Por contratransferencia
se entiende la experiencia subjetiva y las reacciones, principalmente
inconscientes, que surge en el analista a partir de su implicación en la
terapia con un paciente concreto.
Es de
advertir que en los textos de Freud la transferencia aparece como un
descubrimiento, mientras que la contratransferencia es algo con lo que hay que
tener cuidado (Harris, 2005). Mientras que frente al fenómeno de la
transferencia pudo oponer su genio analítico y transformarla de un obstáculo en
una ventaja, no ocurrió lo mismo con la contratransferencia, que siempre
consideró un hecho desgraciado. En su artículo de 1910 (El porvenir de la terapia psicoanalítica), la definió como la
influencia que ejerce el paciente sobre los sentimientos inconscientes del
analista, postura oficial por más de cuarenta años. El analista debe ser capaz
de reconocer el fenómeno y dominarlo, para lo que recomienda el análisis previo
y proseguir con el autoanálisis, cuando no retomar urgentemente el propio
análisis. En 1915 (Observaciones sobre el
Amor de Transferencia) pone sobre aviso: hay que desconfiar de la propia
contratransferencia.
La visión
más actual plantea que de ninguna manera se puede afirmar que transferencia y
contratransferencia sean fenómenos que ocurren por separado, destacando en
especial los aspectos no verbales en el manejo de la transferencia, y
reduciendo así el rol de la interpretación como instrumento casi exclusivo de
la cura analítica. Winnicott, en sus dos artículos – Odio en la Contratransferencia
(1947) y La Agresión
en su relación con el desarrollo emocional (1950) – considera que la
agresividad y el odio del analista son inevitables, pero muestra su utilidad
clínica. El odio sirve para marcar los límites – tan necesarios en el
desarrollo como en la terapia – y facilitar el crecimiento y la separación
futura. De especial importancia es el odio que se produce en el analista al
final de la sesión. Bollas (1979, 1987) está interesado por la actividad de holding que, habitualmente se mueve en
el registro preverbal. Postura semejante es la que mantiene Fonagy y Target
(1996) sobre la mentalización. Estos autores describen el proceso diádico que
lleva al desarrollo de la capacidad de mentalización en el niño. Para que el
niño sea capaz de reflexionar sobre sus propios estados mentales, de jugar con
sus pensamientos y moverse con confianza entre las percepciones de sus propios
pensamientos, de la realidad exterior y de los pensamientos de los demás, debe
tener la experiencia de un adulto que piense sobre su pensamiento – que imagine
sus pensamientos y que los refleje hacia él de vuelta en una forma mejor
elaborada. De manera análoga, el psicoanálisis, donde el psicoanalista piensa y
habla sobre el pensamiento del paciente, puede servir para reparar defectos
globales o focales en la capacidad de mentalización del paciente.
Por la misma época de Winnicott, Ida Macalpine (1950)
consideraba que la contratransferencia era inevitable pero estaba siendo
desatendida a menudo por los analistas, debido a los rastros de técnica
hipnótica que todavía quedaban y que deberían ser eliminados. No sin
dificultades, la aportación más destacada a la elaboración conceptual de la
contratransferencia hubo de venir de la escuela kleiniana con una comunicación
de Paula Heimann (1950) que resaltó su importancia como instrumento. Encontró
que muchos candidatos se sentían culpables cuando tomaban conciencia de que
experimentaban algún tipo de sentimiento hacia sus pacientes y pretendían
controlar toda respuesta emocional y mostrarse “despegados” (detached). Recuerda que Ferenczi – autor
que por entonces no se solía citar - reconocía no solo que los analistas
experimentaban una gran variedad de sentimientos hacia sus pacientes, sino que
también recomendaba que a veces se debían expresar de manera abierta. Para la
tradición clásica del psicoanálisis actual esta parece ser la postura
comúnmente aceptada – freudianos, psicólogos del yo, post-kleinianos - , la
contratransferencia ya no se considera un problema sino un instrumento que
aporta soluciones, una herramienta que permite indagar en el psiquismo
inconsciente del paciente. Si el analista intenta trabajar sin tener en cuenta
sus sentimientos, las interpretaciones que elabore serán pobres, pues la
percepción inconsciente es más precisa que la concepción consciente de la
situación. En su opinión, Freud recomendaba “reconocer y dominar” la
contratransferencia, pero eso no quiere decir que se trate de un factor de
distorsión ni que el analista deba volverse frío y distante, sino que debe
utilizar su respuesta emocional para acceder al inconsciente del paciente. Eso
no significa, sin embargo, que sea correcto que el analista comunique sus
sentimientos al paciente, que pueden constituirse en una carga insoportable
para éste. Heimann afirma que la contratransferencia del analista es parte
esencial de la relación analítica, pero, sorprendentemente, considera que es la
creación del paciente: la contratransferencia, afirma, es una parte de la
personalidad del paciente.
También procedentes de
la escuela kleiniana son las siguientes aportaciones al concepto de
contratransferencia a las que nos vamos a referir. Heinrich Racker (1968)
diferencia dos tipos de contratransferencia, concordante y complementaria,
según la forma en que el terapeuta se identifica con el paciente. En la
primera, se identifica con el yo y el ello del paciente, en la segunda, con los
objetos internos, acepta los roles asignados por el o la paciente, mediante la identificación proyectiva. Por ejemplo, el o la paciente puede proyectar
sobre el o la terapeuta su padre introyectado. Entonces, dice Racker, el
analista debe identificarse con el objeto interno del paciente, y desplegar
sentimientos – por ejemplo, enfado, resentimiento – coherentes con ese padre
introyectado. Es una proyección inconsciente del terapeuta cercana a la
empatía. Si el terapeuta no es consciente de lo que está pasando, se comportará
como dicho padre introyectado y repetirá la experiencia que llevó a que se
formara la neurosis del paciente. Este fenómeno fue categorizado por León
Grinberg (1962) como contraidentificación
proyectiva.
De las escuelas
tradicionales han sido los kleinianos los que, como podemos observar, han
realizado un análisis más minucioso y completo de la contratransferencia, y de
la relación transferencia-contratransferencia como una situación total (Joseph, 2001), pero siempre bajo la connotación de
que la contratransferencia del analista, si bien es un instrumento
valioso, viene principalmente
determinada por la transferencia del paciente y toda influencia propia habría
de ser aislada y eliminada. Ahora pocos defenderían que la contratransferencia
del terapeuta es una creación exclusiva del paciente. Por muy completo que sea
nuestro análisis personal - si es que existiera un análisis “completo” -, no
dejaremos de “transferir” sobre el paciente aspectos de nuestra propia
personalidad, en ese campo de creación mutua. Frente al ejemplo de Racker, si
el paciente trata mal al analista, porque lo identifica con su padre, y el
analista reacciona con resentimiento, esto puede producirse simplemente porque
se siente maltratado, no porque se identifique de ninguna manera con ese padre.
Como afirma Eagle (2000), los sentimientos de resentimiento como respuesta a
los ataques son una reacción a estos mismos, más que una identificación con los
objetos internos del atacante.
Richard
Lasky (2002) sugiere una distinción más precisa entre la contratransferencia
como un impedimento del proceso y un concepto diferente, el instrumento analítico, como un
facilitador, un modelo para la sintonización empática. Aunque ahora es habitual
mezclar el concepto de contratransferencia con el de instrumento analítico, hay
que recordar las denotaciones y connotaciones negativas del primero. En uno de
los artículos de 1912 (Consejos al Médico sobre el Tratamiento
Psicoanalítico) Freud propone que el analista debe orientar hacia lo
inconsciente emisor del sujeto su propio inconsciente mediante la atención flotante, como órgano receptor,
sirviéndose así de su inconsciente como de un instrumento. Por otra
parte, no ha de tolerar en sí resistencia ninguna que aparte de su conciencia
lo que haya descubierto. Poco después cita favorablemente la recomendación de
Stekel de que el analista debe someterse a un análisis previo para evitar esos puntos
ciegos.
El
concepto freudiano de instrumento
analítico puede tomarse, con ciertas modificaciones como antecedente del de
observación participante, tomado de
las ciencias sociales – en concreto de la antropología cultural – que Harry S.
Sullivan introdujo en el psicoanálisis interpersonal norteamericano de los años
cincuenta. El psicoanálisis relacional actual integra los fenómenos antes
dispersos de transferencia y contratransferencia en un “campo” co-construido
como es la relación entre terapeuta y paciente. El acento se pone, si
utilizamos las palabras de Stephen Mitchell (1988) en la matriz interaccional que se construye, tanto con la transferencia
como con la contratransferencia, y en la capacidad mutativa de la interacción
analítica, y no sólo de la interpretación. La transferencia no simplemente se
completa con la contratransferencia, sino que la situación analítica es una
construcción común de analista y paciente. El enfoque relacional en
psicoanálisis se enmarca en la superación de la dualidad clásica sujeto-objeto
(interior-exterior), también de la descripción del comportamiento como una
secuencia de acción y reacción o de agente y paciente.
Frente al
riesgo que advertía Paula Heimann, la actual práctica relacional está indagando
sobre los aspectos curativos del propio desvelamiento del terapeuta, no solo de
los sentimientos contratransferenciales, sino también de su naturaleza y raíz
en la historia personal y la personalidad del terapeuta. Desde la actual
psicología del self, en lugar del principio de abstinencia se prefiere hablar
de responsividad óptima (Bacal y
Herzog, 2003). El terapeuta que funciona
en el registro de la responsividad óptima tiene en cuenta tanto los marcadores
o señales que el paciente da de lo que espera de las respuestas del terapeuta,
como las reacciones del paciente a las respuestas percibidas. Estas señales,
presentes desde los primeros contactos, dan información muy valiosa sobre las
necesidades de objeto sí-mismo que no han
sido satisfechas por los cuidadores anteriores. La oportunidad que
ofrece la relación terapéutica se constituye como una segunda oportunidad para
el desarrollo emocional, dentro del
proceso analítico, que se ofrece, según comenta Ávila (2005). como una relación
desconfirmadora de lo patógeno, con las características de un vinculo fundante
complementario.
Los
investigadores del llamado Grupo de Boston (Boston
Change Process Study Group, 2002, 2003) han propuesto que centremos nuestra
atención en el conocimiento relacional implícito, y en la relación implícita
compartida, que está en la base de las formas de estar
paciente-terapeuta. Aunque dicho conocimiento, que se expresa en cada nuevo
vínculo, no esté representado simbólicamente, tampoco está reprimido o filtrado
por las defensas. Está y actúa, podemos tener alguna experiencia intuitiva de
él que no puede ser formulada – salvo a
posteriori - como conocimiento declarativo. En este registro se encontraría
el concepto del enactment propuesto
por los defensores del psicoanálisis relacional e intersubjetivo (p. ej.
Hirsch, 1998; Maroda, 1998). “Enactment”
es una conjunción intersubjetiva en forma de puesta en escena entre los dos
partícipes del vínculo, basada frecuentemente en la sintonía comunicacional a
nivel local, que puede incluir patrones
de experiencia derivados de procesos
antes categorizados de transferencia-contratransferencia. Es una escena
breve y de intensa carga emocional, en la que ambos actúan, y que a posteriori adquiere un valor y sentido
funcional al vínculo terapéutico y al proceso de cambio, sobre todo en la
medida en que es reconocido y explorado por ambos en la mutualidad de
experiencia que ha implicado.
A partir
de J. Sandler (1976) se empieza a considerar el enactment como un hecho
inevitable en el trabajo clínico, necesario para la creación de una relación de
vínculo, sin por ello perder la neutralidad analítica. Si el paciente propone
un rol y el analista no lo actúa, se corta un proceso de forma prematura, lo
que es también una actuación de represión,
restricción o prohibición del
analista. Así pues -según Sandler- haga
lo que haga el analista, siempre actúa, actuación que está apoyada en las
propias relaciones internas del analista. Se cuestiona así la idea de un
analista que interpreta una realidad en el paciente, desde fuera. Sin embargo
el analista es siempre alguien que participa, actúa y luego intenta explicar
algo de lo que ha ocurrido entre los dos. Al recuperarse el intercambio de
siempre, lo sucedido debe ser comprendido como una puesta en acto de una escena intersubjetiva.
Uno de
los asuntos más debatidos desde el psicoanálisis relacional es la posibilidad
de mostrar o desvelar la propia contratransferencia (self-disclosure) ante el
paciente (Cf. Renik, 1995; Meissner, 2002). Por ejemplo, muchos analistas y
terapeutas de orientación analítica aceptarán hoy en día que cuando se ha
cometido un error, por ejemplo decir algo que con toda evidencia puede ser
vivido por el paciente como un insulto o menosprecio, el terapeuta debe
reconocerlo. El siguiente paso que consistiría en explicar al paciente con más
detalle las razones históricas y hasta ese momento en su gran parte
inconscientes, que llevaron al terapeuta a cometer el citado error, puede tener su lugar en un momento
determinado de la terapia y ante un paciente que haya alcanzado el suficiente
nivel de integración. A veces este tipo de aproximaciones son las más indicadas
para favorecer el proceso de separación al final de una terapia. Por otra parte,
aunque el enfoque relacional sea crítico con la extremada asimetría con que
algunos han entendido el análisis ortodoxo, debe quedar bien establecido que la
relación terapéutica nunca podrá llegar a ser totalmente simétrica. La
psicoterapia siempre será un proceso de influencia mutua pero, inevitablemente,
asimétrica por la diferenciación de roles derivada de la especial
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