lunes, 9 de marzo de 2020

CONTRATRANSFERENCIA




Por contratransferencia se entiende la experiencia subjetiva y las reacciones, principalmente inconscientes, que surge en el analista a partir de su implicación en la terapia con un paciente concreto.
Es de advertir que en los textos de Freud la transferencia aparece como un descubrimiento, mientras que la contratransferencia es algo con lo que hay que tener cuidado (Harris, 2005). Mientras que frente al fenómeno de la transferencia pudo oponer su genio analítico y transformarla de un obstáculo en una ventaja, no ocurrió lo mismo con la contratransferencia, que siempre consideró un hecho desgraciado. En su artículo de 1910 (El porvenir de la terapia psicoanalítica), la definió como la influencia que ejerce el paciente sobre los sentimientos inconscientes del analista, postura oficial por más de cuarenta años. El analista debe ser capaz de reconocer el fenómeno y dominarlo, para lo que recomienda el análisis previo y proseguir con el autoanálisis, cuando no retomar urgentemente el propio análisis. En 1915 (Observaciones sobre el Amor de Transferencia) pone sobre aviso: hay que desconfiar de la propia contratransferencia.
La visión más actual plantea que de ninguna manera se puede afirmar que transferencia y contratransferencia sean fenómenos que ocurren por separado, destacando en especial los aspectos no verbales en el manejo de la transferencia, y reduciendo así el rol de la interpretación como instrumento casi exclusivo de la cura analítica. Winnicott, en sus dos artículos – Odio en la Contratransferencia (1947) y La Agresión en su relación con el desarrollo emocional (1950) – considera que la agresividad y el odio del analista son inevitables, pero muestra su utilidad clínica. El odio sirve para marcar los límites – tan necesarios en el desarrollo como en la terapia – y facilitar el crecimiento y la separación futura. De especial importancia es el odio que se produce en el analista al final de la sesión. Bollas (1979, 1987) está interesado por la actividad de holding que, habitualmente se mueve en el registro preverbal. Postura semejante es la que mantiene Fonagy y Target (1996) sobre la mentalización. Estos autores describen el proceso diádico que lleva al desarrollo de la capacidad de mentalización en el niño. Para que el niño sea capaz de reflexionar sobre sus propios estados mentales, de jugar con sus pensamientos y moverse con confianza entre las percepciones de sus propios pensamientos, de la realidad exterior y de los pensamientos de los demás, debe tener la experiencia de un adulto que piense sobre su pensamiento – que imagine sus pensamientos y que los refleje hacia él de vuelta en una forma mejor elaborada. De manera análoga, el psicoanálisis, donde el psicoanalista piensa y habla sobre el pensamiento del paciente, puede servir para reparar defectos globales o focales en la capacidad de mentalización del paciente.
            Por la misma época de Winnicott, Ida Macalpine (1950) consideraba que la contratransferencia era inevitable pero estaba siendo desatendida a menudo por los analistas, debido a los rastros de técnica hipnótica que todavía quedaban y que deberían ser eliminados. No sin dificultades, la aportación más destacada a la elaboración conceptual de la contratransferencia hubo de venir de la escuela kleiniana con una comunicación de Paula Heimann (1950) que resaltó su importancia como instrumento. Encontró que muchos candidatos se sentían culpables cuando tomaban conciencia de que experimentaban algún tipo de sentimiento hacia sus pacientes y pretendían controlar toda respuesta emocional y mostrarse “despegados” (detached). Recuerda que Ferenczi – autor que por entonces no se solía citar - reconocía no solo que los analistas experimentaban una gran variedad de sentimientos hacia sus pacientes, sino que también recomendaba que a veces se debían expresar de manera abierta. Para la tradición clásica del psicoanálisis actual esta parece ser la postura comúnmente aceptada – freudianos, psicólogos del yo, post-kleinianos - , la contratransferencia ya no se considera un problema sino un instrumento que aporta soluciones, una herramienta que permite indagar en el psiquismo inconsciente del paciente. Si el analista intenta trabajar sin tener en cuenta sus sentimientos, las interpretaciones que elabore serán pobres, pues la percepción inconsciente es más precisa que la concepción consciente de la situación. En su opinión, Freud recomendaba “reconocer y dominar” la contratransferencia, pero eso no quiere decir que se trate de un factor de distorsión ni que el analista deba volverse frío y distante, sino que debe utilizar su respuesta emocional para acceder al inconsciente del paciente. Eso no significa, sin embargo, que sea correcto que el analista comunique sus sentimientos al paciente, que pueden constituirse en una carga insoportable para éste. Heimann afirma que la contratransferencia del analista es parte esencial de la relación analítica, pero, sorprendentemente, considera que es la creación del paciente: la contratransferencia, afirma, es una parte de la personalidad del paciente.
También procedentes de la escuela kleiniana son las siguientes aportaciones al concepto de contratransferencia a las que nos vamos a referir. Heinrich Racker (1968) diferencia dos tipos de contratransferencia, concordante y complementaria, según la forma en que el terapeuta se identifica con el paciente. En la primera, se identifica con el yo y el ello del paciente, en la segunda, con los objetos internos, acepta los roles asignados por el o la paciente, mediante la identificación proyectiva.  Por ejemplo, el o la paciente puede proyectar sobre el o la terapeuta su padre introyectado. Entonces, dice Racker, el analista debe identificarse con el objeto interno del paciente, y desplegar sentimientos – por ejemplo, enfado, resentimiento – coherentes con ese padre introyectado. Es una proyección inconsciente del terapeuta cercana a la empatía. Si el terapeuta no es consciente de lo que está pasando, se comportará como dicho padre introyectado y repetirá la experiencia que llevó a que se formara la neurosis del paciente. Este fenómeno fue categorizado por León Grinberg (1962) como contraidentificación proyectiva.
De las escuelas tradicionales han sido los kleinianos los que, como podemos observar, han realizado un análisis más minucioso y completo de la contratransferencia, y de la relación transferencia-contratransferencia como una situación total (Joseph, 2001), pero siempre bajo la connotación de que la contratransferencia del analista, si bien es un instrumento valioso,  viene principalmente determinada por la transferencia del paciente y toda influencia propia habría de ser aislada y eliminada. Ahora pocos defenderían que la contratransferencia del terapeuta es una creación exclusiva del paciente. Por muy completo que sea nuestro análisis personal - si es que existiera un análisis “completo” -, no dejaremos de “transferir” sobre el paciente aspectos de nuestra propia personalidad, en ese campo de creación mutua. Frente al ejemplo de Racker, si el paciente trata mal al analista, porque lo identifica con su padre, y el analista reacciona con resentimiento, esto puede producirse simplemente porque se siente maltratado, no porque se identifique de ninguna manera con ese padre. Como afirma Eagle (2000), los sentimientos de resentimiento como respuesta a los ataques son una reacción a estos mismos, más que una identificación con los objetos internos del atacante.
Richard Lasky (2002) sugiere una distinción más precisa entre la contratransferencia como un impedimento del proceso y un concepto diferente, el instrumento analítico, como un facilitador, un modelo para la sintonización empática. Aunque ahora es habitual mezclar el concepto de contratransferencia con el de instrumento analítico, hay que recordar las denotaciones y connotaciones negativas del primero. En uno de los artículos de 1912 (Consejos al Médico sobre el Tratamiento Psicoanalítico) Freud propone que el analista debe orientar hacia lo inconsciente emisor del sujeto su propio inconsciente mediante la atención flotante, como órgano receptor, sirviéndose así de su inconsciente como de un instrumento. Por otra parte, no ha de tolerar en sí resistencia ninguna que aparte de su conciencia lo que haya descubierto. Poco después cita favorablemente la recomendación de Stekel de que el analista debe someterse a un análisis previo para evitar esos puntos ciegos.
El concepto freudiano de instrumento analítico puede tomarse, con ciertas modificaciones como antecedente del de observación participante, tomado de las ciencias sociales – en concreto de la antropología cultural – que Harry S. Sullivan introdujo en el psicoanálisis interpersonal norteamericano de los años cincuenta. El psicoanálisis relacional actual integra los fenómenos antes dispersos de transferencia y contratransferencia en un “campo” co-construido como es la relación entre terapeuta y paciente. El acento se pone, si utilizamos las palabras de Stephen Mitchell (1988) en la matriz interaccional que se construye, tanto con la transferencia como con la contratransferencia, y en la capacidad mutativa de la interacción analítica, y no sólo de la interpretación. La transferencia no simplemente se completa con la contratransferencia, sino que la situación analítica es una construcción común de analista y paciente. El enfoque relacional en psicoanálisis se enmarca en la superación de la dualidad clásica sujeto-objeto (interior-exterior), también de la descripción del comportamiento como una secuencia de acción y reacción o de agente y paciente.
Frente al riesgo que advertía Paula Heimann, la actual práctica relacional está indagando sobre los aspectos curativos del propio desvelamiento del terapeuta, no solo de los sentimientos contratransferenciales, sino también de su naturaleza y raíz en la historia personal y la personalidad del terapeuta. Desde la actual psicología del self, en lugar del principio de abstinencia se prefiere hablar de responsividad óptima (Bacal y Herzog, 2003).  El terapeuta que funciona en el registro de la responsividad óptima tiene en cuenta tanto los marcadores o señales que el paciente da de lo que espera de las respuestas del terapeuta, como las reacciones del paciente a las respuestas percibidas. Estas señales, presentes desde los primeros contactos, dan información muy valiosa sobre las necesidades de objeto sí-mismo que no han  sido satisfechas por los cuidadores anteriores. La oportunidad que ofrece la relación terapéutica se constituye como una segunda oportunidad para el desarrollo emocional,  dentro del proceso analítico, que se ofrece, según comenta Ávila (2005). como una relación desconfirmadora de lo patógeno, con las características de un vinculo fundante complementario.
Los investigadores del llamado Grupo de Boston (Boston Change Process Study Group, 2002, 2003) han propuesto que centremos nuestra atención en el conocimiento relacional implícito, y en la relación implícita compartida, que está en la base de las formas de estar paciente-terapeuta. Aunque dicho conocimiento, que se expresa en cada nuevo vínculo, no esté representado simbólicamente, tampoco está reprimido o filtrado por las defensas. Está y actúa, podemos tener alguna experiencia intuitiva de él que no puede ser formulada – salvo a posteriori - como conocimiento declarativo. En este registro se encontraría el concepto del enactment propuesto por los defensores del psicoanálisis relacional e intersubjetivo (p. ej. Hirsch, 1998; Maroda, 1998). “Enactment” es una conjunción intersubjetiva en forma de puesta en escena entre los dos partícipes del vínculo, basada frecuentemente en la sintonía comunicacional a nivel local,  que puede incluir patrones de experiencia derivados de procesos  antes categorizados de transferencia-contratransferencia. Es una escena breve y de intensa carga emocional, en la que ambos actúan, y que a posteriori adquiere un valor y sentido funcional al vínculo terapéutico y al proceso de cambio, sobre todo en la medida en que es reconocido y explorado por ambos en la mutualidad de experiencia que ha implicado.
A partir de J. Sandler (1976) se empieza a considerar el enactment  como un hecho inevitable en el trabajo clínico, necesario para la creación de una relación de vínculo, sin por ello perder la neutralidad analítica. Si el paciente propone un rol y el analista no lo actúa, se corta un proceso de forma prematura, lo que es también una actuación de represión,  restricción o  prohibición del analista. Así pues -según Sandler-  haga lo que haga el analista, siempre actúa, actuación que está apoyada en las propias relaciones internas del analista. Se cuestiona así la idea de un analista que interpreta una realidad en el paciente, desde fuera. Sin embargo el analista es siempre alguien que participa, actúa y luego intenta explicar algo de lo que ha ocurrido entre los dos. Al recuperarse el intercambio de siempre, lo sucedido debe ser comprendido como una puesta en acto de  una escena intersubjetiva.
Uno de los asuntos más debatidos desde el psicoanálisis relacional es la posibilidad de mostrar o desvelar la propia contratransferencia (self-disclosure) ante el paciente (Cf. Renik, 1995; Meissner, 2002). Por ejemplo, muchos analistas y terapeutas de orientación analítica aceptarán hoy en día que cuando se ha cometido un error, por ejemplo decir algo que con toda evidencia puede ser vivido por el paciente como un insulto o menosprecio, el terapeuta debe reconocerlo. El siguiente paso que consistiría en explicar al paciente con más detalle las razones históricas y hasta ese momento en su gran parte inconscientes, que llevaron al terapeuta a cometer el citado error,  puede tener su lugar en un momento determinado de la terapia y ante un paciente que haya alcanzado el suficiente nivel de integración. A veces este tipo de aproximaciones son las más indicadas para favorecer el proceso de separación al final de una terapia. Por otra parte, aunque el enfoque relacional sea crítico con la extremada asimetría con que algunos han entendido el análisis ortodoxo, debe quedar bien establecido que la relación terapéutica nunca podrá llegar a ser totalmente simétrica. La psicoterapia siempre será un proceso de influencia mutua pero, inevitablemente, asimétrica por la diferenciación de roles derivada de la especial responsabilidad y autoridad del terapeuta.


Ávila Espada, A. (2005). Al cambio psíquico se accede por la relación. Intersubjetivo, 2, 195-220.

Bacal, H.A. y Herzog, B. (2003). Specificity theory and optimal responsiveness. An Outline. Psychoanalytic Psychology, 20, 4, 635-648.

Boston Change Process Study Group (2002). Report III: Explicating the implicit. The Local level and the Microprocess of Change in the Analytic Situation. International Journal of Psycho-Analysis, 83, 1051-1062.

Boston Change Process Study Group (2003). Thesomething more” than interpretation revisited: Sloppiness and co-creativity in the psychoanalytic encounter.  Journal of the American Psychoanalytic Association, 53, 3, 693-729. (BCPSG IV)

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Harris, A. (2005). Transference, countertransference, and the real relationship. En Ethel S. Person, Arnold M. Cooper y Glen O. Gabbard (eds.) Textbook of Psychoanalysis. Washington DC: The American Psychiatric Publishing.

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Meissner, W. W. (2002), The problem of self-disclosure in psychoanalysis. Journal of the American Psychoanalytic Association, 50, 3, 827-867.

Mitchell, S. (1988). Conceptos relacionales en psicoanálisis. Una integración. Mexico: Siglo XXI editores.

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Renik, O. (1995). The ideal of the anonymous analyst and the problem of self- disclosure. Psychoanalytic Quarterly, 64, 466-495.

Sandler, J. (1976). Countertransference and Role-Responsiveness.  International Review of  Psycho-Analysis, 3, 43-47


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