Freud recomendaba al analista mostrar sólo aquello que le es mostrado y comparaba esta actitud con la función de un espejo, metáfora que ha tenido un importante éxito en la historia del psicoanálisis. Se ha aludido a ella con frecuencia como garantía de la neutralidad del terapeuta y confirmación del principio de abstinencia; según este principio un alivio prematuro de los padecimientos del analizado entorpecerá la buena marcha del tratamiento, que a partir de ese momento no proporcionará más que mejoras parciales y pasajeras. Se supone que la frustración analítica, producida por el principio de abstinencia, lleva al sujeto a adoptar modelos de conducta del pasado, cada vez más “seguros” (la transferencia). Finalmente, la progresión del tratamiento permitirá abandonar esas conductas arcaicas y alcanzar una etapa de retorno a la madurez y progresiva independencia.
Sin embargo, como viene señalando desde hace tiempo el psicoanálisis relacional, ninguna persona puede ser una pantalla totalmente en blanco. Fairbairn en los años cincuenta ya era de la opinión de que el terapeuta es algo más que una pantalla sobre la que el paciente proyecta sus fantasías, o un instrumento neutro para la técnica interpretativa; su personalidad y sus motivos suponen una contribución significativa al proceso terapéutico.
La tradición psicoanalítica predominante presentaba la neutralidad y el principio de abstinencia como algo irrenunciable, unido a la inevitable asimetría que traza la situación analítica, entre un terapeuta, previamente analizado, conocedor y controlador de su inconsciente, y un paciente desconocedor absoluto de sus motivaciones profundas, que debe rendirse ante el criterio del primero. Como advierte Ávila, la neutralidad y la asimetría extrema son las que hacen surgir fenómenos notables de transferencia que desgraciadamente dejan fuera de nuestro campo de observación lo que es la auténtica relación terapéutica.
Desde la actual psicología del self, en lugar del principio de “abstinencia” se prefiere hablar de “responsividad óptima”. El terapeuta que funciona en el registro de la responsividad óptima tiene en cuenta tanto los marcadores o señales que el paciente da de lo que espera de las respuestas del terapeuta, como las reacciones del paciente a las respuestas percibidas. Estas señales, presentes desde los primeros contactos, dan información muy valiosa sobre las necesidades de relación (“objeto sí mismo”) que no han sido satisfechas por los cuidadores anteriores. La relación terapéutica debe entenderse como una segunda oportunidad para el desarrollo emocional, dentro del proceso analítico, como una relación desconfirmadora de lo patógeno, con las características de un vinculo fundante complementario (en el sentido de la teoría vincular)(Ávila). Cada paciente y cada momento terapéutico requerirá un grado diferente de responsividad por parte del terapeuta, que evite en todo momento los riesgos de explotación del paciente o de satisfacción narcisista del terapeuta.
La fusión de los conceptos de neutralidad y abstinencia puede haber contribuido a crear una imagen estereotipada del analista rígido y reservado, pero se trata de una interpretación equivocada de lo que Freud realmente sugería, error producido al tomar un principio por una regla (Killingmo). La idea de la abstinencia, como principio general y como instrucción respecto a la conducta social, ha provocado una gran confusión debiendo ser reubicada en su papel de principio general y rechazarse definitivamente su vinculación con la imagen del analista frío y carente de empatía.
Quería traer a colación dos anécdotas de Ralph Greenson, psiquiatra norteamericano de origen suizo que se hizo famoso como psicoanalista de Marilyn Monroe y de otras estrellas de Hollywood de la época. También aportó importantes textos sobre técnica analítica – desde la posición clásica de la psicología del yo - que todavía pueden leerse con gran provecho. La primera anécdota se puede localizar en su libro sobre Técnica y Práctica del Psicoanálisis, en el capítulo que dedica a la técnica del análisis de la transferencia. Nos cuenta el caso de un paciente que entró en lo que denominaríamos una fase de impasse, se volvió más callado y huraño y sólo colaboraba formalmente con la labor analítica. Finalmente un día confesó su frustración por haber querido adoptar posturas políticas liberales, más cercanas a las preferencias demócratas de Greenson, cuando él era un republicano convencido. Sorprendido por esta observación, Greenson le preguntó cómo es que había llegado a la conclusión de que él era de preferencias demócratas, a lo que el paciente respondió, más o menos, que cuando decía algo positivo de un político republicano, él siempre le pedía asociaciones, y que cuando decía algo negativo, callaba como asintiendo. Igualmente, cuando atacaba a Roosvelt le pedía asociaciones, para ver a quién le recordaba, mientras que los comentarios positivos eran aceptados sin réplica. Esta historia ilustra la idea de que el paciente es un intérprete, muy a menudo acertado, de la experiencia del analista.
De la segunda anécdota de Greenson a la que quiero aludir no me es posible citar la referencia pues fue comentada recientemente por el gran maestro Joan Coderch en una conferencia. La historia, tal como nos la contó, trata de una paciente permanentemente molesta y quejosa de la vida y de las personas de su entorno, siempre se sentía dolida y perjudicada y se expresaba de forma monótona en su letanía ante el analista. Un día interroga a Greenson si no le parece que es muy pesada en su continuas quejas y ataques, a lo que éste respondió que sí, que realmente era pesada. La paciente, muy asombrada, le preguntó si le parecía correcto y educado responderle de esa manera. Greenson argumentó entonces que ella le había preguntado y él no había hecho más que responder con la mayor sinceridad. Este profesional no estaba en absoluto cercano a las corrientes relacionales, pero considero que su comportamiento era el requerido desde un punto de vista ético.
Estos dos ejemplos, y otros recogidos a lo largo de mi experiencia como terapeuta, me llevan a proponer el PRINCIPIO DE VERACIDAD, para categorizar la conducta de Greenson en el segundo caso y una actitud que entiendo apropiada se trabaje desde el enfoque terapéutico que se quiera. Este principio vendría a decir que el paciente debe ser atendido de manera prudente pero lo más veraz posible, dentro de la razonable firmeza que podamos tener en esos conocimientos, cuando inquiera sobre aspectos de su propia personalidad. Y esta intervención deberá ser antes descriptiva que interpretativa. Ya en un plano más comprometido con el enfoque relacional, diré que a menudo también me parece indicado responder a cuestiones que tienen que ver con mis propias opiniones o creencias sobre cuestiones fundamentales, como pueda ser mi orientación teórica en psicología y psicoanálisis al igual que, sin entrar en detalles, cuando se trata de religión o política, y entiendo que una buena disposición a la ayuda sólo puede partir de mantener posiciones moderadas y tolerantes en estos dominios. Ahora bien, con frecuencia es un ejercicio fecundo, incluso pasmoso, preguntar antes al paciente qué idea previa se hace él respecto a nuestra postura.
Los libros sobre técnica y la supervisión nunca serán el referente definitivo ni más importante que guíe nuestra labor, sino que – parafraseando de nuevo a mi amigo Alejandro Ávila - son las historias que vivimos con nuestros propios pacientes las que nos deben mover a la reflexión sobre la posición que ocupamos en nuestro trabajo y en qué medida somos sólo o principalmente instrumentos de una cura que opera desde la neutralidad o agentes de un proceso complejo que se despliega en un horizonte de relación, implicación y mutualidad. Aventurarnos más allá de la neutralidad y la abstinencia, con el debido respeto a la individualidad de nuestros pacientes y de nosotros mismos, no sólo no nos ha traído las nefastas consecuencias que algunos auguraban, sino que nos ha abierto un panorama de gran riqueza teórica, técnica y humana.
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2 comentarios:
Querido Carlos: enhorabuena por este trabajo y por el Blog!
Y hablando de este apasionante tema de la veracidad va un comentario, esta vez de una novela de (mi amigo) Rafael Reig en la que inventa una larga primera entrevista entre Marilyn Monroe y un terapeuta. uno supone que era Greenson, claro. En dicha entrevista están cara a cara. (Autobiografía de M Monroe. Rafael Reig. Ed Lengua de Trapo)
Ella le dice en un momento al terapeuta (más o menos, cito de memoria): "Perdone Dr, pero me parece que está pasando algo en esta entrevista que me tiene descolocada: yo supongo que si un hombre le habla de los problemas que le causan sus orejas, ud. las miraría en más de una ocasión durante la entrevista .... y resulta que yo llevo más de media hora hablando de todo lo que me ocurre con mis pechos y usted no me las ha mirado ni una sola vez! No lo comprendo!
Un abrazo
Augusto
Estimado Augusto. Muchas gracias por tu comentario. No conocía la anécdota pero me resulta muy ilustrativa de lo que yo quería decir con "principio de veracidad". Una vez me llegó una paciente, de 24 o 25 años, a sesión con una falda bastante corta que permitía ver sus bonitas piernas dejando poco a la imaginación. Llevaba en terapia aproximadamente un año, cara a cara. Surgió el tema de su actitud seductora ante los hombres, que veníamos tratando ya desde hace un tiempo. Le comenté que posiblemente no siempre era consciente de su actitud y, ante sus dudas le señalé el caso inmediato de lo que podía estar pasando en el aquí y ahora de la sesión. Se quedó muy extrañada de que yo observara sus piernas. A lo que le respondí que, afortunadamente, podía resistir la tentación que pudiera estar detrás, si es que la había, pero que como hombre no era inmune a apreciar sus encantos y que eso era también parte del juego de la terapia. Dicho de otra forma, si yo no fuera una persona capaz de sentir hormigueos seguramente tampoco serviría como terapeuta, otra cosa es lo que haga con dichas sensaciones.
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