La tesis defendida por muchos clínicos relacionales es que nuestro enfoque está reñido con las clasificaciones psicopatológicas y con las indicaciones técnicas, llegando a afirmar que si utilizamos etiquetas diagnósticas y establecemos diferencias técnicas cedemos a la tentación de un reduccionismo esencialista que desatiende la complejidad de la realidad del paciente y lo convierte en un objeto. No obstante, observamos que la actitud del terapeuta se modifica, dependiendo de sus estilos propios de relación, ante los diferentes estilos relacionales de los pacientes que atiende, lo que requiere cierto modo de diagnóstico y, al mismo tiempo, de técnica o, si se quiere, de anti-técnica. Si el diagnóstico es peligroso, más peligroso es el diagnóstico inconsciente o, peor todavía, ignorante. En los textos relacionales se articulan habitualmente conceptos y acciones que tienen un sentido “técnico”, moderado por la flexibilidad y el sentido común, aunque sea en un sentido negativo, como “conviene no hacer tal”. Si el terapeuta no puede ser neutro, por la misma moneda hay que aceptar que el enactment y el autodesvelamiento, la expresión libre, aunque moderada, de las propias emociones, no puede hacerse pasar por algo carente de implicaciones técnicas, sólo por el prurito de querer evitar un término connotativamente marcado.
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