Si buscamos la época en que se generalizó el dualismo ontológico (alma-cuerpo) en Occidente, es probable que debamos situarla a finales del siglo IV. San Agustín de Hipona introdujo el dogma del “pecado original”, idea que no se encuentra en la Biblia. El alma se exila del mundo de las formas o del cielo para ser ensuciada, corrompida, en su contacto con el cuerpo. Sería fecundo conectar conceptualmente esta idea con otra aportación del santo - antecedente del cogito cartesiano – contenida en sus Confesiones, como es la de que el alma llega ya formada al mundo, contando con sus capacidades intelectuales. Hasta finales del siglo III y principios del IV no se estableció el ayuno como práctica religiosa: el cristiano se unía a Cristo, mantenía la regla de abstinencia que Adán había violado. En cambio, hoy en día los ayunos y abstinencias por causa religiosa han sido prácticamente abandonados, y son motivaciones "estéticas" las que guían a nuestros enfermos de anorexia nerviosa. Sin embargo, no hay una estética que carezca de un fondo ético y, en este caso, percibimos el mismo rechazo cristiano del cuerpo ya citado. La confesión de nuestros pecados necesita un espacio interior cerrado donde estén ocultos, la conciencia en las dos acepciones de la palabra – “conciencia” y “consciencia”. El alma viene de arriba y se queda exilada de su auténtica patria, superior, por lo que la verdadera vida comienza después de la muerte: Porque los pensamientos de la carne son la muerte; los pensamientos del espíritu son la vida y la paz (Epístola a los Romanos, de San Pablo, 8, 5-13). Como decía Heidegger, en un seminario con psiquiatras suizos que tuvo lugar en los años cincuenta, según la concepción cristiana el cuerpo es el mal y la sensualidad, del que el alma debe ser salvada. En lugar de concebirse como la forma de estar vivo del ser humano, el alma , el psiquismo, se convirtió en un objeto, en una sustancia, cuando surgió la idea de la eternidad.
Esto tiene consecuencias que se muestran también en la práctica clínica incluso en personas que han abandonado o nunca han mantenido ninguna práctica religiosa. Considero que una de las fuentes de malestar principales contra las que tenemos que luchar como terapeutas es el rechazo del cuerpo, subyacente tanto en la angustia como en la culpa, así como en muchas patologías del siglo XXI. Intento no herir sensibilidades ajenas, pero también me siento obligado a plantear mis conclusiones razonadas y vividas. Si tuviera que elaborar un libro de autoayuda – que siempre he mirado con distancia crítica - una guía práctica para intentar ser felices en este mundo, o por lo menos, menos desgraciados, estos serían los tres principios que ahí incluiría:
1. No confíes en una vida eterna ni en un más allá o, cuando menos, no olvides que tu vida es ésta y que probablemente nunca conocerás otra.
2. Disfruta de tu cuerpo o, para ser más exactos, deja a tu cuerpo disfrutar. Si disfrutas de tu cuerpo no necesitarás estoicismo y el ascetismo sólo es concebible como medio para estar mejor preparado en situaciones de privación.
3. Si cometes un error intenta enmendarlo en el futuro, pero no te sientas culpable (si puedes). La culpabilidad es un invento del ser humano débil para mantenerse en el error.
Si vives de acuerdo con estos principios disfrutarás de la vida y conseguirás que los que te rodean sean más felices. Tu vida será larga pues gozarás de cada instante, ya que el tiempo sólo pasa rápido – o desesperadamente lento - cuando está vacío.
Como siempre, estoy abierto a todos los comentarios y correcciones.