Incluyo a continuación la crítica sobre el reciente libro de André Sassenfeld que acabamos de publicar Alejandro Ávila y yo en la revista on-line Clínica e Investigación Relacional.
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André Sassenfeld. (2012):
Principios Clínicos de la Psicoterapia Relacional
Editorial: Sodepsi, Santiago de Chile
Alejandro Ávila Espada y Carlos Rodríguez Sutil
Este libro que publica el colega chileno, André Sassenfeld, es una obra importante como aportación al acervo en castellano de los textos generales introductorios al pensamiento relacional, en psicoanálisis y en psicoterapia, comparable en muchos aspectos a los trabajos recientes de Joan Coderch, ya comentados en estas páginas. Estamos de acuerdo, por tanto, con la afirmación de Juan Francisco Jordán, profesor de la Universidad Pontificia de Chile, contenida en el prólogo, de que esta obra será de gran ayuda a todos los que enseñamos y practicamos el psicoanálisis relacional, aunque en esta reseña matizaremos algún desacuerdo o disensión, lógicos en obras tan extensas. Uno de los valores que indudablemente debe reconocérsele, en cualquier caso, es el de haber sabido integrar en una exposición unitaria, comprensible y comprensiva, casi todas las aportaciones teóricas y prácticas significativas en nuestro campo.
Conviene señalar que el autor ha evolucionado hacia el psicoanálisis relacional desde perspectivas poco frecuentes, con una primera formación en enfoques humanistas y en la psicología analítica jungiana. Por otra parte, es de destacar su interés por la filosofía alemana que lee en los textos originales pues su lengua materna es el alemán, lo que supone una fundamentación conceptual sólida del pensamiento relacional, próximo a la postura que mantienen desde hace tiempo autores intersubjetivos como Donna Orange y Robert Stolorow. El filósofo cuya obra le sirve de apoyo principal es Hans Georg Gadamer y su teoría hermenéutica, que expuso de forma plena en su obra publicada en 1960, Verdad y Método. Sassenfeld incluye un apéndice (I) que el lector podrá examinar con gran provecho.
Acaso la idea central que defiende Sassenfeld se contiene en el siguiente párrafo:
“…lo que constituye la experiencia individual no es el conflicto entre impulsos endógenos y defensas como en el psicoanálisis clásico, sino la inserción del sujeto en la matriz relacional” (pág. 58).
El libro se articula en tres partes bien diferenciadas: la primera trata de conceptos epistemológicos y filosóficos que encuadran la perspectiva relacional en psicoanálisis; la segunda repasa los conceptos fundamentales relacionados con los procesos inconscientes y sobre la situación terapéutica; finalmente, la tercera supone una propuesta sobre los principios clínicos que se derivan de lo anterior y subyacen a la práctica de la psicoterapia relacional.
La hermenéutica, leemos en el citado apéndice I, es la ciencia de la interpretación, originalmente de interpretación de textos, aunque Gadamer amplia sus sentido hasta incluir el diálogo continuo entre dos interlocutores. Tiene su origen en la mitología griega. Dice Sassenfeld:
La figura mitológica de Hermes, cuyo nombre de acuerdo con algunos estudiosos guarda relación etimológica directa con la palabra hermenéutica, era el mensajero de los dioses que hacía llegar a los seres humanos las preferencias o indicaciones de éstos. En este sentido, Hermes simboliza una especie de proceso de comunicación, traducción y mediación de significados de modo que el ser humano pueda aprehenderlos. (p. 252)
Hans-Georg Gadamer recibió la influencia poderosa de su maestro, Martin Heidegger pero se constituyó él mismo en figura destacada del pensamiento alemán de posguerra. Aprovechamos la ocasión para recomendar de nuevo la biografía que le dedicó Jean Grondin y que está publicada en Herder (2000), como complemento a la sintética exposición de Sassenfeld. Aunque solemos decir que “llevamos” una conversación, la verdad es que, cuanto más auténtica es la conversación, menos posibilidades tienen los interlocutores de “llevarla” en la dirección que desearían. De hecho la verdadera conversación no es nunca la que uno habría querido llevar. Al contrario, en general sería más correcto decir que “entramos” en una conversación, cuando no que nos “enredamos” en ella.
La hermenéutica gadameriana es una puesta en cuestión radical de la ideología implícita en la teoría y la práctica del psicoanálisis tradicional y es, por tanto, anticartesiana. Rechaza toda forma de comunicación autoritaria, si bien reconoce la autoridad de la tradición; desenmascara toda pretensión de interpretación experta, así como la noción de empatía como la capacidad de leer la mente del autor o del paciente y es una teoría de la comprensión emergente y autocorrectiva. Debemos acercarnos a toda conversación esperando y deseando aprender algo de nuestro interlocutor. Es preciso aceptar el punto de vista del otro como válido. Pero:
… el encuadre analítico tradicional ni promueve ni visualiza como algo necesario un diálogo entre paciente y analista.
La idea de entender la psicoterapia como una conversación genuina y un encuentro humano auténtico emergió con posterioridad en algunas de las psicoterapias de orientación existencial y humanista así como en el desarrollo del psicoanálisis interpersonal (sobre todo en el a menudo olvidado trabajo de Erich Fromm). (p. 260)
Su lectura de Gadamer – seleccionada de entre la maraña del pensamiento posmoderno que conoce bien en sus formas fenomenológica y postestructural - puede haberle servido como camino de entrada ontológico al enfoque relacional en psicoanálisis junto con el “giro fenomenológico” de Martin Heidegger. El ser del hombre se percibe como ser-en-el-mundo, irreductiblemente arraigado en diferentes contextos (p. 37). Desde ahí comprende y explica posiciones defendidas desde este enfoque en su pequeña tradición reciente, en la que ocupa un lugar destacado la teoría de los sistemas dinámicos no-lineales de Stolorow y su grupo. Así prefiere hablar de “Transferencia y co-transferencia”, en vez de “contra-transferencia”, subrayando la acción y “los modos de estar con”, más que el pensamiento o mundo representacional de cada uno, como se suele proponer desde la psicología de la mente a solas o aislada.
Nada ocurre en la mente de uno de los participantes, sino que juntos - terapeuta y paciente - van dando un sentido, nombrando y encuadrando lo vivido. El sentido y el entendimiento se alcanzan a posteriori, como interpretaciones que podremos alcanzar una vez ocurrido el evento relacional. De esa manera propone entender el concepto de “Enacment”(Véase sobre todo el apéndice II), como una escenificación necesaria para comprender la escena terapéutica.
La revisión que se ofrece de los autores y corrientes más relevantes es casi exhaustiva. Recoge, por ejemplo, las trascendentales aportaciones a la comprensión de la clínica psicoanalítica desde la psicología evolutiva y la observación de bebés, a partir de autores como Beebe y Lachman, Lyons-Ruth, Stern y el Grupo de Boston, sin olvidar las recientes aportaciones de Fonagy y la teoría del apego. También se detiene en Hoffman y el constructivismo pues, dice:
… el significado de la experiencia, que ocupa un lugar central en la subjetividad en cuanto determina la vivencia que se tiene de uno mismo, de los demás y del mundo, es algo que se construye de modo interactivo en la relación terapéutica. (p. 49)
Para la crítica de la metapsicología freudiana recurre con frecuencia al pensamiento seminal de Heinz Kohut y la psicología del self, tan central para el grupo de Stolorow. No tiene sentido considerar al bebé como un atado de pulsiones caóticas, ese es un riesgo cuando el medio cuidador no es adecuadamente responsivo, pues el nace en una matriz relacional (Cf. p. 57). Más adelante (p. 100 y ss.) Aludirá a Lichtenberg y la teoría de los sistemas motivacionales como alternativa sólida frente a la teoría pulsional clásica.
Kohut y la investigación evolutiva han puesto de relieve la importancia de las fases tempranas del desarrollo y cómo la terapia analítica se apoya en mecanismos no verbales, no simbolizados ni reprimidos. El dictum psicoanalítico “hacer consciente lo inconsciente”, ya no quiere decir: “… poner al descubierto contenidos mentales que siempre han tenido contornos y significados claros, sino formular lo que no estaba formulado, articular lo que no estaba articulado y dar forma a aspectos indeterminados de la experiencia a través de palabras” (p. 71). En estos aspectos han insistido autores imprescindibles como Stephen Mitchell, Donnel Stern y Phillip Bromberg, que también son convocados en esta revisión coral de la clínica psicoanalítica contemporánea.
Aunque las viñetas e ilustraciones clínicas no deben tomarse como dotadas de poder probatorio y se puede pensar que sólo sirven para aligerar la exposición, lo cierto que su poder ilustrativo y eurístico es innegable y, además, tampoco debemos rechazar que nuestros textos puedan ser más amenos. Por eso nos sorprende que Sassenfeld no incluya ni una sola ilustración clínica.
Explicitando finalmente nuestras preferencias teóricas, echamos un poco en falta la inclusión de alguna referencia al pensamiento de Wittgenstein, en la parte más filosófica, y de Ronald Fairbairn – a quien cita sólo de pasada y llamándole curiosamente William – en los contenidos más clínicos. Pero esto sólo debe ser tomado como un pequeño reparo o matización ante obra de tamaña envergadura.
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