Comentando recientemente la figura de Eric Erikson manifesté mi opinión de que se trata de un autor injustamente relegado durante mucho tiempo, cuando en realidad realizó aportaciones de gran valor para la práctica psicoanalítica. a parte de su descripción completa desde una perspectiva evolutiva de todo el ciclo vital, con observaciones pertinentes, también hay que destacar su referencia al sentimiento de vergüenza y su elaboración del concepto de identidad, para mi gusto lo más original de su trabajo. Reproduzco a continuación un breve artículo que dediqué hace cinco años a clarificar un aspecto de su biografía personal.
Rodríguez Sutil, C. (2008). Erik Erikson: el hombre que se hizo a sí mismo. Clínica e Investigación Relacional, 2 (2): 354-357. [ISSN 1988-2939] [http://www.psicoterapiarelacional.es/CeIRREVISTAOnline/CEIRPortada/tabid/216/Default.aspx].
Resumen
Una de las aportaciones más destacadas de Erik H. Erikson al psicoanálisis son sus conceptos de identidad y crisis de identidad. Sin embargo, su propio nombre supone un enigma respecto a la identidad. En este breve artículo se aporta una idea para intentar aclarar dicho enigma.
Abstract
One of the main contributions by Erik H. Erikson to psychoanalysis are his conceptions about identity and identity crisis. Notwithstanding, his own name entails an identity enigma. This brief article is intended to provide an idea in order to clarify that enigma.
C. George Boeree (2006), en su obra sobre teorías de la personalidad, ofrece una breve biografía de Erik Erikson. Allí se informa de que pasó a llamarse oficialmente así cuando se le concedió la ciudadanía norteamericana, y añade “nadie sabe por qué escogió este nombre”. Anteriormente se había llamado Erik Salomonsen, hasta los siete años, y Erik Homburger, después. El objetivo de la presente nota es intentar dar una respuesta plausible al interrogante de por qué asumió la identidad de Erik Erikson. Para ello nos apoyaremos en la hipótesis de que toda teoría psicológica y, también, psicoanalítica, es un reflejo o retrato, por lo menos en parte, de la personalidad del propio sujeto teorizador. Dime qué postulas y te diré quién eres, o de qué careces.
Erikson es conocido y reconocido como el principal introductor del concepto de identidad y su correlato, crisis de identidad, en la teoría psicoanalítica y también como antecedente de la psicología del yo norteamericana. Otto Kernberg (2006) recientemente destaca la relevancia de su aportación, pues el síndrome de difusión de la identidad caracteriza a todos los trastornos severos de la personalidad.
El sentimiento continuo de tener una identidad personal, según Erikson (1959, p. 23) se fundamenta en dos observaciones simultáneas: la percepción inmediata de la propia mismidad y su continuidad en el tiempo; y la percepción simultanea del hecho de que los otros reconocen la propia mismidad y continuidad. La identidad del yo se forma a partir de la integración de todas las identificaciones, pero el conjunto es cualitativamente diferente de la suma de sus partes (p. 90). No me detendré ahora en el fundamento epistemológico de estas dos facetas, pero “la propia mismidad” ya es un concepto problemático como elemento estable y preciso desde la época de Hume y, considero, sólo puede formarse y mantenerse después gracias al reconocimiento externo de los otros.
Pero Erikson no debió alcanzar con facilidad el concepto de su propia identidad personal. En su libro Historia personal y circunstancia histórica (1979) comenta que no recuerda bien cuándo empezó a utilizar los conceptos de “identidad” y “crisis de identidad”, aunque le parecen arraigados de forma natural en sus experiencias de emigración, inmigración y americanización (1979, p. 48). Sin embargo, en este mismo libro se nos proporciona información que permite inferir la existencia de crisis de identidad en edades más tempranas. Así leemos:
Durante toda mi primera infancia me ocultaron el hecho de que mi madre se había casado anteriormente; y de que yo era el hijo de un danés que la había abandonado antes de mi nacimiento. Al parecer consideraban que dicho ocultamiento no sólo era viable (ya que entonces no se creía que los niños pudieran saber lo que no se les decía) sino conveniente, de modo que yo pudiera sentir enteramente que su hogar era también el mío. Como todos los niños, acepté este juego y me olvidé más o menos de aquel período anterior a los tres años, cuando mi madre y yo vivíamos solos.”
(...) Mi padrastro era el único profesional de una familia pequeño-burguesa de profunda tradición judía, mientras yo (que procedía de un medio escandinavo mezclado racialmente) era rubio y de ojos azules y crecía escandalosamente. No habría de pasar mucho tiempo antes de que empezaran a llamarme “goy” en la sinagoga de mi padrastro; mientras que, a su vez, para mis compañeros de clase yo era un “judío”. (pp. 28-29)
Anteriormente había afirmado que el niño debe derivar un sentido vital de la realidad a partir de la toma de conciencia de que su forma individual de dominar la experiencia (su síntesis yoica) es una variante válida de una identidad grupal, y está de acuerdo con su espacio-tiempo y con su plan de vida (1959, p. 22). Pero la situación personal que transmite, que recuerda la fábula de la lechuza y las palomas , no parece la más favorable para lograr esa síntesis yoica. La realidad, por tanto, debió de ser más dramática de lo que ese texto transmite.
El relato siguiente está tomado del artículo que publicó Guillermo Delahanty (2007) en un número anterior de esta misma revista, fuente a la que remitimos para una descripción más amplia, así como del texto de Boeree, ya citado. La madre de Erik, Karla Abrahamsen, residente en Copenhague en el seno de una familia judía conservadora, estuvo primero casada con Valdemar Isidor Salomonsen, pero el marido partió a América, huyendo de la justicia, sin siquiera consumar el matrimonio. El danés del que habla Erikson no sólo es que abandonara a la madre antes de su nacimiento, sino que sólo tuvo con ella una relación efímera, acaso una violación, al final de una fiesta de alto consumo alcohólico. Para ocultar el embarazo, la familia de Karla la envió a Frankfurt. Tras el nacimiento, la madre le puso un nombre de pila tan vikingo, y tan poco hebreo, como el de Erik. Tiempo después se casó con Theodor Homburger, médico pediatra, quien le dio su apellido al hijo y luego lo adoptó, de ahí procede la H que Erikson siempre conservaría.
Para explicar un episodio de su vida adulta, dice Delahanty que Erikson padeció una identificación proyectiva con su padre abandonador. Con los antecedentes reseñados, es fácil hipotetizar la aparición de una fuerte angustia provocada por la falta de la figura identificatoria paterna. ¿Cuándo? Posiblemente en la adolescencia y juventud.
Estamos de acuerdo con el propio Erikson en que durante la adolescencia, cuando se producen dudas sobre la propia identidad sexual y étnica, son frecuentes la delincuencia y los incidentes psicóticos (1959, p. 91). No se conocen muchos detalles sobre su primera juventud, salvo que hizo estudios de arte y llevó una vida bohemia y un tanto errante hasta que se estableció en Viena, a finales de los años veinte y primeros treinta, donde obtuvo su certificado como psicoanalista y se analizó con la propia Anna Freud.
Volvamos ahora al enigma que despertaba nuestro interés. Cuando Erikson estudia la vida de Mahatma Ghandi, escribe el siguiente párrafo:
Hubo una época en la que fue un niño con todas las limitaciones propias del desarrollo, y aun así el dicho “El niño es el padre del hombre” tiene un sentido particular para determinados hombres: para aquellos que se esfuerzan verdaderamente por llegar a ser sus propios padres, sin haber llegado aún a ser adultos (1979, 150).
Posiblemente al leer esto es cuando caí en la cuenta de que el nombre inventado “Erikson” quiere decir “hijo de Erik”, para lo cual no se necesita ser un filólogo consumado. Y, en la misma línea, “Erik Erikson” es lo mismo que decir “Erik hijo de Erik”. Que nuestro autor sustituyera mediante este artificio el vínculo paterno ausente y lograra un cierto consuelo narcisista ante la carencia parece, por tanto, más que probable. En definitiva, si el otro no me quiere, o me reconoce, me veo en la obligación de hacerlo yo mismo. Erikson se presentó simbólicamente como padre de sí mismo en la cultura norteamericana, para él nueva y promotora del self-made-man, y logró desarrollar una brillante carrera.
REFERENCIAS
Boeree, C.G. (2006). Personality Theories. ( http://webspace.ship.edu/cgboer/perscontents.html ).
Delahanty, G. (2007). Narcisismo e identidad: drama y tragedia de Erik H. Erikson. Clínica e Investigación Relacional, 1 (2), 433-440. [ISSN 1988-2939]
Erikson, E.H. (1979). Historia personal y circunstancia histórica. Madrid: Alianza (Orig. De 1975).
Kernberg, O. (2006). Ideentity: Recent findings and clinical implications. Psychoanalytic Quarterly, LXXV, 969-