psicoanálisis: principios del psicoanálisis relacional
sábado, 26 de julio de 2025
DE NUEVO CON LA PERSONALIDAD HISTÉRICA
Los últimos sistemas clasificatorios de los tipos de personalidad han estado a punto de eliminar la personalidad histérica o histriónica por diversas razones, como problemas de definición y, seguramente, por el sentido peyorativo que adquirió el término hace ya mucho. Otro motivo, quizá más oculto, tiene que ver con la capacidad del histérico de adoptar diferentes estilos de los suyos propios, muchas veces obsesivos, narcisistas, fóbicos, agresivos, cuando no psicóticos. Sé que mi opinión al respecto es radicalmente minoritaria pero opino que los problemas no se resuelven mirando hacia otro lado. Desde hace tiempo vengo pensando sobre la actitud seductora en la histeria. Siempre se ha subrayado la tendencia del histérico o histérica a adoptar una actitud eróticamente seductora, pero, como subrayó Fairbairn en su momento y Ute Rupprecht-Schampera (1995), después. El primer intento es el de conseguir el reconocimiento del otro que se puede convertir en erótico cuando es el otro del sexo opuesto, para superar una madre especialmente invasiva pero que no atiende las demandas del hijo o hija. La seducción erótica, una sexualización prematura, se ensaya después de otros tipos de seducción, por ejemplo, intelectual pero también de muchas otras formas, a menudo con la actuación del riesgo o de la sorpresa o la pelea continua con la madre o con el padre. Cuando se produce la seducción erótica, que no es más que una forma de la seducción especialmente destacada en nuestra cultura represiva – frente a lo que ocurría en la Samoa que estudió Margaret Mead - en el hombre hetero la seducción se ejerce hacia la madre y en la mujer hetero hacia el padre, a veces en forma de permanente discusión con alguno de los dos (o con ambos). Pero para el histérico – o histérica – la sexualidad no es más que un instrumento en la búsqueda de lo más básico, que es el reconocimiento. Algo de esto está implícito en la idea del “deseo siempre insatisfecho de la histérica”, sólo que me resulta inaceptable que se limite el diagnóstico sólo a la mujer.
miércoles, 14 de mayo de 2025
OTRA BREVE VISITA A LOS PROTOTIPOS DE LA PERSONALIDAD
La posición depresiva y esquizoparanoides coincidiría con lo aportado por Melanie Klein y Fairbairn, en el sentido de evolución del superyó (desde lo paranoide a lo depresivo) pasando por la confusión como posición intermedia y alternante (Klein pensó en una posición maníaco-depresiva). Por dar un apunte, hablo de la relación entre yo-ideal e ideal del yo: En la posición esquizoide hay una identificación entre yo ideal e ideal del yo: yo soy mi propio ideal (narcisismo de piel dura). En la posición confusional el ideal del yo es inalcanzable pero nunca se renuncia a él del todo y se vive brevemente en ciertas ocasiones, con la existencia del doble vínculo: tú tienes que llegar a lo máximo pero sabemos que nunca vas a ser capaz. Terminando con un ideal del yo más modesto, en la posición depresiva: yo sé que no soy un genio pero nadie me negará el esfuerzo (obsesivo); yo parezco un genio, a qué sí, bueno, no (en el histérico); yo no me preocupo por ser un genio pero hago y haré todo lo que me pidas para que estés satisfecho, y no entiendo por qué nunca lo estás (en el sumiso).
En lugar de “conflicto sexual” yo ahora prefiero hablar de problemática en el apego o en el emparejamiento (sexual y no sexual). Cuando te encuentras con narcisista, fóbico e histérico la problemática se plantea en la conquista del otro, desde la seguridad del narcisista, la absoluta inseguridad del fóbico (o evitativo) – necesito que me aceptes con mis grandes defectos y cada vez que meta la pata – y la seducción y dramatización del histérico (no soy magnífico pero lo represento y nunca estoy seguro de mi conquista y si la logro no me quedo satisfecho). Por el otro lado estaría el manejo de la agresión. El agresivo (antisocial) ha aprendido a conseguir sus deseos con la agresividad dirigida de forma premeditada (nunca me lo niegan), el explosivo-bloqueado (no es bueno el descontrol agresivo, pero usted comprenderá que en esa situación yo no fuera capaz de controlarme y estallara, pero nunca he hecho daño a nadie) – si un explosivo hace daño de forma premeditada, entonces diré que no es explosivo puro sino que está a caballo con el prototipo agresivo. Finalmente el obsesivo quiere un mundo organizado y lógico, controla o inhibe la agresión y la muestra como enfado porque algunos no cumplen con su obligación o se saltan el orden debido. Ahora quedan las personalidades intermedias: esquizoide, límite y sumiso. En ellas, los pocos “pacientes” que acuden a salud mental en el ámbito de esos prototipos, la agresión o el apego no presentan una problemática especial. Como decía mi maestro en estas lides, Nicolás Caparrós, “pasa que no pasa nada”. El esquizoide vive tranquilo en su mundo privado si tiene el suficiente apoyo familiar para no tener que bregar con “el mundo exterior”, con empleos que no supongan el trato con personas – por ejemplo, los ordenadores, los videojuegos - o bien actividades muy regladas o protocolarias. El confuso (límite) tiene un nivel mayor de acceso a las relaciones, con oscilaciones importantes en el estado de ánimo (estable inestabilidad) y estado de confusión en las relaciones – no termina de entender la motivación de los otros, cosa que le ocurre también al esquizoide, pero a este es algo que sí le preocupa y que lo intenta. Finalmente, del sumiso ya he dicho antes lo característico: hace lo que el otro quiere.
sábado, 30 de noviembre de 2024
BREVE DEFINICIÓN DE "DISOCIACIÓN"
Escisión y disociación hacen referencia a un mismo proceso, visto como intrapsíquico, el primero, según el psicoanálisis más clásico, frente a la disociación que se postula como resultado de un trauma evolutivo, o del desarrollo, es decir, ambiental. Desde perspectivas tan alejadas se entiende que se da la renegación (disawoal) de una parte de la realidad que a partir de ese momento “no se ve”. Freud hablaba – en sus trabajos sobre las perversiones y el fetichismo (1927) - de la escisión (Spaltung) y la renegación (Verleugnung) mecanismos mediante los cuales no se veía la diferencia anatómica entre hombres y mujeres y se podía obtener una satisfacción sexual plena al rechazar esa realidad y sustituirla por otro objeto (sustituto=Ersatz) como ocurre en el fetichismo. El proceso de la disociación es, quizá, algo más complejo. El niño abusado o no adecuadamente atendido por su cuidador manifiesta su malestar y ese malestar es negado (renegado) por el adulto (“no tienes razón, te quejas de vicio, me duele a mí más que a ti cuando te pego”, etc). El niño se siente víctima y al mismo tiempo culpable y “olvida” lo que ha pasado para no sufrirlo y mantener la creencia de que el cuidador es “bueno” (“yo soy el malo”). Esta segunda visión es la que defendemos los que nos consideramos terapeutas relacionales, sin negar que también se pueden producir las perversiones y procede de Ferenczi y su artículo de 1932 sobre la Confusión de Lengua entre los adultos y el niño..
viernes, 13 de septiembre de 2024
El Psicoanálisis y los orígenes del sujeto contemporáneo
Véase mi conferencia: El Psicoanálisis y los orígenes del sujeto contemporáneo.
https://www.youtube.com/watch?v=_gVkVmZSCUI&t=5327s
sábado, 24 de febrero de 2024
La vivencia del esquizoide según Pietro Citati
No he encontrado tan bien descrita la vivencia esquizoide en los libros de psicopatología. Leemos en el libro de Pietro Citati. La Luz de la Noche (Acantilado, 2011):
Por alguna extraña razón, sólo se siente seguro cuando no es comprendido ni amado. Así, para rechazar a los otros, destierra de su corazón toda emotividad y sensibilidad. se hace frío como la piedra o como el hierro y, al mismo tiempo, su mirada trata de transformar a los demás en un siniestro cortejo de piedras. (p. 469).
lunes, 5 de febrero de 2024
FACTORES COMUNES, DE LA PSICOTERAPIA PSICOANALÍTICA CON OTRAS FORMAS DE PSICOTERAPIA. O CÓMO HA INFLUIDO EL PSICOANÁLISIS EN OTRAS PSICOTERAPIAS SUPUESTAMENTE INDEPENDIENTES
Comentario al trabajo de Jonathan Shedler (2022). Eso era entonces, esto es
ahora: Psicoterapia psicoanalítica para el resto de nosotros. Contemporary
Psychoanalysis, 58, 2-3: 405-437. En: Castaño, R; Abelló, A., Rodríguez Sutil,
C. y Ávila, A. (2023). Comentario al trabajo de Jonathan Shedler “ESO ERA
ENTONCES, ESTO ES AHORA: PSICOTERAPIA PSICOANALÍTICA PARA EL RESTO DE NOSOTROS”.
Clínica e Investigación Relacional, 17 (2): 325-346. [ISSN 1988-2939]
[Recuperado de www.ceir.info ] DOI: 10.21110/19882939.2023.170202
Carlos
Rodríguez Sutil
Shedler revisa muchos supuestos de la teoría y la práctica
psicoanalítica que parecen ser aceptados de forma tácita desde escuelas de
pensamiento alejadas del psicoanálisis o están recibiendo en cierto modo una
confirmación indirecta a través de los resultados de la investigación en
ciencias cognitivas. Podría pensarse que los esquemas surgidos del pensamiento
psicoanalítico han impregnado la mente de muchos teóricos e investigadores
ajenos a él. Esto no impide en muchos casos menospreciar al psicoanálisis,
incidiendo en los aspectos más llamativos o chocantes y no en aquellos otros que
se han podido demostrar claramente como erróneos. Es evidente que la
investigación en ciencia cognitiva ha demostrado que gran parte de pensamiento,
emoción y motivación se produce fuera de la conciencia, aunque no se habla de
“inconsciente” sino de “procesos mentales implícitos” y de “memoria
procedimental”. Hay cosas que no queremos saber, que son disonantes o
amenazantes, y miramos para otro lado. Shedler ilustra los conceptos con
ejemplos clínicos bien escogidos.
Una paciente dice espontáneamente que su
hermana es “neurótica”. Este tipo de manifestaciones llaman nuestra atención
como terapeutas de orientación analítica, podemos decir que “rechinan” en
nuestro oído analítico y, supongo, también en el de clínicos de otras
orientaciones, aunque no tengo noticia de que este tipo de fenómeno se haya
elaborado con amplitud fuera de nuestro ámbito. Los procedimientos defensivos
que subyacen en este caso suponen implican la renegación – la paciente no
reconoce que su hermana de siete años estaba siendo sometida a un trato abusivo
y cruel por parte del padre – junto con la racionalización – como es el uso de
un término, “neurótica”, tomado de la psicopatología. Aún así, señala Shedler
con todo acierto: El objetivo del tratamiento psicoanalítico no es descubrir
recuerdos reprimidos, ni lo ha sido desde principios de 1900. Es expandir la
libertad y la elección ayudando a las personas a ser más conscientes de su
experiencia en el aquí y ahora. Yo solo matizaría que este es el objetivo
principal, pero que tampoco descuidamos la búsqueda de recuerdos reprimidos,
cuya aparición también puede contribuir a dicho objetivo. Ahora bien, como
subraya el autor, el problema de la paciente no es que no recordara los hechos
sino que los interpretaba de una manera errónea, aunque adaptativa en momentos
pasados. La terapia analítica busca ayudar a la persona a mantener en su mente
ideas en conflicto, algo que en mis recuerdos, más o menos nebulosos, de lo que
es una terapia cognitiva se considera inaceptable y algo que hay que resolver.
Pero, ciertamente, nuestros sentimientos hacia una persona pueden ser
ambivalentes por topar tanto con aspectos aceptables junto a otros rechazables
de todo punto. A veces intentamos negar una parte, no siempre la mala, pero la
parte negada indefectiblemente vuelve; los sentimientos rechazados se “filtran”
de manera a menudo inconsciente.
Pone Shedler el ejemplo, habitual en la
clínica, de aquellas personas que desean mantener una relación íntima y cercana
con alguien de su agrado, pero habitualmente se sienten atraídas por personas no
disponibles. Me viene en mente también el caso más extremo la persona que de
forma continuada se empareja con otras abiertamente maltratadoras. A veces se
produce el fenómeno, que describe Shedler, de que la relación alterna entre un
acercarse de uno de los miembros y alejarse del otro, y viceversa, que encaja en
el refrán tan nuestro de: Cuando yo quise, tú no quisiste, y ahora que quieres,
yo ya no quiero. Tengo noticia de que el examen y tratamiento de este tipo de
“juegos” es habitual desde la terapia familiar sistémica. También podemos querer
rechazar nuestra ira, por temor a hacer daño a alguien querido o para no recibir
represalias o simplemente ser rechazado. Reconocer nuestra ira nos puede causar
culpa o vergüenza. Un paciente sentía enojo hacia sus padres pero estos, que
habían padecido persecución cuando el Holocausto, se sacrificaban por él al
máximo. Su salida era tratar mal a sus amigos y a sí mismo hasta que pudo
aceptar, gracias a la terapia, que se puede uno enfadar con alguien a quien
también ama. El comportamiento pasivo-agresivo es otra forma de lidiar con la
ambivalencia. Por ejemplo, alguien que cocina siempre para la familia pero que
casi siempre quema la comida, sin querer, es decir, sin tener ninguna conciencia
del significado de su comportamiento. Otro es el paciente bulímico que se pega
atracones pero que al rato usa purgantes.
Daniel Kahneman, Premio Nobel de
economía, leemos, diferenció dos sistemas en la toma de decisiones, sistema 1 y
sistema 2. El primero es intuitivo, automático e insensible a las situaciones
cambiantes o novedosas. El segundo, en cambio, toma decisiones de forma más
lenta y esforzada, deliberadas y revisadas conscientemente. Estos sistemas
funcionan de manera simultánea y llevan a contradicciones. Estos procesos
recuerdan la división, ya antigua, que propuso Freud entre procesos conscientes
e inconscientes y muchas investigaciones en ciencia cognitiva parecen darle
apoyo. Una idea que parece haber calado en la cultura psicológica general es la
de que el pasado vive en el presente, influye en el modo actual en que las
personas se comportan. Así, nuestras primeras experiencias nos llevan a
incorporar ciertas plantillas o guiones sobre cómo funciona el mundo. Un
terapeuta cognitivo los llamaría esquemas, dice Shedler y, según recuerdo, así
es como llamaba Aaron T. Beck (Beck y Freeman, 1995) a estos constructos. Se
aprenden en la infancia pero se siguen aplicando en situaciones posteriores
aunque el resultado que proporcionan sea negativo. Y se cita el aforismo de
Wordsworth: el niño es el padre del hombre.
Recreamos el pasado y nos resulta
imposible interpretar los acontecimientos actuales fuera de esa perspectiva. Una
mujer en terapia tuvo un padre emocionalmente distante. Cuando su terapeuta,
hombre, parece distraído o aburrido a ella le parece poderoso e importante. En
cambio cuando se muestra cariñoso lo ve soso, aburrido y poco útil. Esto es algo
que puso en evidencia la terapia psicoanalítica pero que en la actualidad
recogen prácticamente todas las escueles: Cada escuela de terapia aborda el
impacto del pasado en el presente. Los terapeutas cognitivos pueden discutir la
asimilación de nuevas experiencias en los esquemas existentes, los terapeutas de
sistemas familiares pueden notar la repetición de la dinámica familiar a través
de las generaciones, y los conductistas pueden hablar de la historia del
aprendizaje y la generalización del estímulo.
El objetivo de la psicoterapia
psicoanalítica es aflojar los lazos de la experiencia pasada para crear nuevas
posibilidades de vida. (pp. 13-14) Considero, no obstante, que habría que
clarificar en qué se diferencia la consideración actual de esa influencia del
pasado en la psicoterapia psicoanalítica, cuáles serían sus rasgos distintivos
en la teoría y en la práctica. Tal vez por eso un apartado del artículo se ocupa
de la transferencia, concepto que no ha pasado a las otras escuelas, al menos
con ese nombre. Shedler advierte que no es algo incidental las percepciones
(¿reacciones, sentimientos?) que nuestros pacientes experimentan hacia nosotros.
No se trata de interferencias o distracciones, sin más, sino que están en el
núcleo de nuestra forma de entender la terapia.
Cito otro párrafo que puede
sintetizar esa idea en términos muy cercanos a nuestra práctica diaria: Yo
decía: “Cuando acudiste a tu padre en busca de ayuda, él te humilló. Dada tu
experiencia es comprensible que esperes el mismo trato de mí”. O: “Me estás
haciendo saber que nuestro trabajo no significa nada para ti y no te importaría
menos si nunca nos volviéramos a ver. Tal vez estás convencido de que te
decepcionaré y lastimaré y estás tratando de protegerte rechazándome primero”.
(p. 16) Me viene la idea de que en un enfoque más relacional le podríamos
comunicar al paciente la sensación o emoción que esta actitud suya nos provoca,
desde la tranquilidad, sobre todo si nuestra experiencia se acerca al enfado,
pues le puede servir de clave para entender otras situaciones que haya vivido o
pueda vivir en el futuro. Shedler no parece dar este paso, y no le recrimino por
ello. Sería la nota diferencial entre nuestra orientación y el psicoanálisis más
clásico, si bien comprensivo y, diría, empático como es el que este autor
propone. La diferencia entre este psicoanálisis, y también del relacional, con
respecto a las otras formas de terapia es el uso que se hace de la
transferencia. También de la contratransferencia, como bien dice, esto es, como
nuestras reacciones emocionales ante el paciente, que nos sirven para
comprenderlo y ayudar en el cambio pero, y aquí va nuestra crítica, o nuestra
pretensión de ir un poco más allá, la personalidad del terapeuta también está
implicada en cómo reacciona ante el paciente, y requiere autoexamen, no es solo
algo que el paciente pone en nosotros.
Por otra parte, los conceptos de
transferencia y contratransferencia pueden hacer pensar en un proceso de ida y
vuelta, acción y reacción, cuando lo más adecuado es concebir que lo que se
produce es un campo de relación continua, mutuamente construido, y así lo
reconoce el autor (p. 19). Hechas estas precisiones, no es difícil aceptar lo
que se lee poco después: según la investigación empírica, los terapeutas más
efectivos son los que tienen en cuenta la transferencia y la utilizan, incluso
cuando practican formas de terapia que no reconocen la transferencia, como son
los cognitivo-conductuales o, incluso, algunos conductistas radicales. Según
cuenta, estos últimos hablan de “comportamiento clínicamente relevante” (CRB, en
sus siglas en inglés) que son casos de comportamiento sintomático expresado en
la sesión hacia el terapeuta, es decir, cómo no, transferencia, que el terapeuta
debe ayudar al paciente a identificar y lograr otras formas de relacionarse.
Sigue más adelante hablando de las defensas, de las que ya se ocupó al
principio, y cita la crítica de Bruno Bettelheim (1982) de que “represión” es
una mala forma de traducir “reprimir”, y en su lugar proponía “rechazar”.
Shedler prefiere verbo “desautorizar”, con el sentido de “negar el conocimiento,
la responsabilidad o la asociación con; rechazar; repudiar”. En otros lugares me
he dedicado a esta problemática terminológica (Rodríguez Sutil, 2014) y nos
llevaría mucho tiempo ahora desarrollarla en toda su extensión – me refiero a la
traducción de los términos freudianos: Verdrängung, Verleugnung, Verwerfung, y
otros asociados. Sólo diré que, una vez que se entiende el sentido de la palabra
utilizada por Freud (Verdrängung, en este caso) como desalojo de la conciencia
de una idea claramente enunciada, o simbolizada, traducirlo a otro idioma como
“represión” puede ser tan válido como otras opciones y, además, está acuñado por
la costumbre. El artículo nos proporciona una revisión minuciosa de mecanismos
de defensa en diferentes situaciones y contextos que estudiantes y profesionales
leerán con provecho. Pero, advierte, hablar de “mecanismos de defensa” da una
imagen mecanicista de la mente, cosifica la idea de defensa, mientras que
defenderse es algo que la persona hace. Ciertamente: “… las formas de defensa
están entretejidas en el tejido de nuestras vidas y se reflejan en nuestras
formas características de pensar, sentir, actuar, sobrellevar y relacionarnos”
(p. 24). Sin embargo, vuelvo a pensar que el término “mecanismo de defensa” está
totalmente acuñado y no va a ser fácil sustituirlo por forma de defensa.
Más
peligroso me parece el término “introyección” y la familia a la que pertenece
(proyección, identificación proyectiva, proyección identificativa, etc.) por la
imagen de interioridad, de mente aislada que proponen. Lo que desarrollamos a lo
largo de nuestra vida son pautas de relación interpersonal. Y las pautas se
“aprenden”, no se introyectan, es decir, no se meten en una bolsa. Si se quiere,
estamos hablando de los esquemas originarios. Pero entendidos no en el sentido
cognitivo de interioridad en la mente individual – o en el cerebro -. Los
esquemas de acción se aprenden en sociedad y en sociedad se ejercen. Es
importante que evitemos los argumentos propios de la “mente aislada”, pero no
parece posible prescindir de las metáforas. Me conformo que no nos dejemos
dominar por ellas y seamos capaces de cuestionarlas de vez en cuando. Shedler
pone el dedo en la auténtica paradoja de la psicoterapia: La gente viene a la
terapia a cambiar, pero el cambio es una amenaza para el equilibrio y la
homeostasis. Por lo tanto, cada paciente es ambivalente sobre el tratamiento,
oscilando entre el deseo de cambiar y el deseo de preservar el status quo. (p.
25) Está hablando de la resistencia – otra forma de defensa – cuestión central y
frecuentemente debatida en psicoanálisis desde el propio Freud (1912). Pero me
sorprende que diga, poco después: “No es particularmente útil pensar en la
resistencia como oposición entre terapeuta y paciente. Más bien, la resistencia
surge del conflicto o la discordia dentro del paciente” (p. 26). Este es uno de
los razonamientos recurrentes más engañosos en el psicoanálisis estándar. Otra
vez nos enfrentamos con el mito de la mente aislada. Desde el momento en que
entramos en relación con el paciente la resistencia no es exclusivamente suya
sino que aportamos nuestra propia resistencia, que conviene intentar descubrir y
elaborar si la terapia ha de llegar a algún puerto prometedor. Si no existe esa
comunicación, intercambio, relación, poco es lo que podremos lograr. La
resistencia es la resistencia del paciente pero tal como la vivimos a través de
nuestra propia resistencia y tal como ambas interactúan. Esto no impide que la
terapia sen ocasiones se estanque y entre en un impase que buscaremos resolver.
A veces nuestra actuación más terapéutica consiste en negociar con el paciente
el final de una terapia improductiva, esto es, que no se traduce en un mayor
conocimiento, en un mayor bienestar pero, sobre todo, en una mayor libertad en
la toma de las propias decisiones. Estamos de acuerdo con el determinismo mental
al que alude el autor. Si entendemos la mente no como un fenómeno encerrado
dentro del individuo sino como el producto de las relaciones en cada entorno, y
damos la importancia debida al entorno familiar temprano.
Partiendo de la idea
del determinismo mental, el artículo revisa otros ejemplos felices de
interpretación que permiten a los pacientes la solución de sus conflictos, por
ejemplo, la razón de por qué un enfermo cardíaco olvidaba tomar sus pastillas, o
el significado de por qué una paciente se daba atracones de comida. Por otra
parte, se observa que las interpretaciones son ofrecidas de forma tentativa y no
con el tono oracular e impositivo que descubrimos en los textos antiguos. Aunque
en nuestra práctica relacional buscamos más la clarificación y, a veces, la
confrontación, la interpretación no deja de tener un lugar, siempre que se
coloque en un proceso de colaboración y búsqueda conjunta con el paciente, y no
como producto de nuestra clarividencia y superioridad.
Casi todos los miembros
de las diferentes escuelas que se agrupan bajo el paraguas de “psicoterapia
dinámica” estaremos de acuerdo en el aserto de Shedler: Un síntoma o
comportamiento puede tener múltiples causas (sobre-determinación) y puede servir
para múltiples propósitos (función múltiple). Todos los terapeutas
psicoanalíticos competentes comparten una profunda apreciación de la complejidad
de la vida mental. Por esta razón, la psicoterapia psicoanalítica no es una
terapia de línea de montaje [yo suelo decir que no está “protocolizada”]. No es
una colección de técnicas estandarizadas aplicadas a todos, ni puede reducirse a
un manual de instrucciones paso a paso. Se trata de una investigación
empáticamente sintonizada sobre los aspectos más privados, personales y
profundamente subjetivos de la experiencia interior. En este sentido, no hay dos
tratamientos iguales. (p. 31)
Casi al final del artículo enfrenta Shedler un
asunto delicado desde nuestra perspectiva, relacionado con dos principios
“técnicos” muy debatidos: la neutralidad y la abstinencia. Nuestro autor lo
sintetiza con la frase, formulada por alguno de sus estudiantes y que él
considera desafortunada: “el psicoanálisis como la relación entre un clínico
autoritario, emocionalmente alejado, y un paciente sin poder” (p. 36). No puede
negar que esto haya pasado con cierta frecuencia, sobre todo en una época del
pasado pero, confía, no a los mejores psicoanalistas. Estamos totalmente de
acuerdo con él cuando aclara que la terapia psicoanalítica no es algo hecho “a
otra persona” sino “con otra persona”, si bien, añade, la relación nunca llega a
ser totalmente igual o simétrica. La terapia es, desde luego, un esfuerzo
compartido entre las dos partes.
Termino este comentario retomando una idea que
9incluyo en el título, la de los “factores comunes” entre la terapia
psicoanalítica y otras formas de terapia. Me resulta reconfortante que algunos
principios esenciales estén siendo utilizados por otros colegas de forma más o
menos explícita: inconsciente, ambivalencia, causalidad psíquica,
conflicto-defensa/resistencia, influencia del pasado, influencia personal del
paciente en el terapeuta y viceversa (transferencia-contratransferencia), así
como la importancia de evitar una asimetría excesiva entre terapeuta y paciente.
No obstante, a menudo recuerdo el argumento de Kohut (1984) cuando reconocía que
él no había inventado la empatía y que muchos otros analistas habían atendido
empáticamente a sus pacientes, pero que su intento se diferenciaba al querer
prestarle una mayor atención y desarrollo.
REFERENCIAS Beck, A.T. y Freeman, A.
(1995) Terapia cognitive de los trastornos de la personalidad. Barcelona:
Paidós.
Bettelheim, B. (1982) Freud and Man’s Soul. Londres: Pimlico, 2001.
Freud, S. (1912). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. En
Obras Completas (vol.II). Madrid: Biblioteca Nueva, 1973.
Kohut, H. (1984) ¿Cómo
cura el Análisis? Paidós: Buenos Aires, 1986.
Rodríguez Sutil, C. (2014 a).
Psicopatología psicoanalítica relacional. La persona en relación y sus
problemas. Madrid: Ágora Relacional.
martes, 30 de enero de 2024
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