no parece dar este paso, y no le recrimino por ello. Sería la nota diferencial entre nuestra orientación y el psicoanálisis más clásico, si bien comprensivo y, diría, empático como es el que este autor propone. La diferencia entre este psicoanálisis, y también del relacional, con respecto a las otras formas de terapia es el uso que se hace de la transferencia. También de la contratransferencia, como bien dice, esto es, como nuestras reacciones emocionales ante el paciente, que nos sirven para comprenderlo y ayudar en el cambio pero, y aquí va nuestra crítica, o nuestra pretensión de ir un poco más allá, la personalidad del terapeuta también está implicada en cómo reacciona ante el paciente, y requiere autoexamen, no es solo algo que el paciente pone en nosotros. 
Por otra parte, los conceptos de transferencia y contratransferencia pueden hacer pensar en un proceso de ida y vuelta, acción y reacción, cuando lo más adecuado es concebir que lo que se produce es un campo de relación continua, mutuamente construido, y así lo reconoce el autor (p. 19). Hechas estas precisiones, no es difícil aceptar lo que se lee poco después: según la investigación empírica, los terapeutas más efectivos son los que tienen en cuenta la transferencia y la utilizan, incluso cuando practican formas de terapia que no reconocen la transferencia, como son los cognitivo-conductuales o, incluso, algunos conductistas radicales. Según cuenta, estos últimos hablan de “comportamiento clínicamente relevante” (CRB, en sus siglas en inglés) que son casos de comportamiento sintomático expresado en la sesión hacia el terapeuta, es decir, cómo no, transferencia, que el terapeuta debe ayudar al paciente a identificar y lograr otras formas de relacionarse. Sigue más adelante hablando de las defensas, de las que ya se ocupó al principio, y cita la crítica de Bruno Bettelheim (1982) de que “represión” es una mala forma de traducir “reprimir”, y en su lugar proponía “rechazar”. Shedler prefiere verbo “desautorizar”, con el sentido de “negar el conocimiento, la responsabilidad o la asociación con; rechazar; repudiar”. En otros lugares me he dedicado a esta problemática terminológica (Rodríguez Sutil, 2014) y nos llevaría mucho tiempo ahora desarrollarla en toda su extensión – me refiero a la traducción de los términos freudianos: Verdrängung, Verleugnung, Verwerfung, y otros asociados. Sólo diré que, una vez que se entiende el sentido de la palabra utilizada por Freud (Verdrängung, en este caso) como desalojo de la conciencia de una idea claramente enunciada, o simbolizada, traducirlo a otro idioma como “represión” puede ser tan válido como otras opciones y, además, está acuñado por la costumbre. El artículo nos proporciona una revisión minuciosa de mecanismos de defensa en diferentes situaciones y contextos que estudiantes y profesionales leerán con provecho. Pero, advierte, hablar de “mecanismos de defensa” da una imagen mecanicista de la mente, cosifica la idea de defensa, mientras que defenderse es algo que la persona hace. Ciertamente: “… las formas de defensa están entretejidas en el tejido de nuestras vidas y se reflejan en nuestras formas características de pensar, sentir, actuar, sobrellevar y relacionarnos” (p. 24). Sin embargo, vuelvo a pensar que el término “mecanismo de defensa” está totalmente acuñado y no va a ser fácil sustituirlo por forma de defensa. 
Más peligroso me parece el término “introyección” y la familia a la que pertenece (proyección, identificación proyectiva, proyección identificativa, etc.) por la imagen de interioridad, de mente aislada que proponen. Lo que desarrollamos a lo largo de nuestra vida son pautas de relación interpersonal. Y las pautas se “aprenden”, no se introyectan, es decir, no se meten en una bolsa. Si se quiere, estamos hablando de los esquemas originarios. Pero entendidos no en el sentido cognitivo de interioridad en la mente individual – o en el cerebro -. Los esquemas de acción se aprenden en sociedad y en sociedad se ejercen. Es importante que evitemos los argumentos propios de la “mente aislada”, pero no parece posible prescindir de las metáforas. Me conformo que no nos dejemos dominar por ellas y seamos capaces de cuestionarlas de vez en cuando. Shedler pone el dedo en la auténtica paradoja de la psicoterapia: La gente viene a la terapia a cambiar, pero el cambio es una amenaza para el equilibrio y la homeostasis. Por lo tanto, cada paciente es ambivalente sobre el tratamiento, oscilando entre el deseo de cambiar y el deseo de preservar el status quo. (p. 25) Está hablando de la resistencia – otra forma de defensa – cuestión central y frecuentemente debatida en psicoanálisis desde el propio Freud (1912). Pero me sorprende que diga, poco después: “No es particularmente útil pensar en la resistencia como oposición entre terapeuta y paciente. Más bien, la resistencia surge del conflicto o la discordia dentro del paciente” (p. 26). Este es uno de los razonamientos recurrentes más engañosos en el psicoanálisis estándar. Otra vez nos enfrentamos con el mito de la mente aislada. Desde el momento en que entramos en relación con el paciente la resistencia no es exclusivamente suya sino que aportamos nuestra propia resistencia, que conviene intentar descubrir y elaborar si la terapia ha de llegar a algún puerto prometedor. Si no existe esa comunicación, intercambio, relación, poco es lo que podremos lograr. La resistencia es la resistencia del paciente pero tal como la vivimos a través de nuestra propia resistencia y tal como ambas interactúan. Esto no impide que la terapia sen ocasiones se estanque y entre en un impase que buscaremos resolver. A veces nuestra actuación más terapéutica consiste en negociar con el paciente el final de una terapia improductiva, esto es, que no se traduce en un mayor conocimiento, en un mayor bienestar pero, sobre todo, en una mayor libertad en la toma de las propias decisiones. Estamos de acuerdo con el determinismo mental al que alude el autor. Si entendemos la mente no como un fenómeno encerrado dentro del individuo sino como el producto de las relaciones en cada entorno, y damos la importancia debida al entorno familiar temprano. 
Partiendo de la idea del determinismo mental, el artículo revisa otros ejemplos felices de interpretación que permiten a los pacientes la solución de sus conflictos, por ejemplo, la razón de por qué un enfermo cardíaco olvidaba tomar sus pastillas, o el significado de por qué una paciente se daba atracones de comida. Por otra parte, se observa que las interpretaciones son ofrecidas de forma tentativa y no con el tono oracular e impositivo que descubrimos en los textos antiguos. Aunque en nuestra práctica relacional buscamos más la clarificación y, a veces, la confrontación, la interpretación no deja de tener un lugar, siempre que se coloque en un proceso de colaboración y búsqueda conjunta con el paciente, y no como producto de nuestra clarividencia y superioridad. 
Casi todos los miembros de las diferentes escuelas que se agrupan bajo el paraguas de “psicoterapia dinámica” estaremos de acuerdo en el aserto de Shedler: Un síntoma o comportamiento puede tener múltiples causas (sobre-determinación) y puede servir para múltiples propósitos (función múltiple). Todos los terapeutas psicoanalíticos competentes comparten una profunda apreciación de la complejidad de la vida mental. Por esta razón, la psicoterapia psicoanalítica no es una terapia de línea de montaje [yo suelo decir que no está “protocolizada”]. No es una colección de técnicas estandarizadas aplicadas a todos, ni puede reducirse a un manual de instrucciones paso a paso. Se trata de una investigación empáticamente sintonizada sobre los aspectos más privados, personales y profundamente subjetivos de la experiencia interior. En este sentido, no hay dos tratamientos iguales. (p. 31) 
Casi al final del artículo enfrenta Shedler un asunto delicado desde nuestra perspectiva, relacionado con dos principios “técnicos” muy debatidos: la neutralidad y la abstinencia. Nuestro autor lo sintetiza con la frase, formulada por alguno de sus estudiantes y que él considera desafortunada: “el psicoanálisis como la relación entre un clínico autoritario, emocionalmente alejado, y un paciente sin poder” (p. 36). No puede negar que esto haya pasado con cierta frecuencia, sobre todo en una época del pasado pero, confía, no a los mejores psicoanalistas. Estamos totalmente de acuerdo con él cuando aclara que la terapia psicoanalítica no es algo hecho “a otra persona” sino “con otra persona”, si bien, añade, la relación nunca llega a ser totalmente igual o simétrica. La terapia es, desde luego, un esfuerzo compartido entre las dos partes. 
Termino este comentario retomando una idea que 9incluyo en el título, la de los “factores comunes” entre la terapia psicoanalítica y otras formas de terapia. Me resulta reconfortante que algunos principios esenciales estén siendo utilizados por otros colegas de forma más o menos explícita: inconsciente, ambivalencia, causalidad psíquica, conflicto-defensa/resistencia, influencia del pasado, influencia personal del paciente en el terapeuta y viceversa (transferencia-contratransferencia), así como la importancia de evitar una asimetría excesiva entre terapeuta y paciente. No obstante, a menudo recuerdo el argumento de Kohut (1984) cuando reconocía que él no había inventado la empatía y que muchos otros analistas habían atendido empáticamente a sus pacientes, pero que su intento se diferenciaba al querer prestarle una mayor atención y desarrollo. 

REFERENCIAS Beck, A.T. y Freeman, A. (1995) Terapia cognitive de los trastornos de la personalidad. Barcelona: Paidós. 
Bettelheim, B. (1982) Freud and Man’s Soul. Londres: Pimlico, 2001. 
Freud, S. (1912). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. En Obras Completas (vol.II). Madrid: Biblioteca Nueva, 1973. 
Kohut, H. (1984) ¿Cómo cura el Análisis? Paidós: Buenos Aires, 1986. 
Rodríguez Sutil, C. (2014 a). Psicopatología psicoanalítica relacional. La persona en relación y sus problemas. Madrid: Ágora Relacional.

BREVE DEFINICIÓN DE "DISOCIACIÓN"

Escisión y disociación hacen referencia a un mismo proceso, visto como intrapsíquico, el primero, según el psicoanálisis más clásico, frente...