Después de sus experiencias con la técnica activa, Sándor Ferenczi ofreció en 1928 una serie de consejos al psicoanalista, algunos de los cuales me dispongo a comentar por su gran modernidad y cercanía con el psicoanálisis relacional. Sobre todo destaca su decidida apuesta por la flexibilidad del marco terapéutico y por la conveniencia de que el analista sea humilde en su actitud. Mientras que Freud, en sus recomendaciones técnicas publicadas en los años diez, se refiere a lo que no hay que hacer, él hace justamente lo contrario. No se aparta todavía de la regla de la abstinencia pero deja de llevarla al extremo de la época activa y, como veremos a continuación, se aleja de forma clara del ideal de neutralidad que ha presidido la práctica analítica durante décadas.
Conviene economizar las interpretaciones, de hecho su recomendación cosiste en dejar que sea el propio paciente el que realice la interpretación, una vez superadas las resistencias, proporcionándole una ayuda mínima. No llega a utilizar otras palabras fuera de “interpretación”, pero parece que está sugieriendo enfoque de intervención menos invasivos como la acogida, el señalamiento, la confrontación, y otras estrategias de actualidad. Por otra parte, en consonancia con la actitud de humildad que debe caracterizarnos, toda interpretación debe tomarse como una propuesta, en la que podemos equivocarnos sin avergonzarnos de nuestros errores, es decir, reconociéndolos. En mi práctica suelo completar el consejo ofreciendo al paciente, siempre que es posible, varias alternativas interpretativas que debatimos sin aspereza para elegir la más correcta.
Otra recomendación que suelo seguir de forma espontánea, aun antes de haber estudiado las recomendaciones de Ferenczi, es la de no realizar ninguna promesa sobre los resultados de proceso analítico. Según el analista húngaro, la única promesa posible es que si se persevera hasta el final, el paciente logrará una mejor comprensión de sí mismo y – yo añado que “probablemente” - eso le permitirá adaptarse mejor a las dificultades de la vida cotidiana. Además quiero decir que suelo aprovechar las primeras sesiones para informar de que el proceso terapéutico suele ser largo, salvo excepciones, de no menos de tres o cuatro años según mi experiencia (recuerdo al lector que trabajo en el marco de la psicoterapia de orientación psicoanalítica). Una vez dicho eso admito, como recomienda Ferenczi, que existen otras formas de tratamiento, muchos de ellos más rápidos, pero que si yo me he decantado por esta en mi desarrollo profesional es porque la considero la más eficaz, y yo personalmente he probado otras.
Conviene advertir que el tratamiento psicoanalítico no se fundamenta en una relación de sumisión, con un analista poseedor de la verdad absoluta, sino que la confianza del paciente irá surgiendo de su experiencia y de los beneficios obtenidos. Yo añado que es casi inevitable que el paciente atraviese alguna forma de dependencia de la terapia analítica o de la figura del terapeuta, sobre todo si el proceso evoluciona adecuadamente, pero que comprometo mi ética profesional en que esa dependencia no se prolongue o incremente de forma indebida.
Conviene economizar las interpretaciones, de hecho su recomendación cosiste en dejar que sea el propio paciente el que realice la interpretación, una vez superadas las resistencias, proporcionándole una ayuda mínima. No llega a utilizar otras palabras fuera de “interpretación”, pero parece que está sugieriendo enfoque de intervención menos invasivos como la acogida, el señalamiento, la confrontación, y otras estrategias de actualidad. Por otra parte, en consonancia con la actitud de humildad que debe caracterizarnos, toda interpretación debe tomarse como una propuesta, en la que podemos equivocarnos sin avergonzarnos de nuestros errores, es decir, reconociéndolos. En mi práctica suelo completar el consejo ofreciendo al paciente, siempre que es posible, varias alternativas interpretativas que debatimos sin aspereza para elegir la más correcta.
Otra recomendación que suelo seguir de forma espontánea, aun antes de haber estudiado las recomendaciones de Ferenczi, es la de no realizar ninguna promesa sobre los resultados de proceso analítico. Según el analista húngaro, la única promesa posible es que si se persevera hasta el final, el paciente logrará una mejor comprensión de sí mismo y – yo añado que “probablemente” - eso le permitirá adaptarse mejor a las dificultades de la vida cotidiana. Además quiero decir que suelo aprovechar las primeras sesiones para informar de que el proceso terapéutico suele ser largo, salvo excepciones, de no menos de tres o cuatro años según mi experiencia (recuerdo al lector que trabajo en el marco de la psicoterapia de orientación psicoanalítica). Una vez dicho eso admito, como recomienda Ferenczi, que existen otras formas de tratamiento, muchos de ellos más rápidos, pero que si yo me he decantado por esta en mi desarrollo profesional es porque la considero la más eficaz, y yo personalmente he probado otras.
Conviene advertir que el tratamiento psicoanalítico no se fundamenta en una relación de sumisión, con un analista poseedor de la verdad absoluta, sino que la confianza del paciente irá surgiendo de su experiencia y de los beneficios obtenidos. Yo añado que es casi inevitable que el paciente atraviese alguna forma de dependencia de la terapia analítica o de la figura del terapeuta, sobre todo si el proceso evoluciona adecuadamente, pero que comprometo mi ética profesional en que esa dependencia no se prolongue o incremente de forma indebida.
Finalmente, Ferenczi afirma que ante la pregunta “¿cree que su terapia me resultará eficaz?” sería un error responder simplemente que sí, y dice “ni siquiera el continuo elogio de la cura puede hacer desaparecer en la realidad la secreta sospecha del paciente respecto a que el médico es un hombre de negocios y quiere a toda costa vender su método, es decir su mercancía”. Opino que hay que insistir en la capacidad del paciente para determinar si la psicoterapia le está siendo de ayuda o no y que nunca debemos ser demasiado ardorosos en el intento por retenerle cuando haya decidido terminar la relación, pues su decisión puede ser la correcta (espero que con otros terapeutas también).