miércoles, 26 de noviembre de 2025

Mentiras, Engaño y Destrucción: Dentro y Fuera de la Sesión Analítica


Rodriguez Sutil, C. (2025). Mentiras, engaño y destrucción: Dentro y fuera de la session analítica.

Clínica e Investigación Relacional, 19 (2): 432-449. [ISSN 1988-2939] [Recuperado de www.ceir.info ] 

Carlos Rodríguez Sutil


Resumen


Este artículo explora la intrincada dinámica de la verdad, el engaño y los mecanismos de defensa dentro y fuera de la sesión psicoanalítica, abogando por una perspectiva relacional e informada por el entorno. Distingue la renegación (Verleugnung) –un acto performativo de reconocer y negar simultáneamente la realidad– de la negación (Verneinung), un rechazo discursivo de lo reprimido. El autor introduce dos formas de verdad en el trabajo clínico: la verdad de conflicto, arraigada en las dinámicas intrapsíquicas, y la verdad de déficit, derivada del trauma del desarrollo externo, conceptualizada también como verdad como descubrimiento co-creada en terapia. La discusión se extiende a la "postverdad", vinculándola con el perspectivismo de Nietzsche mientras reafirma la existencia objetiva de la verdad a través de Wittgenstein. El texto critica los mecanismos de defensa freudianos innatos, proponiendo que el repertorio defensivo de la psique se aprende relacionalmente. Ejemplos clínicos ilustran cómo la falsa representación ambiental causa sufrimiento psicológico. El texto concluye enfatizando el papel esencial de reconocer el trauma concreto y externo para una hermenéutica de la confianza (Donna Orange, 2020), oponiéndose tanto al reduccionismo intrapsíquico como a la postverdad.


Palabras clave: Renegación, Verdad, Trauma, Relacional, Postverdad.


Abstract

Lies, Deception, and Destruction: Inside and Outside the Analytical Session


This paper explores the intricate dynamics of truth, deception, and defense mechanisms within and beyond the psychoanalytic session, advocating for a relational and environmentally informed perspective. It distinguishes disavowal (Verleugnung) – a performative act of acknowledging and simultaneously negating reality – from denial (Verneinung), a discursive rejection of the repressed. The author introduces two forms of truth in clinical work: truth of conflict, rooted in intrapsychic dynamics, and truth of deficit, stemming from external developmental trauma, also conceptualized as truth as discovery co-created in therapy. The discussion extends to "post-truth," linking it to Nietzsche's perspectivism while reaffirming the objective existence of truth through Wittgenstein. The paper critiques Freudian innate defense mechanisms, proposing the psyche's defensive repertoire is learned relationally. Clinical examples illustrate how environmental misrepresentation causes psychological suffering. The text concludes by emphasizing the essential role of acknowledging concrete, external trauma for a hermeneutics of trust (Donna Orange, 2020) opposing both intrapsychic reductionism and post-truth.


Keywords: Disavowal, Truth, Trauma, Relational, Post-truth.



Introducción


¿Qué es la verdad? A partir de este momento, en el contexto clínico, encontramos dos formas de verdad: la verdad de conflicto y la verdad de déficit. La primera está más estrechamente relacionada con la dinámica edípica de pulsiones, deseos y conflictos, situada en el inconsciente enunciativo, con predominio de la represión y mecanismos de defensa secundarios, un tema que ha sido el foco del psicoanálisis tradicional a lo largo de su historia, dominado por una perspectiva intrapsíquica. La segunda, la verdad de déficit, encuentra su contraparte esencial en algún tipo de elemento externo al discurso individual, en relación con el inconsciente procedimental —es decir, aquello que, aunque aprendido, nunca ha pasado por la conciencia— y que se caracteriza por el uso de mecanismos de defensa más primitivos, como la disociación y la renegación. Joan Coderch (2007, 2011) postula que el reconocimiento del déficit por parte de analistas prominentes ha sido el principal impulso para el cambio hacia el modelo relacional. El segundo tipo de verdad es el del trauma del desarrollo, que se descubre —y en un sentido estricto no se interpreta— a través del trabajo colaborativo de terapeuta y paciente.

Podemos definir la realidad como todo lo que existe, independientemente de nuestra conciencia. Constituye el mundo objetivo, gobernado por sus propias leyes y que se manifiesta fenomenológicamente. La verdad, por otro lado, se entiende generalmente como la correspondencia entre nuestros pensamientos (proposiciones) y la realidad. Las proposiciones se consideran verdaderas cuando se corresponden con la realidad que describen. Sin embargo, "verdad" sigue siendo uno de los conceptos más debatidos en la historia de la filosofía. Cuando se refiere a la citada correspondencia entre una proposición y un hecho, se denomina "verdad por correspondencia", vigente desde la escolástica y asumida por el empirismo y el positivismo lógico del siglo XX, con sus definiciones ostensivas, de la forma "esto es tal cosa". Una perspectiva más refinada examina el discurso de forma holística y busca la coherencia del sistema en la representación de la realidad: esto es tal cosa, distinto de aquello otro, pero parecido a esta tercera cosa. Sin embargo, existe una tercera forma de verdad: la verdad como descubrimiento (en griego aletheia). Esta forma de verdad se encuentra en el contexto relacional de la sesión terapéutica, donde surge una nueva comprensión entre dos individuos en relación. De hecho, una interpretación productiva o mutativa no solo se limita a la realidad subjetiva del paciente (en alemán Wirklichkeit) sino que también facilita su descubrimiento personal. La verdad revelada dentro de una relación terapéutica es también una entidad en principio construida —la verdad como construcción representa una de muchas formas posibles. Co-creada por paciente y terapeuta, su validez y durabilidad dependen de su coherencia con la verdad narrativa de las relaciones presentes y pasadas, pero también, en casos excepcionales, de su capacidad para alterar fundamentalmente esa coherencia, estableciendo un nuevo orden. En mi opinión, la verdad como descubrimiento entra en la categoría de la verdad de déficit.


La Postverdad y sus Antecedentes Filosóficos en el Perspectivismo y el Constructivismo Postmodernos



Si bien todas las emociones son inherentemente sociales, algunas lo manifiestan de manera más aguda. La culpa, un sentimiento matizado y culturalmente significativo, a menudo surge por acciones que, observadas con atención, no parecen justificar dicho sentimiento, mientras que paradójicamente puede estar  ausente en otras que sí justificarían la culpa. El comportamiento de Donald Trump después de las elecciones de 2020, proclamando la victoria mientras quedaban por ser contados millones de votos, ejemplifica la renegación (Verleugnung). Y no una simple negación (Verneinung). La negación, según Freud (1925h), es la operación por la que se rechaza algo que está reprimido, funcionando como un mecanismo del discurso; es como el momentáneo levantamiento de la represión gracias al añadido de la partícula negativa. En contraste, la renegación implica tanto acción como ejecución, reconociendo una realidad mientras se niegan simultáneamente sus implicaciones ("Te pego, pero te quiero"). Este mecanismo es prevalente en el comportamiento psicopático y, cuando se observa en figuras como Trump, la vergüenza que debiera provocar es proyectada sobre quienes exponen la verdad, a quienes se ridiculiza. La psicología social, o un psicoanálisis socialmente informado, debería dilucidar por qué un mecanismo tan flagrante es aceptado por millones de votantes.

Una capa adicional de complejidad surge al intentar definir el concepto contemporáneo de postverdad. Este término cobró prominencia durante la campaña presidencial del propio Trump en 2016 (McIntyre, 2018). La pregunta por la "postverdad" denota una preocupación con respecto a la proliferación de afirmaciones de verdad distorsionadas utilizadas para promover intereses personales o grupales, como en campañas electorales, o para lograr objetivos políticos, como ejemplifica la guerra contra Saddam Hussein y la campaña del Brexit en el Reino Unido. 

Los diccionarios generalmente la definen como un escenario donde los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y la creencia personal. No podemos avanzar sin señalar que la postverdad surge de un ambiente marcado por una tensión extrema y una violencia subyacente - tan bien descrita por Sue Grand (2023) - en la que todos podemos vernos implicados.

La fragilidad de la verdad en el mundo contemporáneo ha sido propiciada por el perspectivismo y el constructivismo postmoderno (McIntyre, 2016). Lyotard (1979), con su relevante aportación a la idea de lo “postmoderno”, no utiliza el perspectivismo o el constructivismo como categorías explícitas centrales en La Condición Postmoderna, pero su descripción de la crisis de los metarrelatos y el auge de una pluralidad de juegos de lenguaje y formas de legitimación del saber conduce inevitablemente a una concepción del conocimiento que es profundamente perspectivista y constructivista. En la era posmoderna, la verdad ya no es un absoluto trascendente, sino un producto contingente y siempre en disputa, limitado a contextos específicos.


La postura perspectivista de Friedrich Nietzsche se cita a menudo como antecedente del cuestionamiento de una verdad trascendente: "no hay verdades, sólo interpretaciones" y "la verdad es un error necesario para la vida", así como su texto de 1873 (Nietzsche, 2010), Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, donde expone la idea de que los individuos construyen sus "verdades" sobre la realidad a través de mitos y metáforas. Él afirma:

Si uno esconde un objeto detrás de un arbusto y luego lo localiza allí, tal búsqueda y descubrimiento apenas es encomiable. Esto, sin embargo, refleja la búsqueda y el descubrimiento de la "verdad" dentro del ámbito de la racionalidad. Si defino "mamífero" y luego, después de examinar un camello, declaro: "He aquí, un mamífero", se revela una verdad, pero posee un valor limitado. Es decir, es completamente antropomórfica, carece de cualquier aspecto que pueda considerarse "verdadero en sí mismo" o genuina y universalmente válido, independiente de la percepción humana. El investigador de tales verdades esencialmente busca transformar el mundo en una construcción humana, esforzándose por comprenderlo como algo similar a la humanidad, logrando así, en el mejor de los casos, una sensación de asimilación.

El perspectivismo de Nietzsche y otros filósofos posteriores ha sido el antecedente del perspectivismo posmoderno y la posición inestable de la Verdad, que, si no justifica, sí parece servir de excusa para la postverdad. Ante eso, prefiero la afirmación de Wittgenstein: Mentir existe, "pero mentir es un juego de lenguaje que requiere aprendizaje, como cualquier otro" (1945-49 a, I, §249, §250). "Solo es posible mentir cuando la verdad ya existe" (1931-48, §410; 1949, §310). De manera similar, Freud (1925h) argumenta que la negación (alemán: Verneinung) presupone la afirmación (Bejahung). La mayoría de nuestras interacciones sociales no se basan en el engaño. Para la mayoría de nuestras acciones, solo necesitamos considerar su significado 'aparente', ya que nuestra vida social se basa en gran medida en la confianza. Al menos por el momento. Como ya afirmó Morris Eagle (2003) hace algunos años, frente al giro posmoderno en el psicoanálisis, las dificultades señaladas por los nuevos teóricos en las teorías tradicionales no eliminan la necesidad de reconocer la existencia de la realidad psíquica del paciente, independientemente de las interpretaciones. También añadiría la realidad de las circunstancias traumáticas "externas".

Perspectivismo y constructivismo están estrechamente relacionados, a menudo vistos como dos caras de la misma moneda en la filosofía contemporánea. El perspectivismo de Nietzsche, que acabamos de analizar, sostiene que todo conocimiento y toda percepción están inherentemente ligados a la perspectiva única del observador, negando la posibilidad de una "verdad absoluta" o una "visión desde ningún lugar", propia de la teoría de la correspondencia y el objetivismo empirista. Cierta forma de "objetividad" se alcanza al considerar múltiples puntos de vista. El constructivismo, por su parte, es la teoría que explica cómo se forma el conocimiento: no se recibe pasivamente, sino que es activamente construido por el sujeto a través de sus interacciones y los marcos conceptuales que utiliza. Así, si el perspectivismo nos dice que siempre vemos el mundo desde un ángulo particular, el constructivismo describe el proceso por el cual, desde ese ángulo, creamos nuestra comprensión de la realidad. Ambos coinciden en que la verdad no es algo preexistente y universal que simplemente se descubre, sino un producto dinámico de la mente humana y su contexto ya sea individual o social.

Tengo la sospecha, que Lee McIntyre (2018, cap. 6) parece confirmar, de que el postmodernismo, creado por autores progresistas, ha sido un caldo de cultivo propicio para el crecimiento abigarrado de la postverdad, desde posiciones ultraconservadoras. McIntyre ve el posmodernismo como un "padrino" de la postverdad, no porque lo deseara, sino porque sus ideas sobre la relatividad de la verdad (perspectivismo) y la naturaleza construida del conocimiento (constructivismo) fueron cooptadas y distorsionadas para justificar la negación de hechos y la promoción de la desinformación con fines políticos.

Donnel B. Stern (2019), en un muy interesante trabajo, aborda la tensión entre la proliferación de la "postverdad" en la era Trump y la postura constructivista de la verdad en el psicoanálisis relacional, cuestionando si esta última socava la capacidad de rechazar las mentiras flagrantes. Explica que el constructivismo, arraigado en la hermenéutica, entiende la verdad no como una correspondencia objetiva preexistente, sino como algo dialógico y co-construido en la interacción. Aunque la realidad "está ahí", su significado simbólico emerge y se valida a través de la interpretación y la cultura. Stern refuta – o al menos lo intenta - la crítica de que el psicoanálisis relacional es relativista, afirmando que, si bien se rechaza el objetivismo, no es para abrazar un relativismo donde cualquier interpretación sea válida; la realidad impone restricciones a las formulaciones de significado.

La validez de las interpretaciones, incluso en la psicopatología, se da en un contexto relacional, donde los mecanismos de defensa se aprenden y donde el trauma ambiental juega un papel central. Stern critica la búsqueda de una "verdad objetiva" unívoca, argumentando que tal postura puede alimentar el dogmatismo y la opresión (racismo, clasismo), ya que permite a una visión dominar sobre otras. En cambio, propone que una sociedad más acostumbrada a la verdad construida colaborativamente —que se negocia y se co-crea— sería menos peligrosa. Concluye que el constructivismo es esencial tanto en la clínica como en la vida política y moral, permitiendo identificar y cuestionar nuestra participación en sistemas de opresión.

La interpretación o la construcción correcta, en una relación de mutualidad,  es la que provoca la reeducación emocional del paciente (y del terapeuta), que elimina los síntomas patológicos, y suscita asociaciones, recuerdos o impresiones que relanzan el proceso. Mitchell (1993) sugería con sagacidad que esta sensibilidad a la interpretación “correcta” está lejos de ser “ateórica”:

Abandonar la creencia en una Verdad analítica, única y objetiva (o en muchas verdades analíticas que se aproximan a una realidad, objetiva y singular) no conduce a un relativismo sin valores. Existe una cantidad infinita de formas de pintar un jarrón con flores, eso no quiere decir que todas ellas sean igualmente conmovedoras, que puedan hacerse acreedoras por igual de capturar y transformar la experiencia. (p. 65)


Pero ¿existe alguna forma de determinar cuál es la forma conmovedora – verdadera – del jarrón? Siento que nos quedamos encerrados en un laberinto sin salida en el que los mismos argumentos servirían para definir como obra de arte cualquier mamarracho. Pero, opino que la verdad exactamente no se “crea” en la conversación sino que “surge” en ella. Surge como algo nuevo, un descubrimiento superior a la aportación de cada uno de los interlocutores. Algo más allá. Porque no somos nosotros quienes construimos - o co-construimos - la verdad sino que es la verdad la que nos construye a nosotros (Heidegger, 1927). La verdad, entendida como el desocultamiento fundamental del ser, es lo que estructura nuestra experiencia y nuestra existencia. No es un acto de voluntad o creación individual, sino una dimensión fundamental de nuestro ser-en-el-mundo que nos configura. 

Posiblemente Jessica Benjamin (2018) se ha acercado a esta realidad con sus respectivos conceptos de terceridad. Para Benjamin, la terceridad es un espacio intersubjetivo co-creado que permite el reconocimiento mutuo y la capacidad de ambos sujetos para mantener la tensión entre la diferencia y la conexión. No es una tercera persona, un observador externo o una regla abstracta, sino una cualidad o experiencia de la relación que se genera cuando dos subjetividades interactúan, reconociéndose como sujetos separados pero iguales, capaces de influirse mutuamente y de compartir afectos e intenciones. La terceridad no es un estado fijo, sino un logro del desarrollo que comienza en las primeras interacciones madre-bebé (por ejemplo, en la mirada mutua). A lo largo del desarrollo, implica aprender a reconocer la subjetividad del otro y a tolerar los conflictos que surgen del encuentro con la diferencia. Benjamin también habla de una terceridad moral como un principio de respeto y acción que permite negociar las diferencias y abordar las fallas en el reconocimiento. En el caso del trauma, el analista, al mantener el tercero moral, actúa como un testigo de la experiencia del paciente, validando su realidad y su sufrimiento, especialmente cuando este no fue reconocido en su entorno original. Esto es fundamental para contrarrestar la disociación y la negación que a menudo acompañan al trauma.

Entiendo que la verdad del trauma es el punto de conexión con una verdad incuestionable, que se presenta en la acción de la mentira. Como bien mostró Derrida (2012, pp. 22-23) no existe la mentira sino el acto intencional de mentir, de mentir a otro, o a uno mismo como otro, con lo que se alude de forma implícita a la existencia de una verdad que se quiere ocultar, o, añado, de un acto intencional de decir la verdad, eludido. Veamos cómo Balint (1979), discípulo sobresaliente de Ferenczi, describe la formación de trauma.

1. Un niño depende de un adulto de confianza

2. Ese adulto demuestra ser indigno de confianza, mediante la sobreestimulación, la negligencia o el rechazo del niño

3. El niño trata de obtener alguna comprensión, reconocimiento y consuelo del propio adulto.

4. El adulto niega la perturbación, culpa al niño del trastorno y le niega la confianza

El cuarto momento corresponde con el acto de mentir. De mentir a un otro o a uno mismo como un otro. El niño percibe que sus sentimientos reactivos dolorosos no son bienvenidos o resultan lesivos para el cuidador y deben ser por tanto secuestrados defensivamente para poder conservar así un vínculo que le es necesario. Si el analista retoma esta temática y sigue refiriéndola solo a la dinámica deseante y pulsional del paciente, privada, sin que esa estrategia interpretativa vaya acompañada de alguna manera por reconocimiento del daño “real” sufrido por la persona, se arriesga a producir una retraumatización, aunque el paciente siga en terapia, y quizá a veces por eso sigue. 

La verdad que surge del diálogo, pero que puede llegar a ser trascendente a lo co-creado, a menudo aparecerá como enactment. El enactment es una escena interactiva y co-creada inconscientemente entre paciente y terapeuta, donde patrones relacionales pasados del paciente (y a veces del terapeuta) se actúan en el "aquí y ahora" de la sesión. Lejos de ser un fallo técnico o una actuación del paciente, el enactment se considera una oportunidad privilegiada para acceder a experiencias y conflictos implícitos que no pueden ser expresados verbalmente. A través de su reconocimiento y elaboración conjunta, estos patrones pueden ser comprendidos y transformados dentro del vínculo terapéutico. Recordemos que el enactment puede surgir también de la situación terapéutica como escena isomórfica (Levenson, 1972, 1983). Es decir, lo que ocurre en la díada analítica es, de alguna manera, una manifestación de lo que ocurre en otras relaciones significativas del paciente, que supera a la mera transferencia pues es actuado por terapeuta y paciente. Levenson enfatiza que el analista, al igual que el paciente, está inevitablemente inmerso en estos patrones, y que la comprensión de estos isomorfismos es crucial para el trabajo analítico. 


Revisión de los Mecanismos de Defensa: Renegación, Repudio; y el Aprendizaje Relacional



El rechazo o repudio (Verwerfung) y la renegación, o desmentida (Verleugnung), según la definición de Etcheverry (1978), son términos que Freud empleó en diferentes contextos. Su uso en su artículo Las neuropsicosis de defensa (1894a) y en su artículo sobre el Fetichismo (1927e) son particularmente ilustrativos. Suponen formas de manejar la representación y el afecto asociado. En las neurosis se reprime (Verdrängung) la representación y el afecto es desplazado a representaciones en principio neutras (neurosis obsesiva y fobia) o es transformado en inervaciones somáticas. En la psicosis se rechaza representación y afecto y ambos son puestos en el exterior. La renegación (desmentida), en cambio, implica un mecanismo complejo por el cual una realidad es simultáneamente reconocida y negada, específicamente para Freud la diferencia anatómica entre hombres y mujeres y, consecuentemente, la castración, lo que facilita la gratificación sexual perversa. Esta concurrencia paradójica de desmentida y afirmación depende de la activación de un tercer mecanismo, la escisión (Spaltung). Dicho de forma resumida, en la neurosis la escisión es exclusivamente interna, es la separación entre los dos procesos – consciente e inconsciente – subsecuentes a la represión primaria (Freud, 1940 e). Dicho de forma sintética – y por tanto, inexacta – en la psicosis la escisión se da entre el yo y el mundo, en la perversión es en partes (o momentos) de la realidad y en la neurosis la escisión es interna al yo .

Sin embargo, a diferencia de la visión clásica de los mecanismos de defensa como productos de deseos internos, postulamos que todo el proceso de la psique —entendido como comportamiento significativo— se adquiere y se reproduce dentro de contextos relacionales, inicialmente familiares y, posteriormente, sociales. Además, volviendo al ejemplo de Trump, esto puede evolucionar hacia una dinámica de masas, resonando con una parte sustancial de la población. 

Existen numerosos principios del pensamiento freudiano que resultan difíciles de conciliar con la perspectiva relacional, como es su concepción de cómo se desarrollan los mecanismos de defensa. Por ejemplo, cuando sugiere el papel significativo de las características innatas en la formación del yo, apoyando el siguiente argumento:

Esto se evidencia por el simple hecho de que los individuos seleccionan del repertorio de mecanismos de defensa, empleando habitualmente solo un conjunto limitado. (Freud, 1937a)

Frente a eso tenemos que objetar que los mecanismos defensivos surgen y se aprenden en el contexto familiar. Un artículo de Kohut (1957) sobre la resistencia proporciona ejemplos perspicaces de renegación y racionalización desde una perspectiva relacional. En particular, ilustra los métodos indirectos que los padres utilizan para imponer prohibiciones, como: "Es una suerte que a mi hijita no le gusten las galletas que le compramos a la abuela". En otro caso, a un niño se le llevaba rutinariamente a orinar cada vez que experimentaba una erección.

Nuestro interés está ahora en los mecanismos de defensa evolutivamente anteriores a la represión y al resto de los mecanismos neuróticos, aunque distintos de los psicóticos, que se articulan preferentemente en los trastornos de personalidad límite y narcisistas, así como en las perversiones. Pero eso no significa que cualquiera de nosotros no pueda usarlos. Es un hecho cotidiano la existencia de interpretaciones de la realidad incompatibles entre sí, fenómeno que no obligatoriamente genera un conflicto interno, a menudo facilitadas por racionalizaciones inconsistentes. Ejemplos:

Si te castigo, es por tu propio bien

Eso se solucionará solo

Una copa no me hará daño (dicho por un alcohólico)

A fin de mes, siempre uso mi tarjeta de crédito porque no me queda dinero

Ella grita, pero en el fondo le gusta.

Si sigo jugando, recuperaré lo que perdí


El extremo de la "creatividad negativa" en la desmentida se ejemplifica con lo que dijo una vez un preso en la cárcel: "No fue mi culpa, la culpa fue de la vieja por gritar".


Trauma, Intersubjetividad y los Límites de la Interpretación


La sugerencia de Lacan (1951/1970) respecto a la adaptación excesiva del paciente (ejemplificado por Dora) enuncia una de las principales escisiones en el psicoanálisis contemporáneo. Esta división se centra en nuestra aceptación matizada de la teoría de la seducción del joven Freud, como modo de explicación traumática,  dentro del psicoanálisis relacional y su ampliación posterior con el concepto de trauma del desarrollo. Una teoría que Freud (1950/1892–99) abandonaría poco después,  en una carta a su amigo Fliess (Carta 69, 21 de septiembre de 1897), donde escribió: "Ya no creo en mi neurotica (teoría de las neurosis) ". El rechazo de Freud a la teoría del trauma en favor de un enfoque en las dinámicas internas del deseo incestuoso llevaría finalmente, años después, a su ruptura definitiva con Ferenczi (1932; Jiménez Avello, 2024). A un lado de la división se encuentra esta orientación intrapsíquica; al otro, un enfoque psicoanalítico que rastrea tanto la patología como, de manera más amplia, la formación de la psique en el contexto de las dinámicas familiares e interpersonales. La crítica de Lacan a la adaptación, sin embargo, enfatiza las dinámicas internas del sujeto, quizás a costa de pasar por alto el sufrimiento traumático y la adaptación basada en la necesidad de sobrevivir en un entorno hostil.

En 2013, escribí un capítulo introductorio a la obra de Philip Bromberg (Rodríguez Sutil, 2013), quien amablemente respondió a mis correos. En ese intercambio, sugerí que el término "disociación" no se oponía propiamente a la represión según Freud, sino más bien a la escisión. Él no estuvo de acuerdo pues consideraba que ambos fenómenos eran absolutamente diferentes, y entiendo que la razón fundamental es que su perspectiva —compartida por la mayoría de los autores del enfoque relacional— sobre la disociación es ambiental, mientras que para Freud, la escisión (Spaltung) es otro mecanismo dentro de la dinámica intrapsíquica. Aceptando esa aclaración, mantengo la analogía entre ambos términos. Si la disociación ocurre, y según Bromberg (1998)  siempre lo hace en mayor o menor medida, es debido a un evento producido en el contexto interpersonal, algo similar a la "confusión de lenguas" de la que habló Ferenczi (1932), y que fue la causa de la escisión con Freud en el Congreso Psicoanalítico de Wiesbaden. 

Ahora, cuando entendemos que el malestar es causado por un trauma realmente producido por fallas en la tarea del cuidador, estamos otorgando una verdadera realidad a esa situación traumática, superando el perspectivismo y, por supuesto, la postverdad. Creo que este es el fundamento de la hermenéutica de la confianza de la que habló la difunta Donna Orange (2010, 2015, 2020), y una respuesta ética que toma en consideración la vulnerabilidad del otro. Esta ética tiene como fundamento, citando al filósofo francés Emmanuel Levinas: 'ceder a la mirada del otro'. La hermenéutica de la confianza se opone al rechazo de la verdad objetiva; sabemos que la mayoría de nuestros pacientes, si no todos, han sufrido algún tipo de trauma en su desarrollo, lo que produce angustia y vergüenza. Este desarrollo de la explicación en psicoanálisis, que se basa en una concepción de la verdad como descubrimiento, nos lleva a oponernos no solo a la explicación del trastorno por dinámicas privadas, sino también al rechazo de la verdad inherente a la posición perspectivista, al constructivismo estricto y, más aún, a la creación de la "postverdad".

Lacan (1958/1971) y Bion (1962), entre otros, están de acuerdo en esto: que el psicoanálisis no es tanto una búsqueda de curación como una búsqueda de la verdad. Desde hace algunos años, vengo sosteniendo la opinión de que nuestro objetivo principal es ayudar al paciente a ser más feliz o, como poco, menos infeliz. Pero nos encontramos obstáculos en esa tarea. Se ha dicho con gran sagacidad que a menudo las personas acuden a tratamiento porque su neurosis ha dejado de funcionar y quieren que se arregle (Levenson, 2012). Ahora bien, la mejoría en la terapia psicoanalítica solo ocurre si el paciente se enfrenta a su verdad.

El entorno juega un papel central en el trauma infantil y en el desarrollo de la patología del paciente. Anna —un caso descrito en el artículo de Stolorow, Orange y Atwood (2001)— nació en Budapest, donde, durante sus primeros años, soportó los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi. A la edad de cuatro años, su padre fue llevado a un campo de concentración, donde finalmente murió. Durante la sesión analítica, Anna de repente se dio cuenta de que nunca había aceptado la muerte de su padre. Recordó haberle entregado personalmente la citación para presentarse en el campo de concentración. En ese momento, saltaba de alegría, convencida de que le estaba dando algo muy importante. Más tarde, se sintió extremadamente culpable. Sin embargo, el núcleo de su conflicto residía en la insistencia persistente de su madre en que su padre seguía vivo, una forma de intentar protegerla. Su madre había negado de manera similar la realidad de la guerra en curso.

El trauma de Anna fue causado por la imposibilidad del duelo. Este trauma no fue infligido por una madre abusiva; más bien, fue causado por una madre "cuidadora" pero equivocada. La disociación reconcilió aspectos irreconciliables de su realidad. Si su padre seguía vivo, ¿por qué no regresó? Anna luchó con la culpa que surgía de esta inconsistencia, preguntándose por qué su madre se volvió a casar después de varios años si su padre supuestamente estaba vivo. Y otras paradojas.

Comenzamos por considerar el campo de interacción en el que emerge el individuo. Esto es lo que Stephen Mitchell (1993) denominó el campo intersubjetivo o la matriz relacional. Más que simplemente una forma de obtener o compartir experiencias, esta matriz es la precondición fundamental para cualquier experiencia.

El caso de Anna ilustra cómo la falsa representación de una situación política puede causar sufrimiento en diferentes etapas del desarrollo de una persona. Es relevante que la situación traumática se generó, incluso con 'las mejores intenciones', a saber, para prevenir el sufrimiento. Esto es aún más grave cuando tal falsa representación y el daño subsiguiente provienen de la misma persona destinada a aliviar el malestar, ya sea una madre o un terapeuta. Pero estos profesionales a menudo han podido causar iatrogenia, sin ir más lejos, en la peculiar circunstancia, descrita por Howell e Itzkowitz (2016), de muchos judíos que, habiendo sobrevivido a un sufrimiento indecible en campos de concentración nazis y que, después de la Segunda Guerra Mundial buscaron alivio en la consulta del psicoanalista. Paradójicamente, se encontraron con que el foco de la atención profesional no era el dolor reciente, sino los conflictos edípicos.


A modo de conclusión: La crisis de la sociedad occidental y la persistencia de las tendencias destructivas


Cuando dudamos de alcanzar una verdad sólida sobre la vida privada, sensaciones y sentimientos de los demás, se me ocurre pensar en la siguiente escena. Estamos en el Valladolid a comienzos del siglo XVI. La Inquisición española, más inclinada a quemar herejes que brujas (a diferencia de otras inquisiciones), tiene una pira lista en la Plaza Mayor. A menudo, el hereje era un "marrano", refiriéndose a alguien que practicaba el criptojudaísmo (manteniendo tradiciones y creencias judías en secreto) y que su adhesión al cristianismo era superficial o fingida (Cf. Caro Baroja, 1996). Esta atribución era una forma de estigmatización que justificaba su persecución y discriminación social. Mientras las llamas empiezan a quemar al hereje y el olor a carne quemada comienza a extenderse, me acerco discretamente a él y le digo: "¿Cómo puedo saber si realmente estás sufriendo?"

Tal vez sea cuestión de mi edad, pero me siento cada vez más pesimista sobre el futuro de nuestra sociedad occidental. Me he topado con gente perfectamente normal y sensata que seguía decidida a apoyar a grupos de extrema derecha en las elecciones, diciéndome que están hartos de la corrupción política y que nadie intenta resolver los problemas fundamentales. Y también he conocido a personas con tendencias liberales que están decepcionadas por la falta de propuestas convincentes de los grupos progresistas y han decidido no votar. Esto me hace pensar en la fábula de las ranas que pidieron un rey a Júpiter:

Érase una vez, una comunidad de ranas que vivía libremente en un estanque tranquilo. Aunque tenían paz, se inquietaron y se quejaron de que la vida sin un gobernante era aburrida y sin rumbo. Así, alzaron sus voces a Júpiter y le rogaron un rey. Deseando enseñarles una lección de humildad, Júpiter dejó caer un pesado tronco en sus aguas. Al principio, el chapoteo las hizo zambullirse en busca de refugio. Pero pronto, se dieron cuenta de que el "rey" estaba sin vida —silencioso, inmóvil y completamente inofensivo. Decepcionadas por su pasividad, las ranas se atrevieron a pedirle una vez más al dios: "Danos un verdadero gobernante", gritaron, "¡uno que nos guíe e inspire!" Esta vez, Júpiter les envió una cigüeña. Las ranas se regocijaron —hasta que el pájaro comenzó a devorarlas una por una. Horrorizadas, suplicaron piedad, rogando a Júpiter que retirara al monarca mortal. Pero el dios solo respondió: "Pedisteis un gobernante. Ahora vivid con lo que habéis recibido".

El éxito de estas tendencias destructivas en los seres humanos y, por extensión, entre las masas de seguidores, no se explica fácilmente. Edgar Levenson (2012) propone la alegría de "hacer estallar cosas" como una explicación (o quizás falta de explicación) para un tipo de resistencia pertinaz en la psicoterapia, y cita un párrafo de la obra de Dostoievski (1961), Memorias del subsuelo, expresado en forma de pregunta:

¿Y qué te hace estar tan seguro, tan convencido de que sólo lo normal y lo positivo, es decir, sólo lo que promueve el bienestar del hombre, le es ventajoso? ¿No puede la razón también equivocarse sobre lo que es ventajoso? ¿Por qué al hombre no le pueden gustar cosas distintas a su bienestar? Quizá le guste el sufrimiento tanto. Quizá el sufrimiento le sea tan ventajoso como el bienestar. De hecho, ¡el hombre adora el sufrimiento! ¡Apasionadamente! (p. 117).

La exploración de la verdad en sus diversas facetas —de conflicto, de déficit y como descubrimiento—, junto con el análisis de la postverdad y los mecanismos de defensa relacionalmente aprendidos, nos obliga a repensar los fundamentos de la práctica psicoanalítica. Este recorrido subraya la insuficiencia de una perspectiva puramente intrapsíquica para abordar la complejidad del trauma, especialmente el que surge de fallas relacionales tempranas y la distorsión de la realidad ambiental. La hermenéutica de la confianza y el reconocimiento de una realidad traumática concreta se erigen como pilares éticos y técnicos indispensables, en oposición a un relativismo que podría justificar la negación de los hechos y la perpetuación del sufrimiento.

En última instancia, el psicoanálisis -relacional o no- no busca, ni debe buscar,  la sanación individual, sino que debe asumir y habitualmente asume una dimensión ética y social. Al validar la experiencia subjetiva del paciente y confrontar las verdades que aparecen en el espacio intersubjetivo —incluso las más dolorosas—, la terapia se convierte en un agente de cambio que trasciende la dinámica privada. En un panorama social marcado por la polarización, la negación y la persistencia de patrones destructivos, el rigor en la búsqueda de la verdad compartida y el compromiso con la vulnerabilidad del otro son fundamentales para construir relaciones más auténticas y fomentar una sociedad menos propensa al autoengaño y la iatrogenia.


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