En psicoanálisis (y en psicología) es habitual que confundamos el modelo con el que pretendemos explicar un comportamiento, con un modelo que supuestamente el sujeto posee en su interior. Hemos llegado a aceptar que no tenemos un conocimiento directo de la realidad "en sí", sino que nos manejamos con representaciones de ella. Lo acertado o equivocado de las representaciones se deduce por sus consecuencias, algunas nos llevan al éxito y otras no, y concluimos que ese resultado no es azaroso. Sin embargo, todavía no hemos caído en la cuenta de que formamos parte de la realidad y las teorías que construimos sobre nuestra naturaleza no son más que eso, representaciones. El que utilicemos socialmente representaciones para describir y entender nuestro comportamiento no quiere decir que la "representación", en cuanto tal, sea el componente esencial del psiquismo. Con esto nos apartamos de Herbart, Brentano, Husserl y de la mayor parte de la psicología posterior que se apoya en el concepto filosófico de “intencionalidad”. Cada fenómeno psicológico o contenido mental está dirigido hacia un objeto, que sería el objeto intencional. Un pensamiento, deseo o creencia están relacionados con un objeto. Los fenomenólogos no son tan simplistas como para decir que estos objetos son “externos” pues de hecho se puede entender que toda la realidad humana es mental y, por tanto, intencional. Pero desde este sistema es fácil concebir la distinción del sujeto representante frente al objeto representado. Frente a ello, propongo que en el origen no existe un sujeto representante, ni diferenciación de sujeto y objeto, sino mera acción. El mundo no es el conjunto de las cosas sino de los hechos, es decir, de las relaciones.
Según la concepción ordinaria la imagen se lleva encima, igual que podemos utilizar un retal de tela para confrontar. Como ya he dicho, si el proceso fuera así de simple sería, en realidad, algo muy complicado. Para comprobar que la imagen que nuestra memoria nos proporciona de 'rojo' es la correcta deberíamos disponer de un tercer término de comparación, y así indefinidamente. Antes o después llegamos al momento en que hacemos las cosas y las hacemos bien. Bien entendido, este debate entronca en la discusión medieval sobre los universales y más atrás, con la doctrina platónica de las ideas. Recordemos el argumento clásico del tercer hombre contra la doctrina de las ideas, o de las “formas” platónicas. La cuestión tiene que ver con la manera en que una idea se relaciona con los particulares que participan de ella. El hombre particular es, en consecuencia, humano, porque participa de la forma “hombre”, pero esta comparación requeriría del recurso a un “tercer hombre” – y no es Orson Welles - que asegurara lo que los dos primeros poseen en común, y así en una regresión al infinito. Por muchas investigaciones que se están realizando, ningún científico sabe cómo representa la representación. A pesar de ello se sigue identificando el concepto de “mente” con la mente individual, aislada como aparato representacional.
No es que yo niegue la existencia de representaciones internas, ni afirmo que las investigaciones de la ciencia cognitiva carezcan de interés. De hecho, considero relevantes los trabajos en los que se descubre que una imagen se mantiene en la memoria merced a su estructura significativa y no tanto como representación pictórica. Pero la representación interna es algo tan evidente que, a menudo, nos lleva a confusión, ya que la tomamos como el hecho psicológico fundamental. Esas imágenes son dependientes de lo que ocurre en el exterior. Los errores se originan en nuestra tendencia a darles un valor per se a estas imágenes internas, cuando en realidad la imagen interna sólo posee estabilidad si se la contrasta con el uso. Deberíamos sustituir el concepto de representación interna por un concepto pragmático que describiera cómo se utilizan las representaciones en las situaciones concretas.
El auténtico psicoanálisis relacional será aquel que logre desechar el concepto de “representación interna”, y sus derivados, “como objeto interno”. También habrá de abandonar el concepto de “internalización” y sustituirlo, tal vez, por el de “aprendizaje”. Este camino, desde luego, encierra gran dificultad, pues va a contrapelo de algunas de nuestras tendencias culturales más arraigadas. Las entidades intrapsíquicas deberían pasar a un segundo plano, pues la psicología, en su sentido más humano y no biológico, es desde el principio sociología. Según nuestra concepción del psicoanálisis el grupo es la realidad primaria.
El auténtico psicoanálisis relacional será aquel que logre desechar el concepto de “representación interna”, y sus derivados, “como objeto interno”. También habrá de abandonar el concepto de “internalización” y sustituirlo, tal vez, por el de “aprendizaje”. Este camino, desde luego, encierra gran dificultad, pues va a contrapelo de algunas de nuestras tendencias culturales más arraigadas. Las entidades intrapsíquicas deberían pasar a un segundo plano, pues la psicología, en su sentido más humano y no biológico, es desde el principio sociología. Según nuestra concepción del psicoanálisis el grupo es la realidad primaria.