Defino la “personalidad” como las formas relativamente
estables de pensar, sentir, comportarse y relacionarse con los otros. Algunos
de estos procesos son conscientes y otros inconscientes y automáticos (o, en el
lenguaje de la neurociencia cognitiva, implícitos). Si nuestros modos de
pensar, sentir y actuar son o se vuelven problemáticos, pueden constituir los
que se conoce como “trastorno” de la personalidad. Todo ser humano está dotado
de una personalidad. No hay una línea de separación estricta entre un tipo de
personalidad y un trastorno de la misma, no sólo porque se afirme que el
funcionamiento humano cae en un continuo, sino porque el sistema de valores
delimita lo que es un trastorno y lo que no. De forma tentativa y orientativa
pienso que existe un trastorno cuando las personas no pueden realizar sus
actividades vitales habituales, de trabajo, estudio y ocio. Se puede tener una
personalidad obsesiva sin padecer un trastorno obsesivo de la personalidad, y
lo mismo se puede decir de la fobia y de la histeria. También es esencial
diferenciar los trastornos de la personalidad de los síndromes, o conjuntos de
síntomas, de los efectos provocados por un daño cerebral y de las psicosis.
En varias ocasiones he repetido que la personalidad es lo que
queda cuando eliminamos los síntomas. Sin embargo, un paso más allá nos lleva a
‘descubrir’ que los síntomas psicológicos también son un modo de comunicación
y, por tanto, forman parte igualmente de la personalidad, entendida como el
conjunto de nuestros patrones relacionales.
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