Estoy de acuerdo con Damasio cuando, en el capítulo 10 de El Error de Descartes, afirma que si no hay cuerpo no hay mente. Sin embargo, añade: "A pesar de los muchos ejemplos que se conocen en la actualidad de estos complejos ciclos de interacción, por lo general cuerpo y cerebro se conceptualizan por separado, en estructura y función. Se suele descartar, si acaso se consideró, la idea de que es todo el organismo, y no el cuerpo solo o el cerebro solo, lo que interactúa con el ambiente. Pero cuando vemos, u oímos, o tocamos o gustamos u olemos, en esta interacción con el ambiente participan el cuerpo propiamente dicho y el cerebro." (p. 209) Con esto está transmitiéndonos la idea de que el cuerpo es una cosa y el cerebro es otra, como si se tratara de sustancias distintas. Continúa con varias afirmaciones correctas, a mi entender, como que el cuerpo no es pasivo sino que el organismo se modifica en el proceso perceptivo, y advierte que el cerebro no recibe estímulos aislados del exterior y, menos aún, imágenes. La idea de que la mente depende de todo el organismo en su conjunto, dice Damasio, puede parecer contraintuitiva. Sin embargo, yo vengo defendiendo desde hace un tiempo algo que parece más contraintuitivo todavía, pero que vislumbro como única solución al problema mente-cuerpo, y es que el auténtico lugar de la mente es el “espacio pragmático interpersonal”. No es que “sin cuerpo no hay mente” sino que mente y cuerpo son lo mismo o, como decía Aristóteles, “el alma es la forma del cuerpo” o, de forma más coloquial, Nietzsche afirmaba que el alma es algo en el cuerpo. Podemos pensar en un cuerpo sin vida y creer que es un cuerpo en sentido estricto, al que el alma, o la mente, se le han ido; pero ese no es un cuerpo, es un “cadáver”. Alma y cuerpo es lo mismo, en definitiva, cuerpo, pero no cuerpo inerte, tampoco cuerpo aislado, sino cuerpo activo en relación con el entorno de los otros cuerpos.
Propone Damasio un experimento que consistiría en lo siguiente: “Si se cortaran todos los nervios que aportan señales cerebrales al cuerpo propiamente dicho, nuestro estado corporal cambiaría radicalmente, y en consecuencia lo mismo haría nuestra mente. Si se cortaran sólo las señales que procedentes del cuerpo propiamente dicho van al cerebro, nuestra mente también cambiaría. Incluso el bloqueo parcial del tráfico cerebro-cuerpo, como ocurre en pacientes con lesión de la médula espinal, produce cambios en el estado mental”. (211) Indudablemente lleva razón, pero no se alteraría la mente sino la persona en su totalidad. El dualismo cartesiano, que supuestamente ataca, se le escapa en los momentos más insospechado, cuando se le escurre una frase como: “... los cerebros han sido los primeros en conocer al organismo que los posee.” (212) También podríamos decir que el antebrazo ha sido el primero en conocer el codo en el que se inserta. En realidad el organismo no “posee” un cerebro, sino que el cerebro es una parte del organismo, y no es el cerebro el que conoce, sino la persona. Y poco después se lee: “... en nuestros inicios, primero hubo representaciones del cuerpo propiamente dicho y sólo posteriormente hubo representaciones relacionadas con el mundo exterior...”. Ante esto afirmo que la existencia de un mundo “exterior” es una construcción culturalmente determinada, no hay exterior cuando no hay necesidad de postular un “interior”, solo hay mundo, aunque ese mundo sea el de las sensaciones corporales, internas y externas, valga la expresión. Por otra parte, la noción de “representación” (interior, desde luego) es una de las más peligrosas de la filosofía popular occidental. En principio, no tenemos representaciones sino esquemas prácticos de actuación en nuestra realidad. Damasio repite a lo largo de su obra muchos errores de este tipo en los que no me voy a detener. Este es el riesgo de la divulgación científica, es decir, que para ser entendida por el “vulgo” tiene que adaptarse a la filosofía del sentido común, que en nuestra cultura occidental sigue siendo el cartesianismo, la “doctrina oficial” como la denominaba el filósofo de Oxford Gilber Ryle
En seguida encontramos más ejemplos. En la página 215 leemos: “Cuando vemos, no sólo vemos: sentimos que estamos viendo algo con nuestros ojos”. Examinemos esta frase con tranquilidad. Me pregunto ¿Cómo sería sentir que no estoy viendo con mis propios ojos? Aunque logre imaginarme la escena vista por mi primo que está en la otra esquina, seguiré viéndola como si la viera por mis propios ojos. La reflexividad es un concepto, llamémosle así, que cobra una importancia fundamental en el pensamiento de Occidente a partir de Descartes y Kant, fuente de tremendos errores epistemológicos de los que me intentaré ocupar en otro momento.
Damasio se percata de la importancia que posee partir de la acción en la comprensión del ser humano: “Aunque existe una realidad externa, lo que sabemos de ella nos llegaría por medio del cuerpo propiamente dicho en acción, a través de las representaciones de sus perturbaciones. Nunca sabríamos lo fiel que nuestro conocimiento es a la realidad “absoluta”. Lo que precisamos tener, y yo creo que efectivamente tenemos, es una notable consistencia en las construcciones de la realidad que nuestro cerebro hace y comparte.” Ahora bien, esto que está diciendo se entiende desde la epistemología moderna post-empirista, y es la de la “verdad como consistencia”. Un sistema de representación es verdadero si es internamente consistente y se corresponde con la evidencia. Con esta forma de verdad se superaba la verdad empirista, o “verdad como correspondencia”, que pretendía demostrar la verdad de cada proposición aisladamente, y que seguía el principio de verificabilidad. Frente a todas ellas estaría la “verdad como descubrimiento”, que no tiene por qué ser incompatible con la verdad como consistencia, pero que pone el acento en la realidad, en el mundo, como algo ya dado, que no debemos demostrar sino que nos demuestra a nosotros. Es anti-cartesiana y, desde su perspectiva suena raro decir cosas del estilo “existe una realidad externa”, de hecho solo existe una realidad y, en cambio, es la “realidad interna” la más necesitada de demostración.
Damasio expone su concepción del yo (el yo neural) (p. 219 y ss.). Lo define por defecto, es la parte del psiquismo que narra los síntomas que suceden tras un trastorno neurológico, la incapacidad para realizar determinadas acciones: reconocer caras, distinguir colores, leer, hablar. En todos estos trastornos el paciente puede exclamar “qué me pasa” y señalar con precisión cuándo comenzó el trastorno. En cambio hay otros pacientes, los que padecen anosognosia (incapacidad para percatarse del trastorno como tal, pueden ser “ciegos ante su ceguera”) en los que más parece que la alteración afectaría también al propio yo. Considero que esta distinción es paralela a la distinción psicopatológica entre egosintónico-egodistónico; el síntoma neurótico es egodistónico, el paciente lo padece, como por ejemplo, la angustia: El rasgo de carácter es, en cambio, egosintónico, el “paciente” se identifica con el mismo. La base neural del Yo:
… reside en la activación continua de al menos dos grupos de representaciones. Un grupo tiene que ver con acontecimientos clave en la autobiografía de un individuo, sobre cuya base puede reconstruirse repetidamente una noción de identidad, mediante la activación parcial en mapas sensoriales organizados topográficamente. (…) Además, sobre y por encima de estas categorizaciones, existen hechos únicos de nuestro pasado que son activados constantemente en forma de representaciones cartografiadas: dónde vivimos y trabajamos, cuál es exactamente nuestra profesión, nuestros nombres y los nombres de los parientes próximos y de los amigos, de la ciudad y del país, y así sucesivamente. (…) … una colección de acontecimientos recientes, junto con su continuidad temporal aproximada, y también tenemos una serie de planes, un número de acontecimientos imaginarios que pretendemos hacer que sucedan, o que esperamos que sucedan. (…) El segundo grupo de representaciones que subyacen en el yo neural consiste en las representaciones primordiales del cuerpo de un individuo, al que he aludido antes: no sólo cuál ha sido el estado del cuerpo últimamente, inmediatamente antes de los procesos conducentes a la percepción del objeto X…”(p. 221)
Yo no conozco la neurociencia y Damasio sí, por lo que la anterior descripción me parece correcta. Sin embargo, donde temo que se desorienta es poco después cuando postula una sede sensorial del yo, con estructuras corticales y subcorticales ¡AJENAS AL LENGUAJE! Y, lo que es igual, ajenas a la cultura. Y lo resuelve de un plumazo: “Puede que el lenguaje no sea el origen del yo, pero ciertamente es el origen del “ego” “ (224). Fantasea que con este juego de palabras se resuelve problema ontológico tan intrincado. Es evidente que determinadas estructuras neurales sirven de sustento a las “funciones” representacionales y metarrepresentacionales del yo, pero no hay un yo previo al yo cultural ni una narratividad sin lenguaje, aunque sí hay un desarrollo “previo” a la identidad lingüística. Pienso que no hay un yo previo, igual que pienso que no hay un yo posterior porque no creo en la inmortalidad del alma. Tal vez alguien se sorprenda, pero en este tipo de argumentos “científicos” como el que proporciona Damasio late la herencia de la creencia religiosa. He repetido en varias ocasiones que igual que Descartes suministró la versión laica de la separación cristiana entre el alma y el cuerpo, algunos neurocientíficos nos dan la versión materialista del dualismo: en lugar de mente-cuerpo, cerebro-cuerpo.
En el capítulo final Damasio redondea con sus mejores intenciones el objetivo de superar el “error de Descartes”. Ciertamente Damasio se aparta de algunas versiones burdas del cartesianismo que la modernidad ha producido, como es la metáfora computacional. Ahí también ofrece su alternativa al dualismo cartesiano, mediante una narración darviniana. En algún punto de la evolución, dice, comenzó una consciencia elemental. Pero a mi gusto carece de la perspectiva social para explicar el nacimiento de esa consciencia (de momento no voy a criticar el concepto de “conciencia”, con la individualidad que transmite, para no complicar en exceso la exposición). Deberíamos Superar la imagen individualista del pensamiento: el pensamiento es una tarea social, se logró en grupo. No es algo que se da en una cabeza aislada y luego el lenguaje, ese magnífico instrumento que no sirve para comunicar el pensamiento de una cabeza a otra, no, sino para producir diálogo como creación de dos o más personas. El pensamiento y el lenguaje son una actividad social. En realidad no hay pensamiento humano sin lenguaje: el pensamiento es diálogo (dialéctica), y cuando logramos la dialéctica interna, el pensar para nosotros, como ya vio Platón y los griegos, es porque dialogamos con nosotros mismos, haciendo de interlocutores diversos en nuestro interior. Se puede decir que la rata resuelve el laberinto, pero esos son los antecedentes del pensamiento, no hay lenguaje interior ni representación interior.
Damasio se acerca y se aleja de una auténtica solución externalista: “Decir que la mente procede del cerebro es indiscutible, pero prefiero calificar la afirmación y considerar las razones por las que las neuronas del cerebro se comportan de una manera tan consciente. Porque esto último es, tal como yo lo veo, la cuestión crucial.” (pp. 230-231)
Ya traté recientemente este fragmento y no voy a repetir los argumento entonces utilizados. Nunca aceptaré la metáfora de que las neuronas sean conscientes.
Propone Damasio un experimento que consistiría en lo siguiente: “Si se cortaran todos los nervios que aportan señales cerebrales al cuerpo propiamente dicho, nuestro estado corporal cambiaría radicalmente, y en consecuencia lo mismo haría nuestra mente. Si se cortaran sólo las señales que procedentes del cuerpo propiamente dicho van al cerebro, nuestra mente también cambiaría. Incluso el bloqueo parcial del tráfico cerebro-cuerpo, como ocurre en pacientes con lesión de la médula espinal, produce cambios en el estado mental”. (211) Indudablemente lleva razón, pero no se alteraría la mente sino la persona en su totalidad. El dualismo cartesiano, que supuestamente ataca, se le escapa en los momentos más insospechado, cuando se le escurre una frase como: “... los cerebros han sido los primeros en conocer al organismo que los posee.” (212) También podríamos decir que el antebrazo ha sido el primero en conocer el codo en el que se inserta. En realidad el organismo no “posee” un cerebro, sino que el cerebro es una parte del organismo, y no es el cerebro el que conoce, sino la persona. Y poco después se lee: “... en nuestros inicios, primero hubo representaciones del cuerpo propiamente dicho y sólo posteriormente hubo representaciones relacionadas con el mundo exterior...”. Ante esto afirmo que la existencia de un mundo “exterior” es una construcción culturalmente determinada, no hay exterior cuando no hay necesidad de postular un “interior”, solo hay mundo, aunque ese mundo sea el de las sensaciones corporales, internas y externas, valga la expresión. Por otra parte, la noción de “representación” (interior, desde luego) es una de las más peligrosas de la filosofía popular occidental. En principio, no tenemos representaciones sino esquemas prácticos de actuación en nuestra realidad. Damasio repite a lo largo de su obra muchos errores de este tipo en los que no me voy a detener. Este es el riesgo de la divulgación científica, es decir, que para ser entendida por el “vulgo” tiene que adaptarse a la filosofía del sentido común, que en nuestra cultura occidental sigue siendo el cartesianismo, la “doctrina oficial” como la denominaba el filósofo de Oxford Gilber Ryle
En seguida encontramos más ejemplos. En la página 215 leemos: “Cuando vemos, no sólo vemos: sentimos que estamos viendo algo con nuestros ojos”. Examinemos esta frase con tranquilidad. Me pregunto ¿Cómo sería sentir que no estoy viendo con mis propios ojos? Aunque logre imaginarme la escena vista por mi primo que está en la otra esquina, seguiré viéndola como si la viera por mis propios ojos. La reflexividad es un concepto, llamémosle así, que cobra una importancia fundamental en el pensamiento de Occidente a partir de Descartes y Kant, fuente de tremendos errores epistemológicos de los que me intentaré ocupar en otro momento.
Damasio se percata de la importancia que posee partir de la acción en la comprensión del ser humano: “Aunque existe una realidad externa, lo que sabemos de ella nos llegaría por medio del cuerpo propiamente dicho en acción, a través de las representaciones de sus perturbaciones. Nunca sabríamos lo fiel que nuestro conocimiento es a la realidad “absoluta”. Lo que precisamos tener, y yo creo que efectivamente tenemos, es una notable consistencia en las construcciones de la realidad que nuestro cerebro hace y comparte.” Ahora bien, esto que está diciendo se entiende desde la epistemología moderna post-empirista, y es la de la “verdad como consistencia”. Un sistema de representación es verdadero si es internamente consistente y se corresponde con la evidencia. Con esta forma de verdad se superaba la verdad empirista, o “verdad como correspondencia”, que pretendía demostrar la verdad de cada proposición aisladamente, y que seguía el principio de verificabilidad. Frente a todas ellas estaría la “verdad como descubrimiento”, que no tiene por qué ser incompatible con la verdad como consistencia, pero que pone el acento en la realidad, en el mundo, como algo ya dado, que no debemos demostrar sino que nos demuestra a nosotros. Es anti-cartesiana y, desde su perspectiva suena raro decir cosas del estilo “existe una realidad externa”, de hecho solo existe una realidad y, en cambio, es la “realidad interna” la más necesitada de demostración.
Damasio expone su concepción del yo (el yo neural) (p. 219 y ss.). Lo define por defecto, es la parte del psiquismo que narra los síntomas que suceden tras un trastorno neurológico, la incapacidad para realizar determinadas acciones: reconocer caras, distinguir colores, leer, hablar. En todos estos trastornos el paciente puede exclamar “qué me pasa” y señalar con precisión cuándo comenzó el trastorno. En cambio hay otros pacientes, los que padecen anosognosia (incapacidad para percatarse del trastorno como tal, pueden ser “ciegos ante su ceguera”) en los que más parece que la alteración afectaría también al propio yo. Considero que esta distinción es paralela a la distinción psicopatológica entre egosintónico-egodistónico; el síntoma neurótico es egodistónico, el paciente lo padece, como por ejemplo, la angustia: El rasgo de carácter es, en cambio, egosintónico, el “paciente” se identifica con el mismo. La base neural del Yo:
… reside en la activación continua de al menos dos grupos de representaciones. Un grupo tiene que ver con acontecimientos clave en la autobiografía de un individuo, sobre cuya base puede reconstruirse repetidamente una noción de identidad, mediante la activación parcial en mapas sensoriales organizados topográficamente. (…) Además, sobre y por encima de estas categorizaciones, existen hechos únicos de nuestro pasado que son activados constantemente en forma de representaciones cartografiadas: dónde vivimos y trabajamos, cuál es exactamente nuestra profesión, nuestros nombres y los nombres de los parientes próximos y de los amigos, de la ciudad y del país, y así sucesivamente. (…) … una colección de acontecimientos recientes, junto con su continuidad temporal aproximada, y también tenemos una serie de planes, un número de acontecimientos imaginarios que pretendemos hacer que sucedan, o que esperamos que sucedan. (…) El segundo grupo de representaciones que subyacen en el yo neural consiste en las representaciones primordiales del cuerpo de un individuo, al que he aludido antes: no sólo cuál ha sido el estado del cuerpo últimamente, inmediatamente antes de los procesos conducentes a la percepción del objeto X…”(p. 221)
Yo no conozco la neurociencia y Damasio sí, por lo que la anterior descripción me parece correcta. Sin embargo, donde temo que se desorienta es poco después cuando postula una sede sensorial del yo, con estructuras corticales y subcorticales ¡AJENAS AL LENGUAJE! Y, lo que es igual, ajenas a la cultura. Y lo resuelve de un plumazo: “Puede que el lenguaje no sea el origen del yo, pero ciertamente es el origen del “ego” “ (224). Fantasea que con este juego de palabras se resuelve problema ontológico tan intrincado. Es evidente que determinadas estructuras neurales sirven de sustento a las “funciones” representacionales y metarrepresentacionales del yo, pero no hay un yo previo al yo cultural ni una narratividad sin lenguaje, aunque sí hay un desarrollo “previo” a la identidad lingüística. Pienso que no hay un yo previo, igual que pienso que no hay un yo posterior porque no creo en la inmortalidad del alma. Tal vez alguien se sorprenda, pero en este tipo de argumentos “científicos” como el que proporciona Damasio late la herencia de la creencia religiosa. He repetido en varias ocasiones que igual que Descartes suministró la versión laica de la separación cristiana entre el alma y el cuerpo, algunos neurocientíficos nos dan la versión materialista del dualismo: en lugar de mente-cuerpo, cerebro-cuerpo.
En el capítulo final Damasio redondea con sus mejores intenciones el objetivo de superar el “error de Descartes”. Ciertamente Damasio se aparta de algunas versiones burdas del cartesianismo que la modernidad ha producido, como es la metáfora computacional. Ahí también ofrece su alternativa al dualismo cartesiano, mediante una narración darviniana. En algún punto de la evolución, dice, comenzó una consciencia elemental. Pero a mi gusto carece de la perspectiva social para explicar el nacimiento de esa consciencia (de momento no voy a criticar el concepto de “conciencia”, con la individualidad que transmite, para no complicar en exceso la exposición). Deberíamos Superar la imagen individualista del pensamiento: el pensamiento es una tarea social, se logró en grupo. No es algo que se da en una cabeza aislada y luego el lenguaje, ese magnífico instrumento que no sirve para comunicar el pensamiento de una cabeza a otra, no, sino para producir diálogo como creación de dos o más personas. El pensamiento y el lenguaje son una actividad social. En realidad no hay pensamiento humano sin lenguaje: el pensamiento es diálogo (dialéctica), y cuando logramos la dialéctica interna, el pensar para nosotros, como ya vio Platón y los griegos, es porque dialogamos con nosotros mismos, haciendo de interlocutores diversos en nuestro interior. Se puede decir que la rata resuelve el laberinto, pero esos son los antecedentes del pensamiento, no hay lenguaje interior ni representación interior.
Damasio se acerca y se aleja de una auténtica solución externalista: “Decir que la mente procede del cerebro es indiscutible, pero prefiero calificar la afirmación y considerar las razones por las que las neuronas del cerebro se comportan de una manera tan consciente. Porque esto último es, tal como yo lo veo, la cuestión crucial.” (pp. 230-231)
Ya traté recientemente este fragmento y no voy a repetir los argumento entonces utilizados. Nunca aceptaré la metáfora de que las neuronas sean conscientes.