jueves, 9 de septiembre de 2010

La Psicología del Sentido Común en los estudios de Meltzoff


A mediados de los años setenta, Andrew Meltzoff realizó una serie de experimentos de tremenda trascendencia. Descubrió que los bebés de entre 12 y 21 días de edad pueden imitar los gestos, tanto faciales como manuales. Anteriormente se pensaba que esta capacidad de imitación facial era imposible por implicar diferentes modos perceptivos (el bebé observa los rostros de los demás pero no el propio, siente sus movimientos faciales pero no los de los otros). Esta conducta no es refleja ni condicionada sino que supone que los recién nacidos pueden equiparar, sin verlos, sus gestos propios con los que ven realizar a los otros. A partir de esto, Meltzoff elabora la hipótesis “como yo” (“like me”) sobre el desarrollo infantil. El bebé experimenta una asociación habitual entre sus propios actos y los estados mentales correspondientes a partir de la experiencia cotidiana y, en un segundo momento, proyecta su experiencia interna en los otros cuando realizan actos similares. El niño, de esa manera, adquiere la comprensión de las “otras mentes”, de sus estados mentales, emociones, deseos, etc. La capacidad para imitar es innata y la comprensión de los estados mentales de los otros se deriva de ella.
Recientemente (Meltzoff, 1977) ha escrito que los cimientos en los que se apoya la psicología del sentido común es la aprehensión de que los otros son semejantes a mí mismo: ‘Aquí hay algo que es como yo’.
Creo no equivocarme si sugiero que la hipótesis de Meltzoff es deudora del argumento per analogiam planteado por el inglés John Stuart Mill, filósofo positivista y economista reconocido. La afirmación de que también los demás hombres poseen una conciencia es una conclusión que deducimos basándonos en sus actos y manifestaciones perceptibles y con el fin de hacernos comprensible su conducta. Es decir, la aceptación de una conciencia, en los demás, reposa en una deducción y no en una irrebatible experiencia directa como la que tenemos de nuestra propia conciencia. El error, probablemente, reside en utilizar el concepto de “estado mental” que sugiere la existencia de una percepción interna, privada. Como decía en otra ocasión, lo esencial de la vivencia privada no es que cada uno de nosotros posea su propio ejemplar, sino que no sabemos si el otro posee esto o algo distinto, por ejemplo, si nuestra sensación de color "rojo" es igual que la de nuestro vecino. Propongo que el bebé no compara un estado interior con una estimulación visual sino que simplemente estamos “programados” – y las neuronas espejo pueden ser un buen recurso - para tener una reacción emocional ante la sonrisa que se nos presenta y compartir el “estado mental”, que no es de uno sino, por lo menos, de dos.
Meltzoff nos presenta los cimientos de la psicología del sentido común (deudora de Descartes) pero habría que pensar cómo serían nuestras teorías si partiéramos del supuesto no de que los otros son semejantes a mi sino que es mi identidad la que está en juego – un juego arriesgado – y todo el tiempo intento convencerme de que soy igual a los demás. Sin embargo, esta opción esquizoide es también deudora de nuestra cultura que es la única que provoca la existencia del individuo aislado.
Las investigaciones de Meltzoff son un gran avance para el paradigma relacional en cuanto nos reafirman en la idea de que la persona nunca es un ente aislado, pero su hipótesis “like me” constituye una rémora porque mantiene la idea de una privacidad originaria.
Se me ocurre que una investigación de gran interés sería observar cómo reacciona el bebé ante la presencia de una “sonrisa Duchenne” (auténtica) y una “sonrisa profesional” (falsa), y sospecho que sólo mostrará felicidad ante la primera y cierto conflicto ante la segunda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesantísimo el post y muy tierna la foto.

Bueno, jefe ¡sorpresa!... que yo también gasto blog. El mí, monotemático y antiguo, anda un poco abandonado... a ver si me pongo. Espero que te guste, si estimas que merece tu visita ;)

Saludos cordiales.

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