Podemos engañar sobre nuestras sensaciones porque, desde luego,la mentira existe. Pero, digamos con Wittgenstein que mentir es un juego de lenguaje que nos toca aprender como cualquier otro. Su argumento habitual ante el escéptico es que sólo es posible la duda cuando ya existe la certeza. Expresado de otro modo, sólo es posible la mentira cuando ya existe la verdad.
Según Lacan, antes de la represión tiene que producirse una afirmación, una Bejahung primordial, antecesora del sujeto y formadora del inconsciente. Quizá Freud habla de esta afirmación en el Compendio: El rechazo siempre se complementa con una aceptación; siempre se establecen dos posiciones antagónicas y mutuamente independientes, que dan por resultado una escisión del yo. La escisión se produce cuando intentamos rechazar parte de nuestra realidad y la “mente aislada” es uno de los refugios que proporciona nuestra cultura para apartarnos de esa realidad desagradable. Es una mente escindida que nos lleva a juzgar que la intimidad del otro es inaccesible. Como en la anécdota precedente de Chuang Tsé, “tú no puedes saber lo que quiere un pez puesto que no eres un pez”. Podría continuar con “yo no sé lo que tú quieres porque yo no soy tú”, sin embargo, normalmente sabemos qué es lo que quieren los demás y podemos estar despistados sobre lo que queremos nosotros, porque estamos escindidos. Objetivo del tratamiento será reducir esa escisión, lograr que entremos en diálogo con el otro que llevamos dentro.
sábado, 18 de septiembre de 2010
UNA ANÉCDOTA DE CHUANG TSÉ

Chuang Tsé y Hui Tzu estaban paseando por la ribera del río Hao, cuando Chuang Tsé dijo:
- ¿Has visto cómo suben los peces a la superficie y nadan por ella a su placer? Eso es lo que realmente le gusta al pez.
- Tú no eres un pez - replicó Hui Tzú -; por tanto, ¿cómo puedes saber lo que les gusta?
Chuang Tsé le dijo:
- Tú no eres yo; por consiguiente, ¿cómo puedes saber que yo no sé lo que le gusta a un pez?
Dijo entonces Hui Tzú:
- Yo no soy tú, por tanto no puedo saber lo que tú sabes. Sin embargo, el hecho definitivo es que tú no eres un pez, y eso demuestra que no puedes saber lo que realmente le gusta a un pez.
Replicó Chuang Tsé:
- Ya. Pero si no te importa, volvamos a retomar la primera cuestión. Tú me preguntaste cómo podía saber yo lo que le gusta a un pez. Por tanto, tú ya sabías que yo lo sabía cuando hiciste la pregunta. Y yo lo sé por el hecho de estar aquí, en la orilla del río Hao.
jueves, 9 de septiembre de 2010
La Psicología del Sentido Común en los estudios de Meltzoff

A mediados de los años setenta, Andrew Meltzoff realizó una serie de experimentos de tremenda trascendencia. Descubrió que los bebés de entre 12 y 21 días de edad pueden imitar los gestos, tanto faciales como manuales. Anteriormente se pensaba que esta capacidad de imitación facial era imposible por implicar diferentes modos perceptivos (el bebé observa los rostros de los demás pero no el propio, siente sus movimientos faciales pero no los de los otros). Esta conducta no es refleja ni condicionada sino que supone que los recién nacidos pueden equiparar, sin verlos, sus gestos propios con los que ven realizar a los otros. A partir de esto, Meltzoff elabora la hipótesis “como yo” (“like me”) sobre el desarrollo infantil. El bebé experimenta una asociación habitual entre sus propios actos y los estados mentales correspondientes a partir de la experiencia cotidiana y, en un segundo momento, proyecta su experiencia interna en los otros cuando realizan actos similares. El niño, de esa manera, adquiere la comprensión de las “otras mentes”, de sus estados mentales, emociones, deseos, etc. La capacidad para imitar es innata y la comprensión de los estados mentales de los otros se deriva de ella.
Recientemente (Meltzoff, 1977) ha escrito que los cimientos en los que se apoya la psicología del sentido común es la aprehensión de que los otros son semejantes a mí mismo: ‘Aquí hay algo que es como yo’.
Creo no equivocarme si sugiero que la hipótesis de Meltzoff es deudora del argumento per analogiam planteado por el inglés John Stuart Mill, filósofo positivista y economista reconocido. La afirmación de que también los demás hombres poseen una conciencia es una conclusión que deducimos basándonos en sus actos y manifestaciones perceptibles y con el fin de hacernos comprensible su conducta. Es decir, la aceptación de una conciencia, en los demás, reposa en una deducción y no en una irrebatible experiencia directa como la que tenemos de nuestra propia conciencia. El error, probablemente, reside en utilizar el concepto de “estado mental” que sugiere la existencia de una percepción interna, privada. Como decía en otra ocasión, lo esencial de la vivencia privada no es que cada uno de nosotros posea su propio ejemplar, sino que no sabemos si el otro posee esto o algo distinto, por ejemplo, si nuestra sensación de color "rojo" es igual que la de nuestro vecino. Propongo que el bebé no compara un estado interior con una estimulación visual sino que simplemente estamos “programados” – y las neuronas espejo pueden ser un buen recurso - para tener una reacción emocional ante la sonrisa que se nos presenta y compartir el “estado mental”, que no es de uno sino, por lo menos, de dos.
Meltzoff nos presenta los cimientos de la psicología del sentido común (deudora de Descartes) pero habría que pensar cómo serían nuestras teorías si partiéramos del supuesto no de que los otros son semejantes a mi sino que es mi identidad la que está en juego – un juego arriesgado – y todo el tiempo intento convencerme de que soy igual a los demás. Sin embargo, esta opción esquizoide es también deudora de nuestra cultura que es la única que provoca la existencia del individuo aislado.
Las investigaciones de Meltzoff son un gran avance para el paradigma relacional en cuanto nos reafirman en la idea de que la persona nunca es un ente aislado, pero su hipótesis “like me” constituye una rémora porque mantiene la idea de una privacidad originaria.
Se me ocurre que una investigación de gran interés sería observar cómo reacciona el bebé ante la presencia de una “sonrisa Duchenne” (auténtica) y una “sonrisa profesional” (falsa), y sospecho que sólo mostrará felicidad ante la primera y cierto conflicto ante la segunda.
sábado, 26 de junio de 2010
fin de curso 2009-2010
Ramon Riera cerró el curso 2009-2010 del Master sobre Psicoterapia Relacional que se viene desarrollando durante los últimos cuatro años en nuestra sede de Ágora Relacional, con una espléndida comunicación sobre neurociencia, psicoterapia y enfoque relacional que llevaba por título "Perspectivas actuales del proceso de cambio: La conexión emocional".
jueves, 3 de junio de 2010
EL PRINCIPIO DE VERACIDAD
Freud recomendaba al analista mostrar sólo aquello que le es mostrado y comparaba esta actitud con la función de un espejo, metáfora que ha tenido un importante éxito en la historia del psicoanálisis. Se ha aludido a ella con frecuencia como garantía de la neutralidad del terapeuta y confirmación del principio de abstinencia; según este principio un alivio prematuro de los padecimientos del analizado entorpecerá la buena marcha del tratamiento, que a partir de ese momento no proporcionará más que mejoras parciales y pasajeras. Se supone que la frustración analítica, producida por el principio de abstinencia, lleva al sujeto a adoptar modelos de conducta del pasado, cada vez más “seguros” (la transferencia). Finalmente, la progresión del tratamiento permitirá abandonar esas conductas arcaicas y alcanzar una etapa de retorno a la madurez y progresiva independencia.
Sin embargo, como viene señalando desde hace tiempo el psicoanálisis relacional, ninguna persona puede ser una pantalla totalmente en blanco. Fairbairn en los años cincuenta ya era de la opinión de que el terapeuta es algo más que una pantalla sobre la que el paciente proyecta sus fantasías, o un instrumento neutro para la técnica interpretativa; su personalidad y sus motivos suponen una contribución significativa al proceso terapéutico.
La tradición psicoanalítica predominante presentaba la neutralidad y el principio de abstinencia como algo irrenunciable, unido a la inevitable asimetría que traza la situación analítica, entre un terapeuta, previamente analizado, conocedor y controlador de su inconsciente, y un paciente desconocedor absoluto de sus motivaciones profundas, que debe rendirse ante el criterio del primero. Como advierte Ávila, la neutralidad y la asimetría extrema son las que hacen surgir fenómenos notables de transferencia que desgraciadamente dejan fuera de nuestro campo de observación lo que es la auténtica relación terapéutica.
Desde la actual psicología del self, en lugar del principio de “abstinencia” se prefiere hablar de “responsividad óptima”. El terapeuta que funciona en el registro de la responsividad óptima tiene en cuenta tanto los marcadores o señales que el paciente da de lo que espera de las respuestas del terapeuta, como las reacciones del paciente a las respuestas percibidas. Estas señales, presentes desde los primeros contactos, dan información muy valiosa sobre las necesidades de relación (“objeto sí mismo”) que no han sido satisfechas por los cuidadores anteriores. La relación terapéutica debe entenderse como una segunda oportunidad para el desarrollo emocional, dentro del proceso analítico, como una relación desconfirmadora de lo patógeno, con las características de un vinculo fundante complementario (en el sentido de la teoría vincular)(Ávila). Cada paciente y cada momento terapéutico requerirá un grado diferente de responsividad por parte del terapeuta, que evite en todo momento los riesgos de explotación del paciente o de satisfacción narcisista del terapeuta.
La fusión de los conceptos de neutralidad y abstinencia puede haber contribuido a crear una imagen estereotipada del analista rígido y reservado, pero se trata de una interpretación equivocada de lo que Freud realmente sugería, error producido al tomar un principio por una regla (Killingmo). La idea de la abstinencia, como principio general y como instrucción respecto a la conducta social, ha provocado una gran confusión debiendo ser reubicada en su papel de principio general y rechazarse definitivamente su vinculación con la imagen del analista frío y carente de empatía.
Quería traer a colación dos anécdotas de Ralph Greenson, psiquiatra norteamericano de origen suizo que se hizo famoso como psicoanalista de Marilyn Monroe y de otras estrellas de Hollywood de la época. También aportó importantes textos sobre técnica analítica – desde la posición clásica de la psicología del yo - que todavía pueden leerse con gran provecho. La primera anécdota se puede localizar en su libro sobre Técnica y Práctica del Psicoanálisis, en el capítulo que dedica a la técnica del análisis de la transferencia. Nos cuenta el caso de un paciente que entró en lo que denominaríamos una fase de impasse, se volvió más callado y huraño y sólo colaboraba formalmente con la labor analítica. Finalmente un día confesó su frustración por haber querido adoptar posturas políticas liberales, más cercanas a las preferencias demócratas de Greenson, cuando él era un republicano convencido. Sorprendido por esta observación, Greenson le preguntó cómo es que había llegado a la conclusión de que él era de preferencias demócratas, a lo que el paciente respondió, más o menos, que cuando decía algo positivo de un político republicano, él siempre le pedía asociaciones, y que cuando decía algo negativo, callaba como asintiendo. Igualmente, cuando atacaba a Roosvelt le pedía asociaciones, para ver a quién le recordaba, mientras que los comentarios positivos eran aceptados sin réplica. Esta historia ilustra la idea de que el paciente es un intérprete, muy a menudo acertado, de la experiencia del analista.
De la segunda anécdota de Greenson a la que quiero aludir no me es posible citar la referencia pues fue comentada recientemente por el gran maestro Joan Coderch en una conferencia. La historia, tal como nos la contó, trata de una paciente permanentemente molesta y quejosa de la vida y de las personas de su entorno, siempre se sentía dolida y perjudicada y se expresaba de forma monótona en su letanía ante el analista. Un día interroga a Greenson si no le parece que es muy pesada en su continuas quejas y ataques, a lo que éste respondió que sí, que realmente era pesada. La paciente, muy asombrada, le preguntó si le parecía correcto y educado responderle de esa manera. Greenson argumentó entonces que ella le había preguntado y él no había hecho más que responder con la mayor sinceridad. Este profesional no estaba en absoluto cercano a las corrientes relacionales, pero considero que su comportamiento era el requerido desde un punto de vista ético.
Estos dos ejemplos, y otros recogidos a lo largo de mi experiencia como terapeuta, me llevan a proponer el PRINCIPIO DE VERACIDAD, para categorizar la conducta de Greenson en el segundo caso y una actitud que entiendo apropiada se trabaje desde el enfoque terapéutico que se quiera. Este principio vendría a decir que el paciente debe ser atendido de manera prudente pero lo más veraz posible, dentro de la razonable firmeza que podamos tener en esos conocimientos, cuando inquiera sobre aspectos de su propia personalidad. Y esta intervención deberá ser antes descriptiva que interpretativa. Ya en un plano más comprometido con el enfoque relacional, diré que a menudo también me parece indicado responder a cuestiones que tienen que ver con mis propias opiniones o creencias sobre cuestiones fundamentales, como pueda ser mi orientación teórica en psicología y psicoanálisis al igual que, sin entrar en detalles, cuando se trata de religión o política, y entiendo que una buena disposición a la ayuda sólo puede partir de mantener posiciones moderadas y tolerantes en estos dominios. Ahora bien, con frecuencia es un ejercicio fecundo, incluso pasmoso, preguntar antes al paciente qué idea previa se hace él respecto a nuestra postura.
Los libros sobre técnica y la supervisión nunca serán el referente definitivo ni más importante que guíe nuestra labor, sino que – parafraseando de nuevo a mi amigo Alejandro Ávila - son las historias que vivimos con nuestros propios pacientes las que nos deben mover a la reflexión sobre la posición que ocupamos en nuestro trabajo y en qué medida somos sólo o principalmente instrumentos de una cura que opera desde la neutralidad o agentes de un proceso complejo que se despliega en un horizonte de relación, implicación y mutualidad. Aventurarnos más allá de la neutralidad y la abstinencia, con el debido respeto a la individualidad de nuestros pacientes y de nosotros mismos, no sólo no nos ha traído las nefastas consecuencias que algunos auguraban, sino que nos ha abierto un panorama de gran riqueza teórica, técnica y humana.
Sin embargo, como viene señalando desde hace tiempo el psicoanálisis relacional, ninguna persona puede ser una pantalla totalmente en blanco. Fairbairn en los años cincuenta ya era de la opinión de que el terapeuta es algo más que una pantalla sobre la que el paciente proyecta sus fantasías, o un instrumento neutro para la técnica interpretativa; su personalidad y sus motivos suponen una contribución significativa al proceso terapéutico.
La tradición psicoanalítica predominante presentaba la neutralidad y el principio de abstinencia como algo irrenunciable, unido a la inevitable asimetría que traza la situación analítica, entre un terapeuta, previamente analizado, conocedor y controlador de su inconsciente, y un paciente desconocedor absoluto de sus motivaciones profundas, que debe rendirse ante el criterio del primero. Como advierte Ávila, la neutralidad y la asimetría extrema son las que hacen surgir fenómenos notables de transferencia que desgraciadamente dejan fuera de nuestro campo de observación lo que es la auténtica relación terapéutica.
Desde la actual psicología del self, en lugar del principio de “abstinencia” se prefiere hablar de “responsividad óptima”. El terapeuta que funciona en el registro de la responsividad óptima tiene en cuenta tanto los marcadores o señales que el paciente da de lo que espera de las respuestas del terapeuta, como las reacciones del paciente a las respuestas percibidas. Estas señales, presentes desde los primeros contactos, dan información muy valiosa sobre las necesidades de relación (“objeto sí mismo”) que no han sido satisfechas por los cuidadores anteriores. La relación terapéutica debe entenderse como una segunda oportunidad para el desarrollo emocional, dentro del proceso analítico, como una relación desconfirmadora de lo patógeno, con las características de un vinculo fundante complementario (en el sentido de la teoría vincular)(Ávila). Cada paciente y cada momento terapéutico requerirá un grado diferente de responsividad por parte del terapeuta, que evite en todo momento los riesgos de explotación del paciente o de satisfacción narcisista del terapeuta.
La fusión de los conceptos de neutralidad y abstinencia puede haber contribuido a crear una imagen estereotipada del analista rígido y reservado, pero se trata de una interpretación equivocada de lo que Freud realmente sugería, error producido al tomar un principio por una regla (Killingmo). La idea de la abstinencia, como principio general y como instrucción respecto a la conducta social, ha provocado una gran confusión debiendo ser reubicada en su papel de principio general y rechazarse definitivamente su vinculación con la imagen del analista frío y carente de empatía.
Quería traer a colación dos anécdotas de Ralph Greenson, psiquiatra norteamericano de origen suizo que se hizo famoso como psicoanalista de Marilyn Monroe y de otras estrellas de Hollywood de la época. También aportó importantes textos sobre técnica analítica – desde la posición clásica de la psicología del yo - que todavía pueden leerse con gran provecho. La primera anécdota se puede localizar en su libro sobre Técnica y Práctica del Psicoanálisis, en el capítulo que dedica a la técnica del análisis de la transferencia. Nos cuenta el caso de un paciente que entró en lo que denominaríamos una fase de impasse, se volvió más callado y huraño y sólo colaboraba formalmente con la labor analítica. Finalmente un día confesó su frustración por haber querido adoptar posturas políticas liberales, más cercanas a las preferencias demócratas de Greenson, cuando él era un republicano convencido. Sorprendido por esta observación, Greenson le preguntó cómo es que había llegado a la conclusión de que él era de preferencias demócratas, a lo que el paciente respondió, más o menos, que cuando decía algo positivo de un político republicano, él siempre le pedía asociaciones, y que cuando decía algo negativo, callaba como asintiendo. Igualmente, cuando atacaba a Roosvelt le pedía asociaciones, para ver a quién le recordaba, mientras que los comentarios positivos eran aceptados sin réplica. Esta historia ilustra la idea de que el paciente es un intérprete, muy a menudo acertado, de la experiencia del analista.
De la segunda anécdota de Greenson a la que quiero aludir no me es posible citar la referencia pues fue comentada recientemente por el gran maestro Joan Coderch en una conferencia. La historia, tal como nos la contó, trata de una paciente permanentemente molesta y quejosa de la vida y de las personas de su entorno, siempre se sentía dolida y perjudicada y se expresaba de forma monótona en su letanía ante el analista. Un día interroga a Greenson si no le parece que es muy pesada en su continuas quejas y ataques, a lo que éste respondió que sí, que realmente era pesada. La paciente, muy asombrada, le preguntó si le parecía correcto y educado responderle de esa manera. Greenson argumentó entonces que ella le había preguntado y él no había hecho más que responder con la mayor sinceridad. Este profesional no estaba en absoluto cercano a las corrientes relacionales, pero considero que su comportamiento era el requerido desde un punto de vista ético.
Estos dos ejemplos, y otros recogidos a lo largo de mi experiencia como terapeuta, me llevan a proponer el PRINCIPIO DE VERACIDAD, para categorizar la conducta de Greenson en el segundo caso y una actitud que entiendo apropiada se trabaje desde el enfoque terapéutico que se quiera. Este principio vendría a decir que el paciente debe ser atendido de manera prudente pero lo más veraz posible, dentro de la razonable firmeza que podamos tener en esos conocimientos, cuando inquiera sobre aspectos de su propia personalidad. Y esta intervención deberá ser antes descriptiva que interpretativa. Ya en un plano más comprometido con el enfoque relacional, diré que a menudo también me parece indicado responder a cuestiones que tienen que ver con mis propias opiniones o creencias sobre cuestiones fundamentales, como pueda ser mi orientación teórica en psicología y psicoanálisis al igual que, sin entrar en detalles, cuando se trata de religión o política, y entiendo que una buena disposición a la ayuda sólo puede partir de mantener posiciones moderadas y tolerantes en estos dominios. Ahora bien, con frecuencia es un ejercicio fecundo, incluso pasmoso, preguntar antes al paciente qué idea previa se hace él respecto a nuestra postura.
Los libros sobre técnica y la supervisión nunca serán el referente definitivo ni más importante que guíe nuestra labor, sino que – parafraseando de nuevo a mi amigo Alejandro Ávila - son las historias que vivimos con nuestros propios pacientes las que nos deben mover a la reflexión sobre la posición que ocupamos en nuestro trabajo y en qué medida somos sólo o principalmente instrumentos de una cura que opera desde la neutralidad o agentes de un proceso complejo que se despliega en un horizonte de relación, implicación y mutualidad. Aventurarnos más allá de la neutralidad y la abstinencia, con el debido respeto a la individualidad de nuestros pacientes y de nosotros mismos, no sólo no nos ha traído las nefastas consecuencias que algunos auguraban, sino que nos ha abierto un panorama de gran riqueza teórica, técnica y humana.
miércoles, 28 de abril de 2010
SOBRE EL 'ENACTMENT'
La reciente lectura de un magnífico artículo sobre el 'enactment', escrito por el colega chileno André Sassenfeld y publicado en la revista on-line Clínica e Investigación Relacional (2010, 4, 1, 142-181), me anima a escribir esta breve nota sobre un concepto relevante. Retomo también algunos contenidos de un artículo que publicó el colectivo de estudio con el que me reúno (GRITA) hace tres años, que trataba de la 'terceridad'.
Empezando por la propia traducción al castellano, en aquel momento propusimos 'acción o puesta en escena intersubjetiva' para 'enactment' que, como se observará, es una expresión un poco larga. Yo personalmente defendí 'puesta en acción' pero algún compañero me señaló la fácil confusión con el clásico 'acting-out'. De hecho después me encontré con un comentario de Otto Kernberg (2004, Controversias contemporáneas de las teorías psicoanalíticas) en el sentido de que el 'agieren' de Freud no se corresponde con 'acting out' sino con 'enactment'. No obstante, como se verá, una vez acuñado el 'acting-out' su significado es (radicalmente) diferente al del 'enactment' del análisis relacional contemporáneo. Sassenfeld propone 'escenificación' aunque utiliza con profusión el término directamente en inglés.
Pero ¿Qué entendemos por 'enactment'? Es una escena en la que el paciente "arrastra" al analista a actuaciones que hacen posible que paciente y analista vivan una experiencia de actualización intersubjetiva de las relaciones de objeto. Es una actuación, por ambas partes, espontánea y favorecedora del crecimiento. Es una escena breve y de intensa carga emocional, en la que ambos actúan, y que a posteriori adquiere un valor y sentido funcional al vínculo terapéutico y al proceso de cambio, sobre todo en la medida en que es reconocido y explorado por ambos en la mutualidad de experiencia que ha implicado.
A partir de los años setenta, con J. Sandler, se empieza a considerar el 'enactment' como un hecho inevitable en el trabajo clínico, necesario para la creación de una relación de vínculo, sin por ello perder la neutralidad analítica. Si el paciente propone un rol y el analista no lo actúa, se corta un proceso de forma prematura, lo que es también una actuación de represión, restricción o prohibición del analista. Así pues, haga lo que haga el analista, siempre actúa, escenificando sus propias relaciones internas. El analista es siempre alguien que participa, actúa y luego intenta explicar algo de lo que ha ocurrido entre los dos. Se cuestiona así la idea de un analista que interpreta una realidad en el paciente, desde fuera.
Una mujer de 24 años, acude a consulta con una terapeuta, en plena crisis de ansiedad y muy perdida en muchos aspectos. El comportamiento de padres y hermanos parece de estilo límite. En su casa gritan mucho y le dicen que es una histérica.
Al cabo de unos meses llega a la sesión y comenta a la terapeuta: "Tengo que decirte que ya no grito en casa."
T: ¿Y eso?
P: Por algo que me dijiste tú y me hizo pensar.
T: ¿Yo dije algo? (la terapeuta no sabe a qué se refiere).
P: Fue un comentario de pasada. No sé de que qué hablábamos y dije que gritaba y me decían que era una histérica descontrolada y yo me sentía fatal. Me preguntaste: ¿Y por qué gritas tanto? Y te dije que porque no me encuchaban. Cuando me fui me vino eso a la cabeza y estuve pensando que daba igual que gritara o no porque no me escuchan en cualquier caso y decidí no gritar, porque no sirve de nada. Ahora ya no me pongo como una histérica. (Sonríe satisfecha).
T: Está bien, muy bien, mejor así.
Este ejemplo tiene la ventaja de no referirse a una situación de emocionalidad extrema, sino que podría haber pasado desapercibida de no haber sido por el efecto posterior. La escenificación se diferencia del 'acting-out' en que se refiere a una relación interpersonal más bien sutil, y no a un comportamiento impulsivo unilateral. La paciente provoca en la terapeuta una respuesta - la terapeuta la escucha - algo que no consigue de su familia, aunque no propiamente gritando, sino hablando de sus gritos. Lograr el interés del otro, algo que en algún momento del pasado perdió, le permite superar un estilo poco efectivo.
Empezando por la propia traducción al castellano, en aquel momento propusimos 'acción o puesta en escena intersubjetiva' para 'enactment' que, como se observará, es una expresión un poco larga. Yo personalmente defendí 'puesta en acción' pero algún compañero me señaló la fácil confusión con el clásico 'acting-out'. De hecho después me encontré con un comentario de Otto Kernberg (2004, Controversias contemporáneas de las teorías psicoanalíticas) en el sentido de que el 'agieren' de Freud no se corresponde con 'acting out' sino con 'enactment'. No obstante, como se verá, una vez acuñado el 'acting-out' su significado es (radicalmente) diferente al del 'enactment' del análisis relacional contemporáneo. Sassenfeld propone 'escenificación' aunque utiliza con profusión el término directamente en inglés.
Pero ¿Qué entendemos por 'enactment'? Es una escena en la que el paciente "arrastra" al analista a actuaciones que hacen posible que paciente y analista vivan una experiencia de actualización intersubjetiva de las relaciones de objeto. Es una actuación, por ambas partes, espontánea y favorecedora del crecimiento. Es una escena breve y de intensa carga emocional, en la que ambos actúan, y que a posteriori adquiere un valor y sentido funcional al vínculo terapéutico y al proceso de cambio, sobre todo en la medida en que es reconocido y explorado por ambos en la mutualidad de experiencia que ha implicado.
A partir de los años setenta, con J. Sandler, se empieza a considerar el 'enactment' como un hecho inevitable en el trabajo clínico, necesario para la creación de una relación de vínculo, sin por ello perder la neutralidad analítica. Si el paciente propone un rol y el analista no lo actúa, se corta un proceso de forma prematura, lo que es también una actuación de represión, restricción o prohibición del analista. Así pues, haga lo que haga el analista, siempre actúa, escenificando sus propias relaciones internas. El analista es siempre alguien que participa, actúa y luego intenta explicar algo de lo que ha ocurrido entre los dos. Se cuestiona así la idea de un analista que interpreta una realidad en el paciente, desde fuera.
Una mujer de 24 años, acude a consulta con una terapeuta, en plena crisis de ansiedad y muy perdida en muchos aspectos. El comportamiento de padres y hermanos parece de estilo límite. En su casa gritan mucho y le dicen que es una histérica.
Al cabo de unos meses llega a la sesión y comenta a la terapeuta: "Tengo que decirte que ya no grito en casa."
T: ¿Y eso?
P: Por algo que me dijiste tú y me hizo pensar.
T: ¿Yo dije algo? (la terapeuta no sabe a qué se refiere).
P: Fue un comentario de pasada. No sé de que qué hablábamos y dije que gritaba y me decían que era una histérica descontrolada y yo me sentía fatal. Me preguntaste: ¿Y por qué gritas tanto? Y te dije que porque no me encuchaban. Cuando me fui me vino eso a la cabeza y estuve pensando que daba igual que gritara o no porque no me escuchan en cualquier caso y decidí no gritar, porque no sirve de nada. Ahora ya no me pongo como una histérica. (Sonríe satisfecha).
T: Está bien, muy bien, mejor así.
Este ejemplo tiene la ventaja de no referirse a una situación de emocionalidad extrema, sino que podría haber pasado desapercibida de no haber sido por el efecto posterior. La escenificación se diferencia del 'acting-out' en que se refiere a una relación interpersonal más bien sutil, y no a un comportamiento impulsivo unilateral. La paciente provoca en la terapeuta una respuesta - la terapeuta la escucha - algo que no consigue de su familia, aunque no propiamente gritando, sino hablando de sus gritos. Lograr el interés del otro, algo que en algún momento del pasado perdió, le permite superar un estilo poco efectivo.
martes, 16 de marzo de 2010
TRANSFERENCIA Y RESISTENCIA
“La posibilidad de que el otro tenga razón es el alma de la hermenéutica” (Hans Georg Gadamer).
En 1914 (Historia del Movimiento Psicoanalítico) Freud planteó ciertos criterios de delimitación entre lo que es y lo que no es psicoanálisis. Dijo que el psicoanálisis es una tentativa por hacer comprensibles dos hechos: la transferencia y la resistencia. Toda investigación que reconozca estos dos hechos, añade, será psicoanálisis aunque alcance resultados diferentes a los del fundador. Es de suponer que igualmente habría que incluir el postulado del psiquismo inconsciente y la teoría sexual de las neurosis.
Desde la perspectiva clásica, la “transferencia” es el fenómeno consistente en trasladar las imágenes o representaciones del pasado, y las emociones asociadas, a la relación actual. Dicho fenómeno ha sido tomado en la práctica, de forma más o menos explícita, como la producción por parte del paciente de una representación errónea de la realidad, más aún (véase el “Caso Dora”), como una equivocación de ‘la’ paciente en contraste con la representación correcta del analista varón. Analista y paciente, “entes flotantes” que se influyen sin entrar en relación (Ávila). Cuando se sustituye el modelo cartesiano subyacente por la idea de que lo que la persona actúa en la práctica son esquemas de funcionamiento (externos) y no imágenes (internas), hay que proclamar que los esquemas se activan y no se trasfieren.
¿Qué hacemos entonces? ¿Eliminamos el concepto, simple y llanamente? Opino que no vamos a cambiar de forma radical e inmediata los hábitos de expresión que nos llevan a hablar frecuentemente de “transferencia”, al igual que de “contratransferencia” y de “resistencia”; bastante tenemos si logramos ver algo claro a través de la maraña. Quizá sea más sugerente afirmar que la transferencia es una forma de organizar el presente según la experiencia del pasado (Velasco, Coderch), en el campo de interacción entre, básicamente, terapeuta y paciente, sin olvidar las relaciones externas a la sesión analítica. Igualmente creo que seguiremos empleando el término “transferencia” cuando más rígido sea el estilo relacional del paciente: el objeto externo es tratado como un objeto interno o, mejor dicho, la persona con la que nos relacionamos ahora es tratada siguiendo los patrones que utilizábamos en el pasado con otras, sin atender a las variaciones ostensibles.Por tanto, la interpretación de la transferencia, en la situación analítica, no es suficiente para producir un cambio, es necesario que la relación con el terapeuta se desarrolle hasta convertirse en una relación real entre dos personas (Fairbairn). La tarea del analista es paradójica, no consiste en aceptar o en rechazar el ser un objeto, sino en aprender del paciente cómo convertirse en un objeto utilizable por él (Winnicott).¿Quiere esto decir que no hay que interpretar la transferencia? Seguramente lo que significa es que hay diferentes formas de transferencia. A parte de advertir que puede ser más rígida o más flexible, resultará útil la distinción de Killingmo entre transferencia de conflicto y transferencia de déficit. La primera sería aproximadamente equivalente a la transferencia freudiana – inconsciente, reprimida e interpretable -, mientras que la transferencia por déficit no está cargada con un contenido representacional específico, hace referencia a la repetición de necesidades dirigidas hacia objetos cuyas representaciones no han sido internalizadas. Posiblemente la transferencia a la que se refieren preferentemente Fairbairn y Winnicott, de especial relevancia para el paradigma relacional, es la que se sustenta en el déficit.Por otra parte, para interpretar correctamente un texto es preciso hacer transparente la propia situación hermenéutica, para que nuestros “prejuicios ilustrados” no actúen de forma imperceptible y oculten el texto. La interpretación se integra en un círculo, el círculo hermenéutico, dirá Gadamer, pues todo entender está condicionado por una historia previa del diálogo, por una motivación o un “prejuicio”, que debemos entender como un juicio previo, inevitable, no obligatoriamente en un sentido peyorativo. No existe una comprensión pura y objetiva del sentido. En todo intento de entender nos incluimos ya a nosotros mismos, pero el entender es siempre la continuación de un diálogo que ya había comenzado antes de que llegáramos nosotros.La transferencia, como ya se puede suponer, debe dejar de considerarse un fenómeno exclusivo del paciente, que se proyecta, por decirlo así, entero sobre el terapeuta. Estamos hablando más bien del espacio analítico, un área intermedia entre la realidad de quien es el terapeuta y las proyecciones y fantasías del paciente, pero que también es un campo co-creado por ambos. Este campo puede ser usado como espacio de juego y creación de una nueva relación. Seguramente un paso decisivo para llegar a esta concepción relacional fue la recuperación del concepto de “contratransferencia”, a partir de los años cincuenta, gracias a un importante artículo de Paula Heimann, reconociendo que la contratransferencia del analista es parte esencial de la relación analítica.Pasemos ahora a la resistencia. El término “resistencia”, si se piensa sólo en la resistencia del paciente, es una justificación del punto de vista del analista. La resistencia es una evitación o la interferencia en el aquí y ahora del allí y entonces. Este punto de vista, incorporando la necesidad de comprender tanto el pasado como el presente, ha llevado a algunos pensadores contemporáneos a proponer que es la resistencia, y no la transferencia, la que es co-construida. La mejor forma de evitar una influencia coercitiva no es eliminar los propios valores y visión de la realidad, sino hacerlos lo más explícitos posible. El objetivo del tratamiento analítico es, dice Renik, proporcionar un beneficio terapéutico aumentando la autoconciencia del paciente. Por lo tanto, resistencia será todo aquello que interfiera con este incremento de la autoconciencia. Sugiere también Renik que para que la interpretación de la resistencia sea una auténtica técnica de comprobación de hipótesis, se debe dirigir a hechos observacionales, que estén igualmente disponibles para paciente y terapeuta y en los que ambos estén de acuerdo. Es una tarea científica común a ambos. Pero, mucha atención, una de las resistencias más formidables es la de un análisis sin dirección: el paciente dice lo que le viene a la mente y el analista le ofrece sus reflexiones, pero sin que ninguno de los dos se plantee hacia donde va el proceso. El análisis es una tarea dirigida a fines (el aumento de la autoconciencia).Cuando la resistencia está asentada de forma predominante en el paciente conviene, no obstante, valorarla desde una respectiva relacional. Bromberg, traduce la resistencia del paciente de esta manera:“Estoy aquí porque tengo problemas, pero no necesito que se me salves de estos problemas, aunque lo parezca. Sin embargo, tengo toda la esperanza de que intentes “curarme” y haré todo lo posible por que fracases. No tengo una enfermedad, soy mi enfermedad y no te permitiré que me cures de ser quien soy”.Al analizar la resistencia, añade Bromberg, no nos dirigimos a “contenidos” de la mente sino de la estructura disociativa de la mente como tal (“yo” y “no yo”), a esto es a lo que se dirige fundamentalmente la resistencia la mayor parte del tiempo de tratamiento. Esta idea me hace pensar que la resistencia tiene más que ver con la patología del carácter, y así entendemos el consejo de Wilhelm Reich de que el análisis de las resistencias debe preceder al de los “significados”. La resistencia de carácter es indirecta: cortesía, sumisión, etc.; no se expresa en el contenido del material sino formalmente, en la afectación general típica, en la forma de hablar, de andar, en la mímica y en las maneras y hábitos peculiares.Conservemos o desechemos los términos tradicionales del psicoanálisis, como transferencia y contratransferencia, desde el psicoanálisis relacional se están acuñando conceptos nuevos que, como herramientas teóricas, permitirán acceder y desarrollar la relación terapeuta-paciente. Conceptos como “enactment”, “momentos ahora”, “responsividad”, “mutualidad”, “terceridad” forman parte de esta nueva panoplia técnica que ahora me limito a nombrar.
En 1914 (Historia del Movimiento Psicoanalítico) Freud planteó ciertos criterios de delimitación entre lo que es y lo que no es psicoanálisis. Dijo que el psicoanálisis es una tentativa por hacer comprensibles dos hechos: la transferencia y la resistencia. Toda investigación que reconozca estos dos hechos, añade, será psicoanálisis aunque alcance resultados diferentes a los del fundador. Es de suponer que igualmente habría que incluir el postulado del psiquismo inconsciente y la teoría sexual de las neurosis.
Desde la perspectiva clásica, la “transferencia” es el fenómeno consistente en trasladar las imágenes o representaciones del pasado, y las emociones asociadas, a la relación actual. Dicho fenómeno ha sido tomado en la práctica, de forma más o menos explícita, como la producción por parte del paciente de una representación errónea de la realidad, más aún (véase el “Caso Dora”), como una equivocación de ‘la’ paciente en contraste con la representación correcta del analista varón. Analista y paciente, “entes flotantes” que se influyen sin entrar en relación (Ávila). Cuando se sustituye el modelo cartesiano subyacente por la idea de que lo que la persona actúa en la práctica son esquemas de funcionamiento (externos) y no imágenes (internas), hay que proclamar que los esquemas se activan y no se trasfieren.
¿Qué hacemos entonces? ¿Eliminamos el concepto, simple y llanamente? Opino que no vamos a cambiar de forma radical e inmediata los hábitos de expresión que nos llevan a hablar frecuentemente de “transferencia”, al igual que de “contratransferencia” y de “resistencia”; bastante tenemos si logramos ver algo claro a través de la maraña. Quizá sea más sugerente afirmar que la transferencia es una forma de organizar el presente según la experiencia del pasado (Velasco, Coderch), en el campo de interacción entre, básicamente, terapeuta y paciente, sin olvidar las relaciones externas a la sesión analítica. Igualmente creo que seguiremos empleando el término “transferencia” cuando más rígido sea el estilo relacional del paciente: el objeto externo es tratado como un objeto interno o, mejor dicho, la persona con la que nos relacionamos ahora es tratada siguiendo los patrones que utilizábamos en el pasado con otras, sin atender a las variaciones ostensibles.Por tanto, la interpretación de la transferencia, en la situación analítica, no es suficiente para producir un cambio, es necesario que la relación con el terapeuta se desarrolle hasta convertirse en una relación real entre dos personas (Fairbairn). La tarea del analista es paradójica, no consiste en aceptar o en rechazar el ser un objeto, sino en aprender del paciente cómo convertirse en un objeto utilizable por él (Winnicott).¿Quiere esto decir que no hay que interpretar la transferencia? Seguramente lo que significa es que hay diferentes formas de transferencia. A parte de advertir que puede ser más rígida o más flexible, resultará útil la distinción de Killingmo entre transferencia de conflicto y transferencia de déficit. La primera sería aproximadamente equivalente a la transferencia freudiana – inconsciente, reprimida e interpretable -, mientras que la transferencia por déficit no está cargada con un contenido representacional específico, hace referencia a la repetición de necesidades dirigidas hacia objetos cuyas representaciones no han sido internalizadas. Posiblemente la transferencia a la que se refieren preferentemente Fairbairn y Winnicott, de especial relevancia para el paradigma relacional, es la que se sustenta en el déficit.Por otra parte, para interpretar correctamente un texto es preciso hacer transparente la propia situación hermenéutica, para que nuestros “prejuicios ilustrados” no actúen de forma imperceptible y oculten el texto. La interpretación se integra en un círculo, el círculo hermenéutico, dirá Gadamer, pues todo entender está condicionado por una historia previa del diálogo, por una motivación o un “prejuicio”, que debemos entender como un juicio previo, inevitable, no obligatoriamente en un sentido peyorativo. No existe una comprensión pura y objetiva del sentido. En todo intento de entender nos incluimos ya a nosotros mismos, pero el entender es siempre la continuación de un diálogo que ya había comenzado antes de que llegáramos nosotros.La transferencia, como ya se puede suponer, debe dejar de considerarse un fenómeno exclusivo del paciente, que se proyecta, por decirlo así, entero sobre el terapeuta. Estamos hablando más bien del espacio analítico, un área intermedia entre la realidad de quien es el terapeuta y las proyecciones y fantasías del paciente, pero que también es un campo co-creado por ambos. Este campo puede ser usado como espacio de juego y creación de una nueva relación. Seguramente un paso decisivo para llegar a esta concepción relacional fue la recuperación del concepto de “contratransferencia”, a partir de los años cincuenta, gracias a un importante artículo de Paula Heimann, reconociendo que la contratransferencia del analista es parte esencial de la relación analítica.Pasemos ahora a la resistencia. El término “resistencia”, si se piensa sólo en la resistencia del paciente, es una justificación del punto de vista del analista. La resistencia es una evitación o la interferencia en el aquí y ahora del allí y entonces. Este punto de vista, incorporando la necesidad de comprender tanto el pasado como el presente, ha llevado a algunos pensadores contemporáneos a proponer que es la resistencia, y no la transferencia, la que es co-construida. La mejor forma de evitar una influencia coercitiva no es eliminar los propios valores y visión de la realidad, sino hacerlos lo más explícitos posible. El objetivo del tratamiento analítico es, dice Renik, proporcionar un beneficio terapéutico aumentando la autoconciencia del paciente. Por lo tanto, resistencia será todo aquello que interfiera con este incremento de la autoconciencia. Sugiere también Renik que para que la interpretación de la resistencia sea una auténtica técnica de comprobación de hipótesis, se debe dirigir a hechos observacionales, que estén igualmente disponibles para paciente y terapeuta y en los que ambos estén de acuerdo. Es una tarea científica común a ambos. Pero, mucha atención, una de las resistencias más formidables es la de un análisis sin dirección: el paciente dice lo que le viene a la mente y el analista le ofrece sus reflexiones, pero sin que ninguno de los dos se plantee hacia donde va el proceso. El análisis es una tarea dirigida a fines (el aumento de la autoconciencia).Cuando la resistencia está asentada de forma predominante en el paciente conviene, no obstante, valorarla desde una respectiva relacional. Bromberg, traduce la resistencia del paciente de esta manera:“Estoy aquí porque tengo problemas, pero no necesito que se me salves de estos problemas, aunque lo parezca. Sin embargo, tengo toda la esperanza de que intentes “curarme” y haré todo lo posible por que fracases. No tengo una enfermedad, soy mi enfermedad y no te permitiré que me cures de ser quien soy”.Al analizar la resistencia, añade Bromberg, no nos dirigimos a “contenidos” de la mente sino de la estructura disociativa de la mente como tal (“yo” y “no yo”), a esto es a lo que se dirige fundamentalmente la resistencia la mayor parte del tiempo de tratamiento. Esta idea me hace pensar que la resistencia tiene más que ver con la patología del carácter, y así entendemos el consejo de Wilhelm Reich de que el análisis de las resistencias debe preceder al de los “significados”. La resistencia de carácter es indirecta: cortesía, sumisión, etc.; no se expresa en el contenido del material sino formalmente, en la afectación general típica, en la forma de hablar, de andar, en la mímica y en las maneras y hábitos peculiares.Conservemos o desechemos los términos tradicionales del psicoanálisis, como transferencia y contratransferencia, desde el psicoanálisis relacional se están acuñando conceptos nuevos que, como herramientas teóricas, permitirán acceder y desarrollar la relación terapeuta-paciente. Conceptos como “enactment”, “momentos ahora”, “responsividad”, “mutualidad”, “terceridad” forman parte de esta nueva panoplia técnica que ahora me limito a nombrar.
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