Incluyo a continuación mi comentario al libro de Michael
Eigen (2014), Locura,
Fe y Transformación. Los
Seminarios de EIgen en Seúl, 2007 y 2009. Madrid:
Ágora Relacional.
Este comentario ha sido publicado en la Revista on-line, Clínica e Investigación Relacional (VOL.8 Nº 2 pp. 541-551 (2014) ).
Todavía con la agradable resaca
de las pasadas Jornadas Ibéricas en Cáceres, de mayo, dedicadas al diálogo con
Michael Eigen, me permito presentar este comentario sobre su libro, traducido y
prologado por nuestro colega Juan José Martínez Ibáñez, y que se publicó con
ocasión de su visita a nuestro país. Con esta obra se continúa la labor de la
editorial Ágora Relacional, y de su director, Alejandro Ávila, de poner al
alcance de los profesionales cercanos, y del público especializado en general,
las obras y autores principales del enfoque, en su colección “Pensamiento
Relacional”.
Como nos informa Martínez
Ibáñez, Eigen es un psicoanalista que trabaja en Nueva York y que ha publicado
más de 22 libros. No se disponía hasta la fecha de ninguno de ellos en castellano,
por lo que es una pequeña compensación que aparezca este volumen compendiando
dos publicaciones. El origen son dos seminarios impartidos en la capital de
Corea del Sur.
Michael Eigen es un clásico
contemporáneo que hace gala de una profunda experiencia clínica con pacientes
que sufren graves trastornos, y un bagaje teórico más que notable que se apoya
en dos pilares centrales: Winnicott y Bion; manteniendo los ecos, quizá ya algo
lejanos, de Lacan. Martínez Ibáñez está en lo cierto cuando sugiere que es
alguien muy humano, sensible a la realidad y, sobre todo, a la realidad de los
demás.
Menos que otras veces puede
pretenderse un resumen de este libro que recoge las ocurrencias clínicas
producidas por nuestro autor en una serie de días, bajo el estímulo de una
audiencia diversa de terapeutas, y a partir de sus preguntas. Sí intentaré
ofrecer no obstante, como es habitual, el comentario de algunas ideas que han
llamado mi atención por diversas razones y que en mi opinión sintetizan
aspectos esenciales de su pensamiento. De entrada, para aproximarnos al tipo de
inspiración que sigue Eigen una buena muestra puede ser la frase que parece ser
cambió su vida (p. 94), tomada de un libro de Thomas Merton, y que dice así:
“El
secreto de nuestra identidad, está en la misericordia divina de Dios”
Este libro quizá se entienda – o
se explique - mejor empezándolo casi al revés, por la primera sesión del
capítulo tercero de su segunda parte, donde se lee:
Cuando
yo quise ser un analista y entré en el mundo psicoanalítico, me di cuenta de que
muchos analistas pretendían saber algo que ellos no sabían. Ellos sabían de
esto y de eso. Ellos conocían el Edipo, tenían un gran conocimiento en sí
mismo. Ellos sabían mucho de una manera real. Pero con los pacientes, ellos
fingían saber lo que ellos no sabían. Ellos fingían saber Algo, pero se estaban
reconciliando. Ellos se reconciliaban a medida que avanzaban y fingían saber.
(p. 257)
Theodore Reik llegó a los Estados
Unidos y fue rechazado, a comienzos de los años cuarenta, como miembro de la
sociedad psicoanalítica por no ser médico. Freud había escrito en 1926 su
famoso artículo sobre el análisis profano en defensa de Reik y de aquellos
analistas que no tenían una formación médica, argumentando que los estudios
sobre humanidades, literatura, mitología, están más cerca del psiquismo humano
que la propia medicina. Este sesgo médico del psicoanálisis norteamericano
condicionó una concepción del psicoanálisis como una práctica de un analista
que conoce, que sabe frente a un paciente ignorante de su propio padecimiento. Concepción
poco propicia al modo de sentir relacional, y del propio Eigen, de que la
terapia es una búsqueda y una experiencia común. Dicho sea de paso, ignoro si
Eigen se considera a sí mismo como integrante del movimiento relacional, e
incluso si esto tiene alguna importancia.
En la parte primera del libro
comienza revisando algunos conceptos tradicionales básicos. El yo en Freud es
un agente doble, tiene un origen alucinatorio pero se ocupa de percibir la
realidad. Esta es una paradoja que nadie ha resuelto. El superyó en cambio es
considerado por muchos psicoanalistas como una instancia que con facilidad se
vuelve loca y se enfrenta o persigue al resto de la personalidad. Ahora bien,
en realidad, las tres instancias están locas, cada una a su manera. La
psicología que describe Freud es una psicología de guerra, bajo la presión abrumadora
de la pulsión de muerte. Si el misticismo judío habla de una buena y de una
mala inclinación, el psicoanálisis parece ocuparse de la mala inclinación,
sobre todo a partir de Melanie Klein. La posición depresiva de Klein es una
forma de defenderse de la ansiedad persecutoria y de la ansiedad de
aniquilación; para ella y para Freud la depresión parece un modo
autopersecutorio de defensa.
Eigen observa el yo como una
realidad que tiende de forma permanente a dispersarse:
“Cuanto
más trato de pelear para preservar mi pequeño yo, lo poco que puedo sentir, a
mi pequeña isla de sentimientos, a mi pequeña vitalidad, la psique consigue más
y más dispersarla hasta un punto donde comienzo a sentir la falta de vida
alrededor y dentro de mí y ahora tengo que pelear para sacarla también” (pp.
37-38)
A propósito de esto, sabemos que
aparte de Freud, Melanie Klein y algunos de sus seguidores, y de Fairbairn, la
mayoría de los autores no se inclinan por la existencia de un yo definido y
unitario desde los orígenes del psiquismo. A favor de un estado inicial
indiferenciado o disociado parecen agruparse autores tan dispares como
Winnicott, Kohut Jacobson, Kernberg, posiblemente los psicoanalistas
relacionales en general y, podemos comprobar, el propio Eigen: “Yo podría decir
que el yo comienza con la disociación, si uno pudiera hablar acerca del yo en
ese momento. Uno puede decir que el yo tiene mucha más fluidez antes de que se
organice una defensa paranoide firme” (p. 39). Argumento a mi entender
totalmente justificado, pues para que haya un temor al daño exterior o a la
fragmentación esquizoide, debe existir ya una noción de unidad por muy frágil
que sea.
En cuanto a la pregunta típica,
expresada en términos kleinianos, de si la buena evolución terapéutica consiste
en pasar del funcionamiento de la posición esquizoparanoide al de la posición
depresiva, la respuesta que Eigen suministra es tajante: “... usted no puede y
no debe tratar de convertir a alguien en alguien que no es” (p.41). Siente que
a lo largo de su vida él se ha convertido en un niño mejor, en un niño más
completo, pero no en un niño maduro. Sin embargo, dirá unas páginas después, el
grito del bebé no desaparece de nuestro interior, nos acompaña toda la vida
seamos quienes seamos.
En el capítulo 2 de la primera
parte se comienza anunciando a Winnicott y a Bion, los dos autores, hemos
advertido, de permanente referencia en los textos y comunicaciones de Eigen. No
es que sean los únicos citados, pues la cultura psicoanalítica - y filosófica y
religiosa - de nuestro autor es amplísima, pero sí es a ellos a los que se
remite, de forma crítica, salvo raras excepciones, cuando de un aspecto clínico
se trata. Son autores que le hablan.
También parecen hablarle algunos filósofos de cierta inspiración mística, como
Buber, Levinas y, también, Wittgenstein. No vale la pena, añade, perder el
tiempo con algo que no te habla. Lee lo que es bueno para ti y olvida el resto
(cf. p.73). Y, habría que añadir, lee de forma razonada. En lugar de cursos de
lectura rápida, el poeta Robert Frost pretendía dar un curso de cómo leer
lentamente (cf. p. 94).
Entre las precisiones que
esgrime sobre Winnicott, está que el falso self y el self verdadero no deben
entenderse en realidad como conceptos dicotómicos sino que son un continuo o,
por mejor decir, que en realidad está todo mezclado. Son muchas las
observaciones penetrantes entresacadas del gran pediatra y psicoanalista inglés
con las que nos topamos en estos seminarios. Ahora me detendré en la magnífica
y sugerente descripción de la madre suficientemente buena, como aquella que se
protege de la agresividad del bebé, pero no le hace sentir mal por estar vivo (cf.
p. 100). Es aquella que siente placer porque su bebé esté bien, “vivo y
golpeando”, sin transmitirle la imagen moralista de que pegar es malo.
Posiblemente de triunfar esta filosofía positiva, antimoralista, pienso que se
produciría una drástica reducción de las prescripciones farmacológicas contra
el TDAH, tan de moda. Esto no significa que el niño crezca sin límites. Decir
“no” es una función autoprotectora muy importante, un buen “no” es mejor que un
mal “sí” (cf. p. 103).
El diálogo con la audiencia
recorre aspectos que desbordan ampliamente el estrecho margen de la consulta
analítica, si no fuera porque todos ellos impregnan nuestra vivencia cotidiana.
Pondré un ejemplo que me ha resultado llamativo, y que está en la respuesta a
una pregunta de los asistentes (p. 52 y ss.). Se trata del interesante asunto
de que la época que vivimos - y opino que esto no es endémico de los Estados
Unidos -, es una época psicopática. No importa lo que le ocurra a los otros
siempre que yo sea el ganador y alcance el mayor poderío económico. Pone como
ejemplo la forma más que oscura en la que el presidente Bush logró su primer
mandato, apoyado por los medios de comunicación y en cuestionables decisiones
judiciales, en medio de una atmósfera psicopática:
Uno de
los mecanismos que ellos usan para mantener a la población bajo sus
manipulaciones psicopáticas, es la manipulación psicopática de las ansiedades
psicóticas. Ellos se mantienen agitando miedos catastróficos, ansiedades
psicóticas, ansiedades de aniquilación, y manipulan estas ansiedades con el fin
de mantener el poder. Esto funciona para el 40 % de la población, y el otro 60
% de la población son como liliputienses golpeando a un gigante muy grande. Es
como estar en una habitación insonorizada donde uno no puede oír su propia voz
o tener un efecto sobre el sistema, porque el sistema está actualmente en
ascenso. (p. 55)
Describe un mundo en muchos
puntos semejante al 1984 de Orwell, y ante esto el budismo zen y el
psicoanálisis, y quizá todos los sistemas de pensamiento no suelen tener una
respuesta. Una opción es gritar. Gritar y Gritar. La terapia del “grito primal”
le vino bien, al principio. Pero después se adhirió a la idea de Winnicott. No
basta con gritar, hay que entrar en contacto con el grito que se tiene dentro.
Otra estrategia probada de tratamiento fue la inducción del sueño: “Una forma
paradójica de pensar: soñar hace que la vida sea real, hace una realidad real”
(p. 59). Pero un grito, del bebé, puede ser similar a un sueño. Los gritos
continúan en el sueño. Nosotros digerimos la realidad mediante el sueño, las
cosas se vuelven reales al soñarlas. A
través del sueño el grito puede encontrar su expresión. El grito fallido
es el que nos tiene postrados. Ese grito se convierte en fallido cuando ya no
ha encontrado la respuesta de la madre, deja de ser audible: “Algunas personas
se sienten invisibles, se sienten inaudibles, no pueden ser oídas y no pueden
oírse a sí mismas. En la terapia, el grito perdido tiene una oportunidad de
emerger” (p. 62).
Contiene una crítica perspicaz
es a la sobrevaloración de la actividad en psicoanálisis (p. 65 y ss.). La
libido es activa, como la razón activa, el Dios de Aristóteles. Lo pasivo en
psicoanálisis ha estado durante mucho tiempo asociado con lo inferior, con el
miedo. Eigen no lo dice aquí pero supongo que no está lejos de la idea de que
la libido es masculina porque es activa, aunque esté presente en la mujer. El
budismo - cita las enseñanzas de Suzuki - descubre a la mente occidental que lo
pasivo no está inerte, sino vivo y alerta. Pero la pasividad está devaluada en
nuestra sociedad por la actividad. El psicoanálisis, por su parte, es una
teoría hiperactiva; aún si es pasivo es activo (cf. p. 175).
El trabajo del psicoanálisis,
según Freud, era hacer consciente lo inconsciente. Para Bion lo realmente
importante es cómo convertir en inconsciente lo consciente, contactar con el
mundo. Esto me ayuda a concretar una idea surgida de mi experiencia clínica
reciente. Muchas veces lo que el paciente debe lograr no es aprender una
habilidad nueva, puesto que la capacidad está ahí, en el fondo, oculta. Lo que
tenemos que lograr a veces es “desaprender”, olvidar o dejar de usar algo que
tenemos muy presente y no obligatoriamente recordando algo que se halla en lo
inconsciente.
Al hilo de eso, y tomando de
nuevo una idea de Winnicott que se desarrolla poco después, es preciso evitar
que el paciente sienta vergüenza o culpa por su dependencia. Es evidente que la
terapia constituye una situación de cierta dependencia en la que el paciente
tiene que aprender a crecer, y en la que la dependencia también crece con el
tiempo, pero para ser usada. Uno proporciona la atmósfera de acogida y
dependencia en la que las interpretaciones no son realmente lo más importante,
parecen ser algo más para el analista que para el paciente. Gradualmente algo
ocurre y el paciente crece, y nosotros con él.
Eigen es terapeuta de
psicóticos. Esto que puede parecer una afirmación simple entraña una multitud
de implicaciones, muchas positivas, todas enigmáticas. Quizá, sugiero, la mente
que se dispone a ayudar al psicótico en su extremo sufrimiento debe ella misma
buscar las raíces de la locura en sí misma. En nuestro autor parece que esto se
resuelve recurriendo a la mística, a la que no dejaremos de volver en lo
sucesivo. Para entender la lógica psicótica permítaseme citar en extenso el
siguiente párrafo:
En la
lógica psíquica en el modo psicótico, algo medio vacío significa más que
totalmente vacío.
No del
todo lleno, es equivalente a completamente vacío, nada de nada es menos que
nada. Pues no es solamente nada, nada está bien, nada es fácil. Sino una nada
hostil, furiosa, malévola, una nada insultantemente devastadora. El paciente se
siente insultado. Y el insulto, inmediatamente, se transforma en algo
devastador. En lugar de ser insultado, él es devastado.(...) En el registro
psicótico, tales golpes e insultos, reales o imaginados, precipitan la devastación
total, el invierno negro para siempre. El insulto percibido es igual a la
agresión, es igual a la devastación. La experiencia le da una negatividad
infinita. Menos que todo es igual a menos que nada. Y menos que nada es
infinitamente peor que nada. (p. 81)
Siguiendo a Bion comenta que,
cuando se logra atribuir un significado al discurso psicótico (“mítico,
cósmico, transpersonal”) ese significado está siempre ensombrecido por la
catástrofe. Algo que no se simboliza sino que se señala. El psicótico no se
puede comunicar - por “símbolos” convencionales me gustaría decir - sino que
manifiesta su catástrofe: “El lenguaje del psicótico es como un SOS en marcha”
(p.84).
Un asunto importante en
Bion es el de la supervivencia a
nuestros propios asesinatos (véase pp. 114 y ss.). No es que los asesinatos
sean una cosa buena, pero forman parte de lo que somos. Matamos psíquicamente
al otro, advierte Eigen; somos asesinos. Si vas a tener una relación con
alguien te tienes que preparar a que te asesinen y el truco es estar bien
después de que te hayan asesinado (Winnicott habría dicho “sobrevivir a la
destrucción”). Este es un regreso a la madre suficientemente buena. Aquella que
se recupera de la destrucción de su bebé. Para Bion el asesinato es parte del
nacimiento psíquico y del crecimiento. Y, a propósito de Bion, la anécdota
siguiente brilla de forma casi cegadora:
Él no
era un conferenciante habitual. No usaba notas, no leía los artículos. Sólo se
sentaba y hablaba acerca de veinte o treinta minutos y luego respondía a las
preguntas. Una noche alguien le preguntó ¿Nunca usa la teoría
psicoanalítica?¿Nunca usa la teoría freudiana?¿Nunca usa la interpretación
psicoanalítica? Y él dijo, “Gracias a Dios por Freud, él es genial cuando usted
está cansado”.
Me apetece aportar a modo de
moraleja: Que las teorías que estudiamos y amamos nunca nos impidan pensar.
La teoría también puede ser un
instrumento con el que nos deshacemos de los pacientes molestos. Creamos
situaciones en las que no se pueden quedar
(p. 130 y ss.). Creamos
dependencia en el paciente y luego no le dejamos crecer, porque no podemos
apoyar ese crecimiento o porque nos faltan recursos. Eigen aconseja que nunca
hagamos promesas ni nos atemos demasiado a ningún punto de vista, pues todo
punto de vista es una imagen parcial, como veremos al volver a la psicosis. Es
preciso estar atento a lo que se va desplegando en cada persona así como en uno
mismo.
Al final del seminario de 2007
se relata el caso de una paciente que estaba comentando en sesión cosas para
ella muy importantes mientras que Eigen estaba distraído pensando,
precisamente, en su viaje a Seúl. De pronto ella le pregunta en qué está
pensando y él le responde, con toda sinceridad, la verdad, lo que provoca un
estallido de ira. Sobre la forma en que se resolvió el conflicto - que algunos
denominarán enactment, otros momento ahora, y de muchas otras formas,
y que ciertamente se resolvió de forma muy positiva - no voy a entrar aquí sino
que dejo al lector la oportunidad de disfrutar por sí mismo de esta viñeta.
La segunda parte comienza con
unas meditaciones muy sustanciosas sobre el sueño y su utilidad en
psicoanálisis. El núcleo del sueño, según Bion, es la emoción. Después añadirá,
ante las preguntas de la audiencia, la idea enigmática de que la sesión entera
es como un sueño (p. 167). Pero esa emoción, comenta nuestro autor, ese ombligo
del sueño, no es fácil de alcanzar, es escurridiza; se transforma lo mismo que
se transforma el soñante:
El
Talmud dice que cada sueño es una carta de Dios sin abrir. Nosotros no abrimos
o somos incapaces de abrir muchas de estas cartas. Pero algunas veces una carta
nos atormenta. (p. 145)
La forma narrativa del sueño le
dota de una apariencia de coherencia, que deforma la emoción al mostrárnosla a
través de una lente oscura. Algo se escapa, no obstante, aunque la forma
narrativa deforme la emoción, permite funcionar con el sueño de alguna manera,
que se pueda analizar. En el sueño y en la vida aparecen asociadas ideas y
acontecimientos contradictorios, una calamidad después de un éxito, un
sentimiento malo después de un sentimiento bueno.
Un ejemplo que le gusta a Bion,
cuenta Eigen, es el de la Torre de Babel. Un grupo grande de seres humanos
cooperando, pero a Dios no le gusta esta actividad cooperativa, ataca al
vínculo, pero “como gente de psicoanálisis” sabemos que esta rabia de Dios es,
en realidad, nuestra. En el judaísmo, Dios es un dios desconocido. Para
llevarnos bien no podemos estar siempre juntos. Incluso en nuestro interior:
“Algo de nosotros que es incapaz de estar todo el tiempo con nosotros mismos.
Nuestro propio Self no puede estar consigo mismo y se ataca a sí mismo.” (p.
149). Por eso las crisis no se detienen
y pasamos por muertes y renacimientos.
De forma casual, si es que
existe tal cosa, Eigen me recuerda un pasaje de la Biblia, y bien puedo
asegurar que por el momento no soy un lector asiduo de la Biblia. Isaías 55:8:
“Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son
mis caminos” (Biblia de Jerusalén). La rabia de Dios es la rabia nuestra y
nuestro desconocimiento de Él es nuestro desconocimiento propio. A este surco
puede traerse - se podrían traer multitud cosas, desde luego - la función alfa de Bion. Eigen toma de él
una alusión a los signos del tigre que sin duda haría feliz a Borges:
Tenemos
estudios cognitivos sobre el cerebro, sabemos esto y conocemos eso. Pero a Bion
le gusta recordarnos que lo que sabemos no es más que una raya sobre el tigre,
por no hablar de todas las rayas o del propio tigre. Él acuña el término
función alfa para los procesos desconocidos de la digestión psico-emocional, la
digestión psíquica.
¿Cómo se
digieren los impactos emocionales? Nos dice que hay tres clases de procesos.
Uno es a través de las narraciones. Las narraciones en los sueños, narraciones
en las historias, historias que contamos a los demás sobre nosotros mismos y
nuestras vidas, historias que nos gustaría creérnoslas o que querríamos creer.
Algunas historias especialmente nos movilizan, porque ellas llegan hasta una
verdad muy profunda. (p. 153)
Una segunda forma de procesar es
el análisis lógico, como el de la geometría euclidiana, un enfoque del espacio
emocional. Pero la que más interesa a nuestro autor es la tercera, a la que
llama pensar en encendido y apagado (on-off). Un sueño que viene y se va,
aparece y desaparece. Algo semejante a lo que ocurre con la figura ambigua que
se puede ver como una bella joven o como una horrible bruja, que recogen los
manuales introductorios a la psicología. Esto es un problema para nosotros: no
podemos pensar en una sola cosa. Pero también es nuestra fuerza. Pensamos en X
y en no-X, en Y y en Z. Tenemos muchos lenguajes que nos ayudan a ver las
cosas, el lenguaje psicoanalítico, el lenguaje de la fe, el científico, el del
sentido común. Todos pueden tener un uso para descubrir los llantos del corazón
que son sofocados: “Es como si la persona que está llorando no pudiera llorar”
(p. 156). O, como leemos páginas después: “... el paciente vive en un estado de
semi-asesinado, una clase de asesinato congelado, semi-vivo y capaz de
movimiento, y aún, a veces, de palabras y acciones violentas” (p. 161). Ese
llanto a veces es rescatado por el analista mediante un mito, relacionado con
el problema emocional o con la sesión, un mito que funciona como una especie de
“cálculo algebraico”, con el que desarrollar las emociones y sus realidades
relacionadas.
Saltémonos ahora unas páginas para
llegar al pasaje donde recoge los pensamientos de Winnicott sobre la soledad esencial. Estamos enteramente
solos. Esta soledad esencial al principio solo se puede sustentar en un estado
máximo de dependencia:
Una
soledad primaria, apoyada por otro ilimitado desconocido. Si usted penetra
hasta el núcleo de su soledad, usted no sólo se encontrará con usted mismo,
allí también estará esa presencia ilimitada desconocida. ¿Es de usted? ¿Es de
otro? ¿Qué es? Un desconocido, una presencia ilimitada en el núcleo mismo de su
soledad. No importa la profundidad a la que usted llegue, usted la encontrará
allí. (pp. 169-170)
En el contacto más íntimo, hay
una falta de contacto. Estamos totalmente imbricados y, al mismo tiempo,
totalmente separados y distintos. Esa soledad básica se mantiene,
paradójicamente, gracias a la compañía. Cuando ese apoyo falta nos encaminamos
hacia el desastre; si nuestros padres, cuando somos pequeños, se hallan en
guerra permanente, nos falta el apoyo y nos volvemos rígidos. Esa es la razón
(o al menos una de las razones) de por qué decía Freud que el carácter es el
destino, porque nuestra historia de traumas se incorpora a nuestro carácter.
Para Winnicott la salud es más
penosa que la enfermedad. “Re-citamos” a través de Eigen: “Probablemente el
sufrimiento más grande en el mundo humano es el sufrimiento de la persona
madura, normal, saludable” (p. 176). El terapeuta también sufre este daño,
tiene baches en su personalidad que inevitablemente afectarán al paciente. Con
ese daño de fondo nos aprestamos a abrir en el paciente las heridas de la
dependencia: “Todas las maneras que hemos organizado para escapar del dolor,
comienzan a sacudirse un poco” (p. 179). Y porque somos terapeutas, infligimos
traumas; es inevitable en toda relación humana herir la confianza. Además, hay
que contar con las rigideces de la adultez, pues hemos perdido la capacidad de
ser flexibles. Este riesgo de dañar a veces nos lleva a “cortocircuitar” el
sufrimiento, impedir que se desarrolle por nuestro temor y falta de fe sobre el
apoyo de fondo que le estamos dando al paciente. Eigen no lo dice, pero este
riesgo es el que debemos tener en cuenta con ciertas formas de saltarnos el
principio de abstinencia. Como se lee en el texto, es una cuestión de
“percepción terapéutica” (182). Yo diría: convendría saber, cosa complicada,
hasta dónde podemos “beneficiar” al paciente y hasta dónde hay que dejarle que
sufra el desmoronamiento para poder colaborar en la reconstrucción. Son daños
que ejercemos con nuestra actitud y nuestras palabras.
A propósito de Harry, caso con
el que comienza el capítulo 2 de la segunda parte, se afirma que las palabras
hieren. En el folklore judío las palabras pueden ser ángeles o diablos. Sin
embargo Harry no era capaz de herir con sus palabras, de devolver parte del
daño que había sufrido. No podía entrar en el proceso (¿dialéctico?) de matar y
morir y, a pesar de todo, sobrevivir. Eigen cita sus obras continuamente; en
una de ellas - Coming through the Whirlwind, algo así como “Traído por
el Torbellino”, de 1992 - recordó a un
terapeuta que era un asesino con su hacha psicológica, que no era otra que
decir la verdad, la verdad sobre los defectos psicológicos del otro. Pensaba,
como muchos grandes destructores, que estaba haciendo el bien.
La terapia ayuda a poner los
sentimientos en palabras, pero las palabras también crean los sentimientos. La
madre toma los sentimientos del bebé, que podrían destruir su psiquismo, y los
modifica y devuelve, modulados de forma inconsciente mediante la reverie,
transformados en sentimientos mejores. Si la madre – o el terapeuta - no sabe qué hacer con esos sentimientos, el
bebé-paciente queda sin alivio. Jean Genet cogió una cosa de la mesa y su
padrastro lo llamó “ladrón”. Eso le permitió una forma, precaria, problemática,
de identidad, y a partir de ese momento, el que luego sería gran escritor, se
convirtió en ladrón: “Nosotros somos enigmáticos, misteriosos con nosotros
mismos” (p. 208). Definimos nuestro enigma con el “soy esto” o “soy aquello”. Nuestro
Dios es también enigmático, me permitía decir hace un momento, sus caminos no
son nuestros caminos, pero tampoco tenemos muy claro cuáles son nuestros
caminos.
Winnicott recoge la pregunta de
si el bebé siente que él crea el sentimiento o lo descubre (cf. p. 219 y ss.).
Pero esta es una pregunta sin respuesta. Si somos capaces de vivir en la
paradoja, una nueva sensibilidad empieza a evolucionar. El poeta crea también
una nueva sensibilidad para digerir los sentimientos. Harold Bloom, crítico
literario de fama, provocó el escándalo al afirmar que Shakespeare había creado
la personalidad humana. El dramaturgo inglés, como muchos grandes artistas, fue
capaz de ver (crear) algo que estaba allí pero que nadie había visto antes.
Eigen resuelve así uno de los dilemas filosóficos que más tinta han derramado:
¿Qué
viene primero, las palabras o la experiencia? Las diferencias se disuelven. Se
desvanecen, se fusionan entre sí. Algunas veces la experiencia viene primero.
Algunas veces las palabras vienen primero. Algunas veces las palabras crean la
experiencia. (p. 221)
Existe la realidad más allá de
lo que describen las palabras, añado. Eso es lo innominado, lo inefable, más
allá del lenguaje convencional, aquello a lo que el primer Wittgenstein llamaba
“lo místico”. Eigen, más en su terreno, habla del funcionamiento psicótico (pp.
225-226). Los psicóticos se encuentran en una encrucijada, por debajo de sus
alucinaciones y delirios, con dudas sobre sí mismos que no pueden aliviar. Sabe
algo, o cree saber algo, lo inaccesible, o lo real más allá de lo que se puede
nombrar, y que Bion etiqueta con la letra ‘O’, algo que ninguna comunidad de
personas conoce: “Si usted tiene dos personas psicóticas juntas, usted tendrá
dos versiones distintas de O. Ellos no pueden hablar entre sí” (p. 226). También
recupera la expresión de Freud “el ombligo del sueño” (cf. p. 247), algo que
nunca pude ser encontrado, algo que se escapa y que, cuando pescamos algo, es
una verdad parcial. Pero no desesperemos, viene a decirnos Eigen, las verdades
parciales pueden ser muy útiles.
Sea cual sea nuestra
perspectiva, siempre es parcial, nunca tendremos una visión de la totalidad, de
lo absoluto o lo místico. Esto no depende de ninguna creencia concreta en Dios,
simplemente lo que ocurre es que pensemos o sintamos lo que sea, siempre será
una parte de un conjunto más amplio. El psicoanálisis sólo es una raya en la
piel del tigre. Pero para llegar a esa raya se necesita tener fe en O. La misma
fe que Job demostraba en Dios a pesar de sus múltiples padecimientos: “Un
estado de apertura radical. Aferrarse a la nada. Nada a qué aferrarse. Desnudo
“(p. 229). Aunque nadie llegue a este estado de apertura total. El
psicoanálisis es un camino y no un saber establecido. Ni Winnicott ni Bion, se
apresura Eigen a advertirnos, son unos sabelotodo. El eco del pensamiento
taoísta resuena de fondo.
El ideal de la interpretación
correcta, tan de moda durante muchos años y aún hoy, pierde su vigencia en este
sistema de pensamiento, cercano al sentimiento religioso. Entiéndase bien, si
no me equivoco el terapeuta de Eigen – y Donna Orange parece mantener posturas
semejantes respecto a la mística con sus lecturas sobre Buber o Levinas – no
ofrece un credo religioso nuevo ni antiguo a su paciente pero reconoce el lugar
que la fe ocupa en la vivencia cotidiana del ser humano y ofrece su compañía y
soporte:
La
importancia de la psicoterapia para la sociedad es el apoyar a los demás, de
cara al difícil proceso en el cual estamos comprometidos, un proceso en el cual
necesariamente está implicada una crisis de fe. (p. 233)
Pero para esto, tenemos que
volver al principio de este comentario, es preciso superar el mito del
conocimiento, la vergüenza que va unida al no saber: “Todos los grupos están
construidos sobre el hacer creer que se sabe” (p. 259). Cuando era joven, Eigen
temía decir a los pacientes que no sabía. Muchos pacientes preguntarían entonces
por qué están pagando. Él aprendió a decir:
“No,
usted no me paga por saber. Usted me está pagando para tratar de estar con
usted de una manera más útil”. Con el tiempo los pacientes se acostumbraron a
mi no saber. Eso fue un alivio para ellos también, porque entonces ellos no
tenían por qué saber. (p. 261)
Sí, en cambio, ocupamos el lugar
del sabelotodo entraremos en lucha con el paciente, porque él también lo sabe
todo. Ve cosas que nosotros no vemos. Nuestros defectos, por ejemplo, y eso
puede ser insoportable.
He pensado detenidamente en el
parentesco posible entre el mensaje del último fragmento citado y los
argumentos lacanianos sobre el analista como lugar del supuesto saber y
cuestiones semejantes. Parece que se refieren a lo mismo. Ahora bien, nunca lograré
imaginarme a Lacan dirigiendo un comentario tan explícito a su paciente.
Sirva lo anterior como aperitivo
a la lectura de estos seminarios de Seúl y hasta otra.
1 comentario:
Interesantísima la reseña del libro de Eigen, no sólo en términos sicoanalíticos sino humanos. Gracias, compraré el libro desde México.
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