martes, 22 de enero de 2019

CLÍNICA E INVESTIGACIÓN RELACIONAL Vol. 12 (3) – Octubre 2018 - http://dx.doi.org/10.21110/19882939.2018.120314


Nussbaum, M.C. y Levmore, S. (2017/18). Envejecer con sentido. Conversaciones sobre el amor, las arrugas y otros pesares. Barcelona: Paidós, 2018.
 

A duras penas podríamos decir que un capitán de barco es incompetente porque no pueda remar. (Cicerón)

Comentario de Carlos Rodríguez Sutil

Esta obra está dotada de gran riqueza de ideas y sugerencias útiles para meditar sobre nuestra existencia, y prepararnos para la vejez y, por tanto, útiles también como guía del trabajo en psicoterapia. Asimismo, proporciona una lectura muy amena, pavimentada con figuras tomadas de la literatura, sobre todo inglesa, y las artes. Como ejemplos, el Rey Lear, de Shakespeare, o el Largo Viaje hacia la Noche, de O’Neill, Proust, Joyce, numerosas películas. A esto hay que añadir, sobre todo en los capítulos de la primera autora -premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2012-, el recurso inestimable a los grandes filósofos de la antigüedad: Aristóteles, Platón, Séneca, los estoicos, Epicuro, etc.
La principal obra de referencia e inspiración, al parecer inevitable en este tipo de ensayos, es el clásico de Cicerón, Sobre la Vejez, completado con De la Amistad. Recientemente ha aparecido también un interesante trabajo de Pedro Olalla, De senectute política: Carta sin respuesta a Cicerón, que, como es evidente, toma como motivo el mismo texto. Puede resultar sorprendente, al tratarse de un texto escrito en el año 44 antes de nuestra era y cuando la a menudo citada inversión de la pirámide poblacional, antes nunca vista, subraya la urgencia de indagar en este ámbito. Olalla “envía” una carta, Nussbaum “conversa” con Cicerón. Por qué se sigue recurriendo al pensador romano, asesinado a la edad de 64 por orden de Marco Antonio -según algunos por su defensa de la república, según otros por instigar la muerte de Julio César-. La autora principal de este libro afirma que hasta la fecha no ha sido redactada otra obra del mismo relieve. Martha Nussbaum desaprueba con firmeza el ensayo de Simone de Beauvoir, La Vejez (La Vieillesse), publicado en 1970. La acusa de quedarse anclada en los estereotipos sobre la vejez: “… es una de las obras filosóficas reputadas más absurdas que he encontrado en mi vida… ignora la variedad, valida los estereotipos contingentes y despectivos, y despoja a los ancianos de su iniciativa” (p. 35). Le dice a Cicerón: “El estigma contra la vejez, que tú abordas y contrarrestas con eficacia, es tan profundo que los filósofos simplemente no tratan esta cuestión” (p. 106). Esta escasez ha sido denunciada también en la psicología. Es un asunto que no atrae mucho a los profesionales. Por lo demás: “Para escribir convincentemente sobre la vejez, al menos hay que acercarse a ella” (p. 213). He de darle la razón pues la primera vez que leí, creo recordar que entero, el texto de Cicerón, con 23 años, no extraje muchas conclusiones válidas, salvo que recomendaba al anciano dedicarse a la agricultura. He debido esperar casi cuarenta para sacarle provecho.
Cicerón enfrenta en De Senectute, uno de los temores más comunes achacados a la vejez, el de la cercanía de la muerte. Ciertamente, nadie es dueño del mañana. La enfermedad y la muerte pueden afectar a cualquiera, por muy joven que sea. Según Nussbaum, Cicerón se muestra mucho más resignado ante la muerte en ese tratado sobre la vejez, casi estoico –orientación filosófica que rechazaba- que lo que se lee en su texto sobre la amistad, dirigido a Ático, y replica la profesora de Chicago: “¿qué hay de malo en reconocer el miedo y el dolor? La idea de resignación que este tratado desliza al final repugna a quienes aman a los demás y a la vida” (p. 112).
La colaboración con Saul Levmore, desde la perspectiva estadounidense, debió de ser más valiosa para los lectores a los que en principio se dirigía, ambos son profesores de la Universidad de Chicago, pues atiende a la situación laboral de las personas mayores en esos lares, con significativas diferencias respecto a nuestro país. Por ejemplo, puede sorprendernos que allí no exista una edad obligatoria de jubilación y que la discriminación por la edad esté perseguida por ley. Por consiguiente, los trabajadores habitualmente deciden el momento de retirarse, por mucho que el empleador no esté satisfecho de su labor, al apreciar una disminución en el rendimiento, real o ficticia.
Nussbaum lucha contra los estereotipos sobre la vejez. Uno de los más nefastos es el de creer que las personas mayores carecen de iniciativa (p. 33). Al privarles de la capacidad de elección se los deshumaniza. Generalizaciones como esta dominan gran parte de la literatura supuestamente especializada, están asentadas en la sociedad y provocan un gran daño en el individuo: “En cierto nivel podemos sentirnos interiormente jóvenes, pero al percibir el repentino desprecio de la sociedad, experimentamos un profundo vuelco subjetivo, ya que la percepción que los demás tienen de nosotros también es parte de nuestra identidad subjetiva” (p. 35). La enfermedad puede haber limitado las capacidades de algunas personas mayores, pero, ya dijo Cicerón, se trata de un hecho que puede acontecer a cualquier edad. Por otra parte, son muchas las cosas y ejercicios que podemos realizar para sentirnos más fuertes y activos. El anciano se encuentra mucho mejor, comenta Levmore (p. 43), si el sistema de salud no lo infantiliza y le permite tomar sus propias decisiones hasta donde sea posible. A veces esa capacidad de decidir le llevan a un paraje indeseable, como le ocurrió al Rey Lear por entregar confiadamente sus posesiones, pero también le puede pasar a cualquier persona más joven.
¿Debemos jubilarnos? - se pregunta Levmore en el capítulo-. No descubrimos nada si afirmamos que en la oportunidad de esta decisión subyacen muchos factores. Un mayor nivel económico y cultural suele inducir una edad de jubilación más tardía y, en consonancia con ello, la edad de jubilación es más alta en hombres que en mujeres. Otro factor relevante es el plan de pensiones que le corresponda al jubilado. Pero aun en países “ricos”, como el de los autores, se produce una gran desigualdad entre unas personas y otras, difícil de resolver con medidas gubernativas o de otro tipo. ¿Qué derechos se puede acreditar a los ancianos pobres una vez que se logre el elemental de que no pasen hambre?: “Los ancianos más pobres que no pueden contratar abogados, cuidadores y a otros empleados lo tienen más difícil para tomar decisiones asistidas, y es más probable que sean tratados como objetos” (p. 273). Las personas mayores presentan una gran variedad de necesidades -pensemos, por ejemplo, en una movilidad disminuida- y esto es algo básico que debe considerar toda política adecuada. Uno de los grandes problemas en nuestra sociedad es el de la soledad, que no solo produce depresión, sino también deterioro cognitivo y trastornos en la salud (Cf. p. 272).  
Marta Nussbaum nos comunica su felicidad por seguir en activo: “A los sesenta y nueve –dice- aún enseño y escribo felizmente, sin planes para jubilarme… (p. 79) Pero no todo el mundo se adapta a la edad con igual satisfacción. La personalidad de base es un elemento crucial en dicha adaptación. Así, la gente controladora de los demás se puede llevar sorpresas desagradables (p.29), como la pérdida del amor y el aislamiento. La humildad ayuda, pero especialmente ayuda el buen humor y también el altruismo (Cf. p. 297 y ss.). Frente a la creencia extendida de que la actitud altruista está reñida con el amor al negocio, Nussbaum cita admirativa a Alexander Hamilton, quien afirmaba que “una buena causa necesitaba un fuerte sistema financiero y un banco centralizado” (p. 311). Schindler salvó a tantos inocentes del holocausto gracias a que tenía una empresa. En la filosofía en cambio, al menos en el pasado, no se proyectaba una buena imagen de la persona capaz de hacer dinero.
Los estigmas y estereotipos modernos asociados con la edad derivan de la sobrevaloración de la juventud y la belleza y el modo en que se establece la defensa del cuerpo, de acuerdo con los valores de hoy. Hacia el anciano se da una repugnancia proyectiva (p. 151), repugnancia hacia lo que el joven siente que es la edad. La práctica desbordante de la cirugía estética, el lifting y el botox, es criticada sin radicalismo. Pero, dato para la reflexión, estos métodos en pos de la juventud eterna dejan de atraer a aquellos que cruzan el sexenio, tal vez ya resignados a no recuperar lo imposible.  Es probable que la eliminación de la edad de jubilación obligatoria, allá en EEUU, ayude a soportar la presión social que se ejerce por el “culto a la juventud” (p. 86).
En el capítulo sexto desmonta Nussbaum el argumento antifemenino de la ópera El Caballero de la Rosa, de Richard Strauss, cuyo libreto procede de otra insigne figura de la Viena finisecular, Hugo von Hofmannsthal. Una mujer madura renuncia al amor de un joven y, en definitiva, a cualquier tipo de satisfacción amorosa y sexual, porque, en resumen, “ya no está en la edad”. De paso se alude a la película El Graduado, de Mike Nichols que protagonizó Dustin Hoffman, en la que la mujer mayor desempeña el papel de malvada por querer disfrutar de su sexo con un hombre joven y no renunciar al romance. El sencillo experimento de invertir el género de los protagonistas en este tipo de historias permite observar que la sociedad es mucho más “comprensiva” cuando el partenaire de más edad es el hombre:
 …la mujer mayor ha de ser castigada; doblemente castigada, primero por verse empujada a una relación estúpida y trivial, y luego siendo obligada a renunciar con nobles palabras sobre el tiempo y lo inexorable. Es como en épocas pasadas, cuando las relaciones gais masculinas tenían que acabar con una muerte (p. 211).
La comparación entre amores jóvenes, con Romeo y Julieta, y maduros, con Antonio y Cleopatra, no deja lugar a la duda: la capacidad de amar mejora con la edad . Julieta es para Romeo, y viceversa, una figura idealizada, sin el cuerpo real y sus “fluidos, texturas y olores” (p. 214). El cuerpo sólo es una forma atractiva. El desconocimiento de la totalidad entorpece una relación erótica satisfactoria y su mantenimiento es la causa de rupturas en la edad adulta. En cambio: “Antonio y Cleopatra transfiguran el mundo desde el interior, haciendo de la experiencia algo más vívido, divertido y sorprendente” (p. 218). 
Ningún filósofo que ella conozca -incluyendo a la denostada Beauvoir- ha reflejado de manera siquiera aproximada las complejidades del “amor maduro” en cualquier tipo de pareja:
El amor en una mujer madura trae o puede traer consigo una percepción del tiempo que transforma los cuerpos de los amantes en realidades concretas y no en ideales imaginarios, y esto es profundamente satisfactorio en muchos sentidos, pues implica la aceptación de una misma y de su propia finitud, así como la del amante (de cualquier edad, ¡pero mayor de diecisiete años!). (p. 219)
Descubrimos de nuevo que Shakespeare y la alta literatura se han acercado de forma más competente a la comprensión de la naturaleza humana, cosa que Freud ya intuía.
Levmore añade el un matiz socioeconómico, y nos dice que las mayores diferencias de edad, en favor del varón, se producen sobre todo en segundas y terceras nupcias, al tiempo que los ingresos y la posición ascienden. Recuerdo el chiste: muchos hombres deben su éxito a su primera esposa, y su segunda esposa a su éxito.
Nussbaum no desatiende la reducción de las capacidades físicas producidas por la edad, pero resalta la idea, ya mencionada por Cicerón, de que la disminución es menor si el mayor se sigue ejercitando, y prácticamente inexistente en el ámbito intelectual. Como nos gusta decir, más que capacidad lo que se pierde, e menudo, es motivación. Desde luego, la ciudad en la sociedad industrial avanzada no está diseñada para gente que no conduce su propio automóvil (o se puede permitir tener un chófer a su servicio). Esta nueva desigualdad, que acaso en nuestro entorno mediterráneo no sufrimos de manera tan aguda, podrá ser paliada gracias a los avances de la técnica, con el invento del coche que no requiere conductor.
Cuando se da por descontado que los ancianos pierden habilidades en todos los terrenos de la vida cotidiana se comprenden ciertas actitudes muy extendidas El personal sanitario suele recurrir a una forma de hablar “adaptada”, lenta, articulada y con un tono de voz alto. Otras veces se infantiliza al anciano, como si no fuera ya capaz de discurrir o de tomar sus propias decisiones. Sin embargo, señala Nussbaum con gran acierto:
A diferencia del progreso de la infancia, que aunque no es plenamente uniforme es lo bastante uniforme como para establecer generalizaciones relacionadas con la edad y reglas claras que otorgan cierto sentido, el progreso del envejecimiento es increíblemente variable entre individuos y muy diferente en lo que atañe a los diversos aspectos de la vida humana (p.157).
Cicerón recuerda que la destreza en el arte de la oratoria declina mucho más lentamente que otras capacidades físicas. Menos aún hoy en día con el invento del micrófono. El malhumor no es exclusivo del anciano y es un defecto del que debemos procurar librarnos a cualquier edad, excluyendo la queja, suponemos que no bien fundamentada.
Los antiguos estoicos, griegos y romanos, establecían listas de emociones a partir de dos dimensiones: a) si la causa era un bien o un mal, b) si el bien o el mal era presente o futuro (p. 172). No otorgaban categoría alguna a las emociones que incumbían al pasado, como la culpa o el remordimiento. Sin entrar en el arriesgado debate de si sentían o no dichas emociones y hasta qué punto, nos quedaremos con la versión débil de que no les daban tanta importancia como nosotros, podemos añadir, en nuestra cultura judeocristiana. La filósofa de Chicago puntualiza que, desde luego, no debían desempeñar un papel central en autores que, como Cicerón o Séneca, ya pasaban claramente de los sesenta cuando escribieron sobre estos asuntos.
Profundiza en esta última idea sobre el relativismo cultural. Así leemos más adelante que el psicoanálisis ha reforzado la opinión, ya existente en nuestra sociedad, de que el pasado de la persona es muy importante para entender su presente y la previsión de futuro, aunque no se recurra a la noción de pecado sino a las circunstancias tempranas. Gran parte del trabajo del psicoanálisis, en todas sus orientaciones, consiste en desentrañar esas vivencias tempranas y permitir su manejo consciente. Estamos de acuerdo con la observación de Marta Nussbaum, pero nos gustaría añadir que, si concedemos tal relevancia al pasado y a la infancia es en la medida en que, para comprender la dinámica del padecimiento individual en nuestra sociedad, dicha indagación suele ser necesaria. Por otra parte, el enfoque relacional del psicoanálisis contemporáneo se diferencia del clásico al poner el acento no tanto en la dinámica interna de la represión inconsciente, como en las circunstancias familiares realmente vividas. Seguramente la autora estaría de acuerdo con nuestra concepción de que el pasado es importante en la medida en que sigue funcionando –e impidiendo un adecuado funcionamiento- en el aquí y ahora, y condiciona el porvenir.
Ya, para terminar, diremos que Nussbaum y Levmore nos dan noticia en varios pasajes de la experiencia, que se está desarrollando en Norteamérica, de ciudades residenciales para ancianos ricos, adaptadas a sus necesidades y limitaciones progresivas, en las que no hay niños ni jóvenes, es decir, donde viven en aislamiento del resto de la sociedad, en un permanente y “feliz” presente, lo que ella llama “presentismo”. Es seguro que de esa manera se ahorran dolor, pero se trata de un dolor, el del pasado, que no debería haberse constituido. En conclusión, no te dejes dominar por el “pasadismo” ni por el “presentismo”.


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